Marchamaliano
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Plaga de hombres-bicho con microalma - Disidencia
Que no se confunda con el insecto gigante -el hombre alienado- de La Metamorfosis de Kafka; el hombre-bicho (bugman en inglés, al que llamaremos hombricho) es en efecto una neurona totalmente integrada y “bien ajustada” en la mente colmena tecno-corporativa neoliberasta de hoy.
Consecuencia de una sociedad peligrosamente superpoblada, brutalmente capitalista, desvergonzadamente hedonista, jovenlandesalmente en descomposición; el humilde hombricho viene a definir una edad de distopía tecnológica en la que todo el mundo tiene de todo – sus cacharritos, su comida rápida, sus complementos de moda – pero de algún modo tampoco tiene nada – ni comunidad, ni espíritu natural, ni sustancia mental. Es un consumidor zombi, un esclavo a sueldo castrado, un recipiente vacío de significado y llenado con plástico, píxeles y silicona.
Es el vómito de un páramo corporativo estéril. Millones de él, réplicas casi exactas a las que astutos publicistas dicen implacables lo únicos que son; ¡y que se lo creen! Es una personalidad definida por las marcas, un usuario de Twitter con marca de verificación azul. Los hombrichos son lo que sale cuando una cultura se infantiliza, se diluye y se despoja de la mismísima fibra intelectual, filosófica y honorable que otrora la hizo grande. Absolutamente dependiente del apoyo condicionado del Estado-niñera y los aparatos tecnológicos, el hombricho se ha reducido al estatus de animal doméstico. Un niño de 90 kilos.
Y como a un niño, la superficialidad del hombricho lo mantiene maleable a los fugaces caprichos y modas de una sociedad poco equilibrada, adicta al smartphone y enganchada a la dopamina. Basa su identidad en tendencias pasajeras que se le antojan “profundas“, enorgulleciéndose de estar “un paso por delante” de sus pares –un “early adopter“- sin darse cuenta de que es el márketing el que esta siempre un paso por delante de él. Es el sujeto de pruebas millennial, la cobaya por la que pagan 20.000 dólares la hora a los expertos en “fidelizar clientes” que los encasillan. El primero en la cola para el último iPhone, apoya activamente el ascenso descontrolado de la inteligencia artificial y las nociones de mudanza planetaria.
Las cosas no siempre tuvieron tan mala pinta para el hombricho. Creció en circunstancias afortunadas. Padres de clase media que lo criaron bien, lo llevaron a una buena universidad. La sobresocialización le permitió ser aceptado sin esfuerzo en una civilización mentalmente enferma, pero dolorosamente ausente, sin saberlo él, estaba cualquier tipo de lucha con sentido; los brutales ritos iniciáticos que tras*froman a los niños en hombres. Su desarrollo mental se ha atrofiado en el sentido real al precio de diseñar una asimilación sin dolor y con éxito en un mundo augusto alimentado de idiocia, engaño y frivolidad.
El hombricho ocupa ahora una de dos posibles situaciones vitales. Una, el hombricho de ciudad vive encima, debajo y cabe sus congéneres bichos en una colmena real a escala humana, de ahí su nombre. Dos, el hombricho de suburbio viviendo igual de innatural y perversosmente, alineado en cuidadosa simetría con vecinos a los que nunca conocerá y árboles que nunca crecerán, casa por casa, calle por calle, hasta donde alcanza la vista.
El drenaje deliberado del sentido y la pasión del alma del hombricho facilitó el asignarle sin queja alguna un insípido “trabajo” de buen chico y una “carrera” que hace poco más que apuntalar la demencial estructura corporativista. Es un engranaje complaciente en la trituradora de cosa -marketinero, analista, “gestor de proyecto“- o tal vez ha entregado su vida a preservar la locura del Estado convirtiéndose en abogado o burócrata (muevepapeles). Peor aún, se zampó el sueño STEM vendido por sucios mercaderes de juguetes, condenándose a una existencia de ceros y unos. Cero sentido. Un hombricho triste.
Tan amedrentado por sus amos, el hombricho es fieramente leal a corporaciones sin rostro en lo que parece un caso de síndrome de Estocolmo a la escala de toda la sociedad. Aterrado de que se le exponga por el fraude que es, entrega su mente para que la deformen como plastilina hasta que quepa en el molde de su granja robótica de cubículos. Al poco está mandando 150 emails al día en los que promete “tocar base” y “apalancar los datos“. Trepará por la escalera imaginaria, acosado todo el rato por un vago sentimiento de vacío y una furia durmiente que tal vez lo mande temprano a la tumba.
