Anónimo222
Madmaxista
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Ni los baños ni las letrinas públicas libraron a Roma de los parásitos | Ciencia | EL PA
Cuando aún no era un imperio, ni siquiera una república, Roma ya contaba con la Cloaca Máxima, hace unos 2.600 años. Más tarde vendrían los acueductos para llevar agua limpia a la ciudad, los baños o las letrinas públicas. Con la expansión primero republicana y después imperial, los romanos llevaron su cultura e instalaciones de salud pública por la mayor parte del mundo entonces conocido. Sin embargo, la incidencia de infecciones intestinales y ectoparásitos no se redujo. En ocasiones, incluso, la civilización romana hizo de vector de patógenos.
Las nociones modernas sobre higiene pública son del siglo XIX. La Revolución Industrial y la urbanización fueron paralelas a la revolución médica. Con las aportaciones de Louis Pasteur, Robert Koch y otros, la microbiología sacó de las sombras a los gérmenes responsables de muchas enfermedades. Y las que no eran de origen microbiano podían combatirse con medidas de higiene tanto pública como privada. Hasta hubo un movimiento higienista que quiso aplicar estas ideas a la arquitectura.
Por eso siempre ha fascinado cómo la civilización romana cuidó de la salud e higiene públicas. Desde la grandiosa Roma, con sus 14 acueductos, hasta la ciudad hispana más pequeña, todas las urbes romanas contaban con baños públicos, dotados la mayoría de agua caliente. Casi lo mismo se puede decir de las letrinas, contadas por decenas en la capital y con cursos de agua para arrastrar las deposiciones o esponjas enganchadas a un palo para limpiarse. ¿Se adelantaron los romanos a su tiempo o, en realidad, no pensaban en reducir las infecciones cuando construían una letrina?
Mientras en el Neolítico predominan los parásitos de origen animal, en Roma son las infecciones por higiene
"Era de esperar que las distintas tecnologías sanitarias romanas, como las letrinas públicas, el agua limpia de los acueductos o los baños públicos mejoraran la salud intestinal de la población reduciendo los parásitos. Sin embargo, las evidencias arqueológicas no lo demuestran", dice el antropólogo y paleopatólogo de la Universidad de Cambridge, Piers Mitchell. Tampoco se redujo la incidencia de piojos, ladillas y otros ectoparásitos.
Mitchell ha estudiado decenas de yacimientos arqueológicos, algunos in situ, otros recurriendo a investigaciones ya publicadas, para medir la incidencia de los endoparásitos (lombrices, tenias, nemátodos...) y ectoparásitos en tiempos de Roma. Los bemoles de la mayoría de los endoparásitos intestinales se conservan durante milenios gracias a la quitina de la que está hecho su caparazón, un material que da consistencia al exoesqueleto de los artrópodos. La otra gran fuente de información para la paleoparasitología son los coprolitos, heces endurecidas o en proceso de fosilización.
Tal como explica el arqueólogo británico en la revista Parasitology, el número de bemoles de endoparásitos por centímetro cuadrado de coprolito puede dar una indicación del grado de parasitismo en un momento dado de la historia. Así, las pruebas reunidas por Mitchell señalan que no hubo una mejora significativa en las regiones controladas por Roma respecto a lo que se sabe de los parásitos en el Neolítico o en las edades de Bronce y de Hierro. "No hay un descenso de parásitos con los romanos. Y esto vale tanto para los gusanos intestinales como para los ectoparásitos como pulgas y piojos", sostiene Mitchell.
Otra forma de medir la incidencia de los parásitos es hacia adelante, comparando la situación romana con la época inmediatamente posterior, la Edad Media. En este caso, además, el Medievo está grabado en el imaginario colectivo como una era oscura, sucia y alejada de la luz de Roma. Aunque es cierto que desaparecieron la mayoría de las infraestructuras de salud pública y el decoro cristiano acabó con las que quedaron, los datos no son favorables para la civilización romana. En la ciudad de York (actual Reino Unido), por ejemplo, la densidad de piojos, ladillas o pulgas en el estrato romano, el de las posteriores invasiones vikingas y el medieval es muy similar.
