«No podemos hablar siempre del aborto», ha dicho siempre el papa Francisco. Y se ha empezado a separar de la comunión de la ICAR al movimiento provida

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AVANZA EL PROCESO DE EXCOMUNIÓN DEL MOVIMIENTO PRO VIDA
Enero 19, 2023 23



El sacerdote Frank Pavone, al frente de las marchas por la vida en USA

Es que es muy difícil ponerle una vela a Dios y otra al diablo; o como dice el Evangelio, servir a dos señores. Si la Agenda 2030 es un objetivo abrazado por la Iglesia (al menos, por la “oficial”) sin titubeos y sin distingos: tanto, que forma parte de los objetivos y del cartel de la próxima Jornada Mundial de la Juventud. Y si uno de los grandes empeños de esa Agenda es promocionar intensivamente el aborto y cuanto lo acompaña (todo ello contra la jovenlandesal católica), a fin de poner un freno definitivo al crecimiento de la población del planeta, es evidente que los confeccionadores de la agenda de la Iglesia se ven obligados a optar por uno de los dos caminos. Porque es imposible estar al mismo tiempo a favor y en contra del aborto. No queda, pues, otro camino, a la vista de las opciones definitiva y ostentosamente adoptadas, que proceder a la excomunión más o menos explícita e intensa del movimiento pro vida; es decir, excluirlo del catálogo de objetivos “oficiales” de la Iglesia católica y condenar expresamente su promoción sin autorización especial y explícita de la jerarquía. De lo contrario se exhibe sin pudor la enorme contradicción y se desorienta a los fieles.

Y claro, es evidente que mientras en los anteriores pontificados, la lucha en favor de la vida de los no nacidos ocupaba un lugar preeminente, con el actual pontificado se inició un proceso de relegación y silenciamiento de este tema, que ha ido afianzándose cada vez más explícitamente. “No podemos estar hablando todo el rato del aborto”, dijo este papa ya desde el principio de su pontificado. Y efectivamente, procuró dedicarle uno o dos minutos al año, y consiguió quedar al margen de las importantes manifestaciones pro vida que culminaban en la plaza de San Pedro; sin caer en la cuenta, la mayoría de las veces, de que esos manifestantes eran con mucho el grupo más numeroso de los que esperaban su saludo después del Ángelus. Y, al mismo tiempo, desplegaba toda su capacidad de misericordia para no perseguir ni condenar estas prácticas ni las leyes en que se apoyan, promocionadas por la Agenda 2030 a la que con tanto entusiasmo se ha adherido.

Fue ahí donde empezó el proceso de excomunión (de separación de la comunión de la Iglesia) del movimiento pro vida. Era más que evidente que para el papa Francisco esa insistencia en recordar a los católicos (y al mundo civilizado) que el aborto encanalla y degrada a cuantos lo practican y alientan, era una incomodísima piedra en su humilde zapato. La mera existencia de ese movimiento en la Iglesia, tan potente y en constante crecimiento, le creaba gran incomodidad.



Mayor incomodidad le generaba, si cabe, el hecho de que poderosas iglesias cristianas de obediencia protestante, habían hecho su bandera de la lucha contra el aborto, y con esa bandera se habían ganado el respeto, el afecto y la admiración de la sociedad en que mantenían su vigorosa presencia. Con la particularidad de que la dominante indiferencia de los líderes católicos ante el aborto, frente al entusiasmo de estos protestantes contra el mismo, estaba propiciando un trasvase cada vez más notorio de fieles de una a otra obediencia. Al cual fenómeno hay que añadir que esta política católica de indiferencia ante el aborto, iba diametralmente opuesta a los enormes esfuerzos del catolicismo por focalizar su modernización en una creciente protestantización. La Iglesia actual había decidido acercarse a los hermanos protestantes en muchos aspectos; en cambio, en este de la defensa de la vida, marcó claras distancias.

Los grandes protagonistas del movimiento pro vida, cuyo epicentro eran los Estados Unidos, con la gran Marcha anual de Washington (March for Life), tenían bien asumido que el aborto es algo que tiene que ver directamente con la dignidad humana, mucho más importante que las consideraciones demográficas y económicas. Si perdemos la dignidad e incluso el derecho fundamental a la vida (que en las legislaciones modernas nadie, ni siquiera la justicia, pueda disponer de la vida de un ser humano) ¿de qué nos sirve todo lo demás? Y he aquí que a este proceso de excomunión del movimiento pro vida, la Santa Sede le ha dado una vuelta de tuerca más. Para una Iglesia tan entusiásticamente entregada a la Agenda 2030, era un baldón aparecer en los medios liderando ese movimiento contrario a uno de los más amados objetivos de la Agenda. Era una grave afrenta a las directrices emanadas de la más alta cúpula, que algunos obispos (realmente muy pocos, que no es virtud episcopal la audacia) se atrevieran a ir de llaneros solitarios (nunca públicamente desautorizados) promoviendo el liderazgo católico de este movimiento, mediante la dedicación exclusiva de un sacerdote (es el caso del padre Frank Pavone), a la promoción de esta causa a través de la asociación no canónica, es decir totalmente privada, de Sacerdotes por la Vida (Priests for Life | Official Site ).

