Laura, 31 años: "Con mi sueldo es imposible no compartir piso con extraños"

Así viven los jóvenes: «Con 31 anos e o meu soldo, véxome obrigada a compartir piso con descoñecidos»
SANDRA FAGINAS, SUSANA ACOSTA

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MARCOS MÍGUEZ
Laura es peluquera y su salario no le permite pagar un alquiler de 600 euros, que es lo que cuesta su vivienda en un barrio coruñés. Como ella, los jóvenes gallegos nos cuentan cómo se las apañan para sobrevivir
21 feb 2022. Actualizado a las 15:36 h.
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Laura tiene 31 años y hace cinco que se independizó de sus padres. Ella es de Boqueixón y por su trabajo —es peluquera— tuvo que trasladarse a A Coruña, donde lleva residiendo todo este tiempo de la misma forma. «Mudeime tres veces de casa desde que cheguei, e véxome obrigada a compartir piso con distintas persoas porque vivir soa é inviable», dice Laura, que hace sus cuentas y asegura que ahora los alquileres están por las nubes. «Por unha vivenda decente, que non estea moi vella, pagas uns 600 euros ao mes, e estamos a falar dos barrios da Coruña, porque no centro custa moitísimo máis, uns cen euros máis por persoa».
Ella acaba de cambiarse al Barrio de las Flores (antes vivía en Novo Mesoiro) por un tema puramente económico, necesita ahorrar más en el gasto del coche y prefiere ir caminando a su trabajo. Su piso nuevo está reformado, tiene ascensor, tres habitaciones, dos baños, cocina y salón. «Por unha habitación e o uso das zonas comúns e o baño, que neste caso comparto con outra rapaza, pago 200 euros. E aí xa están incluídos todos os gastos de luz, gas, internet e auga».
Como acaba de estrenarse en esta casa, todavía su relación con las otras dos chicas es muy reciente y no puede dar muchos detalles de la convivencia, pero en general Laura asegura que no ha tenido grandes problemas cuando se ha enfrentado a compartir casa. «Teño amizade cunha das rapazas coas que vivín anteriormente, e esa parte é a máis bonita, porque daquela, cando estabamos xuntas, saïamos a tomar algo, viamos series..., pero iso é unha lotería», relata.

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MARCOS MÍGUEZ

Por el momento tiene muy buenas vibraciones con las nuevas compañeras, las dos son más jóvenes que ella, alrededor de los veintipico, y una está estudiando oposiciones y la otra trabaja. Ambas, como le sucede a ella, se ven obligadas a compartir piso por una cuestión puramente económica. «Eu teño unha irmá —cuenta Laura— que tamén está independizada, é algo máis nova ca min, pero desde que marchamos da casa familiar para traballar fóra (ela está en Pamplona) tiñamos claro que os meus pais non podían axudarnos para pagar dous alquileres». Con un sueldo que no llega a los mil euros, a Laura le queda poca capacidad de ahorro. «Dáme a risa co do aforro, que va!, entre pagar a letra do coche, o seguro, o móbil, a comida, como teñas algún contratempo alá vai o pouco que queda», asegura quien no ve cambios en un futuro a corto plazo: «Non, non, a cousa está moi complicada, en todos estes anos non houbo cambios para ir a mellor, grazas con conservar o traballo».
Lo sorprendente es que con 31 años, a su alrededor la mayoría de sus amigos se encuentran en circunstancias similares que les impiden establecerse con algo más de seguridad e independencia. «Algunha excepción hai, coñezo a algunha parella que está nunha boa situación e puideron acceder a unha hipoteca, pero a maior parte dos meus amigos están vivindo, ou ben cos pais ou compartindo o piso con xente, coma min. Dáte conta de que os soldos, e falo de xente que ten carreiras feitas, non pasan dos 1.000 ou 1.200 euros. De feito, eu antes vivía cunha rapaza que traballaba de enfermeira e outra que despois de facer Ciencias Económicas encontrou traballo como bolseira».
