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Los abuelos del wokismo
En 1955 el antropólogo Claude Lévi-Strauss escribió Tristes trópicos, un libro que resumía sus trabajos con culturas bastante deprimentes. A él, desde luego, no se lo parecían, y criticaba el «eurocentrismo», esa tendencia nuestra a creer que los valores
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Viernes 17 de mayo de 2024
Los abuelos del wokismo
Por Fernando Navarro
En 1955 el antropólogo Claude Lévi-Strauss escribió Tristes trópicos, un libro que resumía sus trabajos con culturas bastante deprimentes. A él, desde luego, no se lo parecían, y criticaba el «eurocentrismo», esa tendencia nuestra a creer que los valores occidentales son los únicos válidos. Explicaba que las culturas son «estructuras» estables cuyos elementos encajan entre sí y dan sentido unos a otros y al conjunto, por lo que no se pueden comparar: no se puede decir esta cultura es mejor o más avanzada que aquella. Como estaba muy bien escrito, podía leerse como un libro de viajes, era relativista y se metía con occidente –esta era una moda en alza- Tristes trópicos tuvo muchísimo éxito, y los pensadores franceses que siguieron a Levi Strauss se conocieron como «postestructuralistas».
Uno de ellos era Jacques Derrida, que defendía que el lenguaje no es un vehículo aislado y neutro al describir la realidad. En realidad -según él- quien lo controla no sólo consigue imponer «estructuras» de poder y dominación, sino también que éstas parezcan lógicas y naturales; llamó a este error de creer en la neutralidad del lenguaje «logocentrismo». Entonces «deconstruir» los «discursos» para desnudar el «logocentrismo» era el paso previo para acabar con todos los nefastos centrismos que, como invisibles campos de fuerza, actúan en la sociedad y la polarizan en opresores y oprimidos: el etnocentrismo, el androcentrismo, el falocentrismo, el falologocentrismo e incluso el carnafalologocentrismo, que todos ellos existían para Derrida. Pero ¿este argumento no está formulado también mediante lenguaje? ¿No es un «discurso»? Entonces ¿cómo saber que no está afectado a su vez por algún tipo de «centrismo»?
La respuesta es que no había manera. Era inmediatamente previsible que la deconstrucción se llevara por delante la lógica, la razón y el método científico, sacrificados a favor de la charlatanería total y el capricho del gurú deconstructor de turno, que sería quien finalmente se apoderara de los «discursos» y los «relatos». Esto último sería demostrado en 1987 por el propio Derrida al ser descubiertos unos artículos antijudíos de su colega y amigo Paul de Man: su deconstrucción obró el milagro de convertir los textos xenófobos en una crítica al antisemitismo. En cuanto a la fertilidad de la deconstrucción para generar bullshit quedó empíricamente demostrada por Sokal y Bricmont en un libro descacharrante. Mostraron -por ejemplo- que el psicoanalista Jacques Lacan usaba una cháchara de apariencia matemática para afirmar que el miembro viril es igual a la raíz cuadrada de menos uno, y que el individuo neurótico es exactamente equiparable a la figura geométrica de un donut. Y revelaron que había gente que, con total seriedad, estaba defendiendo que la física está contaminada de machismo. ¿Es E=mc• una ecuación sexuada?, se preguntaba, seria y preocupada, la filósofa Luce Irigaray.
A finales de los setenta, cuando el posestructuralismo comenzaba su decadencia en Francia, las ideas de Foucault, Derrida, Deleuze, Guattari, Baudrillard, Kristeva y Lyotard habían invadido los campus estadounidenses. Allí se mezclaron con ideas locales dando lugar a lo que se conocería como French Theory y también «posmodernismo». A partir de ahí, como el concepto ilustrado de «ciudadano» se estaba debilitando a marchas forzadas, la teoría se ramificó para enfocarse en las distintas identidades consideradas oprimidas: teoría poscolonial, teoría crítica de la raza, teoría queer, estudios de género, y así hasta llegar a estudios sobre la rellenitofobia. Y desde el ámbito académico estas ramificaciones comenzaron a extenderse inexorablemente por toda la sociedad hasta convertirse en un discurso hegemónico «políticamente correcto». Al terminar la primera década de este siglo sus ideas fundamentales –simples pero tozudas- ya se habían convertido en dogmas, y está es quizás la mayor ironía: lo que nació como «deconstrucción», un movimiento líquido que dudaba de la validez de todo discurso, acabó cristalizando en unos dogmas indestructibles. Por eso su versión actual –el pogre- se entiende mejor como un movimiento religioso, con inquisidores a la búsqueda de ateos y herejes. Y por eso conviene siempre tener presente eso: que, tras la máscara de la defensa de derechos de minorías, se oculta un movimiento fundamentalista e intolerante, capaz de erosionar los valores y fundamentos de la democracia liberal.
Y, en fin, esta es la historia que les quería contar. Disculpen la chapa.