La siguiente es una fórmula teológica que podría parecerte extraña: “La regeneración precede a la fe”. Hemos visto que la regeneración o el renacimiento espiritual es el comienzo de la vida cristiana. Si la regeneración es el primer paso, obviamente debe venir antes que el segundo paso. Las personas espiritualmente muertas no desarrollan fe repentinamente, provocando que Dios las regenere. Más bien, la fe es el fruto de la regeneración que Dios realiza en nuestro corazón: “aun cuando estábamos muertos en nuestros delitos, [Dios] nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia habéis sido salvados)” (Efesios 2:5). Nacemos de nuevo (somos regenerados), luego venimos a la fe, luego somos justificados, y luego comenzamos a experimentar el proceso de la santificación por el resto de nuestras vidas (Romanos 8:30). Todos estos acontecimientos conforman toda la complejidad de la vida cristiana. Pero el punto de partida, el primer acto en la cadena le pertenece plenamente a Dios: es una obra monergista, como vimos en el capítulo anterior.
En suma, la regeneración es una obra soberana de Dios. En otras palabras, Dios ejerce su poder y autoridad sobre la persona en su tiempo y a su manera para llevar a cabo la regeneración de su corazón. Hago hincapié en esto porque muchas personas conciben la regeneración como un mero acto de persuasión jovenlandesal por el cual Dios nos seduce o convence para que cambiemos y vayamos en dirección a Él. Lo que estoy sugiriendo, siguiendo el pensamiento de Agustín y otros gigantes de la fe cristiana, es que la regeneración no se trata simplemente de que Dios está lejos de nosotros e intentando persuadirnos a que vengamos a Él, sino de que Dios viene a nuestro interior. Él invade el alma, porque debe haber un cambio sustantivo en el corazón antes de que vengamos a Cristo. Para que nosotros deseemos las cosas de Dios, tenemos que ser revividos, y para ser revividos se requiere un acto soberano de Dios.
UN HEBREO DE HEBREOS
Tenemos el registro más famoso de una conversión en la historia de la iglesia en hechos 9. Se trata de la conversión de Saulo, el hombre que se convirtió en el apóstol Pablo. El Nuevo Testamento enseña que Dios no llamó a muchas personas sabias y grandes para ser parte de la fundación de la iglesia cristiana (1 Corintios 1:26–27). Más bien, la iglesia primitiva fue conformada principalmente por oprimidos, pobres, explotados, y aquellos que tenían medios muy limitados. Parte del plan de Dios, en general, consistió en no escoger a los ricos, poderosos y famosos para establecer su iglesia. Pero la Escritura no dice que “ninguno”, sino que “no muchos” fueron sacados de cargos de liderazgo o niveles sofisticados de estatus. Uno que provenía de tal trasfondo era Saulo de Tarso.
Saulo pertenecía a una familia de mercaderes y había recibido una extraordinaria educación superior. Ciertos expertos han sostenido que si Saulo nunca hubiese sido confrontado por Cristo en el camino a Damasco y hubiese sido radicalmente convertido, si Dios lo hubiese dejado solo para que siguiera el curso que llevaba, aun así es muy probable que el mundo moderno se hubiera percatado de su presencia porque fue uno de los judíos más educados del siglo I. Él era el alumno destacado de Gamaliel, el principal rabí de Jerusalén. Él poseía el equivalente a dos doctorados a la edad de veintiún años. Siendo aun joven, había ascendido de forma meteórica a una posición de autoridad política, teológica y eclesiástica en Israel.
No solo era un hombre instruido y competente; Saulo era inmensamente apasionado. Era un fanático. Él se describe a sí mismo como “mostrando mucho más celo por las tradiciones de mis antepasados” (Gálatas 1:14b) y como un “hebreo de hebreos” (Filipenses 3:5). No sabemos con exactitud qué quería decir con eso, pero sabemos que se estaba describiendo a sí mismo con un superlativo del idioma hebreo, similar a las expresiones “Rey de reyes” o “Señor de señores”. En otras palabras, Saulo era único en su clase. Él había alcanzado el nivel más alto posible.
