Curiosa noticia....un poco de La Gente de Bart
La historia de Sarali Gintsburg y su hijo, Anthony Wilson, es de esos relatos que te atrapan nada más conocerlos. Y que te van interesado, más y más, conforme profundizas en la narración. Que Sarali, de 44 años, nació en San Petesburgo (antigua URSS y actual Rusia), que estudió Filología Árabe en su país y que se doctoró en Holanda con una tesis sobre la poesía oral en el Magreb ya es interesante de por sí. Pero si le sumas el componente de que hace diez años tuvo un hijo con un inglés, originario de una familia de la alta sociedad en Nigeria y que ahora es ingeniero en Estados Unidos, el interés aumenta. ¿O no? Y si aún añades el factor de que Sarali recibió una de las prestigiosas becas Marie Curie para investigar en el Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra sobre el hecho migratorio de los magrebíes en España, la historia aún fascina más. Aunque el capítulo final no es este, aunque sí que guarda relación. Y el meollo de la cuestión es que Sarali, ahora ya divorciada de su pareja y que vive sola con su hijo en el barrio pamplonés de San Juan, no está contenta con la escolarización del pequeño, ya que no tienen ningún compañero español en su clase del colegio público José María Huarte. “La multiculturalidad es muy importante pero, en nuestro caso, la puede aprender en casa. Me gustaría que en el colegio tuviera algún amigo español y que aprendiera las costumbres de aquí. No estoy en contra de los emigrantes. De hecho, es mi tema de investigación. Pero me gustaría más variedad en el aula”, se queja. Desde 2017, cuando se instalaron en Pamplona, intenta, sin éxito, cambiar al niño de centro escolar. Un nuevo curso está a punto de comenzar. Y ella no tira la toalla. “Ojalá lo logremos”.
Sarali Gintsburg ya ha ido en varias ocasiones al Departamento de Educación del Gobierno de Navarra a exponer su caso. Pero, por ahora, no ha logrado un cambio de centro. “Que no hay plazas”, es lo que dicen. La única opción que le queda es el British School of Navarra, un centro privado en Gorráiz, que se escapa de su presupuesto. “Estoy yo sola para correr con todos los gastos”. ¿Sus opciones? El colegio público San Juan de la Cadena o los concertados San Cernin o Larraona, ya que vive en el barrio y no tiene coche. “No soy elitista y me da igual que sea un colegio público que concertado. Lo único que quiero es que mi hijo tenga amigos españoles y se integre en Pamplona, algo que, hasta ahora no hemos conseguido”. Ella, insiste, conoce bien el tema de la igualdad en las aulas (y en la sociedad), ya que vivió su infancia en la antigua Unión Soviética. “En mi clase había alumnos de todo tipo. Hijos de médicos, ingenieros (como era mi caso), pero también de operarios de las fábricas. Por eso, no teníamos problemas sociales, recuerda
Anthony es bilingüe y habla, como lenguas maternas, el ruso y el inglés. Además, en su infancia en Estados Unidos estudió en escuelas francesas y ahora domina el castellano. “Pero no le dejan progresar. Si llego a saber que su educación iba a ser así, quizá no hubiera venido a investigar aquí”, lamenta. Y apunta que Pamplona es una “capital intelectual”, con dos universidades. “El Gobierno de Navarra quiere atraer talento internacional, investigadores, profesionales... Pero debe tener en cuenta qué educación ofrece a sus hijos de estas personas. Nadie quiere que tiren su potencial a la sarama”.
Una situación que, recalca, repercute en sus relaciones sociales. “Dicen que en la vida hay tres momentos para hacer amigos: en el colegio, la universidad y cuando tienes hijos. A mí me gustaría tener relaciones con familias del colegio pero es difícil. No tanto por lo económico sino, sobre todo, por lo cultural”. Una situación que conoce muy de cerca desde el otro lado, el teórico: el de cómo se integran los emigrantes magrebíes en España. Una historia interesante que busca ahora un final feliz. “No quiero llorar. Solo persigo ofrecer lo mejor a mi hijo”.
