david53
Madmaxista
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MADRID — Durante años fracasé en mi intento de convencer a los amigos del sinsentido de cenar a las diez de la noche. Y entonces, el pasado mes de marzo, ocurrió lo imposible: recibí un mensaje con una convocatoria a las 7:30 de la noche. ¿Había ganado la batalla al fin? ¿Reconocía España lo disparatado de sus horarios y se disponía a rectificar? No tan rápido.
La hora venía impuesta por el toque de queda y las restricciones de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo.
Ha bastado una mejora en la banderillación contra la el bichito-19 y el levantamiento de algunas limitaciones para que regresen las comidas a las 3 de la tarde, las jornadas laborales discontinúas e interminables y los banquetes mientras nuestros vecinos europeos duermen como niños. Pide horarios más ordenados y serás incluido en la conspiración de los aburridos, cuyo objetivo sería someter a los españoles al exceso inverso y anglosajón: brunch a las 12 y barbacoa a las 6 de la tarde.
¿No podríamos encontrar un punto medio?
El desbarajuste español tendría gracia si estuviera limitado al ocio o la restauración. Pero estamos entre los europeos que más tarde salimos de la oficina, los que tenemos el primer time televisivo más tardío, los más insatisfechos con el tiempo que pasamos con los hijos… ¿He mencionado ya lo de las cenas? De media, las iniciamos dos horas más tarde que en el resto del mundo.
El resultado de hacerlo todo a destiempo es un país cansado y empeñado en dar la espalda a los beneficios de un horario más racional.
El Times: Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos.
Convertir nuestra anárquica agenda en una tradición identitaria no ha sido fácil. Es necesario un entrenamiento temprano. Nuestros hijos van a la escuela hasta las 5 de la tarde, les añadimos trabajos extraescolares que alargan su jornada otras tres horas y los mandamos a la cama una hora más tarde que en otros países, aunque se levantan media hora antes. Es una de las razones de que su rendimiento esté por debajo de la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Los niños todoterreno de hoy serán los jefes que impongan agotadoras jornadas mañana, los políticos que convoquen ruedas de prensa a las 9 de la noche y los oficiales que programen partidos de fútbol a las 10 de la noche, en días laborales. El principal impacto es un deterioro de la conciliación familiar, sin obtener recompensa a cambio. “Trabajamos más horas que otros países, pero solo somos productivos el 35 por ciento de la jornada”, dice José Luis Casero, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios.
El presencialismo, ese pasatiempo nacional que el teletrabajo no ha disminuido, consiste en pegar el trastero a la silla, en casa o la oficina, incluso cuando se ha cumplido la jornada o la tarea. Una cultura laboral excesivamente jerárquica y funcionarial tiende a valorar el tiempo en el escritorio por encima de los resultados. Si se le suma la devoción española por las reuniones, incluso cuando solo sirven para decidir que hay que volver a reunirse, el tiempo para la familia, el deporte o la vida social se reduce al mínimo. Y su calidad, aún más.
Los intentos por ajustar la jornada española han variado en estrategia, para terminar siempre en el mismo fracaso.
El expresidente Mariano Rajoy propuso en 2018 que terminara a las 6 de la tarde, una propuesta que le valió el escarnio nacional y la burla internacional. “El presidente español quiere acabar con la siesta”, tituló The Washington Post, rescatando un estereotipo que se resiste a morir. En realidad, la siesta es ya un privilegio de unos pocos, aunque está justificada para todos los demás: ¿de qué otra forma podemos terminar de cenar de madrugada, levantarnos a la misma hora que los noruegos, trabajar todo el día, ver el partido de la diez y salir a tomar algo hasta las dos de la mañana?
Uno puede comprender por qué quienes vienen de fuera prefieren esos horarios —están de vacaciones—, pero sorprende nuestro empeño en someternos a la privación del sueño, el oficinismo inútil y el agotamiento mental, que según los expertos es una de las consecuencias que pagamos. Nuestros horarios nos hacen más irritables, aumentan el estrés, merman las relaciones personales y contribuyen a que España sea el segundo país más ruidoso del mundo, según la Organización Mundial de la Salud.
Vecinos de barrios céntricos de Madrid llevan semanas protestando y han pedido el regreso a horarios de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, tras unos meses donde habían encontrado algo de tranquilidad. “¡Queremos dormir!”, gritan en sus manifestaciones de protesta. La esperanza de que los toques de queda trajeran nuevas costumbres, ajustándonos a Europa, se ha desvanecido. El verdadero cambio requerirá un impulso legislativo hasta ahora inexistente.
El primer paso para devolver la cordura a nuestra agenda pasa porque el país recupere el huso horario que le corresponde.