Al no realizarse con su trabajo, el hombricho se ha sumergido totalmente en el Contenido, la Socialización Digital y el Entretenimiento. Frente a la monumental tarea de salvar su alma, en vez de ello recurre al escapismo a cada momento. Actualiza su tele 4K de 60 pulgadas a una de 75. Compra más videojuegos y un set de realidad virtual, encuentra un camello que le venda porros y consique que le receten antidepresivos.
Ávido enganchado a Netflix, asiduo al cine y suscrito a Spotify, se hace eco de las reseñas pretenciosas de las revistas refiriéndose a obras mediocres de cultura popular como “urgentes” o “cantos a la vida“. Cegado por su incapacidad de consumir algo más allá de la superficie de las producciones mainstream creadas por comités y de fácil digestión que le hacen tragar con embudo, nunca llegará a conocer la trascendencia del verdadero genio – autores colosales, virtuosos musicales o artistas gloriosos – algo que pueda agrandar su alma.
La dieta del hombricho es igualmente inadecuada en lo nutricional, que es inexplicablemente cara. Ha hecho de la alimentación un acto innecesariamente complicado al caer en las falacias mutuamente publicitadas de que la comida puede mejorarse con la tecnología -vean los tentempiés de “comida saludable” vendidos envueltos en cartón reciclado- y que preparar comida como Dios manda es un desperdicio de tiempo y esfuerzo. Así, todo lo que come viene empaquetado, producido en laboratorio, horriblemente sobrecargado de sal y/o azúcar. El ejercicio físico no es parte de su vida, con lo que el resultado es una estructura muscular atrofiada, formaciones de tejido adiposo aislando sus órganos internos y una piel pálida y escamosa.
El hombricho está intensamente enfocado en hacer su vida más “eficiente“. Si subcontrata todas las tareas domésticas y renuncia a fundar una familia, podrá tener más tiempo para consumir y más tiempo para tirar en su trabajo sin sentido y aficiones de moda. Le llevan la compra a casa y pide a Alexa que le actualice con las noticias de hoy. La “gamificación” a través de apps de 3€ ha conquistado prácticamente cada aspecto de su vida. Esto es progreso para el hombricho.
Cuando se trata del deporte, el hombricho puede dividirse claramente en dos grupos distintos. O bien el deporte no forma parte de su vida – el empollonicho– o bien es una de sus características definitorias – el foroficho. Éste, otrora un atleta prometedor, ahora mira encervezado y con la hoja de apuestas en la mano cómo le proyectan ¡DEPORTE! chillón y desinfectado en las retinas, aliviándole el cerebro de cualquier otro signo vital que pudiese haber surgido de otro modo. Los forofichos se han llegado a ver gastando más de 30 horas por semana consumiendo ¡DEPORTE! y más aún leyendo/hablando de ello.
Los medios sociales son la plaza pública del hombricho. Ahí “debate“, hace chistes y presume de su estatus y su virtud jovenlandesal ante la colmena. Ahí es donde busca un respiro de la alienación de la vida moderna, pero nunca llega a encontrarla del todo. Zapea por su feed de Twitter sin rumbo, se carcajea con los clips de Broncano y Jon Oliver en Youtube, y se describe con aires de suficiencia “liberal en lo social y conservador en lo económico” en las secciones de comentarios de El País o el New York Times.
La severa carencia de escepticismo en el hombricho los lleva por un camino saturado por los medios de masas de adulación tecnológica, falacias de “justicia social” y una jovenlandesalidad de “progreso” a toda costa. La carestía de contexto histórico, racional y espiritual en su mente deja solamente la posibilidad de sufrir en el bullicioso pánico del día presene, con las antenas dando espasmos en respuesta a las Malas Noticias predominantes.
Al hombricho le importa poco que al mundo lo hayan corrompido y dañado irrevocablemente los tecnólogos maquiavélicos y los turbios burócratas. Si no es uno de ellos, les compra bicho entero sus misiones aprobadas por la ONU para traer la “paz mundial“, “acabar con la pobreza” y demás disparates bienintencionados. Ignora el impacto tóxico de las corporaciones y think tanks globalistas que existen puramente para alimentar sus impulsos consumistas y crear el artificio económico que sostiene dicho comportamiento. Es el orate útil arquetípico, que mantiene en perfecto orden todo aquello a lo que se opone.
