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Madmaxista
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URBANISMO
Por qué en España vivimos hacinados en pisos, incluso en los pueblos
Ante la incapacidad de Madrid y otras grandes capitales para acoger la inmi gración masiva de las zonas rurales durante la posguerra, se impuso el modelo físico de la vivienda de alta densidad. Así ganó la especulación del suelo
Escena del segundo capítulo de la serie 'Cuéntame cómo pasó'. |RTVE
BEGOÑA MARÍN
06 JUN 2020 - 00:38Actualizado:06 JUN 2020 - 13:35 CEST
16
Ahora que vemos el final podemos decirlo sin ahogarnos: los españoles lo hemos pasado especialmente mal durante el confinamiento. Hemos estado encerrados en bloques de pisos pequeños con poca luz y, en algunos casos, mala ventilación. España es el país de la Unión Europa con el mayor porcentaje de población viviendo en un apartamento, un 66% frente al 40% de la media o el casi 20% de países como Reino Unido y Holanda, según el último informe del Eurostat. Muchos de nuestros vecinos europeos han pasado la cuarentena en su jardín o terraza, con espacio para respirar y vistas más allá de otro bloque de ladrillos. Pero ¿por qué vivimos en colmenas?
Salvador Pérez Arroyo, arquitecto español catedrático honorario de la Universidad de Londres, vive desde hace más de 12 años fuera de nuestro país. Se mudó a Asia y ahora vive en Vietnam, donde es Premio Nacional de Arquitectura 2015 por su edificio del Museo de la Historia y la Biología de la bahía de Ha Long. Ha diseñado planes para ciudades nuevas en Laos, Birmania, Tailandia o Singapur y algunos de sus proyectos, como el teatro y centro múltiple situado en el lago Mayor de Italia, han sido considerados como los mejores edificios construidos en el mundo según el Chicago Museum y el European Centre of Architecture. Todo ello le otorga una perspectiva única para arrojar luz a esta cuestión.
"Recordemos la filmografía española de la época", señala. "Las películas como El pisito, o la imagen del pueblerino que emigra a la ciudad donde es timado. El campesino convertido en obrero que acaba construyendo la vivienda que después comprará con un crédito o una ayuda estatal", indica Arroyo.
Para entender a estos personajes es necesario remontarse a los años cincuenta, después de la guerra y bajo la dictadura de Franco, cuando los españoles abandonaron en masa el campo para irse a vivir a la ciudad. Por aquel entonces la aspiración de muchas familias era tener una casa en propiedad para desarrollarse, un valor que fomentaba el régimen franquista. En ocasiones las inauguraciones de los bloques de viviendas incluían ceremonias y la bendición de un cura.
Núcleo de chabolas en los años cincuenta en las actuales calles Jaime el Conquistador, Fernando Poo y Torres Miranda de Madrid, con algunos de los bloques de pisos recién construidos al fondo.
"El Plan de Estabilización Económica en 1959, junto con las concesiones laborales para evitar conflictos sociales hicieron crecer a las clases medias y obreras más cualificadas, convirtiéndolas en clientes ideales del mercado de la vivienda, que se tras*formaría en un motor de la economía y un foco inflacionario", explica Arroyo. La alta inflación empujó a los ciudadanos a invertir en inmuebles para garantizar la permanencia de sus ahorros o para unirse al juego de la especulación.
"Es decir, nuestra economía es como el tren de los hermanos Marx devorándose a sí mismo para correr a gran velocidad. Al subir la demanda del suelo aumentaron sus precios hasta el tope de la capacidad adquisitiva empobreciendo la calidad constructiva. Ningún gobierno desde la fin de Franco sabe oponerse a este fenómeno de autofagia".
El modelo físico fue desde el principio el de la ciudad en altura: viviendas pequeñas con pocas dotaciones. Un prototipo que se extendió a los mismos pueblos que habíamos abandonado. Posteriormente y hasta nuestros días mejoró el panorama con mayor calidad constructiva y de diseño, aunque un afán crecientemente especulativo. "Pero no se han creado fórmulas nuevas de territorio y el diseño de infraestructuras sigue con pereza a los proyectos de especulación, obligando a los inversores a luchar a fin por los solares ya comunicados y calificados, empujando de nuevo sus precios al alza escatimando en metros y zonas verdes", apunta.
