EDUARDO INDA
No me van a decir ni me van a contar qué ocurrió en esa semana tras*currida entre el 25 de mayo y el 1 de junio. Es decir, entre la presentación de la frentepopulista moción de censura y la investidura de facto de Pedro Sánchez aquel infausto primer viernes del sexto mes de 2018. Siete días que se nos hicieron eternos y en los que vivimos peligrosamente. Pocos saben mejor que yo lo sucedido entre bambalinas en unos días que cambiaron la historia de España, tal vez para siempre. Bueno, eso en el improbable caso de que la nación más antigua de la Europa continental continúe existiendo como la conocemos tras este experimento con champán.
La gran conclusión es exactamente la de siempre en la historia de las grandes cosas: no fue como nos la contaron. El gobernante siempre tiende a pervertir la realidad para quedar bien o para que no se note que abusaron del poder, que trincaron, que mataron física o civilmente al enemigo de turno o que se beneficiaron siquiera puerilmente de la poltrona. El cuento para no dormir que nos trasladaron a los ciudadanos españoles, que nos solemos creer la trola que nos cuenta el primero que pasa, es que fue una confabulación antiPP. Una de esas verdades a medias que suelen ser las peores de las mentiras. Era más bien, una confabulación antiRajoy. La pieza a cobrar era él y nada más que él.
Pedro Sánchez se lo pudo trasladar más alto pero no más claro ni más públicamente a su antecesor: “Si usted dimite, señor Rajoy, retiro inmediatamente la moción de censura”. Entre otras cosas, porque ser presidente del Gobierno antes de tiempo le daba un canguelo tremendo habida cuenta de la ralea con la que tendría que pactar. Aunque ahora tenga que comulgar con ruedas de molino, él sabe tan bien como yo y como ustedes quién es Pablo Iglesias. Mariano Rajoy y su más que mejorable entorno cumplieron a rajatabla ese viejo aserto que sostiene que “la mentira es una forma de autodefensa”.
Todo lo que nos soltaron por esas boquitas los corifeos marianos entre el martes 29 de mayo y la madrugada del 1 de junio era más falso que Judas. Lo afirmo sin titubeos, sin un solo matiz, porque viví la movida en primera persona. Vamos, que no toco de oídas. “El tema se les ha puesto chungo”, me espetó aquel tétrico 29M el gran negociador (bautizado entre bastidores como el Señor N) entre Moncloa y la cúpula del PNV. Es decir, entre Mariano Rajoy Brey y ese dos en uno que son Íñigo Urkullu y Andoni Ortuzar. Hasta esa mañana el PP daba por hecho que la censura al sexto presidente de la democracia quedaría en un susto. El Señor N les abrió los ojos.
El miércoles el dilema ya no era “Rajoy sí-Rajoy no” porque el partido del cómicamente racista Sabino Arana había decidido que el pontevedrés de Santiago debía abandonar La Moncloa sí o sí. Al final, cinco de los 350 miembros del Congreso decidían la suerte del ganador de las generales de junio de 2016. “No hay marcha atrás, Mariano”, se le indicó al hombre que metió 52 escaños de diferencia a Pedro Sánchez, 66 al del chaletazo, 105 a Albert Rivera y 132 a quienes le acabarían poniendo de patitas en la calle. Todo muy democrático y muy legal pero también muy ilógico e indudablemente nada legítimo.
El presidente fue informado a través del Señor N que la puerta no estaba cerrada sino entreabierta. Poco, poquísimo, pero entreabierta al fin y al cabo. Se adivinaba una rendija de luz. OKDIARIO fue el primer medio en informar a la opinión pública que los de Sabin Etxea aceptaban dar carpetazo a la moción de censura si caía el pez rellenito.
—Eso sí—, condicionaron su voto, —Rajoy debe dimitir—.
—¿Y a quién apoyariais en su lugar?—, inquirió intrigado el Señor N.
—Nosotros no ponemos ninguna objeción a Ana Pastor y a Soraya, nos fiamos plenamente de las dos porque han demostrado que son personas de palabra—.
Antes se lanzó el órdago, antes llegó el mensaje a Moncloa en el tránsito del miércoles 30 al jueves 31. El entonces presidente y ahora registrador de la Propiedad se resistía cual gato panza arriba. “No pienso dimitir…”, advirtió un Rajoy que a esas alturas era ya un boxeador groggy que se tambaleaba contra las cuerdas, “hacerlo sería tanto como admitir que he hecho algo malo, que he cometido un delito, cuando la condena de Gürtel es por hechos de la época de mi predecesor en la Presidencia del partido”.
