Pedro Sánchez es abucheado en su visita sorpresa a la Madrid Fashion Week: «¡Traidor!»

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Su baile abre ante vuestros ojos una Plaza de Toros, un día de sangre. La fin de Dominguín, La Giralda, de Juarranz; el sol entre nubes de polvo, producidas por los carruajes que van a la Plaza; la sangre de los caballos en la arena del circo; los gritos de impaciencia de cincuentamil espectadores; el patio de un presidio un día de riña; el corazón de un torero guardado en un frasco de alcohol; el mapa de España ocupado por un circo gigantesco cuya única puerta diera a Gibraltar; la piedra de Clunia; sacos de monedas iberas con taurobolios o cornupetas; el salto de Martincho; Manuel Bellón marconeando un toro; el escudo de España entre banderillas y picas, a la puerta de la escuela de Tauromaquia; un monosabio metiendo la asadura de un caballo en la panza y cosiéndola con estopa; la bandera española flotando sobre la Plaza y los enfermos de los hospitales bebiendo caldo de toros rabiosos muertos; el Desperdicios arrancándose de un tirón, cerca de la barrera, el ojo que el toro le desprendiera con el asta; los rehiletes del licenciado Falces; los miles de libros de la Bibliografía taurina de Carmena saliéndose del catálogo e inundando el Parlamento; José Cándido resbalando en la sangre de un caballo y muriendo en los cuernos de un toro; las láminas de la Tauromaquia de Goya y los artículos de la Tauromaquia de Paquiro; don Alfonso el Sabio prohibiendo en las partidas primera, tercera y setena las corridas; los nobles clavando sus rejones y los plebeyo asaeteando novillos desde los árboles; Felipe II negándose a Imponer la Bula de excomunión del papa Pío V; la duquesa de Alba montada a horca¬jadas en un toro de Murube; las trescientas noventa y nueve plazas de toros y las cuatrocientas seten¬ta y tres cárceles; los treinta mil pueblos sin escuelas; el crimen de ayer; un torero en el lecho de una condesa; la Dolorosa saludada con saetas; diez millones de hombres en la miseria corriendo detrás de la tartana que lleva los toreros á la Plaza; la fin de Carmen en la puerta de la plaza de Sevilla; un falo monstruoso colgado de la lanza de la bandera nacional; seres espantosos arrojando en cubos al Océano la sangre de los españoles; el volapié; la suerte de recibir; la capa de Lagartijo; un cartel de toros ocupando una página en la Historia Universal; flamencos pisando los huesos de sus pa¬dres en los cementerios; cuadrillas vagabundas de etnianos asesinándose en los suburbios de las ciuda¬des; las casas de lenocinio en hacinamiento espan¬toso; un mantón de Manila ensangrentado y una liga de mujer en el cuartel del león de nuestro escudo; el bombo de la Lotería de Navidad; ríos de manzanilla inundando las poblaciones; el ayeo, el jipío, las palmas, el retruécano; la fin sentada en la meseta de Castilla con los dos pies en el Atlántico, mirando las Américas independientes; las chulas arrojando a los tornos de las Inclusas centenares de cachorros vestidos de chisperos… ¿Más? Mucho más. Viendo el espectáculo del flamenco se concibe que España lleve seis siglos de retraso a los demás pueblos en su civilización.
 
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