España vivía acorde a la hora del meridiano de Greenwich hasta 1940, pero el dictador Francisco Franco adelantó la hora para coordinarla con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. La discrepancia entre la hora oficial y la solar se ha mantenido desde entonces. “Deberíamos tener la misma hora que Portugal y Reino Unido, para no tener un desfase horario con respecto al sol de dos horas”, dice José María Fernández-Crehuet, autor de la tesis “La conciliación de la vida profesional, familiar y personal. España en el contexto europeo”.
Pero la mera restitución del huso horario que nos corresponde geográficamente difícilmente cambiará los hábitos de los españoles.
El gobierno debería impulsar iniciativas que nos libren de nuestras peores costumbres y hacerlo, además, de manera coordinada. De nada sirve que la jornada escolar sea continua y los alumnos salgan antes si sus padres están en la oficina hasta las ocho de la tarde. La legislación debe asegurarse de que los empleados dejen la oficina a las 6 de la tarde, reduciendo los recesos innecesarios, salvo urgencia o circunstancias especiales. Resulta incomprensible que en muchas empresas el tiempo para el almuerzo siga alargándose dos horas o más.
La instauración de horarios laborales razonables, sumado al consenso con los diferentes sectores del ocio y la cultura, puede empezar a cambiar las cosas. Si la gente llega antes a casa, las cadenas de televisión se mostrarán más abiertas a adelantar sus programas de éxito. Los restaurantes y bares, que han sufrido un gran impacto con la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, podrían atraer más clientes a los nuevos horarios. Y los vecinos sufrirán un menor impacto por el ruido: dormir no puede ser un privilegio que dependa del azar de la residencia.
Los españoles siempre nos hemos sentido orgullosos de la peculiaridad de nuestros horarios, a pesar de sus perjuicios. Quizá ha llegado el momento de centrarse en los beneficios que reportaría moderarlos. Dormir más mejoraría nuestra salud y productividad; condensar el tiempo de trabajo nos dejaría más tiempo para nosotros y quienes queremos; coordinarnos con nuestros vecinos europeos facilitaría las relaciones comerciales, entre otras cosas; y organizarnos mejor, evitando desgastes inútiles, nos haría un país más despierto para afrontar próximos desafíos. No se trata de renunciar a nuestro carácter latino, la diversión o la intensa vida social, sino de hacer las mismas cosas, antes.
La hora venía impuesta por el toque de queda y las restricciones de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo.
Ha bastado una mejora en la banderillación contra la el bichito-19 y el levantamiento de algunas limitaciones para que regresen las comidas a las 3 de la tarde, las jornadas laborales discontinúas e interminables y los banquetes mientras nuestros vecinos europeos duermen como niños. Pide horarios más ordenados y serás incluido en la conspiración de los aburridos, cuyo objetivo sería someter a los españoles al exceso inverso y anglosajón: brunch a las 12 y barbacoa a las 6 de la tarde.
¿No podríamos encontrar un punto medio?
El desbarajuste español tendría gracia si estuviera limitado al ocio o la restauración. Pero estamos entre los europeos que más tarde salimos de la oficina, los que tenemos el primer time televisivo más tardío, los más insatisfechos con el tiempo que pasamos con los hijos… ¿He mencionado ya lo de las cenas? De media, las iniciamos dos horas más tarde que en el resto del mundo.
El resultado de hacerlo todo a destiempo es un país cansado y empeñado en dar la espalda a los beneficios de un horario más racional.
El Times: Una selección semanal de historias en español que no encontrarás en ningún otro sitio, con eñes y acentos.
Convertir nuestra anárquica agenda en una tradición identitaria no ha sido fácil. Es necesario un entrenamiento temprano. Nuestros hijos van a la escuela hasta las 5 de la tarde, les añadimos trabajos extraescolares que alargan su jornada otras tres horas y los mandamos a la cama una hora más tarde que en otros países, aunque se levantan media hora antes. Es una de las razones de que su rendimiento esté por debajo de la media de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Los niños todoterreno de hoy serán los jefes que impongan agotadoras jornadas mañana, los políticos que convoquen ruedas de prensa a las 9 de la noche y los oficiales que programen partidos de fútbol a las 10 de la noche, en días laborales. El principal impacto es un deterioro de la conciliación familiar, sin obtener recompensa a cambio. “Trabajamos más horas que otros países, pero solo somos productivos el 35 por ciento de la jornada”, dice José Luis Casero, presidente de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios.