Prohibida la entrada a Madrid a quien no tenga un piso
Carlos Sambricio, catedrático de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM), tiene un conocimiento profundo sobre el crecimiento urbano en España. En su artículo La vivienda en Madrid, de 1939 al Plan de Vivienda Social (1959) ofrece un interesante análisis e importantes datos de contexto.
Arriba, noticia publicada en el diario 'Pueblo' con soluciones extremas para la repentina superpoblación de Madrid durante el éxodo rural. Abajo, un plano de las viviendas prefabricadas de De la Hoz y García de Paredes.
Madrid albergaba en 1750 a 160.000 habitantes, en 1850 reunía a 280.000 personas y en 1950 contaba con ya 1.618.000. Tras la Guerra Civil, la fuerte avalancha migratoria tuvo como consecuencia el hacinamiento de quienes llegaron buscando trabajo. Ante la dramática situación económica optaban por la construcción de cuevas, chozas y chabolas en núcleos suburbiales.
La revista Semana publicaba en un reportaje: "Ya somos dos millones de habitantes en este Madrid inefable. ¿Y ahora qué hacemos?... Constituimos una urbe que comienza a ser monstruo, por lo que no es de extrañar que sus problemas sean monstruosos…". El Gobierno optó por una medida drástica y en 1957 publicó un decreto negando la entrada a Madrid a cualquiera que no tuviera una vivienda. En las estaciones de ferrocarril la policía devolvía al lugar de origen a quien no tuviese domicilio.
Una familia por habitación
Ante la incapacidad del Estado para hacer frente a esta crisis y el desinterés del capital privado en construir en un suelo no rentable por la escasa capacidad adquisitiva de la emigración, el Instituto Nacional de la Vivienda (INV) obligó a las empresas con un mínimo de trabajadores a construir viviendas para sus empleados. Era necesario que los chabolistas realizaran una contraprestación para la adquisición de su vivienda y, por ello, en ese mismo año aparecía la Ley de Vivienda de Renta Limitada, punto de partida de un Plan Nacional de Vivienda.
La unidad mínima habitacional española. Estudio de distribución del espacio de la vivienda económica en España de Giralt Casadesús (1949).
Por los datos publicados en Gran Madrid sabemos que, en 1948, cada vivienda de los suburbios alojaba por término medio a nueve personas o, si se prefiere, que dos familias (una en cada habitación) vivían hacinadas en una modestísima vivienda. Y como el propio INV afirmaba que solo era posible construir viviendas para quienes tuviesen ingresos mensuales superiores a 150 pesetas (cantidad inalcanzable en la época para muchos) la responsabilidad recaía en el Estado.
Tras conflictos de intereses con las inmobiliarias y problemas por el coste de la construcción, en 1952 se aprobó el llamado Plan Fanfani, que tomó como modelo a Italia. La Obra Sindical del Hogar formuló tres categorías de vivienda económica (reducida, mínima y de tipo social) y se propuso construir 10.000 hogares de tipo social al año. De aquella propuesta apenas se ejecutó la mitad y la mayoría de ellas correspondían a viviendas de categoría superior consideradas "de lujo", que fueron financiadas con los fondos de las viviendas de tipo social.
"No tenemos derecho a seguir encajonando a nuestras familias"
En 1949 el Colegio de Arquitectos de Madrid convocó un concurso de propuestas para viviendas de renta reducida al que se presentaron, entre otros, Fisac y Miguel García Monsalve. Fisac partía de lo que llamaba una “familia tipo”, compuesta por los padres, dos hijos y dos hijas. Existía la voluntad de modificar el tipo de viviendas utilizado hasta el momento.
Vivienda de Renta Limitada de un Plan Nacional de Vivienda, en 1954.
Se presentó como modelo el espacio interior de la arquitectura estadounidense, que en esos momentos se empezaba a difundir. Cuando el arquitecto F.J. Barba critica el pasado reciente señala: "[…] No tenemos derecho a seguir encajonando a nuestras familias. Ha llegado el momento […] de acabar con la manzana cerrada, el patio cerrado y las profundas casas entre medianeras. Ha llegado el momento de la verdadera arquitectura urbana".
En 1954 se publicó la Ley de Viviendas de Renta Limitada, que establecía una clara diferencia entre las de protección oficial y las del mercado libre. La ley tenía como objetivo englobar todas las tipologías de viviendas (desde las destinadas a las clases acomodadas hasta las “ultrabaratas”) y limitaba los precios de venta y alquiler.
