Pablo Carbonell: "No sé ni cómo sigo vivo, me he metido de todo"

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21/03/2016 02:26

Pablo Carbonell ha necesitado 53 años, un camión de droja, miles de noches de insomnio y unas memorias de 379 páginas para alcanzar una conclusión inapelable: «Soy inmortal». Lo proclama a primera hora en un bareto madrileño mientras sorbe un café bien cargado para deshacerse del sopor mañanero: «No sé ni cómo estoy vivo...», confiesa. «En serio: ¡no entiendo cómo no me he matao!».

Pablo titubea al hablar y abre los ojos con ese gesto alucinado tan suyo que sólo tiene un adjetivo posible: pablocarbonelliano. Luego le entra la risa, como si aún le sorprendiera su recién descubierto superpoder. «Haga lo que haga, no voy a palmar», insiste. «Me he metido de todo... Me he pegado unas leches tan bestiales en el escenario que mi grupo se ha puesto a tocar la marcha fúnebre... Pero nada: ¡es que no pueden conmigo!».

Así lo atestigua El mundo de la tarántula (Blackie Books), su nuevo libro de memorias. Es la crónica chanante de cómo un gaditano de buena familia se convirtió en hippie para luego mutar en dibujante, augusto arty, estrella del rock, reportero intrépido, director de cine, jurado de talent show y, ahora, autor de la versión cañí de un género que arrasa en medio mundo: las memorias confesionales. Allí recoge las siete vidas de un creador torrencial que, como un gato puesto de LSD, no siempre cae de pie. Pero sí, al menos, de costado.

1. EL HIPPIE

Pablo Carbonell nació en una familia ultracatólica de Cádiz donde el flamenco era «música de pobres» y el único consejo paterno cuando sufrió bullying fue que pusiera «la otra mejilla». Es decir, el entorno idóneo para que un rebelde congénito como Pablo se convirtiera en un hippie enganchado al ácido, la vagancia y el sesso libre. «Tuve una adolescencia criminal», recuerda. «Tenía un malo viviendo dentro de mí, era totalmente autodestructivo... Ahora, menos mal, este malo se limita a comerme las uñas».

Fue en esta época cuando fue rescatado de la fin por la Guardia Civil en pleno colocón de estramonio. «A mis padres les expliqué que me había fumado un porro y se lo creyeron: para qué discutir», explica. También perdió la virginidad con un chico ácrata: en su adolescencia, explica, tenías suerte si una chica te daba un beso en la mejilla tras pasear con ella toda la tarde. Así que decidió autoproclamarse bisexual... pese a que nunca había estado con una mujer. «Porque no me dejaban, claro».

Carbonell siempre había ocultado esta fase de su vida. «Yo mismo me pregunto para qué shishi lo he contado ahora», se carcajea. Ni siquiera su actual pareja está al corriente de sus aventuras juveniles con chicos. «Aún tengo que esperar su aprobación cuando lea el libro... ¡Y la de mi suegra». ¿Y si no lo acepta? «Será culpa suya. Por casarse con el hombre equivocado» (ríe).

2. EL augusto

Su primer trabajo fue hacer teatro callejero junto a su «hermano»Pedro Reyes. Así sobrevivieron hasta que llegó la Movida y, ya instalados en Madrid, se convirtieron en los payasos oficiales de la escena. Son míticas sus actuaciones en el Rockola y aún más sus gags en La Bola de Cristal, el programa infantil presentado por Alaska.

Dice Carbonell que hoy sería inconcebible un humor así de corrosivo. Pone como ejemplo la canción Bum Bum 1789, que narra el asalto al palacio donde viven los reyes. «Si la escribo hoy, me llevarían directo al cuartelillo por exaltación del terrorismo o llamar a la rebelión... Pero cómo llevo 30 años cantándola, pues me tienen que dejar», explica. «La gente ha perdido la libertad. Y, sobre todo, la libertad de permitir la libertad».