Y sí, el primer paso en esa dirección ha sido coaccionar desde el Vaticano al obispo que tenía al padre Frank Pavone bajo su jurisdicción, a fin de ponerlo de algún modo fuera de la obediencia de la Iglesia. Dicho y hecho: mediante un procedimiento administrativo de muy poca entidad y consistencia, el padre Pavone ha sido expulsado del sacerdocio (¡toma clericalismo!, no es lo mismo que promueva algo en la Iglesia un clérigo o un seglar, ¿eh que no?) No es el padre Pavone el sujeto de esa expulsión, sino el movimiento pro vida, que en todo caso lo ha de continuar el señor Pavone. En efecto, no pesa sobre el padre Pavone ninguna de las acusaciones que en el derecho canónico dan lugar a tan grave condena. Y bien que deben lamentarlo los jueces eclesiásticos que han dictado tal sentencia; porque eso les facilitaría el camino.

Vemos con toda claridad, por tanto, que a quien pretende alejar de la Iglesia la Santa Sede, no es al padre Pavone, tan insignificante, sino al movimiento pro vida. Que se lo queden los protestantes y que sigan ellos con esa antigualla doctrinal, que el catolicismo está hoy por las doctrinas emergentes de la Agenda 2030, del sagrado Ecologismo (al fin y al cabo, son razones ecológicas, de devoción hacia la Pacha Mama, razones de caridad para con el planeta las que apremian la reducción de la población humana).



Y, para más inri, de la excomunión se sale, porque puede levantarse tras el arrepentimiento y una adecuada penitencia, y también de una suspensión a divinis en el caso de los sacerdotes. Antiguamente, el sentido amplio de la Fe y por ende del Derecho Canónico era la enmienda del error humano a través de la pena, y con ésta evitar el escándalo; aquí se da precisamente lo contrario: se humilla al hombre y su dignidad; porque lo único que importa es sólo su castigo, y se magnifica así el escándalo. Antes el Derecho canónico aplicaba penas medicinales, ya que buscaba la conversión del infractor. Ahora la inapelable expulsión, remoción o dimisión del estado clerical por procedimiento administrativo, fusila al presunto infractor que no tiene manera ni de carearse con sus acusadores ni de ser adecuadamente defendido en un proceso con todas las garantías jurídicas.

El mismo cardenal Gerhard Müller, misericordiado prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, no ve justificación alguna para condenar al padre Pavone a una sanción tan radical como es expulsarle de su ministerio sacerdotal, y califica la medida como injustificable y exclusivamente política.

La laicización -afirma el prelado- es una pena reservada para los casos más graves, como la apostasía, la herejía o el “comportamiento absolutamente contradictorio con el sacerdocio”, recordó el cardenal alemán, quien insistió en que las razones del Vaticano para expulsar a Pavone “no se sostienen”: Nadie con cierta comprensión teológica o un sentimiento humano de justicia y derechos humanos puede entenderlo y aceptarlo, dijo. Müller aludió además a que la presión política pudo haber influido en el trato que se ha dado a Pavone. También comparó el severo castigo del Papa Francisco a Pavone con la actitud extraordinariamente laxa de las autoridades de la Iglesia hacia los católicos disidentes: Hay otras personas prominentes en los Estados Unidos y otros países que están negando abiertamente los fundamentos de la fe y la jovenlandesal católica, y ante las que la autoridad eclesiástica no reacciona, manifestó.

Sea como sea, la definitiva y perpetua remoción del padre Pavone (convertido ahora por sentencia pontificia en mister Pavone) es una especie de aviso a navegantes. Ese parece ser el oscuro destino que la autoridad eclesiástica reserva a los clérigos que osen convertir el Evangelio de la Vida y la denuncia del abominable crimen del aborto (en avanzado proceso de excomunión; inevitable ante la canonización de la Agenda 2030) en el leitmotiv de sus sacerdotales existencias. Y parece que la suerte está echada… al menos de momento.

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