Kalanders
Jolly Roger
“Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”. ¿Quién dijo eso? Hay frases que hacen fortuna: llegan a convertirse en fórmulas de uso común y pasan a formar parte del repertorio colectivo de una cultura, de una nación. Por el camino, se olvida quién las pronunció por primera vez. Esa frase, la de que “más vale honra sin barcos”, se ha atribuido lo mismo a Calderón que a los del 98, pero no: salió de boca del almirante gallego Méndez Núñez en una guerra, el hispano sudamericano, a mediados del XIX, que tampoco nadie recuerda ya. Y sin embargo, esa frase define buena parte del carácter español. Como el propio Méndez Núñez.
Cómo estalla una guerra
Hemos de situarnos en 1866. No son nuestros mejores años. Recordemos algún nombre: Isabel II, Narváez, O´Donell… Hay un permanente clima de inestabilidad. Se está construyendo un Estado moderno, pero con materiales precarios. Faltan sólo dos años para que estalle una revolución. En ese paisaje, una escuadra española navega por las aguas americanas del Pacífico: es la denominada expedición científica, que, en efecto, era científica, pero también más cosas. Desde finales del XVIII, los ingleses habían puesto de moda estas expediciones científicas que, a la par que estudiaban la naturaleza y trazaban mapas, recogían información política o militar y cumplían misiones diplomáticas. Nuestra expedición Malaspina, en 1789, fue así. También, salvando las distancias, esta otra expedición que en 1862 había salido de Cádiz con dos fragatas y dos goletas, al mando del contralmirante Luis Hernández Pinzón, descendiente de los descubridores. La expedición tiene un cometido político muy concreto: exhibir la potencia naval española. En 1863, la escuadra de Pinzón llega al puerto del Callao, en el Perú. Pero entonces empiezan a pasar cosas inquietantes.
Con el ambiente caldeado, la escuadra científica española abandona El Callao, se dirige a las islas Chincha –el principal centro de producción de guano del Perú-, las toma en nombre de España y bloquea el puerto de Lima. El lío es fenomenal. El Gobierno peruano del general Pezet se asusta y pide firmar un tratado de paz, pero, al mismo tiempo, manda agentes a Europa para proveerse de barcos y armas. España, por su lado, refuerza su escuadra con tres barcos más y sustituye a Pinzón por el vicealmirante Pareja. Los chilenos lo ven y, aunque la cosa no va con ellos, se sienten amenazados, así que declaran la guerra a España. En Perú, mientras tanto, estalla un golpe de Estado: un grupo de militares encabezado por el coronel Prado, con apoyo de Francia, denuncia el tratado con España y se subleva. Tras 10 meses de guerra civil y 10.000 muertos, Pezet es depuesto y sustituido por Prado, que declara la guerra a España. Ecuador y Bolivia se suman. Es diciembre de 1865. Ha estallado la guerra hispano-suramericana.
Y entró en escena el gallego
El nuevo jefe español en aquellas aguas, Pareja –nacido, por cierto, en Lima-, es un buen marino, pero calcula mal sus fuerzas. Tiene que bloquear simultáneamente los puertos de El Callao (Lima) y Valparaíso (en la extensa costa chilena). Sus barcos son mejores que los sudamericanos, pero estos empiezan a recibir los acorazados que han comprado en Inglaterra y Francia. Pareja envía una goleta, la Covadonga, averiada e inofensiva, al puerto de Conquimbo, en el centro de Chile. La Covadonga es capturada por el enemigo. Pareja, desesperado, se suicida. Entonces Madrid designa a un nuevo jefe. Entra en escena el almirante Méndez Núñez.
Méndez Núñez era un marino gallego. Un gran marino. Y joven: cumplía 42 años cuando ocurrieron estos sucesos. Detrás tenía una gran trayectoria. Había participado en la expedición militar a los Estados Pontificios para apoyar al Papa. Destinado en las Filipinas, había logrado desarbolar, con un solo vapor de ruedas y una dotación de 30 hombres, a una flota de piratas. También había combatido con éxito en Santo Domingo. Nombrado jefe de la fragata Numancia, el mejor barco de guerra español, con él daría la vuelta al mundo en un viaje que causó admiración internacional e inspiró uno de los Episodios Nacionales de Galdós.