Siempre me he preguntado una cosa sobre ti: ¿tú estás loco o te lo haces?
Soy adicto a la libertad. Y la locura me permite ser libre (se queda callado un buen rato). Creo que con esto he contestado a la pregunta.
Entonces, ¿llamamos locos a quienes hacen lo que les da la gana?
Mira Mi agüita amarilla. A simple vista, es la canción de un tipo trastornado sobre su propio pis, pero se ha convertido en un himno colectivo. O yo no estoy tan loco o la gente está muy loca también. Estoy convencido de que la gente normal no existe. ¡Es que no somos normales!
Algunos lo ocultan mejor...
Mis anormalidades son simples espejos que lanzo a la sociedad para que vea lo majara que está.

3. EL MÚSICO

Tras el éxito de La Bola de Cristal, Carbonell se impuso un nuevo desafío: crear un antigrupo de rock. Tras tantos años siendo un augusto entre los glamourosos cantantes del Rockola, llegaba la hora de la venganza. Ya desde el nombre, Los Toreros Muertos, dejó clara su intención: subvertir los clichés de los géneros musicales. Y, para su sorpresa -o no: por algo estamos todos locos-, aquel engendro se convirtió en uno de los mayores superventas de los 80, además del grupo favorito de los lugartenientes de Pablo Escobar, que contrataron sus servicios para una de sus juergas.

El pelotazo provocó una sensación paradójica en Carbonell, defensor de causas imposibles. Una vez se compró el Desire de Bob Dylan porque llevaba una pegatina que ponía No 1 en América: le gustaba que el cantautor presumiera de no haber encabezado las listas de éxitos. Descubrió demasiado tarde que, en realidad, aquel No significaba número. «Desde pequeñito tengo una fobia tremenda al éxito: los que triunfan me parecen unos aborregaos», confiesa.

Pues tú has triunfado mucho.
Y he estado aborregao. Adoro al individuo. La masa tiene mal gusto, es influenciable, me da pavor...
¿Y no te daba pavor cuando tocabas ante 30.000 personas?
Me da tanto miedo que sólo la aguanto desde el escenario, para no estar entre la masa (ríe).

Carbonell también es feroz en su aversión a la música actual. Dice que sólo sirve para apaciguar a la juventud y aplacar cualquier rebeldía. Por eso, resucitó a los Toreros Muertos en 2007, que aún siguen dando bolos de vez en cuando. «La gente flipa», dice. «Ya están hartos de ver a cantantes que parece se han sacado dos litros de sangre antes de subir al escenario».

4. EL YONQUI

El triunfo de los Toreros tuvo su precio. A mediados de los 90, a Carbonell le dejó su mujer, progenitora de su primera hija, y se sumergió en su «etapa de color»:tres años en los que básicamente se alimentó de alcohol y cocaína. «Vivía como el protagonista de Leaving Las Vegas: bebía, vomitaba y seguía bebiendo... Fue una época muy dura, en la que apenas dormía. Me rondaba mucho la idea de suicidarme».

¿Qué aprendiste de aquello?
Que perdí mucho el tiempo dando vueltas como una peonza. Y que no hay que usar drojas sobre el escenario. La gente me ve y dice: «Cómo va este tío». ¡Pues es todo agua! Primero, porque las drojas merman mi capacidad. Y, sobre todo, porque si voy puesto de farlopa, siento que los aplausos, que son lo que más me gusta del mundo, en realidad se los merece el dealer. ¿Te imaginas? «Un momento, que va a salir el camello a saludar».
Sin embargo, has actuado en conciertos contra la droja...
Claro, es lógico: yo sé más de droja que la Reina Sofía, así que hablo con conocimiento de causa. Es como cuando tus padres te dicen que no te drogues... Vamos a ver, papá: tú tomas optalidón, café y vas a misa. Déjame que yo alcance el misticismo como pueda. Eso sí, a mí el arte me salvó de caer en la heroína.
¿Y eso?
Porque si no estoy trabajando, me destruyo. O con mi hija. A mí me salvan la familia y el trabajo... ¡Parezco un jesuita! ¡Parezco el Papa!

5. EL REPORTERO

Dos casualidades salvaron a Pablo Carbonell de su etapa de color. La primera: una chica joven que confió en él. La otra: un trabajo como reportero encorbatado en el nuevo programa de su amigo Wyoming. Sí: el triunfal Caiga quien Caiga, que volvió a convertirle en uno de los personajes más populares de España.

