Nacho Escolar presenta: Los horrores de Rogelio, el preso del franquismo convertido en zapatero en un campo de concentración

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Los horrores de Rogelio, el preso del franquismo convertido en zapatero en un campo de concentración


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MEMORIA HISTÓRICA
Postal escrita a Rogelio Fernández por una de sus hijas, emborronada por las lágrimas
Postal escrita a Rogelio Fernández por una de sus hijas, emborronada por las lágrimas Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas
Esther Ballesteros
Mallorca —28 de octubre de 2022 22:29h
Actualizado el 29/10/2022 05:30h
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Dos hombres aporrean la puerta de una vivienda situada en la calle Aragón de Palma. El estrépito sobresalta a Francisca Puigserver, quien se encuentra con su hijo Rafael, el quinto de siete hermanos, que ese día no ha ido al colegio ante las noticias que llegan de Madrid: 'España está en guerra', rezan los periódicos. Es el 19 de julio de 1936. Al abrir la puerta, dos guardias civiles le preguntan dónde se encuentran su marido, Rogelio, y su hermano, Miguel. Como no están en casa, le indican que, cuando regresen, se dirijan al cuartel. En solo un instante, el día se ha tornado pesadilla para Francisca, a quien un torbellino de pensamientos comienza a abordarla, preguntándose qué puede haber hecho Rogelio, un zapatero que, a sus 41 años, se ha convertido en el encargado de la fábrica de zapatos Minerva, en el barrio palmesano de Santa Catalina.
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Junto a su cuñado, Rogelio Fernández Aguiló se dirige a las dependencias de la Benemérita tras recibir el mensaje de su mujer. Está tranquilo y convencido de que todo aquello es un malentendido. Sin embargo, ese día ninguno de los dos regresará a casa. Ni al siguiente, ni al otro. Un compañero de Rogelio que anhelaba su puesto de encargado, Antonio Timoner, lo ha acusado en falso de difundir noticias alarmantes de corte izquierdista, unos hechos por los que, durante los siguientes 18 meses, permanecerá encerrado en el navío Jaume I, en el almacén de maderas reconvertido en guandoca franquista Can Mir y en los campos de concentración de S'Àguila y Son Granada, en Llucmajor (Mallorca), a pesar de que su caso será archivado mucho antes por los tribunales.

