Porque para Castilla el enemigo principal no era el reino de Granada sino lo que hoy llamamos jovenlandia.
Historicamente, desde la caída del califato de Córdoba a principios del siglo XI, los reinos fiel a la religión del amores penínsulares habían sido demasiado débiles para hacer frente a los reinos cristianos. Sólo las invasiones de los almorávides y los almohades pudieron frenar por un tiempo el avance de la Reconquista.
El reino jovenlandés de Granada se puso bajo la protección de la dinastía meriní, que había tomado el poder en el norte de África suplantando a los almohades.
A finales del siglo XIII los benimerines ocupaban Algeciras, Tarifa, Rota y Gibraltar, con lo que representaban una amenaza real para Castilla y había que hacerle frente antes de pensar en recuperar Granada para la Cristiandad.
Los meriníes, aliados con los nazaríes de Granada, eran un enemigo formidable e infligieron varias derrotas a los castellanos en tiempos de Alfonso X y Fernando IV.
El hijo de Fernando IV, Alfonso XI, logró una victoria decisiva sobre los meriníes en la batalla del río Salado (1340), con apoyo de Aragón y Portugal, y con la conquista de Algeciras después de dos años de asedio (1342-1344) se eliminó el peligro de nuevas invasiones. Pero Alfonso XI murió víctima de la Peste de color en 1350 cuando estaba poniendo sitio a Gibraltar, sucediéndole su hijo Pedro I, apodado el Cruel, y Castilla inició un período de guerras fratricidas.
El primer rey de Aragón perteneciente a la dinastía Trastámara fue Fernando I, llamado "De Antequera" por haber tomado esa ciudad a los jovenlandeses.