¿Cómo se vive con esa gente que no se conoce de nada? ¿Hay unos principios, unas normas? «É estraño, pero cada unha xa sabe como debe comportarse. É certo que cando chegas hai un consenso, nós falamos, por exemplo, de como organizarnos á hora de limpar. Poñémonos de acordo para rotar cada semana coa limpeza a fondo da cociña, os baños e o salón, e compartimos gastos de produtos que necesitemos para iso. Ademais, cada unha, por suposto, limpa a súa habitación e como comparto baño, unha vez limpo eu, e outra, a outra rapaza. E cada vez que unha de nós cociña ten que fregar».
Una mala experiencia
Laura no tiene reparos ni es superexigente con las diversas formas de ser, pero hace poco tuvo una mala experiencia y salió pitando de una casa. «Ha, ha, si, aí hai que coller e marchar, non levaba nada de tempo, así que enseguida marchei». No quiere entrar en grandes profundidades, pero sí hay personas que son muy tiquismiquis con los temas de los horarios o con los ruidos, aunque en su caso, los conflictos, salvo ese que cuenta, se han resuelto hablando.
«Eu cando chego de traballar saúdo cun «Ola! Que tal?», paréceme o normal, e todas contámonos historias do que nos sucede no día, temos unha convivencia normal; eu cando cheguei o primeiro que preguntei foi se había algún problema por traer a unha amiga o un familiar de visita ou se o meu mozo podía quedar un día a durmir. E non hai problema en absoluto, falando todo queda claro. Outra cousa é que o meu mozo estivese aquí vivindo todo o tempo».
Laura ve «inviable» formar una familia en sus circunstancias, pero no descarta que pueda compartir en un futuro piso con su pareja. «Entre dous será máis difícil que entre tres, pero é posible, todo se irá vendo», relata mientras no duda en afirmar que entre los caseros se ha encontrado de todo. «Neste piso estou contenta, todo foi legal, pero moitas veces non che fan contratos e si atopei casos nos que a fianza do piso (normalmente é o pago dun mes) non estaba depositada en Solo-Vivenda e non puiden recuperala; outras veces alegan que os desperfectos do piso non estaban cando chegaches e néganse a devolvercha, así que no camiño vas collendo experiencia».
Laura conoce de cerca otros casos de compañeros de profesión que, como ella, tienen que dejar la vivienda familiar y verse obligados a compartir piso con otras personas, «ao meu redor é o habitual», asegura, aunque ella prefiere pagar un poco más y estar cómoda con una o dos personas. «Hai pisos máis grandes onde viven máis, pero eu teño o límite nesta convivencia de tres, e o tope económico en 200 euros, máis alá diso é imposible pagar. Non podo tampouco ter garaxe, aparco na rúa e, como che dixen antes, decidín agora mudarme para aforrar precisamente nese gasto, así vou camiñando e non ando de arriba para abaixo co coche, coa gasolina que supón».
De la vida en grupo, en esa juventud prolongada, Laura se queda con los momentos buenos en los que haces piña como una familia, aunque reconoce que ha sido una afortunada. «Hai que ser tolerante, pero si atopas persoas que non aturan un ruído, que establecen unhas normas ríxidas, que queren deitarse ás nove da noite e que ti non te movas do sitio, e iso é complicado. Por sorte, eu a día de hoxe vivo tranquila. Iso si, o que teño superclaro é que, para min, vivir soa é un soño inalcanzable. Moito terían que cambiar as cousas».
