Las cosas que sé que sabes, aunque no quieras reconocerlo ni en privado

Fudivarri

EL ESTADO ES TU PEOR ENEMIGO.
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Aunque no pases hambre aún, españolito, vas camino de ser un pobre de solemnidad, un perversos, y lo sabes. Y sabes que tu Gobierno no te representa, ni está ahí para defender tus intereses ni para perder un solo minuto en resolver tus problemas, sino los suyos propios y los de sus amos, las clases privilegiadas, que son esos mismos fulanos que financian a los partidos y a los sindicatos a fondo perdido, (y a las grandes empresas, a precios de risa; y a las pequeñas o a los particulares, a precios de usura). Sé que lo sabes. Eso y muchas más cosas:

Sabes que ruedas pendiente abajo —y tu familia contigo— cuando te acomodas y soportas el doble lenguaje del poder mediático, que nunca, nunca, debes asumir como propio: eso de que no hay personas, sino recursos humanos; que no hay pobreza, sino marginalidad; que no hay limosna, sino subsidio; que no hay pagapensiones, sino ilegales; que no hay despidos masivos, sino expedientes de regulación de empleo; que no hay robo al erario público, sino salvamento del sistema financiero... No olvides el significado real de esas palabras, porque ellos esperan que, poco a poco, desaprendas la realidad. Y la realidad es que vives en una dictadura con apariencia de democracia, porque ésta última —cuando es de verdad— está contraindicada y es intolerable para quienes buscan manipular al pueblo para desposeerlo y esclavizarlo.

Sabes que el Estado es tu enemigo, porque como tal se comporta: sospecha de ti siempre y te coacciona o te sanciona, mientras te esquilma y se funde la mitad del PIB español; cuando un funcionario te trata como a guano en una ventanilla de cualquier administración, en una comisaría de Policía o en la cola del INEM, demuestra que él también sabe que no trabaja para ti, aunque seas tú el que le paga el sueldo; y no hace sino reconocer que forma parte del Estado y que, en efecto, éste es tu enemigo declarado. Y sabes que lo que hace tan fuerte al Estado es que muchísimos millones de españoles forman parte de él, y son todos aquellos que viven del Presupuesto: políticos, altos cargos, asesores, funcionarios, contratados laborales, eventuales, interinos...; pero también los subvencionados diversos son Estado: titiriteros, oenegistas, empresas públicas o ex-monopolísticas (Telefónica, Repsol, Endesa), y otros prevaricados; también son Estado los más importantes, las cajas de ahorros y los bancos, que dictan las leyes económicas y tienen poder para mandar suprimir impuestos como el de Patrimonio; y no olvidemos a la Iglesia, que siempre fue Estado desde el mismo instante en que se creó tal concepto, y que percibe de éste 4.500 millones de euros al año; y, finalmente —¡oh, sorpresa!—, también son Estado las clases pasivas, los jubilados, aunque sean viejitos comunistas o anarquistas. Todos ellos son Estado, porque, o lo parsitan, o viven de él, o cobran de él sus legítimos emolumentos o pensiones; y quieren seguir conservando su statu quo a cualquier precio, sobre todo si el precio es sólo tu libertad, españolito currante. Eso es lo que está al otro lado. Y en tu lado, estamos los 15 millones de españoles asalariados o autónomos que producimos el PIB que los del otro bando se liquidan.

Sabes que la solución es el control popular del Estado, eso que se llama en todo lugar DEMOCRACIA. Pero reclamar la democracia es peligroso, porque te convierte en un marginal, en un extremista, en un ilegal, en un posible objetivo a abatir por el Estado; sabes que lo único que te está permitido es participar en este juego con las reglas trucadas, ¡y hasta sé que vas a votar a los partidos en las elecciones, aunque reconozcas que son todos un fraude sin ideología ni voluntad de servicio, simples gangs de delincuentes!

Sabes que el control de la información y el uso de la propaganda son armas cruciales de los regímenes totalitarios, como el franquista; pero mucho más en los sistemas partitocráticos, como el español, que no es más que la prolongación del franquismo puro y duro: los nacional-católicos, a la derecha (PP); los falangistas, a la izquierda (PSOE). Eres consciente de que te manipulan a través de la televisión, pero te dejas llevar mientras sea lo más cómodo. Sabes que el peligro que corres haciendo eso es que te están reconfigurando como consumidor y como esclavo, pero te resulta más fácil, de momento, servirles voluntariamente que defender tu libertad.

