“Durante todo un siglo, España ha vivido bajo la apariencia de un régimen democrático constitucional, sin que el pueblo haya tenido nunca, directa o indirectamente, la menor participación en el gobierno. “Si es pueblo no ejerce sus derechos, es por su propia culpa”, decían y todavía dicen los que los han usurpado, pero la verdad es que (…) las clases gobernantes de todos los partidos procuraron adulterarlo y corromperlo. Los mismos hombres que le dieron sus derechos políticos tuvieron buen cuidado de hacer que no los pudieran ejercer nunca.
La separación de poderes es cosa que jamás ha existido y los magistrados eran simples empleados del gobierno que recibían órdenes de arriba. Valía más aguantar agravios e injusticias que no arriesgarse a lo peor protestando, ya que los tribunales de justicia no aseguraban la más mínima protección. Pero esta injusticia no venía a ser otra cosa que un mal mucho más general aún: la corrupción de todas las clases de la sociedad. No solamente abundaban las defraudaciones (…) sino que se consideraba como una traición denunciarlas. Los ricos, por su parte, burlaban casi todos los impuestos. Se estimaba que el fraude por la propiedad en España ascendía del 50 al 80 por ciento del total. Pero la gente pobre no se beneficiaba de ello; al contrario, tenía que pagar más.
“Quítate tú para ponerme yo” llegó a ser el primer principio de los partidos políticos. Los principales intereses de España, sobre todo bancos (…), estaban muy estrechamente ligados a la política; de los políticos dependía el que se considerasen favorablemente sus intereses, mientras que los políticos (…) dependían de ellos en lo que concierne a puestos en consejos de administración y cargos lucrativos para sus familias. Y ahora un Borbón, un joven de aire insignificante, venía a ocupar el trono vacío. El ambiente político del país jamás había estado tan decaído, y aunque se experimentaba cierto alivio general con que, por fin, hubiese quedado zanjada la cuestión de la forma de gobierno, la verdad es que nadie sentía ni esperanzas ni entusiasmo en cuanto al futuro.
La desconfianza de la opinión pública española respecto a los poderes constituidos se había hecho endémica. El viejo sentido de unidad bajo el rey y la Iglesia de los felices tiempos pasados, había pasado dejando en su estela una nube de oscuras sospechas. Era pues condición esencial la exclusión de este factor peligroso e imprevisible: la opinión pública. De manera cada vez más frecuente, el gobierno tenía que recurrir a la policía junto con bandas de matones para mantener a distancia a los votantes hostiles”.
Gerald Brenan, "El laberinto Español"