Disidentpeasant
Madmaxista
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«Hace 43 años que me levanto a las cuatro para trabajar y no consiento que me traten como a un delincuente»
Andrés Marín es remitente de pescado en O Berbés desde adolescente, un oficio en extinción engullido por los «brokers». Lamenta la imagen que ha dado el canal de National Geographic del puerto de Vigo y de la lonja, hablando de pesca ilegal
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«Hace 43 años que me levanto a las cuatro para trabajar y no consiento que me traten como a un delincuente»
Luis Carlos Llera Llorente
Andrés Marín es remitente de pescado en O Berbés desde adolescente, un oficio en extinción engullido por los «brokers». Lamenta la imagen que ha dado el canal de National Geographic del puerto de Vigo y de la lonja, hablando de pesca ilegal
Levanta la mano sobre el pretil del muelle. En la ensenada hay muchos pesqueros amarrados al sol y al fondo se impone la silueta gigantesca de un crucero alto como un edificio de 12 plantas. Se alza detrás de A Laxe, donde antaño vendían collares, postales y recuerdos las vendedoras tradicionales, en un atracadero que el viento barría en días de temporal. Ahora, la mole de color del centro comercial tapa las vistas de A Guía, donde vive uno de los últimos supervivientes de un oficio tradicional que contribuyó a hacer de Vigo lo que es hoy en día, una potencia pesquera en Europa. «Me levanto a las cuatro de la mañana para venir a trabajar desde hace 43 años y no consiento que me traten como a un delincuente», dice indignado Andrés Marín González, de Pescados Marín.
Lamenta la imagen que ha dado el canal de National Geographic del puerto de Vigo y de la lonja, hablando de pesca ilegal. «La periodista que vino a grabar viaja mucho y gana mucho dinero con reportajes que no son la realidad. Nosotros somos remitentes de pescado de calidad. No nos pueden considerar como monos de feria», señala Andrés, que calza unas botas de goma altas para moverse por las naves y la lonja. Todos los días madruga y coge su bicicleta para ir pedaleando desde Teis a su tinglado en O Berbés. «Mi familia trabaja en la Ribera desde hace 60 años», cuenta. «Mi padre vino desde un pueblo al lado de Béjar y empezó a ganarse la vida con esto. Enviaba pescado a Salamanca en tren. Luego, ese tren se suprimió en los años 70 y empezó a usar camiones. A los 13 años comencé a ayudarle y sigo aquí, tan mal no lo haré».
Marín es uno de los treinta remitentes que queda en la Ribera. Se mueve todas las madrugadas entre cientos de placeras, encargados de cadenas de supermercados y restaurantes del pescado. «No me gustan los eufemismos de llamarnos intermediarios ni otras expresiones. Somos remitentes tradicionales, familias que madrugan todos los días para escoger el mejor pescado y venderlo a los clientes con los que hay un trato de confianza y se fían de ti porque sabes del negocio», afirma.
Con su hermano, lleva un almacén en el tinglado de empaque. Es una cámara de 40 metros cuadrados con frigoríficos y una planta superior con los servicios. A las 11.30 ya tenía todo el pescado vendido y su almacén, limpio y desinfectado con lejía. Ha comprado en la subasta 40 kilos de rapantes y 10 de gambas de la costa y los ha despachado para sus clientes de Barcelona, Valladolid y Burgos. «El pescado sale de madrugada y antes del mediodía ya está en Madrid. Agosto es flojo porque algunos mayoristas de Mercamadrid con los que tengo confianza están de vacaciones», explica.
Asegura que las descargas en Vigo están muy controladas. «Hay dos veterinarias que inspeccionan la lonja y la policía portuaria también mira la trazabilidad de las etiquetas». Lamenta que los criterios que se emplean varían de una comunidad autónoma a otra. «A mí me pusieron hace muchos años una multa de 150.000 pesetas porque envíe una partida de palometa a la que los veterinarios de aquí le dieron el visto bueno y al llegar a su destino en Castilla La Mancha la tiraron para atrás». Los motivos de la retirada de un lote de cajas de pescado son a veces baladíes. Su compañero de profesión David González apunta: «En el País Vasco, un veterinario nos retiró una partida de chernas (meros) porque en las etiquetas poníamos el nombre con ch en lugar de tx, y nos enviaron el pescado de vuelta». La compra venta de pescado requiere mucho papeleo. «A los autónomos nos exigen la misma burocracia que a una cadena de grandes superficies. No puedes equivocarte al poner el nombre científico de la especie y siempre te amenazan con multas, antes había otro trato». Con la irrupción de los grandes brokers de pescado «el oficio se pierde porque, aunque nos flipa, esto es muy duro».