Más de ochenta años después, su bisnieto, Antoni J. Escanellas, ha recuperado la historia de Rogelio y, junto a ella, las numerosas postales que escribió y recibió durante su cautiverio y que, desde entonces, su familia ha mantenido guardadas como oro en paño. Las ha dado a conocer en el libro Ficha nº 15. Postales contra el olvido, recientemente publicado por Dolmen Editorial. Junto a las misivas, el zapatero elaboró con sus manos agujas, cajas de alfileres, anillos, pipas, colgantes y otros objetos que hacía llegar a sus familiares por correo.
En Mallorca, convertida en punto estratégico para los intereses de las fuerzas fascistas, la represión fue especialmente dura y, de hecho, fue uno de los primeros lugares de España donde comenzaron a instalarse campos de trabajo forzados para los prisioneros, como aquellos en los que Rogelio permaneció encerrado. Pero, sobre todo, la actividad más intensa se centró en los hombres encarcelados en Can Mir, tras cuyos muros también fue prisionero y donde se implementó y normalizó la práctica de las 'sacas': los presos eran 'liberados' y, conducidos bajo engaño por grupos de falangistas, acababan asesinados en las cunetas de las carreteras.
Una de las pocas imágenes existentes del interior de la prisión de Can Mir Fotografía cedida por el historiador Manel SuárezDetenidos “por gente de izquierdas”
En el cuartel de la Guardia Civil, adonde ha acudido Rogelio, uno de los detenidos pregunta por qué se encuentran retenidos. Sin titubeos, uno de los agentes responde: “¡Por gente de izquierdas!”. Y, desde ahí, los conducen hasta el barco Jaume I, buque de Trasmediterránea que cubre de forma habitual la ruta entre Palma y Barcelona y que ha acabado convertido en guandoca flotante. Como explica Escanellas, fue ahí donde su bisabuelo supo que los golpistas lo habían militarizado todo. Los detenidos, confinados en las bodegas con las compuertas cerradas a cal y canto, pasaban las horas esperando a que alguien acudiera a darles una explicación, “alguien a quien contar que eran solo gente normal que trabajaba en la industria zapatera de la isla y que Rogelio había ganado un premio al zapato mejor elaborado y diseñado”.
No en vano, Rogelio estaba convencido de que el golpe de Estado finalizaría en unas horas. Días, quizás. “Ese era el pensamiento general, lo que la mayor parte de los detenidos pensaba. Que era una rabieta de los militares, pero que llegarían a un acuerdo rápidamente. Pero nunca llegaron a un acuerdo, nadie habló con nadie. Y pasaron las semanas, y los meses...”, relata Escanellas, periodista y filósofo.
Tinta borrada por las lágrimas
Mientras tanto, desde ese 19 de julio, Francisca pasa las horas en soledad. Permanece siempre callada, en una esquina, cabizbaja, mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas, como aquellas que se derramarían sobre una de las numerosas postales enviadas a Rogelio. Se encontraba ya prisionero, bajo la inscripción Ficha 15, en el campamento de Son Granada, en Llucmajor. Con la tinta borrada por las gotas saladas, Isabel, una de sus hijas, tras*cribe lo que Francisca le va dictando: “Apreciado esposo y padre, sirva la presente para manifestarte nuestro buen estado de salud, deseando que la suya igual, por lo que damos gracias a Dios...”.
Sin embargo, antes de que Rogelio recale en la antigua posesión de Son Granada, son numerosas las vicisitudes que vivirá y las postales que recibirá. Desde el cuartel de la Guardia Civil lo han conducido a Can Mir, ubicado en el mismo solar donde en la actualidad se levanta el popular cine Augusta, tras cuyos muros los prisioneros pasan los días entre chinches, ratas y humedad, esperando la fin, llegue o no. Las cartas son el único modo de comunicarse con las familias y, por ello, Rogelio enseña a escribir a quienes no saben mientras manipula pequeñas maderas con las manos. “Era la única forma de no volverse loco allí”, relata su bisnieto. La nave, de unos mil metros cuadrados, llegó a confinar al mismo tiempo, en un “ambiente nauseabundo”, a 1.004 prisioneros “dando incesantes vueltas por aquel antro”, como dejó constancia otro de los internos que permaneció tras sus rejas, el músico, escritor y político Lambert Juncosa.
Lateral de una de las postales remitidas por Rogelio Fernández a su familia, con la Catedral de Palma al fondo Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas, autor de 'Ficha 15. Postales contra el olvido'
