Cómo reaccionamos cuando nos descubrimos invisibles
Pero volvamos a nuestro melón. El de convertirte en la mujer invisible de un día para otro (aunque no haya sido de un día para otro; de un día para otro es sólo cuando tú te das cuenta). Hay distintas formas de reaccionar ante el hallazgo. Está quien se pone extensiones porque se engaña a sí misma creyendo que su problema es que el pelo corto no gusta a los hombres (te gastas un pastizal para descubrir que da exactamente igual lo largo que lo tengas, lucky you); quien empieza a plantearse un lifting porque se le ha olvidado la existencia de Madonna y además le sobran 15.000 euros; quien renueva su armario comprándose medio Bershka; quien decide apencar con lo que hay, y quien, en la creencia de que se trata de una cuestión de actitud (tuya, no de los hombres) opta por negar la mayor, vamos, por anaobregonizarse, es decir, por seguir sintiéndose y comportándose con 50 como lo hacía a los 25. Y chimpún.
El punto de partida importa. Y mucho. No es lo mismo ser Adela, esa compañera mía de facultad que cuando entraba en clase (porque siempre llegaba la última, con la clase ya empezada) podías percibir, casi mascar el estupor masculino de alumnos y profesor ante la buenez máxima, que ser más o menos del montón y no haber levantado nunca la arrebatada pasión de las masas masculinas, como mucho cierta brisa y algarabía cuando te esforzabas a fondo para dar lo mejor de ti un sábado noche.
En este último club dice haber estado la escritora feminista y gerontóloga crítica Anna Freixas, autora de 'Yo, vieja', a quien entrevisté hace menos de un año. Ella defiende que "ser vieja es un triunfo. Es un éxito haber llegado hasta aquí y deberíamos sentirnos orgullosas". En su caso particular, afrontó la 'invisibilización' con mucha naturalidad: "Yo tenía una progenitora que se teñía el pelo, pero ninguna de sus hijas lo hemos hecho, curiosamente. Por mi parte, he tenido bastante suerte en el tema... Soy pequeñita y en ese caso tienes dos opciones: enmascararte y hacer ver que eres alta o aceptarlo. Y he tenido además una pareja de ésas que siempre te han visto guapísima y la mejor del mundo.
Cuando mi hijo tenía siete años, un día me puse rímel en las pestañas y pregunté: "¿Qué os parece?" Mi hijo me miró y me dijo: "Mamá, ¿es necesario?". Nunca más tuve la tentación. A ver, yo me miro y no me gusto muchas veces, pero es lo que hay".
Porque donde el cuerpo no llega siempre habrá una prenda de ropa. Eso lo sabemos bien quienes siempre hemos puesto cierto 'acento singular' en la forma de vestir. Como la escritora y directora del Instituto Cervantes en Albuquerque Silvia Grijalba:
"Como en la adolescencia fui subida de peso y luego gótica, nunca tuve esa cosa de que me miraran. Siempre pensaba que era porque llevaba una mancha o iba rara. A partir de los 40 tuve realmente autoestima (podría decirse que objetivamente es cuando más buena he estado) y ya notaba alguna mirada, pero siempre pensaba que por mi forma de vestir (un poco rara). Pero eso de la invisibilidad no lo noto y debería, porque estoy en edad. Creo que me miran igual, pero sigo pensando que por los estilismos. Ligar he ligado mucho y creo que podría seguir haciéndolo, lo que pasa es que ya no soy practicante porque soy monógama". Pues eso, que hay vida más allá del espejo. O mejor dicho, más acá.
Psicología
La primera vez que oí a una mujer hablar de invisibilidad fue hace ya muchos años, cuando una amiga me contó, con cierta tristeza, cómo había vivido por primera vez la...
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