Fue allí donde protagonizó alguna de las escenas más descacharrantes de la historia de la tele. Un ejemplo: su reportaje sobre una obra del periodista Antonio Burgos. «¿Es éste su último libro?», le preguntó con tono amable. «Sí, por supuesto», respondió el columnista sevillano. Y Carbonell, tras una cruel pausa de un par de segundos, remachó el gag: «¿Me lo promete?».

«En realidad, mi pregunta era otra: si a su mujer le gustaba la morcilla de Burgos», cuenta. «Pero para hacerle esa pregunta necesitaba intimar un poco con él».

Su especialidad, sin embargo, era acosar a los políticos con preguntas surrealistas. Fue sonado su coqueteo con Esperanza Aguirre, entonces ignota ministra de Educación, a la que convirtió en una estrella mediática. ¿Se arrepiente de haber sacado el lado humano de los políticos? «Yo sólo me arrepiento de perder el tiempo y de sufrir inútilmente», dice. «Aunque es cierto que los políticos, no sé por qué, ahora se toman muy en serio a sí mismos... Cuando los franceses intentaron enseñarnos la enciclopedia, se dijeron: 'España no puede funcionar, hay demasiados curas'. Pues ahora España no funciona porque hay demasiados políticos».

¿Qué opinas del bloqueo en la formación de Gobierno?
Estoy feliz. Al menos tengo la garantía de que no van a hacer nada que me pueda jorobar. Eso es una ventaja... Y ninguno de los candidatos a presidente me hace especial ilusión.

6. EL CINEASTA

Sin miedo al spoiler, Carbonell desvela cómo acaban sus memorias: el día que María, la futura progenitora de su segunda hija, va a verle a un estreno. Fue hace nueve años y, desde entonces, goza de una felicidad cuasiburguesa. «El libro cuenta mi Antiguo Testamento, cuando aún era un salvaje», dice. «Mi Nuevo Testamento me lo guardo para mí».

En estos años, Carbonell se ha metido en mil aventuras: director de la película Atún y chocolate (2004), copropietario de la discográfica 18 Chulos, actor en la serie Hospital Central e, incluso, jurado en el programa Tú sí que vales. «Ni sé cómo acabé ahí», dice. «Me decían por el pinganillo 'cárgate a este concursante'. Y, claro, a mí era el que más me gustaba». ¿Y qué hizo? «Pues cargármelo, porque si no igual no me pagaban... Pero al siguiente programa ya no volví».

7. EL ESCRITOR

Hace un par de años, Carbonell felicitó por Twitter al editor de Cosas que los nietos deberían saber, las exitosas memorias del cantante del grupo Eels. La respuesta fue un desafío: ¿se atrevería a escribir un libro parecido? «Antes de darme cuenta, ya me habían pagado un adelanto, así que no me ha quedado más remedio que escribir el maldito libro».

Al principio, le dio algo de yuyu, como si escribir sus memorias fuera el paso previo a la tumba. Carbonell siempre ha estado algo obsesionado con la fin: llegó a estar tan convencido de que tenía el sida que se negaba a hacerse las pruebas.

Pero escribir el libro le ha descubierto su inmortalidad, un hallazgo que ni siquiera se ha quebrado con el fallecimiento de dos de sus mejores amigos, Javier Krahe y Pedro Reyes, cuando ya había entregado el texto. «Lo de Javier me lo esperaba, pero lo de Pedro...», dice en voz baja. «Murió de un infarto por la asfixia fiscal, estaba obsesionado con el trabajo y las deudas... Es una víctima del 21% del IVA, lo digo así de claro».

¿Crees en Dios?
Yo cojo la parte buena: la idea de que existe Dios me da confianza para hacer cosas que a otra gente le dan miedo. ¿Pero creo en él? No. Con Dios me pasa como con las chicas del póster central de Playboy: sé que no son reales, que en la vida real no existen... Pero me gusta pensar que sí.
De cero a diez, ¿como te lo has pasado en la vida?
(Calla un buen rato) ¡Un once!
Y eso que también has estado muy estropeado...
Ya. Pero no me he apiolado. Y ahora disfruto de una inmortalidad muy placentera.

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