Garo, la salsa de pescado con gusanos
Lo que sí ha comprobado este estudio es una evolución en el tipo de parásitos que más castigaban a los humanos. En el Neolítico predominan las enfermedades zoonóticas, provocadas por parásitos de origen animal como la tenia bovina (Taenia saginata) o la porcina (Taenia solium), el gusano gigante del riñón que, ocasional en los perros y muy raro en humanos, en el pasado tenía mayor incidencia que en la actualidad. Salvo en este caso, en casi todos los demás el origen de la infección era el consumo de carne o pescado crudos o poco cocinados.
Pero hace 3.000 años, en la Edad de Hierro, empieza un proceso que culmina en la época romana. En paralelo a la urbanización, se produce una paulatina retirada de las enfermedades zoonóticas y el predominio de parásitos relacionados con la higiene o falta de ella. Apoyado en excavaciones en una decena de países actuales tan dispares como Polonia o Israel y ciudades tan importantes como Roma, Pompeya o Parma, Mitchell establece un clasificación de parásitos.
En el primer puesto está el tricocéfalo (Trichuris trichiura), un gusano alargado cuyo hábito de alimentarse de sangre puede provocar serios cuadros de anemia y diarreas sanguinolentas. En un segundo lugar aparecen las Ascaris lumbricoides, o lombrices intestinales. En ambos casos, el origen de la infección está en la contaminación fecal de la comida y la ingesta de sus bemoles. No lavarse las manos o usar heces humanas como abono serían las fuentes más probables.
"Sospecho que cualquier mejora para la salud aportada por las letrinas se vio superada por la práctica romana de fertilizar los cultivos con heces humanas recolectadas en las ciudades", comenta Mitchell. De hecho, las normas que obligaban a retirar las heces de las calles y la costumbre de usarlas para abonar los campos que rodeaban las ciudades eran el marco ideal para las infecciones.
En tercer lugar de los parásitos más comunes en tiempos de los romanos está la tenia de los peces (Diphyllobothrium latum). Este parásito, que llega al intestino tras consumir peces infectados, era relativamente frecuente en los yacimientos del Neolítico, en especial en el norte de Europa. Sin embargo, su incidencia se reduce a muy pocas pruebas en los siglos posteriores hasta que, con la civilización romana, vuelve a intensificarse. La causa bien podría estar en el garo, una salsa a base de vísceras de pescado fermentadas que los romanos usaban para sazonar la comida como los orientales hacen con la soja hoy en día. Fermentado al sol, los bemoles de la tenia se expandieron por todo el imperio.
Pero los romanos conocían ya a los endoparásitos. Plinio el viejo escribe sobre las lombrices y tenias y remedios para combatirlas. También Quinto Sereno Samonico escribe sobre los gusanos intestinales en su Liber Medicinalis. "Había prescripciones higiénicas muy avanzadas pero no sabemos si eran muy seguidas en la práctica", comenta el paleopatólogo del Instituto de Medicina Evolutiva de la Universidad de Zúrich, el médico italiano Francesco Galassi.
"El emperador Nerón, por ejemplo, mantenía que era fundamental calentar el agua para evitar la contaminación y otras prescripciones alertaban sobre la comida en mal estado. Pero, claro, los microbios y los bichito eran algo que los romanos no podían entender", recuerda Galassi, que no ha intervenido en la investigación de Mitchell.
"Los romanos no entendían las enfermedades infecciosas de la forma que lo hacemos nosotros ahora, así que no podemos presumir que levantaran letrinas para frenar la propagación de enfermedades", recuerda el arqueólogo británico. En todo caso Mitchell no ha perdido su fascinación por esta parte de la civilización romana: "Los saneamientos romanos aún tenían su utilidad", advierte Mitchell: "Los retretes venían bien para evitar que la gente tuviera que dejar la ciudad para ir a casa a hacer sus necesidades, los baños públicos debieron hacer que la gente oliera mejor y los acueductos minimizarían el riesgo de quedarse sin agua. Pero ninguna de estas cosas parece haber reducido el riesgo de infectarse con algún parásito".