Oculta su cobardía intelectual entre retórica ideológica y neolengua orwelliana. El debate convincente y la búsqueda de la verdad desafían su dominio del discurso público, con lo que el hombricho debe dominar la distorsión de argumentos con maestría en un intento desesperado de retratarse como la parte justa y razonable. Cuidado con su poderosa caja de herramientas, que incluye pero no se limita al postureo jovenlandesal, los gritos de “discurso de repruebo“, argumentos de hombre de trabajo manual y ataques ad hominem. Todo ello brota de su miedo a contradecir los puntos de vista “correctos” del día. si se limita a repetir como un papagayo el comentario mainstream, está seguro de hallarse en el lado correcto de la Historia.
A pesar de toda la inhumanidad y miseria de un hombricho mostrada ante ustedes, pueden estar seguros de que no es hecho baladí encontrarse con uno en persona que revele su trauma. Se presentará invariablemente como amable, gentil, feliz y “agradable“. Rehúye notablemente la confrontación, evitando la controversia a casi cualquier coste. La cultura políticamente correcta lo tiene zozobrante, aterrado de que lo nopersonen por pensarmal. Éste es el caparazón duro del hombricho, y jamás se atraviesa. Bajo este caparazón yace su microalma, buscando infructuosamente subsistir.
Aunque se maneje con un aire de superioridad jovenlandesal e intelectual, el hombricho ha dejado de preguntarse las grandes preguntas. Puede recordar vagamente la fascinación que sintió de pequeño, esas ocasiones mirando a las estrellas y la Luna; esas ocasiones reflexionando sobre sus ancestros, de dónde viene, la historia y tradiciones de la Humanidad y la belleza salvaje de la Tierra. Ahora su mente está tan distraída por la inanidad pixelada, la cultura sarama y su ridículo trabajo que no puede, por el amor de DIos, simplemente sentarse y pensar. Ya no es capaz de estar en paz o alegrarse de la naturaleza y la simplicidad dichosa. Siente frustración por su impotencia para acabar con las fuerzas misteriosas que trituran su alma día tras día, pero no hace nada contra ello. Y así sigue siendo, indefinida y enfáticamente, un hombricho con microalma.
Que no se confunda con el insecto gigante -el hombre alienado- de La Metamorfosis de Kafka; el hombre-bicho (bugman en inglés, al que llamaremos hombricho) es en efecto una neurona totalmente integrada y “bien ajustada” en la mente colmena tecno-corporativa neoliberasta de hoy.
Consecuencia de una sociedad peligrosamente superpoblada, brutalmente capitalista, desvergonzadamente hedonista, jovenlandesalmente en descomposición; el humilde hombricho viene a definir una edad de distopía tecnológica en la que todo el mundo tiene de todo – sus cacharritos, su comida rápida, sus complementos de moda – pero de algún modo tampoco tiene nada – ni comunidad, ni espíritu natural, ni sustancia mental. Es un consumidor zombi, un esclavo a sueldo castrado, un recipiente vacío de significado y llenado con plástico, píxeles y silicona.
Es el vómito de un páramo corporativo estéril. Millones de él, réplicas casi exactas a las que astutos publicistas dicen implacables lo únicos que son; ¡y que se lo creen! Es una personalidad definida por las marcas, un usuario de Twitter con marca de verificación azul. Los hombrichos son lo que sale cuando una cultura se infantiliza, se diluye y se despoja de la mismísima fibra intelectual, filosófica y honorable que otrora la hizo grande. Absolutamente dependiente del apoyo condicionado del Estado-niñera y los aparatos tecnológicos, el hombricho se ha reducido al estatus de animal doméstico. Un niño de 90 kilos.
Y como a un niño, la superficialidad del hombricho lo mantiene maleable a los fugaces caprichos y modas de una sociedad poco equilibrada, adicta al smartphone y enganchada a la dopamina. Basa su identidad en tendencias pasajeras que se le antojan “profundas“, enorgulleciéndose de estar “un paso por delante” de sus pares –un “early adopter“- sin darse cuenta de que es el márketing el que esta siempre un paso por delante de él. Es el sujeto de pruebas millennial, la cobaya por la que pagan 20.000 dólares la hora a los expertos en “fidelizar clientes” que los encasillan. El primero en la cola para el último iPhone, apoya activamente el ascenso descontrolado de la inteligencia artificial y las nociones de mudanza planetaria.