“Me gustaría tener mi casa, pero no lo veo hasta dentro de diez años”

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MARCOS MÍGUEZ

Con mucha ilusión y ganas de comerse el mundo, así se encuentra Estela García, esta joven de apenas 19 años de Crendes (Abegondo), estudiante del ciclo superior de Márketing y que sueña con algún día poder independizarse. Algo que ve a largo plazo. Ahora vive con sus padres y feliz, pero como todos hemos querido alguna vez, le gustaría tener su propio hogar. Un deseo que no le impide ver la realidad que le rodea. Más bien todo lo contrario, tiene la cabeza muy asentada y muy presentes las dificultades a las que tendrá que enfrentarse. «Evidentemente me gustaría independizarme con mi pareja, por ejemplo, pero aún estoy estudiando. Él también estudia y trabaja y, de momento, me veo joven y sin recursos. Está la cosa muy difícil. Pero sí me gustaría», explica al tiempo que visualiza todo lo que le espera antes de conseguir su ansiada emancipación.
Entre los aspectos que más le preocupan para poder lograr esa autonomía figura la actual situación económica. «Las empresas están cayendo como moscas. Es una barbaridad», dice, pero también la esa época en el 2020 de la que yo le hablo ha hecho mella en sus ganas de vivir y de disfrutar: «Yo ahora no tengo vida, por así decirlo. Perdí mi juventud. La estoy perdiendo. Por protegerme y por proteger a mi familia. Y dices: ¿Si ya estás ahora así, dentro de un par de años, que vas a tener que trabajar, si es que queda trabajo porque los salarios no valen mucho, qué va a pasar? Dar ese paso de adulto sí que da un poco de miedo», explica mientras reconoce que lo que más le preocupa es la incertidumbre de no saber si podrá alcanzar el mismo nivel de vida que tiene ahora con sus padres.
Comprar, no alquiler
Pero a pesar de esa reflexión, ella sigue mirando el futuro con esperanza. Se la ve ilusionada y tenaz para lograr sus metas. Confiesa además que, al contrario que muchos jóvenes, le gustaría más comprar que alquilar y que no se ve viviendo en un piso. Lo de residir en la urbe se lo deja para otros: «Prefiero comprar, pero creo que me va a llevar más años. A mí la ciudad no me gusta. Soy mujer de campo, necesito la tranquilidad de la aldea. No me gustaría vivir en un piso. Me agobia. Necesito un jardín, necesito perros, tranquilidad. No sería capaz». Por eso, quiere adquirir un terreno y construir su propia casa: «Ojalá sea pronto, pero diez años igual me lleva. No lo veo antes», aclara.
Lo de la subida de precios es ya harina de otro costal y no ve una solución rápida. Además, se acumulan los problemas y eso le inquieta: «Hay cosas que me asustan. Entre la esa época en el 2020 de la que yo le hablo, la subida de precios, la bajada de salarios... A ver cómo me va cuando acabe los estudios. Igual dentro de cinco años cambia todo», reconoce. Ella no pierde la esperanza de que cuando se ponga a buscar trabajo las cosas estén, al menos, un poquito más tranquilas y pueda lograr una estabilidad económica que le permita alcanzar sus objetivos.
¿Y sus amigos, cómo están? «Como yo. La mayoría trabaja, pero una gran parte también estudia», dice. ¿Y todos viven con sus padres? «Sí, todos menos uno o dos. Un 90 %». Ante esta situación las conversaciones entre ellos sobre el futuro que les espera son más que habituales. «Estamos de acuerdo en que en tu casita estarías mucho más tranquilo. Sería mucho más cómodo, pero si trabajas y una vez que te independizas, también vas a querer un coche. Y claro, compra un coche, paga las tasas, paga el mantenimiento... ya solo con un coche, imagínate una casa. Paga el alquiler, paga luz, paga comunidad, paga, paga, paga, paga... vives a base de pagar. Obviamente, claro que sí, pero tienes que esperar. Hay que ser paciente y cuando ves la posibilidad te lanzas. Cuando sepas que vas a poder asumir ese riesgo. No te precipitas. En eso estamos todos de acuerdo. No te vas precipitar para después volver para casa. Si te vas, te vas», indica muy consciente de la responsabilidad que supone dar el paso de irse a vivir fuera de la casa de sus padres.