Lo primero que hace Méndez Núñez es intentar recuperar la Covadonga. Envía diversas expediciones, pero sin éxito. Entonces cambia de estrategia: se sitúa frente al puerto e Valparaíso, insta a los chilenos a devolver la goleta y amenaza con que, si no lo hacen, bombardeará la ciudad. Pero en Valparaíso había dos escuadras extranjeras: una británica y otra norteamericana, que andaban metiendo la nariz por allí, y los anglosajones amenazan con intervenir si los españoles bombardean. La situación es extremadamente delicada. Ahora bien, Méndez Núñez no va por libre: hace lo que le han ordenado desde Madrid. Y es justamente en su respuesta a Madrid cuando el gallego pronuncia la célebre fórmula. Lo hizo así:
“Si desgraciadamente no consiguiese una paz honrosa para España, cumpliré las órdenes de VE destruyendo la ciudad de Valparaíso, aunque sea necesario para ello combatir antes con las escuadras inglesa y americana, allí reunidas, y la de Su Majestad se hundirá en esta agua antes de volver a España deshonrada, cumpliendo así lo que su Majestad, su Gobierno y el País desean, esto es: primero honra sin Marina, que Marina sin honra”.
Cuestión de honra
Cuando los norteamericanos redoblen sus advertencias, Méndez Núñez les contestará lo mismo: “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”, y añadirá que si los yanques y británicos intervinieran, serían atacados también. No era una bravuconada: el gallego sabía que sus barcos eran mejores, especialmente por la potencia de la Numancia. Y por otra parte, es que realmente era cuestión de honra: España tenía razón en el litigio –la deuda que Perú se comprometió a pagar- y, además, los chilenos habían capturado a un barco español. Méndez Núñez advirtió con tiempo para que se evacuara a la población civil: en cuatro días, 40.000 personas salen de la ciudad. El 31 de marzo de 1866 comienza el bombardeo de Valparaíso. Se ataca específicamente la Aduana, la Intendencia y la estación de ferrocarril. Los anglosajones se abstienen de intervenir.
Aquel bombardeo ocasionó muchas críticas internacionales. Entre otras cosas, se reprochó a los españoles el que atacaran un puerto sin defensas militares. Entonces Méndez Núñez decidió atacar el centro neurálgico de la defensa costera peruana: el propio puerto de El Callao, densamente fortificado (por ingenieros ingleses) y atiborrado de artillería. Fue el 2 de mayo de 1866. En aquella época se consideraba que los buques no tenían nada que hacer frente a una buena fortificación costera.
Méndez Núñez demostrará lo contrario. Primero, como en Valparaíso, avisó para que se evacuara a la población; los civiles que se quedaron allí fueron los enrolados en milicias por el Gobierno peruano en previsión de un desembarco español. No hubo desembarco –no había fuerzas que desembarcar-, sino un cañoneo intensísimo entre los dos bandos: seis horas de bombaradeo. Los barcos españoles sufrieron daños serios; el propio Méndez Núñez resultó herido. Pero las defensas peruanas quedaron desmanteladas por completo. Y destrozado El Callao, los españoles abandonaron la zona.
Aquella batalla terminó sin vecedores ni vencidos. La propia guerra suramericana terminó sin vencedor claros. Hoy peruanos y chilenos se atribuyen la victoria, porque los españoles se marcharon de alló. Pero los españoles se la atribuyen también, porque las flotas chilena y peruana quedaron para el arrastre. Las dos cosas son verdad: el objetivo de los suramericanos era echar a los españoles; el de los españoles, castigar a los suramericanos. Todos cumplieron su misión. Después, Perú intentó una operación de castigo contra los españoles en Filipinas, con asesoramiento norteamericano; no salió adelante porque Washington rectificó. En 1871, y precisamente en Washington, se firmaba un armisticio indefinido entre España y la colisión suramericana: Perú, Chile, Ecuador y Bolivia. En 1897, España y Perú firmaban una paz que ya sería definitiva. Después, serán Perú y Chile los que entren en guerra entre sí.
¿Y qué pasó con Méndez Núñez? El gallego volvió a España por el Atlántico, completando así la vuelta al mundo: nunca un acorazado de guerra había hecho nada igual. Don Casto fue recibido como un héroe popular. Pero estaba muy maltrecho: tanto que, cuando les ascendieron a teniente general, rehusó el nombramiento. En las convulsas jornadas de la revolución de 1868 alguien propuso que se le designara Rey, nada menos, pero don Casto ya estaba muy lejos de todo. Se retiró a su pazo de Pontevedra, donde murió en 1869, con sólo 45 años. Los médicos atribuyeron su fin a las heridas recibidas en El Callao, aquel puerto donde pronunció una frase que ha pasado al acervo del carácter nacional español.
