Poco de cruz y mucho de roja (alba vila en la gaceta de la fachosfera)

Eric Finch

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Poco de Cruz y mucho de Roja​


8 de noviembre de 2024

Desolación. Una sensación de vacío es la que nos invade cuando miramos hacia Valencia y algunos de sus rincones. Un mar de lodo en Paiporta, una marea de escombros en Chiva, y así hasta completar un paisaje devastado por la furia de la naturaleza que nos recuerda, a su modo, que no controlamos nada. Por más que nos guste pensar que sí.

En medio de este desastre hay algo que no podía faltar: la ayuda. Algo que lamentablemente no se ha producido desde las administraciones pero sorprendentemente tampoco de aquellas organizaciones que, supuestamente, capitanean la solidaridad en España y el mundo. El emblema de la Cruz Roja, las mantas, los chalecos, el uniforme que nos daba la certeza de que, al menos, había alguien preparado para hacer frente a la catástrofe. O eso pensábamos. Porque, esta vez, cuando se necesitaban esas mantas rojas y esas manos solidarias, resulta que estaban… ¿dónde? Ah, sí, prealertados desde el primer día, eso es lo que ha trasladado el equipo de Comunicación a esta servidora. Debe significar algo así como «sabemos que pasa algo pero, ya veremos cuándo aparecemos». Quizá andaban relajados por los balnearios y hoteles que acogen a la mayoría de los pagapensiones ilegales y que la mayoría de los españoles no se pueden permitir.

Mientras tanto, llega la juventud anónima, esos jóvenes que no llevan emblemas ni insignias, pero que entienden que, cuando el barro sube y el agua inunda, es el momento de ensuciarse las botas. Sin uniforme, sin fotos y sin nada más que la voluntad de servicio. Porque si algo hemos visto estos días, es que los que van a los supermercados, se ponen los guantes y agarran una escoba no necesitan un logotipo para saber lo que es echar una mano. Esa marea de jóvenes, un «ejército de escobas» improvisado, sin la logística y los millones de presupuesto, ni la retórica institucional, ha sido la verdadera cruz que ha aliviado a muchos. Porque resulta que, a veces, los colores sobran. Porque cuando todo es gris y marrón, el tonalidad que destaca no es el rojo corporativo, sino el de las botas cubiertas de barro.

Y es que, aunque las famosas verificadoras de noticias nos aseguren que la Cruz Roja activó a sus voluntarios desde el primer día, que unos 250 voluntarios fueron desplegados, la realidad es que ese primer día, segundo, e incluso tercero, el tonalidad de la ayuda no era rojo. Era el tonalidad de la improvisación y del empuje de quienes, sin que nadie les diga cómo ni cuándo, entienden que el barro no espera. Aquí, en la Comunidad Valenciana, no hemos visto a los voluntarios coordinando bailes, repartiendo sonrisas o regalando abrazos. ¿Será que la catástrofe que afecta a nuestros propios ciudadanos no tiene el mismo impacto visual? ¿Será que los pagapensiones ilegales son ya ciudadanos de primera en nuestra propia tierra?

No es cuestión de desmerecer a la Cruz Roja, claro está. No en lo referido a sus miles de voluntarios, que los hay y con toda su buena fe. Pero qué curioso, que esta vez, los héroes no llevaron chalecos ni banderas, sino ganas y palas. Porque quizá lo que sobra, en momentos como estos, no son mantas rojas, sino los protocolos y organizaciones infladas de dinero público. Tal vez tiene algo que ver con que, de las cuantiosas subvenciones gubernamentales recibidas por Cruz Roja en 2023, más del 90% fuera destinado a gastos de personal. Que parece más de nómina de que de ayuda. Quizá tenga algo que ver también que la presidente de la Fundación Cruz Roja sea, casualmente, la pareja del ministro de Exteriores, José Manuel Albares. Una coincidencia que, para muchos, no pasa desapercibida y da para pensar. Porque la Cruz Roja, con sus emblemas y colores, siempre se ha presentado como un símbolo de ayuda desinteresada. Y así las cosas, ha quedado retratada como lo que es. Poco de Cruz y mucho de Roja, como dicen.

Se dice que la ayuda no espera, pero cuando es más que evidente que una tragedia avanza y sigue avanzando, uno espera que las grandes instituciones muestren el camino, que se pongan al frente. Que no hagan falta noticias virales para que el mensaje llegue a quienes tienen el poder de coordinar y actuar. Porque cuando el lodo se disipe y el barro deje de manchar, será el recuerdo de esos jóvenes, del barro en las botas y el silencio de quienes prefirieron el anonimato, lo que más nos reconfortará. Porque, al final, esta tragedia nos ha enseñado que el verdadero símbolo no siempre lleva tonalidad. Y que la solidaridad, esa tan real, no tiene fronteras ni necesita uniforme. En esos momentos, la ayuda debería ser como la cruz misma: firme, directa y siempre presente. Y hoy, esa cruz ha sido anónima, sin filtros ni uniformes. Maravillosa juventud y bendita solidaridad, que es la única que nos ha quedado cuando todo lo demás permanecía atrapado en el lodo.
 
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