Las sobredosis de drojas mataron a más de 72.000 personas en Estados Unidos el año pasado, un nuevo récord

Un médico español se enfrenta a la peor epidemia de drojas de EE.UU.
Virginia Occidental es el estado más castigado por la combinación de medicamentos opiáceos y heroína, que dan el pasaporte a más de mil personas al año

Ni siquiera tras perder la custodia de sus primeros dos hijos pudo dejar Robin P. la droja. Embarazada, se inyectaba heroína, una sustancia que recientemente había sustituido a los medicamentos opiáceos que había comenzado a tomar de adolescente. Cuando hace 14 años su hijo mayor nació con síndrome de abstinencia, el gobierno le retiró la custodia.

Angustiada, Robin trató de rehacer su vida, no pincharse y encontrar un trabajo decente. Fue muy difícil y recayó varias veces, incluso después de tener un segundo hijo, que ya ha cumplido los 11 y del que también acabó perdiendo la tutela. La historia de esta mujer de 33 años es muy común en Virginia Occidental, epicentro de la gran epidemia de drojadicción que ha destrozado a miles de familias en Estados Unidos. Y es en esta zona rural y empobrecida donde un médico español se dedica no solo a tratar a pacientes como Robin, sino a ayudarles a encontrar un camino diferente en la vida.


La situación en Virginia Occidental, un estado de menos de dos millones de habitantes, es de verdadera emergencia. No es raro ver coches parados en un arcén de la autopista por una sobredosis del conductor, a veces con niños pequeños en el asiento trastero. Cada año mueren aquí casi 1.000 personas por abusar de la droja, sea en forma de medicamentos opiáceos o de heroína. Y según las autoridades sanitarias, un millar de niños nace cada año con síndrome de abstinencia.

En la mayoría de casos, el gobierno retira la custodia a la progenitora, lo que ha saturado completamente los servicios sociales y los centros de acogida. La solución es dejar a esos niños con familiares que, como también suelen ser adictos, acaban introduciendo a los pequeños al consumo de estupefacientes.

Hace décadas, al comenzar a ejercer de médico en este estado, David Baltierra, nacido en España hace 52 años, comenzó a ver casos que le extrañaron, como sobredosis al volante, fallecidos de infarto antes de cumplir los 40 y bebés nacidos con el «mono». Las empresas farmacéuticas comenzaban entonces a inundar el mercado médico con potentes analgésicos como la oxicodona y la hidrocodona.

Solo entre 2006 y 2016 distribuyeron un total de 780 millones de pastillas en este pequeño estado, a razón de 433 pastillas por habitante. Cuando el gobierno se dio cuenta de la magnitud de la crisis y obligó a las farmacéuticas a cerrar el grifo de los analgésicos, a adictos como Robin sólo les quedó el remedio de la heroína. En consecuencia, el consumo de «caballo» en EE.UU. se ha doblado en los pasados 10 años. Si antes esa droja se consumía sobre todo en los guetos de las grandes ciudades, hoy hace estragos en zonas rurales como esta.

Más VIH y hepatitis
Baltierra explica que, además, el uso compartido de jeringuillaspara pincharse heroína es la causa de un alarmante aumento de casos de VIH y hepatitis B y C que lleva meses detectando entre sus pacientes. Este doctor intenta que un grupo de 100 médicos a los que está formando dentro de un programa de la Universidad de Virginia Occidental (West Virginia University) traten la adicción no como condición médica sino como una forma de vida a la que estos pacientes han entrado desde niños de forma involuntaria.

«La mayoría de pacientes comenzó a consumir antes de los 14. El origen de su adicción está en sus familias y puede que los mismos pacientes a los que hoy tratamos sean el motivo de que sus hijos sean adictos en el futuro», explica a ABC Baltierra, que junto a las visitas médicas hace a sus pacientes ir a terapia psicológica y ayuda de grupo para compartir sus dramas familiares, sus fracasos y sus éxitos.