Saulo también era fariseo (Fil 3:5), un miembro del partido conservador de los líderes judíos que estaban comprometidos con una estricta observancia de la ley mosaica. Una tradición de los días de la iglesia primitiva sugiere que entre los fariseos había un grupo íntimo que sostenía la creencia de que si cualquiera de ellos guardaba perfectamente la totalidad de las leyes tan solo un día, ese acto de virtud induciría a Dios a enviar al Mesías. entonces entre los fariseos había un puñado de fanáticos que practicaban todo tipo de auto sacrificios y ascetismo. Ellos eran devotos en su estudio y escrupulosos con cada detalle de la ley al intentar guardarla perfectamente por un periodo de veinticuatro horas. Algunos suponen que el propio Saulo era uno de estos celosos fariseos.
Encontramos a Saulo por primera vez cuando sostiene la ropa de los que apedrean a Esteban (Hechos 7:58). En Hechos 8 y 9, vemos como convierte su pasión en una forma de hostilidad militante contra la naciente iglesia, a la que él considera como una grave distorsión del judaísmo ortodoxo. Él no ve el movimiento cristiano como un cumplimiento de la Escritura del Antiguo Testamento, sino como el debilitamiento de todo aquello que él estima. Así que Saulo actúa junto con las autoridades religiosas judías para presentar cargos formales contra los cristianos. Él está lleno de hostilidad hacia Jesús y todo lo que Jesús representa.
CRISTO CONFRONTA A SAULO
Pero todo cambia en Hechos 9, un capítulo que comienza con estas palabras: “Saulo, respirando todavía amenazas y fin contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que pertenecieran al Camino, tanto hombres como mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén” (vv. 1–2). Cada respiro de Saulo exhalaba algún tipo de amenaza diabólica contra la vida de los creyentes, y no solo los de Jerusalén. Él le pidió al sumo sacerdote cartas de apoyo oficial para poder proseguir con su investigación, enjuiciamiento y persecución de los cristianos en Damasco. Él quería ir hasta Damasco para encontrar a cualquier judío que pudiera haber sido infectado con esa herejía cristiana. Era algo similar a cuando un oficial de policía le solicita a un juez una orden judicial. Saulo quería atrapar a los cristianos, fuesen hombres o mujeres, y llevarlos encadenados a Jerusalén.
Pero Saulo jamás llevó a cabo su misión en Damasco: “Y sucedió que mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció en su derredor una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y El respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (vv. 3–6).
Si existe alguna evidencia en la Escritura de que la regeneración es un acto soberano, este lo es. Saulo no había hecho nada para merecer esta maravillosa intervención en su vida. En sus obras o en su vida no había mérito alguno que pudiese haber inducido a Dios a enviar esta visitación de gracia; de hecho, había una gran medida de deméritos. Con todo, Jesús fue a Saulo, y Saulo fue convertido de forma soberana y efectiva allí mismo.
Después, al escribir como el apóstol Pablo, recordó que Jesús también dijo: “Dura cosa te es dar de coces contra el aguijón” (Hechos 26:14). Esa es una imagen extraña. En el mundo antiguo, cuando se usaba bueyes para tirar carretas, a veces los bueyes se ponían tercos, tal como las mulas, y el dueño les daba un latigazo en el lomo para que se movieran. A veces, cuando los bueyes se rehusaban a caminar y la punzada del látigo los impacientaba, daban patadas y era probable que quebraran la carreta. Así que se empezó a poner aguijadas delante de las carretas. En estas aguijadas había púas firmes y agudas que lastimaban las patas de los bueyes y los obligaban a dejar de patear. Pero a veces, un buey especialmente terco daba “coces contra el aguijón”. El dolor de dar coces contra la púa enfurecía aun más al buey y volvía a patear aun más fuerte. Cuanto más pateaba, más le dolía, y cuanto más le dolía, más se enfurecía, y cuanto más furioso, más pateaba. El buey quedaba convertido en un desastre sangriento mientras lucha contra la aguijada.
Lo que Jesús estaba diciendo era: “Saulo, eres un buey menso. ¿Por qué me persigues? No puedes ganar. Eres como un buey que patea contra las púas de una aguijada”.
