Otro orate a las tres covidiano. ¿Es que no hay periodistas decentes?

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Que el 100% de los políticos sean covidianos se entiende, porque ellos disfrutan con el sometimiento del pueblo. Pero que el 100% de la prensa sea covidiana es algo digno de investigación. Se supone que la prensa tiene como valor vigilar los desmadres de los gobernantes y sin embargo han cogido el papel inquisidor de la fe covidiana. Y no es necesario que sea Telahinco o Antonia 3. En un periódico regional como Diario de Sevilla este carapolla repite los mismos mantras covidianos del gobierno.

La desmesura de algunos hosteleros

Cualquiera puede comprender el enojo de la hostelería al ver mermadas sus expectativas de ingreso en unas fiestas que cada año se han alargado más, hasta el punto de que el calendario de almuerzos y cenas comenzaba a finales de noviembre. El Gobierno andaluz asume un riesgo al permitir a los restaurantes abrir dos horas y media por la noche. Lejos de reconocer este aumento de las horas de apertura, los hosteleros, o algunos de ellos, se han tirado al monte y exigen la dimisión del presidente andaluz, además de declarar rotas las relaciones entre ambas partes. Se trata de una reacción disparatada, desmesurada y fuera de lugar. La sociedad al completo lleva ocho meses sufriendo restricciones. No sólo han cerrado bares en España, sino comercios de todo tipo y negocios muy variopintos, desde gimnasios a teatros, pasando por atracciones infantiles. Tal vez algunos hosteleros fallan en no ver la botella media llena, o en no apostar por la innovación. Baste un ejemplo: a los cinco minutos de terminar la comparecencia de Moreno, el Hotel Alfonso XIII remitía sus ofertas de comidas, cenas y hospedaje para estas fiestas, destinadas a los residentes andaluces. Cada vez son más bares los que ofrecen servir sus platos a domicilio. Urge esa renovación más allá de las legítimas reivindicaciones de ayudas directas. Pero, ojo, ni el Estado ni la Administración autonómica podrán socorrer a todos. La gente se está muriendo. Llevamos desde marzo contabilizando fallecidos. El Gobierno andaluz ha demostrado un conocimiento preciso de la realidad al clausurar la vida social de seis a ocho de la tarde. Podrá tildarse de exceso por algunos, pero se trata de proteger nuestra salud. La Navidad está pasada de rosca desde hace dos décadas, bañada excesivamente en alcohol y metida en una espiral consumista que no sólo encrespa a los obispos, sino a cualquier ciudadano mesurado y criado en valores. Se comprende que esa evolución haya generado grandes beneficios a los empresarios de la hostelería, pero esta esa época en el 2020 de la que yo le hablo ha parado el mundo, ha dinamitado los esquemas de nuestra vida cotidiana y ha provocado más de 60.000 muertos en España. Haría bien la hostelería, donde tantísima gente buena hay, en orillar el sector bochinchero que existe en todo gremio. Es tiempo de sacrificio, de diálogo, de comprensión y de sobreesfuerzo. Para todos. Esta vez el Gobierno ha sido hasta generoso. Y veremos si no se lo reprochamos en enero.

La franja horaria de los borrachos

El presidente de la Junta de Andalucía fue rotundo al advertir que si hay excesos en las pascuas de Navidad, habrá dramas en enero. Avisados estamos. Apelar a la responsabilidad individual provoca habitualmente un sentimiento de frustración. Hay que desear que Dios salve al presidente Moreno, porque ha abierto el grifo más de lo que algunos esperaban. En cierta manera ha asumido un riesgo al aumentar las posibilidades de desplazamientos, los horarios de apertura del comercio y, al menos en la segunda fase, el de los bares. Resulta curioso que el comité de expertos impida la apertura continuada de las tabernas toda la tarde. Seguirán cerrando a las seis de la tarde, pero podrán abrir en una suerte de segundo turno de ocho a diez y media de la noche.

Dos horas y media para hacer como en tiempos se hacía en Ferias como la de Sevilla: barrer la caseta, limpiar las mesas, ordenar el mobiliario y permitir un pequeño descanso a los camareros. Los expertos detectan que en esa franja vespertina de dos horas y media se concentra el mayor número de relajaciones y comportamientos inadecuados que disparan los contagios. No lo dijo el presidente, pero todos lo pensamos: es la hora del máximo efecto del alcohol consumido a mediodía. Y se trata de impedir esa sesión continua tan peligrosa que marca las celebraciones.