Sabes perfectamente que la información es poder y la desinformación, esclavitud; que la asimetría de información entre los que mandan y los que obedecen es abismal; pero prefieres no darte por enterado, porque eres intelectualmente demasiado perezoso, y te has convertido en un espectador que espera que todo evoluciones sin tener que hacer nada al respecto. Pero sabes que ésa es la verdad: por eso, si inviertes tus ahorros donde te aconseja el director de tu sucursal bancaria, te despluman; si entras en Bolsa, siguiendo los consejos de los diarios salmón, adiós al dinero aún más rápido; y si te dejas llevar por la publicidad —la misma que existe para programar tu cerebro de consumidor—, poniendo tu dinero en bancos mediante contratos que no entiendes, llenos de letra pequeña, el rendimiento es bajísimo y el riesgo que corre tu dinero, enorme.

Sabes que nadie tiene derecho a dirigir el mundo, ni siquiera en aras del bien común —eso es el fascismo—; pero aún menos si actúa sólo en beneficio propio, y que por eso se hace de manera subrepticia, mintiendo continuamente y manipulando la conciencia ciudadana. No hay mejores sociólogos o psicólogos que los de las grandes multinacionales financieras. Sabes que te tratan como a un niño —y te encantaría, si no tuviera tan nefastas consecuencias—, porque mastican el mensaje y tu cerebro lo asimila sin esfuerzo, como una papilla infantil. Sabes que, si el Ministerio de Educación y Ciencia hiciera lo mismo con ánimo de enseñarte a ser libre y creativo, España no sería este corral de bestias, y tú serías mucho más valioso, menos prescindible. Pero no es así, y no puedes —eso crees— hacer nada para impedirlo, así que seguirás figurando como el único responsable de tus desgracias, por falta de capacidad o de inteligencia, porque eres una individualidad sin conexión con el resto, incapaz de coordinarte con otros ciudadanos, siquiera para defender vuestros mutuos intereses.

Sabes que todo este cotarro de la globalización está al servicio del capitalismo, de las entidades financieras internacionales: que el “libre movimiento de capitales”significa para ellos el invertir donde haya ganancia rápida y poner los beneficios a buen recaudo en paraisos fiscales; y que el “libre movimiento de personas”quiere decir inmi gración descontrolada para arrasar los derechos de los españoles trabajadores por cuenta ajena.

Sabes que la actual crisis financiera global puede desembocar en una guerra mundial, porque no hay ni ha habido una sola guerra en el orbe cuyo motivo real no haya sido financiero. Sabes que el “Eje del Mal”de los neoconservadores norteamericanos lo constituyen los países en los que el préstamo con interés es delito, como Irán; o donde la Banca es nacional, y no privada, como en los países con socialismo real, como Corea del Norte. Sabes que la II Guerra mundial la desencadenaron las grandes corporaciones financieras a causa de la nacionalización de la Banca Alemana —la banca judía maneja siempre los hilos, a pesar de que también la Biblia prohíba el préstamo con interés— por parte del III Reich. Sabes que si no reaccionamos exigiendo la democracia formal a tiempo —la de verdad, no esta ficción—, la única salida ante el caos actual y el desaforado gasto administrativo será otro fascismo. Y sabes que los “nuevos amos de camisa de color” serán los mismos que hoy ocupan ya los sillones del poder: siempre han estado ahí y seguirán estando, sólo cambian de camisa.

Sé que sabes, que tienes conciencia clara de todo lo denunciado más arriba, y eso es nuestra única esperanza. Y aunque no muevas ni un dedo ante la hecatombe que se te avecina, sé que estás ahí. Y te demando, te exijo, que estés presto para saltar sobre tu enemigo a la primera ocasión en que percibas que derribarlo es posible. Sólo falta que estés atento para sentir cuando esa ocasión aparezca. ¡Y que no se te olvide entonces que merece la pena hacer algo para ganarte la libertad!
 
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