El niño que quiere conocer las costumbres locales en Pamplona
La historia de Sarali Gintsburg y su hijo, Anthony Wilson, es de esos relatos que te atrapan nada más conocerlos. Y que te van interesado, más y más, conforme p
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La historia de Sarali Gintsburg y su hijo, Anthony Wilson, es de esos relatos que te atrapan nada más conocerlos. Y que te van interesado, más y más, conforme profundizas en la narración. Que Sarali, de 44 años, nació en San Petesburgo (antigua URSS y actual Rusia), que estudió Filología Árabe en su país y que se doctoró en Holanda con una tesis sobre la poesía oral en el Magreb ya es interesante de por sí. Pero si le sumas el componente de que hace diez años tuvo un hijo con un inglés, originario de una familia de la alta sociedad en Nigeria y que ahora es ingeniero en Estados Unidos, el interés aumenta. ¿O no? Y si aún añades el factor de que Sarali recibió una de las prestigiosas becas Marie Curie para investigar en el Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra sobre el hecho migratorio de los magrebíes en España, la historia aún fascina más. Aunque el capítulo final no es este, aunque sí que guarda relación. Y el meollo de la cuestión es que Sarali, ahora ya divorciada de su pareja y que vive sola con su hijo en el barrio pamplonés de San Juan, no está contenta con la escolarización del pequeño, ya que no tienen ningún compañero español en su clase del colegio público José María Huarte. “La multiculturalidad es muy importante pero, en nuestro caso, la puede aprender en casa. Me gustaría que en el colegio tuviera algún amigo español y que aprendiera las costumbres de aquí. No estoy en contra de los emigrantes. De hecho, es mi tema de investigación. Pero me gustaría más variedad en el aula”, se queja. Desde 2017, cuando se instalaron en Pamplona, intenta, sin éxito, cambiar al niño de centro escolar. Un nuevo curso está a punto de comenzar. Y ella no tira la toalla. “Ojalá lo logremos”.
Sarali Gintsburg ya ha ido en varias ocasiones al Departamento de Educación del Gobierno de Navarra a exponer su caso. Pero, por ahora, no ha logrado un cambio de centro. “Que no hay plazas”, es lo que dicen. La única opción que le queda es el British School of Navarra, un centro privado en Gorráiz, que se escapa de su presupuesto. “Estoy yo sola para correr con todos los gastos”. ¿Sus opciones? El colegio público San Juan de la Cadena o los concertados San Cernin o Larraona, ya que vive en el barrio y no tiene coche. “No soy elitista y me da igual que sea un colegio público que concertado. Lo único que quiero es que mi hijo tenga amigos españoles y se integre en Pamplona, algo que, hasta ahora no hemos conseguido”. Ella, insiste, conoce bien el tema de la igualdad en las aulas (y en la sociedad), ya que vivió su infancia en la antigua Unión Soviética. “En mi clase había alumnos de todo tipo. Hijos de médicos, ingenieros (como era mi caso), pero también de operarios de las fábricas. Por eso, no teníamos problemas sociales, recuerda
Anthony es bilingüe y habla, como lenguas maternas, el ruso y el inglés. Además, en su infancia en Estados Unidos estudió en escuelas francesas y ahora domina el castellano. “Pero no le dejan progresar. Si llego a saber que su educación iba a ser así, quizá no hubiera venido a investigar aquí”, lamenta. Y apunta que Pamplona es una “capital intelectual”, con dos universidades. “El Gobierno de Navarra quiere atraer talento internacional, investigadores, profesionales... Pero debe tener en cuenta qué educación ofrece a sus hijos de estas personas. Nadie quiere que tiren su potencial a la sarama”.
Una situación que, recalca, repercute en sus relaciones sociales. “Dicen que en la vida hay tres momentos para hacer amigos: en el colegio, la universidad y cuando tienes hijos. A mí me gustaría tener relaciones con familias del colegio pero es difícil. No tanto por lo económico sino, sobre todo, por lo cultural”. Una situación que conoce muy de cerca desde el otro lado, el teórico: el de cómo se integran los emigrantes magrebíes en España. Una historia interesante que busca ahora un final feliz. “No quiero llorar. Solo persigo ofrecer lo mejor a mi hijo”.