Cuando aún no era un imperio, ni siquiera una república, Roma ya contaba con la Cloaca Máxima, hace unos 2.600 años. Más tarde vendrían los acueductos para llevar agua limpia a la ciudad, los baños o las letrinas públicas. Con la expansión primero republicana y después imperial, los romanos llevaron su cultura e instalaciones de salud pública por la mayor parte del mundo entonces conocido. Sin embargo, la incidencia de infecciones intestinales y ectoparásitos no se redujo. En ocasiones, incluso, la civilización romana hizo de vector de patógenos.
Las nociones modernas sobre higiene pública son del siglo XIX. La Revolución Industrial y la urbanización fueron paralelas a la revolución médica. Con las aportaciones de Louis Pasteur, Robert Koch y otros, la microbiología sacó de las sombras a los gérmenes responsables de muchas enfermedades. Y las que no eran de origen microbiano podían combatirse con medidas de higiene tanto pública como privada. Hasta hubo un movimiento higienista que quiso aplicar estas ideas a la arquitectura.
Por eso siempre ha fascinado cómo la civilización romana cuidó de la salud e higiene públicas. Desde la grandiosa Roma, con sus 14 acueductos, hasta la ciudad hispana más pequeña, todas las urbes romanas contaban con baños públicos, dotados la mayoría de agua caliente. Casi lo mismo se puede decir de las letrinas, contadas por decenas en la capital y con cursos de agua para arrastrar las deposiciones o esponjas enganchadas a un palo para limpiarse. ¿Se adelantaron los romanos a su tiempo o, en realidad, no pensaban en reducir las infecciones cuando construían una letrina?
Mientras en el Neolítico predominan los parásitos de origen animal, en Roma son las infecciones por higiene
"Era de esperar que las distintas tecnologías sanitarias romanas, como las letrinas públicas, el agua limpia de los acueductos o los baños públicos mejoraran la salud intestinal de la población reduciendo los parásitos. Sin embargo, las evidencias arqueológicas no lo demuestran", dice el antropólogo y paleopatólogo de la Universidad de Cambridge, Piers Mitchell. Tampoco se redujo la incidencia de piojos, ladillas y otros ectoparásitos.
Mitchell ha estudiado decenas de yacimientos arqueológicos, algunos in situ, otros recurriendo a investigaciones ya publicadas, para medir la incidencia de los endoparásitos (lombrices, tenias, nemátodos...) y ectoparásitos en tiempos de Roma. Los bemoles de la mayoría de los endoparásitos intestinales se conservan durante milenios gracias a la quitina de la que está hecho su caparazón, un material que da consistencia al exoesqueleto de los artrópodos. La otra gran fuente de información para la paleoparasitología son los coprolitos, heces endurecidas o en proceso de fosilización.
Tal como explica el arqueólogo británico en la revista Parasitology, el número de bemoles de endoparásitos por centímetro cuadrado de coprolito puede dar una indicación del grado de parasitismo en un momento dado de la historia. Así, las pruebas reunidas por Mitchell señalan que no hubo una mejora significativa en las regiones controladas por Roma respecto a lo que se sabe de los parásitos en el Neolítico o en las edades de Bronce y de Hierro. "No hay un descenso de parásitos con los romanos. Y esto vale tanto para los gusanos intestinales como para los ectoparásitos como pulgas y piojos", sostiene Mitchell.
Otra forma de medir la incidencia de los parásitos es hacia adelante, comparando la situación romana con la época inmediatamente posterior, la Edad Media. En este caso, además, el Medievo está grabado en el imaginario colectivo como una era oscura, sucia y alejada de la luz de Roma. Aunque es cierto que desaparecieron la mayoría de las infraestructuras de salud pública y el decoro cristiano acabó con las que quedaron, los datos no son favorables para la civilización romana. En la ciudad de York (actual Reino Unido), por ejemplo, la densidad de piojos, ladillas o pulgas en el estrato romano, el de las posteriores invasiones vikingas y el medieval es muy similar.