Meses después hacía su aparición en Can Mir el padre Atanasio de Palafrugell, quien acompaña a los presos antes de morir y, en determinados casos, la única persona a la que pueden ver antes de ser asesinados. El cura, explica Escanellas, aprovechaba “todos los minutos para intentar conseguir, por todos los medios, que confesaran que se habían equivocado creyendo en sus convicciones y que pidieran perdón a Dios”. Como documentó el investigador Manel Suárez Salvà, autor del libro La presó de Can Mir. Un exemple de la repressió franquista durant la Guerra Civil a Mallorca (editorial Lleonard Muntaner), el eclesiástico obligaba a los presos a besar la cruz que portaba colgada de un cordón atado a la cintura. En uno de los casos en el que el detenido, Miquel Òleo, se negó a ello, el 'padre Santanasio' -como se le conocía en Can Mir- lo agarró del cabello y le restregó el crucifijo por los labios hasta hacerle sangrar.
Rezos al Crist de la Sang
Uno de aquellos días, Francisca, devota, había ido a rezar al Crist de la Sang. De repente, escuchó alboroto en la entrada de la iglesia. “Se quedó completamente paralizada al ver a unos veinte presos, con el mismo aspecto que su marido, que subían cansados las escaleras escoltados por soldados con sus fusiles al hombro. Apartaron a Francisca con un grito seco de 'cuidado' y los obligaron a besar el cristo a golpe de culata. Era una parada obligatoria antes de escuchar el último estruendo de su vida: una descarga de pólvora y metal”, relata Escanellas. “Solo cuando pasó el último y estuvo convencida de que ninguno de ellos era Rogelio, soltó el aliento”, añade. Pocas semanas después, Mallorca y Eivissa ya se habían entregado a los fascistas.
La Navidad está próxima. Entre la algarabía que llega del exterior, culatas y porras en mano, Rogelio piensa en su familia, y decide escribir una postal. Se dirige de inmediato al escritorio -una tabla sobre la que se puede apoyar el papel y el lápiz- y coge la pluma entre sus manos. Las palabras comienzan a brotar sobre el papel: “En la Navidad florida, Navidad de pavos y hornazos, acercaos vidas mías, quiero daros unos abrazos”. Enmarcando estas líneas, en verde y rojo, flores y una paloma. Después le da la vuelta a la postal y escribe: “Sra. Dña. Francisca Puigserver. Apreciada esposa, hijitos y madrina, cuñados y cuñadas, progenitora y hermanos, a todos me dirijo en tan memorable día de Navidad, que para mí es muy triste al no poder cumplir como buen padre, de llevar a mis hijitos el pavo...”. Y, en un hueco vacío que aún queda, añade: “Si yo fuese palomita en tan memorable día, os haría una visita en nuestra casa o casita bendita”. Es el 22 de diciembre de 1936.
Postal navideña escrita por Rogelio a su familia Fotografía cedida por Antoni J. Escanellas
Casi dos meses después, Rafael, de diez años y el quinto hijo de Rogelio y Francisca, le envía una carta a su padre en la que le cuenta que “todos los días yo y mi madrecita vamos a la iglesia de San Antonio de Padua. Mi madrecita le reza y me hace decir: 'San Antonio bendito, mandarás a casita a nuestro padrecito, que era tan bueno para todos, y devolverás la alegría a nuestra casita'. Confío que San Antonio hará este milagro, porque yo soy muy bueno...”.
“Rogelio se olvidará de la política si eso significa continuar vivo”
Francisca intenta, mientras tanto, reunirse con el padre Atanasio. La acompañan sus hijos. Le explica -relata el periodista- que son una familia creyente, que nunca han faltado a misa, que Rogelio es un buen hombre y que “es cierto que se hizo del partido socialista que prometía una mejora para las clases bajas, y que ellos eran clase baja”. En ese instante, la mirada del capellán se enturbia. No quiere oír nada más ni escuchar cómo le dice la mujer que su marido se olvidará de la política si eso significa continuar vivo. Atanasio les conduce hasta la salida para que se marchen y cierra la puerta a sus espaldas.
En Can Mir, Rogelio puede recibir de su familia cestas de mimbre con pequeños utensilios, ropa y enseres de higiene personal, porque Francisca y sus hijos viven muy próximos a la prisión. Sin embargo, pronto dejarán de estar tan cerca de él porque el antiguo almacén de maderas comienza a estar atestado de presos y hay que buscar una solución. Coincidiendo con las nuevas necesidades defensivas de Mallorca, las autoridades deciden trasladar a los detenidos a los campos de concentración itinerantes que comienzan a instalarse a lo largo de la costa de Mallorca. Allí son obligados a trabajar en la construcción de carreteras y otras obras públicas y a dormir en los reposaderos del ganado, en barracones de madera o en tiendas de campaña. Rogelio y su cuñado, Miguel, son dos de ellos.
 
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" la imagen era dantesca, presos andando de aquí para allá, y otros sucios que venían del trabajó" , alguien me lo puede explicar?
 
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