La Junta promueve el retorno al hogar a media tarde de los bebidos, o evita directamente que pillen la cogorza. Se trata en el fondo de poner trabas, hacerle difícil a muchos la costumbre de agarrar la trompa en días de elevado consumo de destilados y fermentados. He ahí la clave. Y el presidente no necesitó referirse directamente a esa sustancia que ingerida en exceso altera sustancialmente los caracteres y no siempre para aumentar la alegría. No nos engañemos: el reto de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo esta Navidad pasa en buena medida por una lucha contra el alcohol, como ha ocurrido en los últimos veinte años con fiestas como la Semana Santa, con graves alteraciones de orden público siempre a las mismas horas de la noche.

Si de la responsabilidad individual se puede esperar poco, imaginen qué se puede aguardar cuando los individuos salen a la calle alicatados. Acierta Moreno en suprimir la participación en los encuentros familiares de los allegados. La Guardia Civil se lo agradecerá para evitar un desmadre, o directamente un pitorreo continuo. Viviremos la Navidad en dos turnos. El que quiera sesión continua, siempre tiene su casa. Y Dios en la de todos. Porque la Junta no estará en nuestros hogares. Moreno ha reconocido que eso sería imposible. Qué bien explica este hombre lo obvio.
 
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Vaya, nuestro orate a las tres covidiota vuelve a lucirse.

La responsabilidad individual, ja, ja, ja

La responsabilidad individual, ja, ja, ja

Queda la mar de bien soltar esa reflexión en cualquier foro. Usted lo dice y tiene asegurado que nadie le va a rechistar. Pónganse espléndido sin perder la seriedad: "La inmensa mayoría de los sevillanos se comportan de forma ejemplar durante la esa época en el 2020 de la que yo le hablo". Hala, ahí lleva cuarto y mitad de buenismo tela de bien despachado y de regalo una bolsa de patatas fritas, que no es lo mismo que de papasfritas, así todo junto, de los que andamos sobrados. Después de pronunciar esa conclusión, propia de un gran orador y de un arriesgado opinador de tertulia, se va usted a la calle una tarde de fin de semana de diciembre y se topa con la realidad. Nos importa un pepino la esa época en el 2020 de la que yo le hablo porque seguimos buscando la bulla como el pez moribundo en la orilla que busca el agua. No podrá decir que son unos cuantos sevillanos los que abarrotan la Avenida como cada año, ni siquiera aludir a una "minoría irresponsable", lo cual siempre queda muy cívico al igual que esos otros adjetivos del catálogo de lo políticamente correcto. Cuanto ocurrió el sábado por la tarde en el centro de la ciudad anduvo entre lo temerario y lo irresponsable. No todo lo permitido es conveniente. Podemos salir, claro que sí. Como podemos circular a 120 kilómetros por hora en la autovía, pero no siempre se puede ni se debe. ¿Cuándo nos entraron ganas de contemplar por contemplar las luces de Navidad? ¿En qué momento hicimos de la admiración de las lucecitas un motivo de salida? Tal vez es que no tenemos agenda propia. Salimos a la calle sin criterio, a deambular, a vivaquear, como el que acude a un hotel a que un monitor de ocio lo entretenga y acaba haciendo el indio con extraños ejercicios en la piscina mientras los demás huéspedes tienen que sufrir una megafonía estruendosa. Otra de las consecuencias de la bulla navideña, con o sin esa época en el 2020 de la que yo le hablo, son las calles más discretas cargadas de orines, a falta de bares a partir de las seis de la tarde. Sigan, sigan apelando a la responsabilidad individual. Sigan quejándose algunos de los horarios de las tabernas. Aquí todo el mundo necesita cuatro horas para cenar como si fueran patricios en un triclinio. Sigan creyendo que todos somos buenos, conscientes del peligro y responsables. A lo mejor se trata de una mentira que conviene creernos y difundir para seguir manteniendo cierto concepto positivo de sociedad. Una mentira piadosa, que se suele decir. ¡A la calle a ver luces! Y una vez dentro de la bulla, pregunte lo que muchos: "¿Y ahora qué hacemos?". Milagro, será un milagro que no haya repuntes.
 
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