Los acontecimientos se sucedieron a velocidad de vértigo en la tarde previa a la decapitación. A primerísima hora de la tarde, Rajoy dejó entrever que podía renunciar si se investía a Ana Pastor o Soraya Sáenz de Santamaría. El peor escenario era un 175-175 que hubiera abocado a unas nuevas elecciones generales en la que los ciudadanos hubieran decidido quién querían que les presidiera hasta 2022. Si Soraya, o quien quiera que se sacase de la chistera el PP, si Rivera o si Pedro Sánchez. No digo Pablo Iglesias porque el terrateniente tenía y tiene las mismas posibilidades que yo de presidir los Estados Unidos de América. En el peor de los escenarios se ganaba tiempo, en el mejor Dios acabaría repartiendo suerte.
La noticia de este diario inconformista provocó un terremoto en Génova 13 o más bien en la Carrera de San Jerónimo, que es donde asentaban sus reales las fuerzas vivas del PP. María Dolores de Cospedal y buena parte de los barandas del gran partido del centroderecha español amenazaron con un motín si se investía provisionalmente a Soraya. Olvidaban que había un plan B llamado Ana Pastor que sí contaba con el consenso de prácticamente todos los discípulos marianos. La rueda de prensa de la número 2 del partido acabó con las especulaciones mientras el presidente saliente se bunkerizaba en uno de los dos reservados del restaurante Arahy con la compañía de una docena de fieles y un par de botellas de Johnnie Walker que se pimplaron entre todos.
Rajoy no era Rajoy, estaba KO y equivocó a todos. Incluida la híperleal Cospedal que, advertida por unos cuantos vía sms, optó por telefonear a Ortuzar y cía que a primeras horas de la noche cenaban en casa de un prestigioso empresario vasco. El PNV no varió un ápice el discurso: “Si Rajoy dimite, no apoyamos la moción”. El “no” a Sánchez de los nacionalistas vascos hacía matemáticamente imposible el triunfo de la cuarta moción de censura de la democracia. Un 175- 175 convertía en papel mojado los deseos de Pedro y Begoña. La Constitución exige 176 “síes”.
jovenlandesaleja: Rajoy antepuso su orgullo personal al deber institucional. Su martirio hubiera salvado a España de un Gobierno que, más que Frankenstein, se me antoja Belcebú. Si se hubiera sacrificado para salvar una vez más a este país no tendríamos TVE convertida en La TVErca, a los bolivarianos a sueldo de Maduro marcando el paso, no se habría acercado a los golpistas a Cataluña ni vivirían en la guandoca al estilo Pablo Escobar, los multiasesinos de ETA continuarían dispersos por toda la geografía nacional, no tendríamos una oleada turística de pagapensiones ilegales en las costas andaluzas por culpa de un bocazas que olvidó el consejo bíblico (“que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha”) y no estarían a punto de meternos la mayor subida de impuestos en un cuarto de siglo. Además, Franco no pasaría de ser lo que siempre fue, un capítulo más neցro que blanco de nuestra historia, el Pacto de la tras*ición, lo mejor que hemos hecho en nuestra historia reciente, seguiría tan vigente y con tanto éxito como en los 40 años anteriores y nuestro PIB no habría pasado de crecer al 3,1% a hacerlo al 2,7% en sólo tres meses que se dice pronto.
La maldición de Moncloa también se cumplió con Rajoy. Se fue quemado y por la puerta de atrás Adolfo, tres cuartos de lo mismo ocurrió con el gran Leopoldo, la historia se repitió con González, qué quieren que les diga de un Aznar que cerró su Presidencia con una gestión inempeorable del 11-M o de un Zapatero que se largó a la carrera para no arruinar definitivamente España. Nuestro protagonista tuvo la oportunidad de pasar a la historia con mayúsculas tras salvar un país en default, crear dos millones de puestos de trabajo y ponernos a la cabeza de Europa en creación de riqueza. Pero me temo muy mucho que sus logros quedarán empañados por su egoísta salida que nos trajo un Frente Popular que parece calcado del que robó las elecciones en febrero de 1936. Entonces estaban en el ajo PSOE, comunistas, ERC y PNV y la alineación titular es 82 años después la mismita: PSOE, comunistas, ERC y PNV. Gracias, Mariano.
La que nos has liado, Mariano