El presencialismo, ese pasatiempo nacional que el teletrabajo no ha disminuido, consiste en pegar el trastero a la silla, en casa o la oficina, incluso cuando se ha cumplido la jornada o la tarea. Una cultura laboral excesivamente jerárquica y funcionarial tiende a valorar el tiempo en el escritorio por encima de los resultados. Si se le suma la devoción española por las reuniones, incluso cuando solo sirven para decidir que hay que volver a reunirse, el tiempo para la familia, el deporte o la vida social se reduce al mínimo. Y su calidad, aún más.
Los intentos por ajustar la jornada española han variado en estrategia, para terminar siempre en el mismo fracaso.
El expresidente Mariano Rajoy propuso en 2018 que terminara a las 6 de la tarde, una propuesta que le valió el escarnio nacional y la burla internacional. “El presidente español quiere acabar con la siesta”, tituló The Washington Post, rescatando un estereotipo que se resiste a morir. En realidad, la siesta es ya un privilegio de unos pocos, aunque está justificada para todos los demás: ¿de qué otra forma podemos terminar de cenar de madrugada, levantarnos a la misma hora que los noruegos, trabajar todo el día, ver el partido de la diez y salir a tomar algo hasta las dos de la mañana?
Uno puede comprender por qué quienes vienen de fuera prefieren esos horarios —están de vacaciones—, pero sorprende nuestro empeño en someternos a la privación del sueño, el oficinismo inútil y el agotamiento mental, que según los expertos es una de las consecuencias que pagamos. Nuestros horarios nos hacen más irritables, aumentan el estrés, merman las relaciones personales y contribuyen a que España sea el segundo país más ruidoso del mundo, según la Organización Mundial de la Salud.
Vecinos de barrios céntricos de Madrid llevan semanas protestando y han pedido el regreso a horarios de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, tras unos meses donde habían encontrado algo de tranquilidad. “¡Queremos dormir!”, gritan en sus manifestaciones de protesta. La esperanza de que los toques de queda trajeran nuevas costumbres, ajustándonos a Europa, se ha desvanecido. El verdadero cambio requerirá un impulso legislativo hasta ahora inexistente.
El primer paso para devolver la cordura a nuestra agenda pasa porque el país recupere el huso horario que le corresponde.
España vivía acorde a la hora del meridiano de Greenwich hasta 1940, pero el dictador Francisco Franco adelantó la hora para coordinarla con Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. La discrepancia entre la hora oficial y la solar se ha mantenido desde entonces. “Deberíamos tener la misma hora que Portugal y Reino Unido, para no tener un desfase horario con respecto al sol de dos horas”, dice José María Fernández-Crehuet, autor de la tesis “La conciliación de la vida profesional, familiar y personal. España en el contexto europeo”.
Pero la mera restitución del huso horario que nos corresponde geográficamente difícilmente cambiará los hábitos de los españoles.
El gobierno debería impulsar iniciativas que nos libren de nuestras peores costumbres y hacerlo, además, de manera coordinada. De nada sirve que la jornada escolar sea continua y los alumnos salgan antes si sus padres están en la oficina hasta las ocho de la tarde. La legislación debe asegurarse de que los empleados dejen la oficina a las 6 de la tarde, reduciendo los recesos innecesarios, salvo urgencia o circunstancias especiales. Resulta incomprensible que en muchas empresas el tiempo para el almuerzo siga alargándose dos horas o más.
La instauración de horarios laborales razonables, sumado al consenso con los diferentes sectores del ocio y la cultura, puede empezar a cambiar las cosas. Si la gente llega antes a casa, las cadenas de televisión se mostrarán más abiertas a adelantar sus programas de éxito. Los restaurantes y bares, que han sufrido un gran impacto con la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, podrían atraer más clientes a los nuevos horarios. Y los vecinos sufrirán un menor impacto por el ruido: dormir no puede ser un privilegio que dependa del azar de la residencia.
Los españoles siempre nos hemos sentido orgullosos de la peculiaridad de nuestros horarios, a pesar de sus perjuicios. Quizá ha llegado el momento de centrarse en los beneficios que reportaría moderarlos. Dormir más mejoraría nuestra salud y productividad; condensar el tiempo de trabajo nos dejaría más tiempo para nosotros y quienes queremos; coordinarnos con nuestros vecinos europeos facilitaría las relaciones comerciales, entre otras cosas; y organizarnos mejor, evitando desgastes inútiles, nos haría un país más despierto para afrontar próximos desafíos. No se trata de renunciar a nuestro carácter latino, la diversión o la intensa vida social, sino de hacer las mismas cosas, antes.
Lo que España ganaría si cambia sus disparatados horarios (Published 2021)
Pasamos demasiado tiempo en la oficina, cenamos a las 10 de la noche, conciliamos mal y dormimos poco, arrastrados por unos horarios caóticos. El resultado es un país cansado que debe repensar cómo maneja su tiempo.
www.nytimes.com