Fuente: Revista Época
04/12/11
Casto M?ndez N??ez: ?M?s vale honra sin barcos??
Cómo estalla una guerra
Hemos de situarnos en 1866. No son nuestros mejores años. Recordemos algún nombre: Isabel II, Narváez, O´Donell… Hay un permanente clima de inestabilidad. Se está construyendo un Estado moderno, pero con materiales precarios. Faltan sólo dos años para que estalle una revolución. En ese paisaje, una escuadra española navega por las aguas americanas del Pacífico: es la denominada expedición científica, que, en efecto, era científica, pero también más cosas. Desde finales del XVIII, los ingleses habían puesto de moda estas expediciones científicas que, a la par que estudiaban la naturaleza y trazaban mapas, recogían información política o militar y cumplían misiones diplomáticas. Nuestra expedición Malaspina, en 1789, fue así. También, salvando las distancias, esta otra expedición que en 1862 había salido de Cádiz con dos fragatas y dos goletas, al mando del contralmirante Luis Hernández Pinzón, descendiente de los descubridores. La expedición tiene un cometido político muy concreto: exhibir la potencia naval española. En 1863, la escuadra de Pinzón llega al puerto del Callao, en el Perú. Pero entonces empiezan a pasar cosas inquietantes.
Con el ambiente caldeado, la escuadra científica española abandona El Callao, se dirige a las islas Chincha –el principal centro de producción de guano del Perú-, las toma en nombre de España y bloquea el puerto de Lima. El lío es fenomenal. El Gobierno peruano del general Pezet se asusta y pide firmar un tratado de paz, pero, al mismo tiempo, manda agentes a Europa para proveerse de barcos y armas. España, por su lado, refuerza su escuadra con tres barcos más y sustituye a Pinzón por el vicealmirante Pareja. Los chilenos lo ven y, aunque la cosa no va con ellos, se sienten amenazados, así que declaran la guerra a España. En Perú, mientras tanto, estalla un golpe de Estado: un grupo de militares encabezado por el coronel Prado, con apoyo de Francia, denuncia el tratado con España y se subleva. Tras 10 meses de guerra civil y 10.000 muertos, Pezet es depuesto y sustituido por Prado, que declara la guerra a España. Ecuador y Bolivia se suman. Es diciembre de 1865. Ha estallado la guerra hispano-suramericana.
Y entró en escena el gallego
El nuevo jefe español en aquellas aguas, Pareja –nacido, por cierto, en Lima-, es un buen marino, pero calcula mal sus fuerzas. Tiene que bloquear simultáneamente los puertos de El Callao (Lima) y Valparaíso (en la extensa costa chilena). Sus barcos son mejores que los sudamericanos, pero estos empiezan a recibir los acorazados que han comprado en Inglaterra y Francia. Pareja envía una goleta, la Covadonga, averiada e inofensiva, al puerto de Conquimbo, en el centro de Chile. La Covadonga es capturada por el enemigo. Pareja, desesperado, se suicida. Entonces Madrid designa a un nuevo jefe. Entra en escena el almirante Méndez Núñez.
Méndez Núñez era un marino gallego. Un gran marino. Y joven: cumplía 42 años cuando ocurrieron estos sucesos. Detrás tenía una gran trayectoria. Había participado en la expedición militar a los Estados Pontificios para apoyar al Papa. Destinado en las Filipinas, había logrado desarbolar, con un solo vapor de ruedas y una dotación de 30 hombres, a una flota de piratas. También había combatido con éxito en Santo Domingo. Nombrado jefe de la fragata Numancia, el mejor barco de guerra español, con él daría la vuelta al mundo en un viaje que causó admiración internacional e inspiró uno de los Episodios Nacionales de Galdós.