Las cosas no siempre tuvieron tan mala pinta para el hombricho. Creció en circunstancias afortunadas. Padres de clase media que lo criaron bien, lo llevaron a una buena universidad. La sobresocialización le permitió ser aceptado sin esfuerzo en una civilización mentalmente enferma, pero dolorosamente ausente, sin saberlo él, estaba cualquier tipo de lucha con sentido; los brutales ritos iniciáticos que tras*froman a los niños en hombres. Su desarrollo mental se ha atrofiado en el sentido real al precio de diseñar una asimilación sin dolor y con éxito en un mundo augusto alimentado de idiocia, engaño y frivolidad.
El hombricho ocupa ahora una de dos posibles situaciones vitales. Una, el hombricho de ciudad vive encima, debajo y cabe sus congéneres bichos en una colmena real a escala humana, de ahí su nombre. Dos, el hombricho de suburbio viviendo igual de innatural y perversosmente, alineado en cuidadosa simetría con vecinos a los que nunca conocerá y árboles que nunca crecerán, casa por casa, calle por calle, hasta donde alcanza la vista.
El drenaje deliberado del sentido y la pasión del alma del hombricho facilitó el asignarle sin queja alguna un insípido “trabajo” de buen chico y una “carrera” que hace poco más que apuntalar la demencial estructura corporativista. Es un engranaje complaciente en la trituradora de cosa -marketinero, analista, “gestor de proyecto“- o tal vez ha entregado su vida a preservar la locura del Estado convirtiéndose en abogado o burócrata (muevepapeles). Peor aún, se zampó el sueño STEM vendido por sucios mercaderes de juguetes, condenándose a una existencia de ceros y unos. Cero sentido. Un hombricho triste.
Tan amedrentado por sus amos, el hombricho es fieramente leal a corporaciones sin rostro en lo que parece un caso de síndrome de Estocolmo a la escala de toda la sociedad. Aterrado de que se le exponga por el fraude que es, entrega su mente para que la deformen como plastilina hasta que quepa en el molde de su granja robótica de cubículos. Al poco está mandando 150 emails al día en los que promete “tocar base” y “apalancar los datos“. Trepará por la escalera imaginaria, acosado todo el rato por un vago sentimiento de vacío y una furia durmiente que tal vez lo mande temprano a la tumba.
Al no realizarse con su trabajo, el hombricho se ha sumergido totalmente en el Contenido, la Socialización Digital y el Entretenimiento. Frente a la monumental tarea de salvar su alma, en vez de ello recurre al escapismo a cada momento. Actualiza su tele 4K de 60 pulgadas a una de 75. Compra más videojuegos y un set de realidad virtual, encuentra un camello que le venda porros y consique que le receten antidepresivos.
Ávido enganchado a Netflix, asiduo al cine y suscrito a Spotify, se hace eco de las reseñas pretenciosas de las revistas refiriéndose a obras mediocres de cultura popular como “urgentes” o “cantos a la vida“. Cegado por su incapacidad de consumir algo más allá de la superficie de las producciones mainstream creadas por comités y de fácil digestión que le hacen tragar con embudo, nunca llegará a conocer la trascendencia del verdadero genio – autores colosales, virtuosos musicales o artistas gloriosos – algo que pueda agrandar su alma.
La dieta del hombricho es igualmente inadecuada en lo nutricional, que es inexplicablemente cara. Ha hecho de la alimentación un acto innecesariamente complicado al caer en las falacias mutuamente publicitadas de que la comida puede mejorarse con la tecnología -vean los tentempiés de “comida saludable” vendidos envueltos en cartón reciclado- y que preparar comida como Dios manda es un desperdicio de tiempo y esfuerzo. Así, todo lo que come viene empaquetado, producido en laboratorio, horriblemente sobrecargado de sal y/o azúcar. El ejercicio físico no es parte de su vida, con lo que el resultado es una estructura muscular atrofiada, formaciones de tejido adiposo aislando sus órganos internos y una piel pálida y escamosa.
El hombricho está intensamente enfocado en hacer su vida más “eficiente“. Si subcontrata todas las tareas domésticas y renuncia a fundar una familia, podrá tener más tiempo para consumir y más tiempo para tirar en su trabajo sin sentido y aficiones de moda. Le llevan la compra a casa y pide a Alexa que le actualice con las noticias de hoy. La “gamificación” a través de apps de 3€ ha conquistado prácticamente cada aspecto de su vida. Esto es progreso para el hombricho.