Gracias al ciclo formativo que está realizando, Estela descubrió que le gustaría trabajar en algo relacionado con el márketing y con las ventas. Pero no descarta cuando termine sus estudios, ampliar su formación con algo relacionado con el tras*porte y el mundo de la logística. Sabe que son campos en los que puede tener más salida laboral y aspiraciones profesionales. «Lo descubrí por casualidad, pero el tema de la gestión de ventas y ser jefa de ventas o así me llama la atención. Me gustaría poder dedicarme a ello. Por lo menos es un sector bastante amplio, que sí creo que tengo más posibilidades laborales», confiesa esta joven de Abegondo que tiene las ideas muy claras y que sabe que a base de esfuerzo y dedicación puede conseguir todo lo que se proponga.
La única en casa
Cuenta también que su hermano se acaba de independizar hace unos meses. Tiene 24 años y se ha mudado a un piso de A Coruña con su pareja, mientras que el inmueble donde ella reside con sus padres cuenta con dos viviendas independientes. En una de ellas vive su hermana mayor con su marido y sus hijos. Por eso ahora, en lo último en lo que están pensando los padres de Estela es en que su hija pequeña abandone el hogar familiar para iniciar una nueva vida: «No, ahora mismo no. Ya se les fue uno y les queda la última en casa. Sería un poco depresivo para ellos», bromea.
Estela cuenta que sus padres son conscientes de la situación actual del mercado laboral y de las dificultades que tienen muchos jóvenes en cuanto a las condiciones de trabajo: «Ven que para nosotros es un momento difícil. Lo notan los padres y lo nota todo el mundo. Esto va a costar bastante levantarlo», reconoce con cierta resignación y consciente de que el contexto económico y la esa época en el 2020 de la que yo le hablo condicionarán el futuro de toda una generación.
Aún así, no sabría decir si sus padres tienen la sensación de que su generación lo tiene más difícil a la hora de labrarse un futuro de lo que lo tuvieron ellos cuando querían abrirse camino en la vida: «No lo sé. Igual cambia todo de repente, que no creo que vaya a ser el caso. ¡Ojalá! No se sabe».
Pero ella no es pesimista. Se ve con ganas y fuerza para afrontar todos los retos que la vida le pueda poner por delante. Los suyos y los que le vengan dados por la situación económica o laboral del momento. Y visualiza ya cómo será su vida dentro de esos tan ansiados diez años: «Como la que tengo ahora, pero en mi propiedad», dice. Claro que sí. A por todas, Estela.
Daniel Vilar: «Con 28 años, si no tuviera pareja, seguiría viviendo con mis padres»

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XOAN CARLOS GIL

A Ángel Vilar no le falta trabajo, todo lo contrario. Al poco de iniciar la carrera de Telecomunicaciones, comenzó a hacer prácticas y ya fue acumulando contratos. No sabe lo que es estar en paro. Incluso tardó algo más en licenciarse por tener que compaginar los estudios y su trabajo como programador y desarrollador de software, un perfil que está muy demandado en la actualidad: «Actualmente es una locura, hay mucha falta de personal. Todo el mundo que estudia algo relacionado con esto, tiene trabajo casi al momento», explica.
Pero a pesar de que siempre ha estado en activo y que su situación es bastante cómoda frente a otros jóvenes de su misma edad, Vilar reconoce que no veía claro que pudiera permitirse pagar un alquiler solo, sin tener que renunciar a gran parte de su sueldo. Por eso desde que firmó su primer contrato, hace ahora ya seis años, hasta el pasado verano, seguía viviendo en casa de sus padres.
Al principio fue porque los primeros contratos eran de prácticas y a media jornada y eso no le permitía alquilarse un piso por su cuenta. Luego cuando ya tuvo mejores condiciones optó por comprarse un coche: «Me lo planteé en serio —lo de alquilar un piso solo— hace un par de años, que ya ganaba un poco más de dinero y me lo podía pensar. Pero tuve otras prioridades como comprarme un coche», comenta.
