Clavisto
Será en Octubre
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- 10 Sep 2013
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Yo solo quería comerme medio pollo asado, eso era todo. Bueno, y su caldo también, ese que si lo dejas reposar una hora te lo puedes comer con cuchillo y tenedor, y unas patatas fritas, de esas de las pollerías, de esas que solo Dios sabe que llevarán por dentro, pero están tan ricas, bien empapadas en toda esa grasuza...patatas, trozo de pollo, mojar bien y a la boca, un cacho de pan, a dos carrillos...el mejor sistema para curar una resaca infernal. Por los huevones.
Pero es que también me desperté con un hambre de color, loca, imposible, más aún cuando la noche anterior habíamos estado de boda y se supone que en las bodas uno se hincha a comer, y a beber, y a lo que haga falta, pero no sé qué shishi pasa ahora que uno se queda con hambre, al menos yo, que muy a mi pesar me he fumado dos en un mes, los dolidos restaudores de pañolón en la cabeza han ganado la partida: ya ni en las bodas se ven los platos llenos. Recuerdo que terminé hinchándome a pastel, creo que era de chocolate, pero tampoco tengo ganas de recordar mucho más, la verdad...no me invitéis a vuestra boda. Por favor.
Así que me vestí con lo primero que encontré mientras no fuera el disfraz de pingüino y salí a la calle no sin antes echarle un vistazo a la cochera, vacía, por supuesto, pero a veces uno olvida las cosas, "sí...está aparcao allí...donde nos tomamos las cervezas para hacer tiempo antes de la cena...".
Arranqué y salí a toda leche, que hambre y prisas siempre van de la mano aunque mi abuelo dijera que hambre que espera hartura no es hambre, pero yo no tengo paciencia, nunca la he tenido, creo que no somos peores de lo que somos gracias a que todo, o casi, lo tenemos a mano: si tuviéramos que hacer fuego con dos palos antes los utilizaríamos para pegarle al otro y comernos su trozo de carne cruda.
Salía una vieja cuando llegué, casi me la llevé por delante, no había nadie dentro, "¡BUENOS DÍAS!", apareció un chavalito joven, de unos dieciséis años, enseguida noté que se asustó, y es que los demás siempre te ven la cara aunque tú no quieras, y es viéndolos a ellos cuando te ves a ti, y entonces recuerdas que apenas hace cinco horas que caíste como un saco en la cama y que más que probablemente seguirías dando positivo en cualquier control que los hombres verdes atinaran a hacerte, pero eran las once y media de la mañana y esas ya no son horas. Y menos delante de una pollería de barrio.
- "Hola..."
- "¡DAME MEDIO POLLO...Y PATATAS...Y PAN...Y ÉCHALE MUCHO CALDO...POR FAVOR...!"
- "Enseguida salen..."
Las bandejas estaban vacías, era demasiado temprano, creí que iba a volverme loco.
Pero la fila de arriba de los pollos estaban a puntito. Me tranquilicé un poco.
El chico empezó a sacar bandejas con material: macarrones, albóndigas, ensaladas...estuve a punto de decirle que pasara del puñetero pollo y me diera una bandeja de esas, entera, por lo que valiera, pero no tardó en salir el pollero armado de sus grandes tenazas para engatillar la primera remesa, "hola, buenos días", "¡BUENOS DÍAS!", "enseguida...", "VALE, VALE..."
Los dejó caer sobre la mesa de trabajo, era como si estuviera desenvainando, era algo hermoso, hermoso de verdad, todos aquellos pollos...tan iguales, tan perfectos, echando humo...
- "¿Medio?"
- "¡NO! ¡UNO ENTERO!"
Siempre me ha gustado mirar a quienes saben despiezar la carne, la facilidad con la que lo hacen, supongo que algo parecido pensarán quienes me vean tirar cañas, es la experiencia, me encantan los profesionales, adoro a los profesionales de lo que sea, a los que se toman su trabajo en serio, no de cualquier manera.
- "¿Algo más?"
Me preparó lo demás.
- "¿QUÉ TE DEBO?"
Me faltaban diez céntimos. Diez dolidos céntimos.
Pensé en decirle que se tirara al rollo, fue cosa de un momento, un relampagueo en la cabeza, otro, pero se fue como vino, como los demás, era mejor ir al coche y rebuscar por donde fuera. Si se lo llego a decir y me dice que no...no sé lo que hubiera hecho.
¡Dios como olía aquello! Ni me di cuenta de como llegué a casa.