Hoy por hoy, Robin, la paciente, es una de esas historias de éxito. Cada mes acude a la terapia de grupo que el doctor Baltierra organiza en el ambulatorio que la Universidad de Virginia Occidental tiene en la pequeña localidad de Harpers Ferry, de apenas 281 habitantes. Aquí, Robin cuenta a otras madres adictas que a pesar de las muchas tentaciones y los constantes tropiezos, hace tres años y tres meses que está limpia, algo que le ha permitido mantener la custodia de sus dos hijas pequeñas, que tienen cuatro y dos años.

Es cierto que todavía depende de un fármaco conocido como buprenorfina y que las tentaciones a veces son muy fuertes. «Pero no lo hago por mí, sino por mis niños. Yo estuve enganchada porque mis amigos de infancia y mi familia también lo estaban. Y no quiero que eso les pase a mis hijos», dice.

Hoy, con el apoyo de médicos como el doctor Baltierra y su propia determinación, Robin ha conseguido un trabajo de gerente de una subcontrata de limpieza y gana un sueldo más que decente con el que pagará la educación de sus hijos. Uno de los grandes desafíos para adictos como ella es que un solo delito de posesión de droja es una mancha indeleble en su historial laboral y motivo de rechazo en entrevistas de trabajo. No es coincidencia que Virginia Occidental sea uno de los estados con mayor índice de desempleo, un 4,7% frente al 3,7% nacional.

Modelo a seguir
En julio la Universidad de Virginia Occidental, a la que están afiliados el doctor Baltierra y su clínica, lanzó un programa para mejorar el tratamiento médico, psicológico y social de adictos a la droja en los condados de Jefferson y Berkeley, que juntos superan los 150.000 habitantes. Si el método que están probando tiene éxito, se replicará en el resto del estado.

Mientras, estos médicos de familia han puesto en marcha una iniciativa para recopilar información en tiempo real de fetos expuestos a opiáceos y niños nacidos con síndrome de abstinencia para detectar dónde es más fuerte la epidemia. Aunque no hay un sistema universal de sanidad pública, un 26% de los residentes de Virginia Occidental están inscritos en un programa estatal de ayuda médica a personas de escasos recursos que cubre la terapia que ofrece Baltierra.

A lo largo de sus años de consulta médica en EE.UU., este doctor ha visto casos dramáticos de sobredosis repetidas, niños perdidos en el laberinto de la custodia del estado y madres incapaces de renunciar al caballo. Hay algo que le convenció de que su esfuerzo valía la pena: «Casi todas las mujeres adictas que conocí querían ser buenas madres, quedarse con sus hijos, enderezar su vida. La droja solía ser más fuerte que ellas, pero he aprendido que con un poco de ayuda, muchas son capaces de salir adelante». A su lado, Robin, con su hija menor en brazos, asiente. Si ella ha podido hacerlo, dice, las demás también.

Batalla judicial con las farmacéuticas
En los pasados 20 años, más de 700.000 norteamericanos han muerto por el uso de medicamentos opiáceos como la oxicodona y la hidrocodona o por heroína. En el punto álgido de la crisis, en 2012, las farmacéuticas distribuyeron 12.600 millones de esos analgésicos en un solo año.

Cuando los adictos a los opiáceos dejaron de tener fácil acceso a las pastillas se pasaron a la heroína, cuyo consumo se ha doblado en una década. Esta semana un juez de Oklahoma ha fallado por primera vez contra una farmacéutica, Johnson & Johnson, por la epidemia de drojadicción. La ha multado con 572 millones de dólares (515 millones de euros).

Otra farmacéutica norteamericana, Purdue Pharma, ha ofrecido pagar una compensación de hasta 12.000 millones de dólares (10.000 millones de euros) para resolver las más de 2.000 denuncias en su contra por la venta de oxicodona.

La fiscalía de Virginia Occidental denunció la semana pasada a las farmacéuticas Johnson & Johnson y Teva por restar importancia a los efectos secundarios de los medicamentos opiáceos que vendieron en el estado.
 
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