Otros gastos
Entonces tampoco vio posible irse a vivir solo, pagar las letras del vehículo y seguir asumiendo otros gastos que le iban surgiendo: «Entre irme solo sin compartir gastos, más el coche, más que después me vinieron problemas personales que supusieron más gastos...», explica, además de intentar ahorrar un poco de dinero para lograr su objetivo final, que es tener un piso en propiedad. «Como aún estaba estudiando a la vez que trabajaba, tenía un sueldo de becario de media jornada y no me lo podía plantear. Y después ya cuando me lo empecé a plantear más seriamente, la idea que siempre he tenido es comprar un piso tarde o temprano, no vivir de alquiler excesivo tiempo. Entonces, claro, con los salarios de al principio, más el alquiler, no te queda excesivo margen para poder ahorrar. Y si encima pretendía irme a vivir solo, porque entonces no tenía pareja», comenta este vigués de 28 años.
Ahora la situación es distinta porque al ser dos, le permite compartir gastos. «Si estuviera solo, sin pareja, seguiría viviendo con mis padres porque la relación que tengo es muy buena con ellos», dice. Pero también porque de ese modo podría ahorrar más para la entrada de un piso.
Sobre si le resultó muy complicado encontrar una vivienda de alquiler acorde a sus necesidades, Ángel reconoce que no fue fácil. «Los precios son bastante altos, la verdad. Llevábamos viendo pisos desde principio del 2020 y sí que nos dimos cuenta de que desde enero del 2021, que fue cuando empezamos a mirar más en serio, hasta el verano, hubo un momento en el que pegaron un subidón bastante grande», asegura.
Porque como bien dice no es difícil encontrar un piso barato, lo complicado es que reúna ciertas comodidades que hoy en día resultan ya imprescindibles y que tenga un precio asequible: «Algunos más baratos hay, pero quieres cierta comodidad», confiesa este joven que reconoce que una persona que tenga un salario medio de unos 1.500 euros y que decida vivir solo, el precio del alquiler se llevará cerca de la mitad del sueldo.
Lo de la compra del piso no lo ve muy cerca. Más bien a largo plazo porque considera que los precios están muy por encima de las posibilidades de la gente: «Tal y como están las cosas, está fastidiado. A las afueras de Vigo igual hay ahora algo en precio. Y cuando digo en precio, me refiero para lo que se maneja ahora. Yo sigo teniendo expectativas de comprar, pero si sigo como hasta ahora, creo que tardaré más de cinco o seis años en poder comprarme un piso».
Además del precio, también piensa en la cantidad que tiene que ahorrar para que un banco le conceda una hipoteca. «Por un lado, me preocupa la entrada. Todavía no soy consciente. No me he puesto a mirar al 100 % todo porque aún no me lo puedo permitir, pero entiendo que tengo que dar una entrada bastante elevada para cualquier piso decente. Y es complejo poder llegar a esa cantidad elevada, y tener algo más en el colchón por si vienen mal dadas para poder tirar de ahí», explica Ángel, al que se le ve muy previsor. Él analiza todas las situaciones de riesgo que le puedan surgir.
Además, cree que si lo compara con la época de sus padres, está convencido de que él lo tiene mucho más difícil de lo que lo tuvieron ellos en su día. Es decir, que las condiciones han empeorado, a pesar de que el país ha evolucionado y se ha modernizado con el paso del tiempo. «Ellos compraron el piso en su momento hace 40 años y ya está. De hecho, lo compró mi progenitora con mi abuela y lo pagaron las dos solas, con trabajos mucho menos cualificados que los que puedo tener yo o mi pareja», explica. Pero él no cederá en su empeño de tener su propio hogar. Y no hay duda de que si tiene una mínima posibilidad lo logrará. A por ello, Ángel.
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