Demonio de Tasmania
Madmaxista
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Desde hace ya algunos años, quizás desde que Paloma San Basilio y Pepe Sacristán con El Hombre de la Mancha abrieron la veda, los musicales se han enseñoreado de la cartelera de los teatros madrileños, además de las giras que hacen por diversas ciudades de España. El publico no solo es de la capital, sino que a golpe de AVE vienen hordas de espectadores a abarrotar la Gran Vía y a llenar estos teatros, con la pasta que esto supone para los productores.
La verdad que he visto varios musicales, especialmente por dejar de oír la monserga de "¿cuándo vamos a este o al otro?" Un puñetero ******, vamos. Gastarse 40 pavazos (80 si vas con la parienta) para ver gorgoritos en acción, números de baile y escenografías. Vale, que sí, que están muy bien montados y muy bien producidos. Pero las historias de todos los musicales están ya supervistas y solo sorprenden con el montaje. Obras clásicas de la literatura o el cine que les meten una banda sonora, unos cantantes guapitos y bailarines que hacen sus números: desde el Rey León, Anastasia, Billy no se qué, El tiempo entre costuras, La Malinche y ahora amenaza El fantasma de la ópera, con familiares y amigos haciéndole la campaña publicitaria con el "¿cuándo vamos? Más de lo mismo.
Por mi parte, pienso que el auge del musical se debe a la absoluta falta de creatividad de nuestros tiempos, que no sabe inventarse historias nuevas que enganchen al público y tiran de los clásicos. Historia previsibles que todo el mundo ha visto ya en muchas películas o incluso leido en los libros. Se tira de lo facilón: una historia conocídisima como estructura y se agregan números musicales unos detrás de otros, aderezado con cambios de decorado o fuegos artificiales sobre el escenario. Mucho efecto especial y poco contenido, más allá de coreografías muy trabajadas y canciones clónicas (que apestan a Operación Triunfo), pero que poco aportan a un espectador un poco exigente, más allá de quedar bonitas sobre las tablas.
¿Qué pensáis?
La verdad que he visto varios musicales, especialmente por dejar de oír la monserga de "¿cuándo vamos a este o al otro?" Un puñetero ******, vamos. Gastarse 40 pavazos (80 si vas con la parienta) para ver gorgoritos en acción, números de baile y escenografías. Vale, que sí, que están muy bien montados y muy bien producidos. Pero las historias de todos los musicales están ya supervistas y solo sorprenden con el montaje. Obras clásicas de la literatura o el cine que les meten una banda sonora, unos cantantes guapitos y bailarines que hacen sus números: desde el Rey León, Anastasia, Billy no se qué, El tiempo entre costuras, La Malinche y ahora amenaza El fantasma de la ópera, con familiares y amigos haciéndole la campaña publicitaria con el "¿cuándo vamos? Más de lo mismo.
Por mi parte, pienso que el auge del musical se debe a la absoluta falta de creatividad de nuestros tiempos, que no sabe inventarse historias nuevas que enganchen al público y tiran de los clásicos. Historia previsibles que todo el mundo ha visto ya en muchas películas o incluso leido en los libros. Se tira de lo facilón: una historia conocídisima como estructura y se agregan números musicales unos detrás de otros, aderezado con cambios de decorado o fuegos artificiales sobre el escenario. Mucho efecto especial y poco contenido, más allá de coreografías muy trabajadas y canciones clónicas (que apestan a Operación Triunfo), pero que poco aportan a un espectador un poco exigente, más allá de quedar bonitas sobre las tablas.
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