Mientras Saulo yacía en el suelo, miró hacia el resplandor y preguntó: “¿Quién eres, Señor?” Él no sabía quién era el que lo había parado en seco, pero sabía que debía ser el Señor, porque nadie más podía iluminar el desierto en pleno día con una luz brillante de gloria resplandeciente. Nadie más podía dar con él en tierra de un golpe y dejarlo ciego. Nadie más podía hablarle con una voz del cielo en su propio idioma. Tenía que ser el Señor quien le hablaba. Jesús le respondió: “Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”.
¿DIOS TE HA CONFRONTADO?
Tal vez nunca has visto una luz brillante en el camino a Damasco. Tal vez nunca te han derribado de un golpe. Estoy seguro de que nunca has escuchado una voz audible del cielo. En el caso de Saulo, esas eran simplemente manifestaciones externas de la misteriosa obra interna del nuevo nacimiento. Pero el mismo poder soberano y autoridad manifestados aquel día en el camino a Damasco han estado actuando en tu alma si efectivamente has nacido de nuevo.
La regeneración es una obra del poder omnipotente de Dios, un poder al que nada puede vencer o resistir. Si Dios da su aliento a una persona muerta, esa persona regresa de entre los muertos. No hay rival cuando se ejerce este poder. Dios confrontó soberanamente a Saulo, y de forma soberana lo tras*formó y lo redimió. ¿Ha hecho lo mismo contigo?
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Acerca del autor:
Robert Charles Sproul (1939-2017). Westminster College, Pennsylvania (BA), Pittsburgh-Xenia Theological Seminary (M.Div.), Free University of Amsterdam (PhD), Whitefield Theological Seminary (PhD). Ha sido profesor de teologia en diversos seminarios en los Estados Unidos. Es un conocido teólogo y pastor americano, autor de muchos libros. Es fundador y director de “Ministerios Ligonier”, y conduce un programa de radio diario llamado ‘Renovando tu mente’. Sproul ha servido como pastor en la Iglesia de Saint Andrews en Florida (US). Actualmente trabaja con la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos (PCA), y ha sido miembro también de la ‘Alianza de Evangélicos Confesantes’ (Alliance of Confessing Evangelicals). Es autor de mas de 100 libros, de los cuales estan disponibles en español; “Las Grandes Doctrinas de la Biblia” (1996); “Como estudiar e interpretar la Biblia”(1996); “Escogidos por Dios” (2002); “La Santidad de Dios” (1998); entre muchos otros.
En suma, la regeneración es una obra soberana de Dios. En otras palabras, Dios ejerce su poder y autoridad sobre la persona en su tiempo y a su manera para llevar a cabo la regeneración de su corazón. Hago hincapié en esto porque muchas personas conciben la regeneración como un mero acto de persuasión jovenlandesal por el cual Dios nos seduce o convence para que cambiemos y vayamos en dirección a Él. Lo que estoy sugiriendo, siguiendo el pensamiento de Agustín y otros gigantes de la fe cristiana, es que la regeneración no se trata simplemente de que Dios está lejos de nosotros e intentando persuadirnos a que vengamos a Él, sino de que Dios viene a nuestro interior. Él invade el alma, porque debe haber un cambio sustantivo en el corazón antes de que vengamos a Cristo. Para que nosotros deseemos las cosas de Dios, tenemos que ser revividos, y para ser revividos se requiere un acto soberano de Dios.
UN HEBREO DE HEBREOS
Tenemos el registro más famoso de una conversión en la historia de la iglesia en hechos 9. Se trata de la conversión de Saulo, el hombre que se convirtió en el apóstol Pablo. El Nuevo Testamento enseña que Dios no llamó a muchas personas sabias y grandes para ser parte de la fundación de la iglesia cristiana (1 Corintios 1:26–27). Más bien, la iglesia primitiva fue conformada principalmente por oprimidos, pobres, explotados, y aquellos que tenían medios muy limitados. Parte del plan de Dios, en general, consistió en no escoger a los ricos, poderosos y famosos para establecer su iglesia. Pero la Escritura no dice que “ninguno”, sino que “no muchos” fueron sacados de cargos de liderazgo o niveles sofisticados de estatus. Uno que provenía de tal trasfondo era Saulo de Tarso.
