Clavisto
Será en Octubre
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Ayer, por fin, me decidí a regalarle un paquete de tabaco; un Philip Morris, el más barato.
Lo vi llegar como todos los días, las manos a la espalda, mirando al suelo en busca de colillas, fija la vista en el de la terraza de mi bar donde yo estaba sentado disfrutando de la mañana, ya que no poniendo cafés. Unos pasos más allá, junto a la ortopedia, ha rebuscado en la papelera. "Ahora" pensé; y pasé adentro a por el tabaco.
Salí y se lo dí.
- Tenga, para usted
- ¿Y esto?
- Se lo doy...se lo regalo...es tabaco del bueno
No me dio ni las gracias. No me importó. Poco antes de todo esto mi padre había venido a decirme que los médicos le habían dicho que todo estaría bien durante al menos otros tres meses: el dragón que duerme en su pulmón sigue aletargado, como la sabandija con su huésped, viviendo de él sin estrujarle demasiado. También a estos les va la vida en ello.
Hoy he vuelto a sentarme en mi desierta terraza. Estaba mirando el hábil vuelo de los vencejos en el edificio de enfrente, oyendo sus canciones, cuando ha vuelto a llegar el viejo de ayer. Ha pasado por delante de mi sin decir nada, las manos en la espalda, mirando al suelo con ojos de pajarillo en tierra sin fuerzas ni para cobijarse a la sombra del árbol, vencida su nariz aguileña ya sin el apoyo de esa boca vacía de dientes. Unos pasos más allá ha vuelto a detenerse ante la papelera de la ortopedia. Le he visto rebuscar torpemente. Y mientras lo hacía me he fijado en que va demasiado arreglado como para hacer esas cosas. Puede que simplemente no le dejen fumar en su casa y no le den dinero para nada, no sea que se lo gaste en eso.
Y ha regresado sobre sus pasos, sin ni siquiera mirarme, para irse por donde había venido.
Y volviendo a mirar a los vencejos que bailaban acrobáticamente en el cielo azul no he podido más que preguntarme como será posible que se entiendan tan bien como para no atropellarse los unos a los otros.
Puede que sea porque hablan el mismo lenguaje en el mismo tiempo
Lo vi llegar como todos los días, las manos a la espalda, mirando al suelo en busca de colillas, fija la vista en el de la terraza de mi bar donde yo estaba sentado disfrutando de la mañana, ya que no poniendo cafés. Unos pasos más allá, junto a la ortopedia, ha rebuscado en la papelera. "Ahora" pensé; y pasé adentro a por el tabaco.
Salí y se lo dí.
- Tenga, para usted
- ¿Y esto?
- Se lo doy...se lo regalo...es tabaco del bueno
No me dio ni las gracias. No me importó. Poco antes de todo esto mi padre había venido a decirme que los médicos le habían dicho que todo estaría bien durante al menos otros tres meses: el dragón que duerme en su pulmón sigue aletargado, como la sabandija con su huésped, viviendo de él sin estrujarle demasiado. También a estos les va la vida en ello.
Hoy he vuelto a sentarme en mi desierta terraza. Estaba mirando el hábil vuelo de los vencejos en el edificio de enfrente, oyendo sus canciones, cuando ha vuelto a llegar el viejo de ayer. Ha pasado por delante de mi sin decir nada, las manos en la espalda, mirando al suelo con ojos de pajarillo en tierra sin fuerzas ni para cobijarse a la sombra del árbol, vencida su nariz aguileña ya sin el apoyo de esa boca vacía de dientes. Unos pasos más allá ha vuelto a detenerse ante la papelera de la ortopedia. Le he visto rebuscar torpemente. Y mientras lo hacía me he fijado en que va demasiado arreglado como para hacer esas cosas. Puede que simplemente no le dejen fumar en su casa y no le den dinero para nada, no sea que se lo gaste en eso.
Y ha regresado sobre sus pasos, sin ni siquiera mirarme, para irse por donde había venido.
Y volviendo a mirar a los vencejos que bailaban acrobáticamente en el cielo azul no he podido más que preguntarme como será posible que se entiendan tan bien como para no atropellarse los unos a los otros.
Puede que sea porque hablan el mismo lenguaje en el mismo tiempo