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Madmaxista
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La monja de Málaga que rescataba a las cortesanas de Japón
Al lado del Tokio olímpico aún queda una comunidad de monjas adoratrices, que recorrían los prostíbulos y cunetas de carretera intentando sacar de la oscuridad a las mujeres víctimas de trata.
La adoratriz Victoria de la Cruz murió en 2018 en Japón con 110 años.
En la Casa Alegría de las adoratrices de Kitami, a 20 kilómetros del Tokio olímpico, aún viven algunas veteranas monjas de esta congregación creada en Madrid en 1856 para rescatar a las mujeres oprimidas por la prespitación. Todas las religiosas de la comunidad japonesa son mayores y, aunque están ya banderilladas, con los más de 3.000 nuevos contagios diarios que hay en la ciudad por la variante Delta, no es apropiado subir la escaleras de su residencia para visitarlas en un sitio cerrado.
En las tres horas que había de margen entre que acababa el golf y comenzaba el piragüismo slalom, daba tiempo a dar una vuelta en busca de la casa de unas monjas que se hicieron populares en España por recorrer los prostíbulos y cunetas de carretera intentando sacar de la oscuridad a las mujeres víctimas de trata.
En Japón, esa misión la tenía una mujer, Victoria de la Cruz, nacida en Málaga y que murió en 2018 al poco de cumplir 110 años. Su historia, bien producida y con buenos actores, da para una película de Oscar.
Victoria de la Cruz en sus primeros años como misionera en Japón.
Cuando era más joven, Victoria se quitaba el hábito con el que aterrizó en Japón antes de la Segunda Guerra Mundial e iba cada noche a los locales de prespitación para tratar de convencer a las mujeres de que no eran propiedad de ningún hombre. Les ofrecía una salida: sacarlas del patio trastero de la tradicional sociedad japonesa para realojarlas en centros donde educadoras sociales les ofrecían protección, formación y un futuro para ellas y sus hijos.
Hace cinco años, descolgamos el teléfono desde la redacción de Madrid y encontramos a Victoria en la residencia de Kitami, una de las siete comunidades que las adoratrices tienen en Japón. Nos contaba que llevaba 80 años lejos de su Málaga natal. Desde allí viajó por primera vez al país asiático en 1936, en un viaje en barco que duró dos meses.
Victoria llevaba tres años en Tokio cuando la aviación japonesa atacó Pearl Harbour. Durante los siguientes seis años vivió refugiada, junto a las hermanas de la comunidad, en las montañas de Karuizawa, lejos de la ciudad. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, su comunidad se instaló en Yokohama.
El trabajo social de la malagueña y de las demás adoratrices allí se multiplicó para curar las penurias físicas y jovenlandesales que había dejado la bomba de Hiroshima. Victoria puso especial atención en investigar cómo funcionaba la red de venta de niñas huérfanas a casas de geishas, donde les enseñaban artes japonesas de música y baile.
Pero también a algunas les obligaban a alquilar su cuerpo a los danna, hombres mayores adinerados, generalmente casados, que pagaban los entrenamientos de estas chicas a cambio de sus favores sensuales. Fueron los tiempos de las salidas nocturnas de Victoria, sin hábito, camuflada como una occidental dispuesta a mezclarse entre las mujeres de la noche.
Ya en la vejez, después de un maratón como misionera, Victoria, la segunda de nueve hermanos que iba para maestra antes de hacerse religiosa, también ganó una medalla de oro como los atletas olímpicos. Fue condecorada por el Gobierno de Japón por proteger y retirar cientos de mujeres de las calles y de los prostíbulos.
Artículo actualizado el jueves 29 de julio del 2021 a las 17h00
La monja de Málaga que rescataba a las cortesanas de Japón
Al lado del Tokio olímpico aún queda una comunidad de monjas adoratrices, que recorrían los prostíbulos y cunetas de carretera intentando sacar de la oscuridad a las mujeres víctimas de trata.
La adoratriz Victoria de la Cruz murió en 2018 en Japón con 110 años.
En la Casa Alegría de las adoratrices de Kitami, a 20 kilómetros del Tokio olímpico, aún viven algunas veteranas monjas de esta congregación creada en Madrid en 1856 para rescatar a las mujeres oprimidas por la prespitación. Todas las religiosas de la comunidad japonesa son mayores y, aunque están ya banderilladas, con los más de 3.000 nuevos contagios diarios que hay en la ciudad por la variante Delta, no es apropiado subir la escaleras de su residencia para visitarlas en un sitio cerrado.
En las tres horas que había de margen entre que acababa el golf y comenzaba el piragüismo slalom, daba tiempo a dar una vuelta en busca de la casa de unas monjas que se hicieron populares en España por recorrer los prostíbulos y cunetas de carretera intentando sacar de la oscuridad a las mujeres víctimas de trata.
En Japón, esa misión la tenía una mujer, Victoria de la Cruz, nacida en Málaga y que murió en 2018 al poco de cumplir 110 años. Su historia, bien producida y con buenos actores, da para una película de Oscar.
Victoria de la Cruz en sus primeros años como misionera en Japón.
Cuando era más joven, Victoria se quitaba el hábito con el que aterrizó en Japón antes de la Segunda Guerra Mundial e iba cada noche a los locales de prespitación para tratar de convencer a las mujeres de que no eran propiedad de ningún hombre. Les ofrecía una salida: sacarlas del patio trastero de la tradicional sociedad japonesa para realojarlas en centros donde educadoras sociales les ofrecían protección, formación y un futuro para ellas y sus hijos.
Hace cinco años, descolgamos el teléfono desde la redacción de Madrid y encontramos a Victoria en la residencia de Kitami, una de las siete comunidades que las adoratrices tienen en Japón. Nos contaba que llevaba 80 años lejos de su Málaga natal. Desde allí viajó por primera vez al país asiático en 1936, en un viaje en barco que duró dos meses.
Victoria llevaba tres años en Tokio cuando la aviación japonesa atacó Pearl Harbour. Durante los siguientes seis años vivió refugiada, junto a las hermanas de la comunidad, en las montañas de Karuizawa, lejos de la ciudad. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, su comunidad se instaló en Yokohama.
El trabajo social de la malagueña y de las demás adoratrices allí se multiplicó para curar las penurias físicas y jovenlandesales que había dejado la bomba de Hiroshima. Victoria puso especial atención en investigar cómo funcionaba la red de venta de niñas huérfanas a casas de geishas, donde les enseñaban artes japonesas de música y baile.
Pero también a algunas les obligaban a alquilar su cuerpo a los danna, hombres mayores adinerados, generalmente casados, que pagaban los entrenamientos de estas chicas a cambio de sus favores sensuales. Fueron los tiempos de las salidas nocturnas de Victoria, sin hábito, camuflada como una occidental dispuesta a mezclarse entre las mujeres de la noche.
Ya en la vejez, después de un maratón como misionera, Victoria, la segunda de nueve hermanos que iba para maestra antes de hacerse religiosa, también ganó una medalla de oro como los atletas olímpicos. Fue condecorada por el Gobierno de Japón por proteger y retirar cientos de mujeres de las calles y de los prostíbulos.
Artículo actualizado el jueves 29 de julio del 2021 a las 17h00
La monja de Málaga que rescataba a las cortesanas de Japón
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