Saulo pertenecía a una familia de mercaderes y había recibido una extraordinaria educación superior. Ciertos expertos han sostenido que si Saulo nunca hubiese sido confrontado por Cristo en el camino a Damasco y hubiese sido radicalmente convertido, si Dios lo hubiese dejado solo para que siguiera el curso que llevaba, aun así es muy probable que el mundo moderno se hubiera percatado de su presencia porque fue uno de los judíos más educados del siglo I. Él era el alumno destacado de Gamaliel, el principal rabí de Jerusalén. Él poseía el equivalente a dos doctorados a la edad de veintiún años. Siendo aun joven, había ascendido de forma meteórica a una posición de autoridad política, teológica y eclesiástica en Israel.
No solo era un hombre instruido y competente; Saulo era inmensamente apasionado. Era un fanático. Él se describe a sí mismo como “mostrando mucho más celo por las tradiciones de mis antepasados” (Gálatas 1:14b) y como un “hebreo de hebreos” (Filipenses 3:5). No sabemos con exactitud qué quería decir con eso, pero sabemos que se estaba describiendo a sí mismo con un superlativo del idioma hebreo, similar a las expresiones “Rey de reyes” o “Señor de señores”. En otras palabras, Saulo era único en su clase. Él había alcanzado el nivel más alto posible.
Saulo también era fariseo (Fil 3:5), un miembro del partido conservador de los líderes judíos que estaban comprometidos con una estricta observancia de la ley mosaica. Una tradición de los días de la iglesia primitiva sugiere que entre los fariseos había un grupo íntimo que sostenía la creencia de que si cualquiera de ellos guardaba perfectamente la totalidad de las leyes tan solo un día, ese acto de virtud induciría a Dios a enviar al Mesías. entonces entre los fariseos había un puñado de fanáticos que practicaban todo tipo de auto sacrificios y ascetismo. Ellos eran devotos en su estudio y escrupulosos con cada detalle de la ley al intentar guardarla perfectamente por un periodo de veinticuatro horas. Algunos suponen que el propio Saulo era uno de estos celosos fariseos.
Encontramos a Saulo por primera vez cuando sostiene la ropa de los que apedrean a Esteban (Hechos 7:58). En Hechos 8 y 9, vemos como convierte su pasión en una forma de hostilidad militante contra la naciente iglesia, a la que él considera como una grave distorsión del judaísmo ortodoxo. Él no ve el movimiento cristiano como un cumplimiento de la Escritura del Antiguo Testamento, sino como el debilitamiento de todo aquello que él estima. Así que Saulo actúa junto con las autoridades religiosas judías para presentar cargos formales contra los cristianos. Él está lleno de hostilidad hacia Jesús y todo lo que Jesús representa.
CRISTO CONFRONTA A SAULO
Pero todo cambia en Hechos 9, un capítulo que comienza con estas palabras: “Saulo, respirando todavía amenazas y fin contra los discípulos del Señor, fue al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, para que si encontraba algunos que pertenecieran al Camino, tanto hombres como mujeres, los pudiera llevar atados a Jerusalén” (vv. 1–2). Cada respiro de Saulo exhalaba algún tipo de amenaza diabólica contra la vida de los creyentes, y no solo los de Jerusalén. Él le pidió al sumo sacerdote cartas de apoyo oficial para poder proseguir con su investigación, enjuiciamiento y persecución de los cristianos en Damasco. Él quería ir hasta Damasco para encontrar a cualquier judío que pudiera haber sido infectado con esa herejía cristiana. Era algo similar a cuando un oficial de policía le solicita a un juez una orden judicial. Saulo quería atrapar a los cristianos, fuesen hombres o mujeres, y llevarlos encadenados a Jerusalén.
Pero Saulo jamás llevó a cabo su misión en Damasco: “Y sucedió que mientras viajaba, al acercarse a Damasco, de repente resplandeció en su derredor una luz del cielo; y al caer a tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Y él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y El respondió: Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (vv. 3–6).
Si existe alguna evidencia en la Escritura de que la regeneración es un acto soberano, este lo es. Saulo no había hecho nada para merecer esta maravillosa intervención en su vida. En sus obras o en su vida no había mérito alguno que pudiese haber inducido a Dios a enviar esta visitación de gracia; de hecho, había una gran medida de deméritos. Con todo, Jesús fue a Saulo, y Saulo fue convertido de forma soberana y efectiva allí mismo.