Garo, la salsa de pescado con gusanos
Lo que sí ha comprobado este estudio es una evolución en el tipo de parásitos que más castigaban a los humanos. En el Neolítico predominan las enfermedades zoonóticas, provocadas por parásitos de origen animal como la tenia bovina (Taenia saginata) o la porcina (Taenia solium), el gusano gigante del riñón que, ocasional en los perros y muy raro en humanos, en el pasado tenía mayor incidencia que en la actualidad. Salvo en este caso, en casi todos los demás el origen de la infección era el consumo de carne o pescado crudos o poco cocinados.
Pero hace 3.000 años, en la Edad de Hierro, empieza un proceso que culmina en la época romana. En paralelo a la urbanización, se produce una paulatina retirada de las enfermedades zoonóticas y el predominio de parásitos relacionados con la higiene o falta de ella. Apoyado en excavaciones en una decena de países actuales tan dispares como Polonia o Israel y ciudades tan importantes como Roma, Pompeya o Parma, Mitchell establece un clasificación de parásitos.
En el primer puesto está el tricocéfalo (Trichuris trichiura), un gusano alargado cuyo hábito de alimentarse de sangre puede provocar serios cuadros de anemia y diarreas sanguinolentas. En un segundo lugar aparecen las Ascaris lumbricoides, o lombrices intestinales. En ambos casos, el origen de la infección está en la contaminación fecal de la comida y la ingesta de sus bemoles. No lavarse las manos o usar heces humanas como abono serían las fuentes más probables.
"Sospecho que cualquier mejora para la salud aportada por las letrinas se vio superada por la práctica romana de fertilizar los cultivos con heces humanas recolectadas en las ciudades", comenta Mitchell. De hecho, las normas que obligaban a retirar las heces de las calles y la costumbre de usarlas para abonar los campos que rodeaban las ciudades eran el marco ideal para las infecciones.
En tercer lugar de los parásitos más comunes en tiempos de los romanos está la tenia de los peces (Diphyllobothrium latum). Este parásito, que llega al intestino tras consumir peces infectados, era relativamente frecuente en los yacimientos del Neolítico, en especial en el norte de Europa. Sin embargo, su incidencia se reduce a muy pocas pruebas en los siglos posteriores hasta que, con la civilización romana, vuelve a intensificarse. La causa bien podría estar en el garo, una salsa a base de vísceras de pescado fermentadas que los romanos usaban para sazonar la comida como los orientales hacen con la soja hoy en día. Fermentado al sol, los bemoles de la tenia se expandieron por todo el imperio.
Pero los romanos conocían ya a los endoparásitos. Plinio el viejo escribe sobre las lombrices y tenias y remedios para combatirlas. También Quinto Sereno Samonico escribe sobre los gusanos intestinales en su Liber Medicinalis. "Había prescripciones higiénicas muy avanzadas pero no sabemos si eran muy seguidas en la práctica", comenta el paleopatólogo del Instituto de Medicina Evolutiva de la Universidad de Zúrich, el médico italiano Francesco Galassi.
"El emperador Nerón, por ejemplo, mantenía que era fundamental calentar el agua para evitar la contaminación y otras prescripciones alertaban sobre la comida en mal estado. Pero, claro, los microbios y los bichito eran algo que los romanos no podían entender", recuerda Galassi, que no ha intervenido en la investigación de Mitchell.
"Los romanos no entendían las enfermedades infecciosas de la forma que lo hacemos nosotros ahora, así que no podemos presumir que levantaran letrinas para frenar la propagación de enfermedades", recuerda el arqueólogo británico. En todo caso Mitchell no ha perdido su fascinación por esta parte de la civilización romana: "Los saneamientos romanos aún tenían su utilidad", advierte Mitchell: "Los retretes venían bien para evitar que la gente tuviera que dejar la ciudad para ir a casa a hacer sus necesidades, los baños públicos debieron hacer que la gente oliera mejor y los acueductos minimizarían el riesgo de quedarse sin agua. Pero ninguna de estas cosas parece haber reducido el riesgo de infectarse con algún parásito".