Para que haya una guerra civil en un sistema político sano y robusto, y el norteamericano era de los más que se han conocido, lo que necesitas es una fractura buena buena.
Esa fractura fue la esclavitud. Es así. Sé que algunos esperan explicaciones que les masajeen sus retorcidos esquemas racial-antibuenistas pero la realidad es la que es.
Ahora bien, la esclavitud fracturó el cuerpo político americano no por cuestiones altruístas. No exclusivamente. Es decir, el norte y el sur no fueron a la guerra por los pobres jovenlandeses, para que fueran felices y comieran perdices.
Fueron a la guerra por todo lo que el sostenimiento de la esclavitud, entendida como sistema legal, político y jovenlandesal, comportaba.
La esclavitud era un vestigio del periodo colonial, en el sur era la base económica de las élites dirigentes. En realidad el avance económico e industrial estaba a punto de dejarla obsoleta, pero el Sur, las élites sureñas, había invertido demasiado en ella para no defenderla de los ataques que, sobre argumentos altruistas, comenzaron a hacérsele por ciertos sectores del norte ya desde la independencia -los padres fundadores habían pasado de puntillas sobre el asunto a sabiendas de que un ataque frontal significaba perder la guerra o unos Estados Unidos embutidos entre dos colonias británicas al norte y al sur.
Esos ataques, ya digo, desde un plano jovenlandesal y desde la sociedad civil -cuaqueros, abolicionistas, etc...-, hicieron que el sur se encastillara en su defensa. ¿Cómo? exigiendo un peso político desproporcionado al peso real de su economía y población. Los famosos casos de que para dejar entrar un nuevo estado había que dejar entrar o crear a otro que fuera de tendencia contraria para mantener el equilibrio son síntoma de ese proceso. Pero también existía un equilibrio en representación en el senado y congreso de forma que el norte no pudiera simplemente votar un buen día la abolición, o cualquier otra cosa, sin consultar al sur, por mayoría simple.
La mayoría de estos mecanismos de contrapeso se habían ido instituyendo durante el proceso de formación constitucional, en la década de los 90 del XVIII, y después no habían sino ido envenándose con cada nueva década a medida que la divergencia social y económica entre norte y sur había ido creciendo con el desarrollo del páis.
El reverso de la moneda era que para votar cosas realmente importantes para el Norte, por ejemplo aranceles o tarifas aduaneras que protegieran su industria, se podían, y solían encontrar con la oposición de un Sur que, además de librecambista por exportador, era esclavista.
Con el tiempo el norte empezó a ver esto, que el sur consideraba un mínimo de supervivencia, cade vez más como un privilegio y una molestia. Fue ese trato de favor hacia el sur, que en puridad era una perversión de la democracia participativa, lo que acabó por envenenar la vida política norteamericana hasta el punto de que el Sur consideró más prudente romper la baraja y seceder.
No es que el norte estuviera planeando acabar con esas defensas institucionales, al contrario, Lincoln estaba dispuesto a ceder una cantidad enorme de terreno a cambio de la paz... siempre que el Sur no secediera. Esa era la línea roja. Pero en el Sur, las élites comenzaron a oler a lluvia en el aire. Comprendían, porque su vida consistía en apuntalarlos, que esos privilegios se acercaban, rápidamente, al punto en que serían insostenibles políticamente. Y llegaron a la brillante conclusión de que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, la mejor forma de defender la Esclavitud era crear su propio estado.
El Sur fue orate, pensando que podría simplemente seceder en un pacto entre caballeros. Lincoln, y con él la gran mayoría de la clase política yanqui, eran, entre otras cosas, profundamente unionistas. Creían que los EE.UU. debía permanecer unido. Cayera quien cayese. Lo veían como un estado nación moderno y sabían que, antes de que los secesionistas intimidaran a la mayoría para abandonar sus casas o simplemente mantenerse calladitos, muchos en el sur también eran abolicionistas o al menos no consideraban la cuestión como fundamental.
Les asitía la razón y la jovenlandesal, pero también les asistía la lógica económica, sin la cual, y las élites que la cabalgaban, Lincoln jamás hubiera podido pagar la guerra. Y lo que es más importante, una gran mayoría de la sociedad del Norte demostró estar dispuesta a pelear porque así fuera.
La abolición se usó como arma de guerra, privó al Sur de su mano de obra y fue un duro golpe económico, pero tampoco es correcto decir que Lincoln la usó de forma púramente instrumental; aunque hubiera tenido esclavos en su estado natal, creía honestamente que el país no podía prosperar, ni vivir, jovenlandesalmente hablando, sobre la base de una sociedad esclavista.