Después, al escribir como el apóstol Pablo, recordó que Jesús también dijo: “Dura cosa te es dar de coces contra el aguijón” (Hechos 26:14). Esa es una imagen extraña. En el mundo antiguo, cuando se usaba bueyes para tirar carretas, a veces los bueyes se ponían tercos, tal como las mulas, y el dueño les daba un latigazo en el lomo para que se movieran. A veces, cuando los bueyes se rehusaban a caminar y la punzada del látigo los impacientaba, daban patadas y era probable que quebraran la carreta. Así que se empezó a poner aguijadas delante de las carretas. En estas aguijadas había púas firmes y agudas que lastimaban las patas de los bueyes y los obligaban a dejar de patear. Pero a veces, un buey especialmente terco daba “coces contra el aguijón”. El dolor de dar coces contra la púa enfurecía aun más al buey y volvía a patear aun más fuerte. Cuanto más pateaba, más le dolía, y cuanto más le dolía, más se enfurecía, y cuanto más furioso, más pateaba. El buey quedaba convertido en un desastre sangriento mientras lucha contra la aguijada.
Lo que Jesús estaba diciendo era: “Saulo, eres un buey menso. ¿Por qué me persigues? No puedes ganar. Eres como un buey que patea contra las púas de una aguijada”.
Mientras Saulo yacía en el suelo, miró hacia el resplandor y preguntó: “¿Quién eres, Señor?” Él no sabía quién era el que lo había parado en seco, pero sabía que debía ser el Señor, porque nadie más podía iluminar el desierto en pleno día con una luz brillante de gloria resplandeciente. Nadie más podía dar con él en tierra de un golpe y dejarlo ciego. Nadie más podía hablarle con una voz del cielo en su propio idioma. Tenía que ser el Señor quien le hablaba. Jesús le respondió: “Yo soy Jesús a quien tú persigues; levántate, entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”.
¿DIOS TE HA CONFRONTADO?
Tal vez nunca has visto una luz brillante en el camino a Damasco. Tal vez nunca te han derribado de un golpe. Estoy seguro de que nunca has escuchado una voz audible del cielo. En el caso de Saulo, esas eran simplemente manifestaciones externas de la misteriosa obra interna del nuevo nacimiento. Pero el mismo poder soberano y autoridad manifestados aquel día en el camino a Damasco han estado actuando en tu alma si efectivamente has nacido de nuevo.
La regeneración es una obra del poder omnipotente de Dios, un poder al que nada puede vencer o resistir. Si Dios da su aliento a una persona muerta, esa persona regresa de entre los muertos. No hay rival cuando se ejerce este poder. Dios confrontó soberanamente a Saulo, y de forma soberana lo tras*formó y lo redimió. ¿Ha hecho lo mismo contigo?
Tomado de: R. C. Sproul, ¿Qué significa nacer de nuevo?, tras*. Elvis Castro, vol. 6, La Serie Preguntas Cruciales (Poiema Lectura Redimida; Reformation Trust, 2017), 35-42.
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Acerca del autor:
Robert Charles Sproul (1939-2017). Westminster College, Pennsylvania (BA), Pittsburgh-Xenia Theological Seminary (M.Div.), Free University of Amsterdam (PhD), Whitefield Theological Seminary (PhD). Ha sido profesor de teologia en diversos seminarios en los Estados Unidos. Es un conocido teólogo y pastor americano, autor de muchos libros. Es fundador y director de “Ministerios Ligonier”, y conduce un programa de radio diario llamado ‘Renovando tu mente’. Sproul ha servido como pastor en la Iglesia de Saint Andrews en Florida (US). Actualmente trabaja con la Iglesia Presbiteriana de los Estados Unidos (PCA), y ha sido miembro también de la ‘Alianza de Evangélicos Confesantes’ (Alliance of Confessing Evangelicals). Es autor de mas de 100 libros, de los cuales estan disponibles en español; “Las Grandes Doctrinas de la Biblia” (1996); “Como estudiar e interpretar la Biblia”(1996); “Escogidos por Dios” (2002); “La Santidad de Dios” (1998); entre muchos otros.