petalo
Madmaxista
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La Ley Antitabaco mata árboles
08 abril 2011
Obviamente una ley no mata. Pero sí lo pueden hacer los cambios de hábitos en nuestras costumbres por ella provocada. Como la Ley Antitabaco. Desde su aprobación a comienzos de año, los fumadores se han lanzado a las calles a fumar esos cigarrillos que no les dejan encender en espacios cerrados públicos. En una sociedad culta y educada esta decisión no habría supuesto problema alguno. En la nuestra, básicamente maleducada, el resultado es el de cientos de miles de colillas arrojadas diariamente al suelo en todas las ciudades.
Cada año los españoles se fuman 23.000 millones de cigarrillos que en un porcentaje altísimo acaban en la calle. Los filtros están hechos de acetato de celulosa, un plástico que tarda entre uno y diez años en descomponerse. Pero además acumulan peligrosos productos tóxicos capaces de infiltrarse en el suelo y contaminar la tierra y el agua.
Les cuento mi reciente experiencia en un hospital. Aprovechando el sol primaveral, el personal clínico y público en general fuman sus cigarrillos junto a la verja de entrada al recinto. Uno tras otro, pausadamente, apuran las colillas antes de tirarlas con indolencia al alcorque más cercano, donde crecen sufridos árboles urbanos. Ese reducido espacio de tierra es el único suelo que tienen sin asfaltar las plantas, convertido en vergonzoso vertedero donde se concentran cantidades letales de nicotina y alquitrán. Acabarán matándolos, pero les da igual. “Si se mueren ya plantarán otros”, me responde indolente un fumador. “Habernos puesto ceniceros”, le apoya otro. Inútil hablarles de reciclaje o de multas por ensuciar la vía pública.
¿Qué abulta más, un cigarrillo entero o una colilla? El primero se guarda y la segunda termina en el suelo, matando árboles, envenenando ríos, sonrojando a las personas educadas.
08 abril 2011
Obviamente una ley no mata. Pero sí lo pueden hacer los cambios de hábitos en nuestras costumbres por ella provocada. Como la Ley Antitabaco. Desde su aprobación a comienzos de año, los fumadores se han lanzado a las calles a fumar esos cigarrillos que no les dejan encender en espacios cerrados públicos. En una sociedad culta y educada esta decisión no habría supuesto problema alguno. En la nuestra, básicamente maleducada, el resultado es el de cientos de miles de colillas arrojadas diariamente al suelo en todas las ciudades.
Cada año los españoles se fuman 23.000 millones de cigarrillos que en un porcentaje altísimo acaban en la calle. Los filtros están hechos de acetato de celulosa, un plástico que tarda entre uno y diez años en descomponerse. Pero además acumulan peligrosos productos tóxicos capaces de infiltrarse en el suelo y contaminar la tierra y el agua.
Les cuento mi reciente experiencia en un hospital. Aprovechando el sol primaveral, el personal clínico y público en general fuman sus cigarrillos junto a la verja de entrada al recinto. Uno tras otro, pausadamente, apuran las colillas antes de tirarlas con indolencia al alcorque más cercano, donde crecen sufridos árboles urbanos. Ese reducido espacio de tierra es el único suelo que tienen sin asfaltar las plantas, convertido en vergonzoso vertedero donde se concentran cantidades letales de nicotina y alquitrán. Acabarán matándolos, pero les da igual. “Si se mueren ya plantarán otros”, me responde indolente un fumador. “Habernos puesto ceniceros”, le apoya otro. Inútil hablarles de reciclaje o de multas por ensuciar la vía pública.
¿Qué abulta más, un cigarrillo entero o una colilla? El primero se guarda y la segunda termina en el suelo, matando árboles, envenenando ríos, sonrojando a las personas educadas.