Lo primero que hace Méndez Núñez es intentar recuperar la Covadonga. Envía diversas expediciones, pero sin éxito. Entonces cambia de estrategia: se sitúa frente al puerto e Valparaíso, insta a los chilenos a devolver la goleta y amenaza con que, si no lo hacen, bombardeará la ciudad. Pero en Valparaíso había dos escuadras extranjeras: una británica y otra norteamericana, que andaban metiendo la nariz por allí, y los anglosajones amenazan con intervenir si los españoles bombardean. La situación es extremadamente delicada. Ahora bien, Méndez Núñez no va por libre: hace lo que le han ordenado desde Madrid. Y es justamente en su respuesta a Madrid cuando el gallego pronuncia la célebre fórmula. Lo hizo así:
“Si desgraciadamente no consiguiese una paz honrosa para España, cumpliré las órdenes de VE destruyendo la ciudad de Valparaíso, aunque sea necesario para ello combatir antes con las escuadras inglesa y americana, allí reunidas, y la de Su Majestad se hundirá en esta agua antes de volver a España deshonrada, cumpliendo así lo que su Majestad, su Gobierno y el País desean, esto es: primero honra sin Marina, que Marina sin honra”.
Cuestión de honra
Cuando los norteamericanos redoblen sus advertencias, Méndez Núñez les contestará lo mismo: “Más vale honra sin barcos que barcos sin honra”, y añadirá que si los yanques y británicos intervinieran, serían atacados también. No era una bravuconada: el gallego sabía que sus barcos eran mejores, especialmente por la potencia de la Numancia. Y por otra parte, es que realmente era cuestión de honra: España tenía razón en el litigio –la deuda que Perú se comprometió a pagar- y, además, los chilenos habían capturado a un barco español. Méndez Núñez advirtió con tiempo para que se evacuara a la población civil: en cuatro días, 40.000 personas salen de la ciudad. El 31 de marzo de 1866 comienza el bombardeo de Valparaíso. Se ataca específicamente la Aduana, la Intendencia y la estación de ferrocarril. Los anglosajones se abstienen de intervenir.
Aquel bombardeo ocasionó muchas críticas internacionales. Entre otras cosas, se reprochó a los españoles el que atacaran un puerto sin defensas militares. Entonces Méndez Núñez decidió atacar el centro neurálgico de la defensa costera peruana: el propio puerto de El Callao, densamente fortificado (por ingenieros ingleses) y atiborrado de artillería. Fue el 2 de mayo de 1866. En aquella época se consideraba que los buques no tenían nada que hacer frente a una buena fortificación costera.
Méndez Núñez demostrará lo contrario. Primero, como en Valparaíso, avisó para que se evacuara a la población; los civiles que se quedaron allí fueron los enrolados en milicias por el Gobierno peruano en previsión de un desembarco español. No hubo desembarco –no había fuerzas que desembarcar-, sino un cañoneo intensísimo entre los dos bandos: seis horas de bombaradeo. Los barcos españoles sufrieron daños serios; el propio Méndez Núñez resultó herido. Pero las defensas peruanas quedaron desmanteladas por completo. Y destrozado El Callao, los españoles abandonaron la zona.
Aquella batalla terminó sin vecedores ni vencidos. La propia guerra suramericana terminó sin vencedor claros. Hoy peruanos y chilenos se atribuyen la victoria, porque los españoles se marcharon de alló. Pero los españoles se la atribuyen también, porque las flotas chilena y peruana quedaron para el arrastre. Las dos cosas son verdad: el objetivo de los suramericanos era echar a los españoles; el de los españoles, castigar a los suramericanos. Todos cumplieron su misión. Después, Perú intentó una operación de castigo contra los españoles en Filipinas, con asesoramiento norteamericano; no salió adelante porque Washington rectificó. En 1871, y precisamente en Washington, se firmaba un armisticio indefinido entre España y la colisión suramericana: Perú, Chile, Ecuador y Bolivia. En 1897, España y Perú firmaban una paz que ya sería definitiva. Después, serán Perú y Chile los que entren en guerra entre sí.
¿Y qué pasó con Méndez Núñez? El gallego volvió a España por el Atlántico, completando así la vuelta al mundo: nunca un acorazado de guerra había hecho nada igual. Don Casto fue recibido como un héroe popular. Pero estaba muy maltrecho: tanto que, cuando les ascendieron a teniente general, rehusó el nombramiento. En las convulsas jornadas de la revolución de 1868 alguien propuso que se le designara Rey, nada menos, pero don Casto ya estaba muy lejos de todo. Se retiró a su pazo de Pontevedra, donde murió en 1869, con sólo 45 años. Los médicos atribuyeron su fin a las heridas recibidas en El Callao, aquel puerto donde pronunció una frase que ha pasado al acervo del carácter nacional español.
Fuente: Revista Época
04/12/11
Casto M?ndez N??ez: ?M?s vale honra sin barcos??