Agarré al gato y lo encerré en su habitación, y sin echar la comida en plato alguno me la comí como si me estuvieran cronometrando, aunque no pude con todo: sobró la mitad de un cuarto y una tetilla de la barra.
Y luego, cuando el sopor se daba un respiro, hice cualquier cosa que no me permitiera recordar demasiado de la noche anterior.
Misión cumplida.
Pero es que también me desperté con un hambre de color, loca, imposible, más aún cuando la noche anterior habíamos estado de boda y se supone que en las bodas uno se hincha a comer, y a beber, y a lo que haga falta, pero no sé qué shishi pasa ahora que uno se queda con hambre, al menos yo, que muy a mi pesar me he fumado dos en un mes, los dolidos restaudores de pañolón en la cabeza han ganado la partida: ya ni en las bodas se ven los platos llenos. Recuerdo que terminé hinchándome a pastel, creo que era de chocolate, pero tampoco tengo ganas de recordar mucho más, la verdad...no me invitéis a vuestra boda. Por favor.
Así que me vestí con lo primero que encontré mientras no fuera el disfraz de pingüino y salí a la calle no sin antes echarle un vistazo a la cochera, vacía, por supuesto, pero a veces uno olvida las cosas, "sí...está aparcao allí...donde nos tomamos las cervezas para hacer tiempo antes de la cena...".
Arranqué y salí a toda leche, que hambre y prisas siempre van de la mano aunque mi abuelo dijera que hambre que espera hartura no es hambre, pero yo no tengo paciencia, nunca la he tenido, creo que no somos peores de lo que somos gracias a que todo, o casi, lo tenemos a mano: si tuviéramos que hacer fuego con dos palos antes los utilizaríamos para pegarle al otro y comernos su trozo de carne cruda.
Salía una vieja cuando llegué, casi me la llevé por delante, no había nadie dentro, "¡BUENOS DÍAS!", apareció un chavalito joven, de unos dieciséis años, enseguida noté que se asustó, y es que los demás siempre te ven la cara aunque tú no quieras, y es viéndolos a ellos cuando te ves a ti, y entonces recuerdas que apenas hace cinco horas que caíste como un saco en la cama y que más que probablemente seguirías dando positivo en cualquier control que los hombres verdes atinaran a hacerte, pero eran las once y media de la mañana y esas ya no son horas. Y menos delante de una pollería de barrio.
- "Hola..."
- "¡DAME MEDIO POLLO...Y PATATAS...Y PAN...Y ÉCHALE MUCHO CALDO...POR FAVOR...!"
- "Enseguida salen..."
Las bandejas estaban vacías, era demasiado temprano, creí que iba a volverme loco.
Pero la fila de arriba de los pollos estaban a puntito. Me tranquilicé un poco.
El chico empezó a sacar bandejas con material: macarrones, albóndigas, ensaladas...estuve a punto de decirle que pasara del puñetero pollo y me diera una bandeja de esas, entera, por lo que valiera, pero no tardó en salir el pollero armado de sus grandes tenazas para engatillar la primera remesa, "hola, buenos días", "¡BUENOS DÍAS!", "enseguida...", "VALE, VALE..."
Los dejó caer sobre la mesa de trabajo, era como si estuviera desenvainando, era algo hermoso, hermoso de verdad, todos aquellos pollos...tan iguales, tan perfectos, echando humo...
- "¿Medio?"
- "¡NO! ¡UNO ENTERO!"
Siempre me ha gustado mirar a quienes saben despiezar la carne, la facilidad con la que lo hacen, supongo que algo parecido pensarán quienes me vean tirar cañas, es la experiencia, me encantan los profesionales, adoro a los profesionales de lo que sea, a los que se toman su trabajo en serio, no de cualquier manera.
- "¿Algo más?"
Me preparó lo demás.
- "¿QUÉ TE DEBO?"
Me faltaban diez céntimos. Diez dolidos céntimos.
Pensé en decirle que se tirara al rollo, fue cosa de un momento, un relampagueo en la cabeza, otro, pero se fue como vino, como los demás, era mejor ir al coche y rebuscar por donde fuera. Si se lo llego a decir y me dice que no...no sé lo que hubiera hecho.
¡Dios como olía aquello! Ni me di cuenta de como llegué a casa.
Agarré al gato y lo encerré en su habitación, y sin echar la comida en plato alguno me la comí como si me estuvieran cronometrando, aunque no pude con todo: sobró la mitad de un cuarto y una tetilla de la barra.
Y luego, cuando el sopor se daba un respiro, hice cualquier cosa que no me permitiera recordar demasiado de la noche anterior.
Misión cumplida.