No se trata sólo del incumplido régimen del trabajo ni de
la perpetua lucha entre jornaleros y patronos: hay sobre
ésta una previa cuestión nacional. Por que la Compañía
nordetana es en la villa dueña absoluta, sin término ni con-
dición, de la tierra, de las fincas, del subsuelo, del monte,
del aire, de la ley, de la libertad. Señora de vidas y hacien-
das por virtud de este moderno feudalismo, son suyos con
propiedad indiscutible, las calles, las plazas, la Iglesia, el
cementerio, los edificios públicos, las vías de comunica-
ción, y suyos, jovenlandesalmente, casi todos los organismos popu-
lares, representados por personas que disfrutan con privi-
legio escandaloso, cargos del Estado y de la Compañía.
Ahora mismo en Estuaria un secretario del Gobierno as-
ciende y no admite el ascenso que le obliga, ausentándose,
a perder el soborno de la opulenta industria... Si alguna
autoridad quiere hacer justicia en los continuos casos de
reclamaciones contra los extranjeros, como tiene que in-
formarse de unos subordinados corrompidos, no halla nun-
ca razón para condenar a los explotadores, y la infinidad de
pleitos sobre las propiedades se resuelven a favor de la em-
presa. Por su indicación se hacen nombramientos de per-
sonal administrativo, abonos de contribuciones, dictáme-
nes que debe emitir el único municipio de España que está
expropiado y no puede expropiar; a su antojo se convierten
en protestantes las escuelas católicas de la región; para su
dominio dispone de un cuerpo armado de guardiñas, supe-
rior al de las fuerzas militares españolas; fuera de los lími-
tes mineros subvenciona con esplendidez a los más famo-
sos letrados, allí donde mejor le sirve y le valen, donde ga-
rantizan la impunidad de sus audaces manejos. Y ya no se
conforma con el poderío que ejerce en la ribera del Saquia;
pone los ojos y el zarpazo en el abierto litoral, y adquiere
la octava parte de la provincia de Huelva con un trozo de
la de Sevilla: así ya es suyo para siempre el seno de la cos-
ta meridional de España en el Atlántico, el golfo vecino de
la ría que está llamada a ser uno de los primeros puertos
del mundo... Las aguas cantarínas del Circem, el más solea-
do río español, vierten hoy dentro de su misma patria en
un territorio extranjero, y los arenales andaluces, limpios, y
luminosos, pertenecen en setenta millas de abertura a esos
hombres avaros y ceñudos, animales de sangre fría, raza
nórdica y triste que, sedienta de luz, busca por la orilla
oceánica, en impune oleada turística, un propicio remanso azul
donde fincar su bandera. Y la tiende a la flor del viento so-
bre la risa clara de las olas, aquí abajo, en las costaneras
dunas, allá arriba, encima de la tierra ahuecada, de los pue-
blos sometidos, de las atormentadas cumbres.
— ¡Parece increíble!— murmura José Luis.
Rosario, callada y atónita, recoge con vivo interés las re-
velaciones del acusador que va diciendo su larga querella
en tono caliente, algo lírico y avezado al discurso propagan-
dista, pero lleno de entrañable sinceridad. Se le pierden a
menudo los ojos en los de la muchacha, como si viese en
ellos un profundo camino; vacila entonces un instante, y
junta después las ideas con más pasión.
Sabe de memoria, con cifras comprobadas exactamente,
que los nordetanos adquirieron hace medio siglo las minas
de Saquia y el sobresuelo a perpetuidad, en noventa y dos
millones de pesetas; y que en esta compra, sólo relacionán-
dola con el capital que produce, se elevan los millones del
íntegro avalúo, hasta trescientos tres, sin contar las perte-
nencias rústicas, ya convertidas en muchos pueblos tribu-
tarios de la Compañía.
Los números se amontonan en los labios del mozo con
amargo despecho. Refiere que las acciones emitidas a 125
pesetas al establecerse aquella industria, valen hoy
a 2.000; nombra las localidades inmensas que componen el
dominio extranjero en el regazo español, y afirma que todas
ellas carecen de servicios públicos tan precisos y vulgares
como el telégrafo y el teléfono; los centros de enseñanza,
los organismoos de higiene; la luz eléctrica; los caminos
vecinales; el ferrocarril. Los únicos elementos de comuni-
cación y de cultura, sirven allí con exclusiva gracia a la
Empresa que los monopoliza y explota, y la luz moderna que
ya ilumina a todos los pueblos civilizados del mundo, sólo
brilla para los invasores, prisionera en estancias y jardines,
lejos de la gente nacional... A los pies de tales patronos
yace el obrero, sacrificando su vida a cada minuto para re-
cibir como salario la séptima parte de la riqueza que pro-
duce...