La norma planteaba también dos tipos de vivienda: la reducida, de entre 60 y 100 m2 y un coste de 1.000 pesetas/m2, y la mínima, con una superficie de entre 35 y 58 m2 y un precio aproximado de 800 pts./m2. Se obligaba a que las viviendas de tipo social no formaran bloques abiertos, prohibiendo los patios y se planteaba la
Por qué en España vivimos hacinados en pisos, incluso en los pueblos
Ante la incapacidad de Madrid y otras grandes capitales para acoger la inmi gración masiva de las zonas rurales durante la posguerra, se impuso el modelo físico de la vivienda de alta densidad. Así ganó la especulación del suelo
BEGOÑA MARÍN
06 JUN 2020 - 00:38Actualizado:06 JUN 2020 - 13:35 CEST
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Ahora que vemos el final podemos decirlo sin ahogarnos: los españoles lo hemos pasado especialmente mal durante el confinamiento. Hemos estado encerrados en bloques de pisos pequeños con poca luz y, en algunos casos, mala ventilación. España es el país de la Unión Europa con el mayor porcentaje de población viviendo en un apartamento, un 66% frente al 40% de la media o el casi 20% de países como Reino Unido y Holanda, según el último informe del Eurostat. Muchos de nuestros vecinos europeos han pasado la cuarentena en su jardín o terraza, con espacio para respirar y vistas más allá de otro bloque de ladrillos. Pero ¿por qué vivimos en colmenas?
Salvador Pérez Arroyo, arquitecto español catedrático honorario de la Universidad de Londres, vive desde hace más de 12 años fuera de nuestro país. Se mudó a Asia y ahora vive en Vietnam, donde es Premio Nacional de Arquitectura 2015 por su edificio del Museo de la Historia y la Biología de la bahía de Ha Long. Ha diseñado planes para ciudades nuevas en Laos, Birmania, Tailandia o Singapur y algunos de sus proyectos, como el teatro y centro múltiple situado en el lago Mayor de Italia, han sido considerados como los mejores edificios construidos en el mundo según el Chicago Museum y el European Centre of Architecture. Todo ello le otorga una perspectiva única para arrojar luz a esta cuestión.
"Recordemos la filmografía española de la época", señala. "Las películas como El pisito, o la imagen del pueblerino que emigra a la ciudad donde es timado. El campesino convertido en obrero que acaba construyendo la vivienda que después comprará con un crédito o una ayuda estatal", indica Arroyo.
Para entender a estos personajes es necesario remontarse a los años cincuenta, después de la guerra y bajo la dictadura de Franco, cuando los españoles abandonaron en masa el campo para irse a vivir a la ciudad. Por aquel entonces la aspiración de muchas familias era tener una casa en propiedad para desarrollarse, un valor que fomentaba el régimen franquista. En ocasiones las inauguraciones de los bloques de viviendas incluían ceremonias y la bendición de un cura.
"El Plan de Estabilización Económica en 1959, junto con las concesiones laborales para evitar conflictos sociales hicieron crecer a las clases medias y obreras más cualificadas, convirtiéndolas en clientes ideales del mercado de la vivienda, que se tras*formaría en un motor de la economía y un foco inflacionario", explica Arroyo. La alta inflación empujó a los ciudadanos a invertir en inmuebles para garantizar la permanencia de sus ahorros o para unirse al juego de la especulación.
"Es decir, nuestra economía es como el tren de los hermanos Marx devorándose a sí mismo para correr a gran velocidad. Al subir la demanda del suelo aumentaron sus precios hasta el tope de la capacidad adquisitiva empobreciendo la calidad constructiva. Ningún gobierno desde la fin de Franco sabe oponerse a este fenómeno de autofagia".
El modelo físico fue desde el principio el de la ciudad en altura: viviendas pequeñas con pocas dotaciones. Un prototipo que se extendió a los mismos pueblos que habíamos abandonado. Posteriormente y hasta nuestros días mejoró el panorama con mayor calidad constructiva y de diseño, aunque un afán crecientemente especulativo. "Pero no se han creado fórmulas nuevas de territorio y el diseño de infraestructuras sigue con pereza a los proyectos de especulación, obligando a los inversores a luchar a fin por los solares ya comunicados y calificados, empujando de nuevo sus precios al alza escatimando en metros y zonas verdes", apunta.