Cuando se trata del deporte, el hombricho puede dividirse claramente en dos grupos distintos. O bien el deporte no forma parte de su vida – el empollonicho– o bien es una de sus características definitorias – el foroficho. Éste, otrora un atleta prometedor, ahora mira encervezado y con la hoja de apuestas en la mano cómo le proyectan ¡DEPORTE! chillón y desinfectado en las retinas, aliviándole el cerebro de cualquier otro signo vital que pudiese haber surgido de otro modo. Los forofichos se han llegado a ver gastando más de 30 horas por semana consumiendo ¡DEPORTE! y más aún leyendo/hablando de ello.
Los medios sociales son la plaza pública del hombricho. Ahí “debate“, hace chistes y presume de su estatus y su virtud jovenlandesal ante la colmena. Ahí es donde busca un respiro de la alienación de la vida moderna, pero nunca llega a encontrarla del todo. Zapea por su feed de Twitter sin rumbo, se carcajea con los clips de Broncano y Jon Oliver en Youtube, y se describe con aires de suficiencia “liberal en lo social y conservador en lo económico” en las secciones de comentarios de El País o el New York Times.
La severa carencia de escepticismo en el hombricho los lleva por un camino saturado por los medios de masas de adulación tecnológica, falacias de “justicia social” y una jovenlandesalidad de “progreso” a toda costa. La carestía de contexto histórico, racional y espiritual en su mente deja solamente la posibilidad de sufrir en el bullicioso pánico del día presene, con las antenas dando espasmos en respuesta a las Malas Noticias predominantes.
Al hombricho le importa poco que al mundo lo hayan corrompido y dañado irrevocablemente los tecnólogos maquiavélicos y los turbios burócratas. Si no es uno de ellos, les compra bicho entero sus misiones aprobadas por la ONU para traer la “paz mundial“, “acabar con la pobreza” y demás disparates bienintencionados. Ignora el impacto tóxico de las corporaciones y think tanks globalistas que existen puramente para alimentar sus impulsos consumistas y crear el artificio económico que sostiene dicho comportamiento. Es el orate útil arquetípico, que mantiene en perfecto orden todo aquello a lo que se opone.
Oculta su cobardía intelectual entre retórica ideológica y neolengua orwelliana. El debate convincente y la búsqueda de la verdad desafían su dominio del discurso público, con lo que el hombricho debe dominar la distorsión de argumentos con maestría en un intento desesperado de retratarse como la parte justa y razonable. Cuidado con su poderosa caja de herramientas, que incluye pero no se limita al postureo jovenlandesal, los gritos de “discurso de repruebo“, argumentos de hombre de trabajo manual y ataques ad hominem. Todo ello brota de su miedo a contradecir los puntos de vista “correctos” del día. si se limita a repetir como un papagayo el comentario mainstream, está seguro de hallarse en el lado correcto de la Historia.
A pesar de toda la inhumanidad y miseria de un hombricho mostrada ante ustedes, pueden estar seguros de que no es hecho baladí encontrarse con uno en persona que revele su trauma. Se presentará invariablemente como amable, gentil, feliz y “agradable“. Rehúye notablemente la confrontación, evitando la controversia a casi cualquier coste. La cultura políticamente correcta lo tiene zozobrante, aterrado de que lo nopersonen por pensarmal. Éste es el caparazón duro del hombricho, y jamás se atraviesa. Bajo este caparazón yace su microalma, buscando infructuosamente subsistir.
Aunque se maneje con un aire de superioridad jovenlandesal e intelectual, el hombricho ha dejado de preguntarse las grandes preguntas. Puede recordar vagamente la fascinación que sintió de pequeño, esas ocasiones mirando a las estrellas y la Luna; esas ocasiones reflexionando sobre sus ancestros, de dónde viene, la historia y tradiciones de la Humanidad y la belleza salvaje de la Tierra. Ahora su mente está tan distraída por la inanidad pixelada, la cultura sarama y su ridículo trabajo que no puede, por el amor de DIos, simplemente sentarse y pensar. Ya no es capaz de estar en paz o alegrarse de la naturaleza y la simplicidad dichosa. Siente frustración por su impotencia para acabar con las fuerzas misteriosas que trituran su alma día tras día, pero no hace nada contra ello. Y así sigue siendo, indefinida y enfáticamente, un hombricho con microalma.