Prohibida la entrada a Madrid a quien no tenga un piso
Carlos Sambricio, catedrático de Historia de la Arquitectura y del Urbanismo en la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid (ETSAM), tiene un conocimiento profundo sobre el crecimiento urbano en España. En su artículo La vivienda en Madrid, de 1939 al Plan de Vivienda Social (1959) ofrece un interesante análisis e importantes datos de contexto.
Madrid albergaba en 1750 a 160.000 habitantes, en 1850 reunía a 280.000 personas y en 1950 contaba con ya 1.618.000. Tras la Guerra Civil, la fuerte avalancha migratoria tuvo como consecuencia el hacinamiento de quienes llegaron buscando trabajo. Ante la dramática situación económica optaban por la construcción de cuevas, chozas y chabolas en núcleos suburbiales.
La revista Semana publicaba en un reportaje: "Ya somos dos millones de habitantes en este Madrid inefable. ¿Y ahora qué hacemos?... Constituimos una urbe que comienza a ser monstruo, por lo que no es de extrañar que sus problemas sean monstruosos…". El Gobierno optó por una medida drástica y en 1957 publicó un decreto negando la entrada a Madrid a cualquiera que no tuviera una vivienda. En las estaciones de ferrocarril la policía devolvía al lugar de origen a quien no tuviese domicilio.
Una familia por habitación
Ante la incapacidad del Estado para hacer frente a esta crisis y el desinterés del capital privado en construir en un suelo no rentable por la escasa capacidad adquisitiva de la emigración, el Instituto Nacional de la Vivienda (INV) obligó a las empresas con un mínimo de trabajadores a construir viviendas para sus empleados. Era necesario que los chabolistas realizaran una contraprestación para la adquisición de su vivienda y, por ello, en ese mismo año aparecía la Ley de Vivienda de Renta Limitada, punto de partida de un Plan Nacional de Vivienda.
Por los datos publicados en Gran Madrid sabemos que, en 1948, cada vivienda de los suburbios alojaba por término medio a nueve personas o, si se prefiere, que dos familias (una en cada habitación) vivían hacinadas en una modestísima vivienda. Y como el propio INV afirmaba que solo era posible construir viviendas para quienes tuviesen ingresos mensuales superiores a 150 pesetas (cantidad inalcanzable en la época para muchos) la responsabilidad recaía en el Estado.
Tras conflictos de intereses con las inmobiliarias y problemas por el coste de la construcción, en 1952 se aprobó el llamado Plan Fanfani, que tomó como modelo a Italia. La Obra Sindical del Hogar formuló tres categorías de vivienda económica (reducida, mínima y de tipo social) y se propuso construir 10.000 hogares de tipo social al año. De aquella propuesta apenas se ejecutó la mitad y la mayoría de ellas correspondían a viviendas de categoría superior consideradas "de lujo", que fueron financiadas con los fondos de las viviendas de tipo social.
"No tenemos derecho a seguir encajonando a nuestras familias"
En 1949 el Colegio de Arquitectos de Madrid convocó un concurso de propuestas para viviendas de renta reducida al que se presentaron, entre otros, Fisac y Miguel García Monsalve. Fisac partía de lo que llamaba una “familia tipo”, compuesta por los padres, dos hijos y dos hijas. Existía la voluntad de modificar el tipo de viviendas utilizado hasta el momento.
Se presentó como modelo el espacio interior de la arquitectura estadounidense, que en esos momentos se empezaba a difundir. Cuando el arquitecto F.J. Barba critica el pasado reciente señala: "[…] No tenemos derecho a seguir encajonando a nuestras familias. Ha llegado el momento […] de acabar con la manzana cerrada, el patio cerrado y las profundas casas entre medianeras. Ha llegado el momento de la verdadera arquitectura urbana".
En 1954 se publicó la Ley de Viviendas de Renta Limitada, que establecía una clara diferencia entre las de protección oficial y las del mercado libre. La ley tenía como objetivo englobar todas las tipologías de viviendas (desde las destinadas a las clases acomodadas hasta las “ultrabaratas”) y limitaba los precios de venta y alquiler.
La norma planteaba también dos tipos de vivienda: la reducida, de entre 60 y 100 m2 y un coste de 1.000 pesetas/m2, y la mínima, con una superficie de entre 35 y 58 m2 y un precio aproximado de 800 pts./m2. Se obligaba a que las viviendas de tipo social no formaran bloques abiertos, prohibiendo los patios y se planteaba la