La natalidad, en picado: "Si no quieres tener hijos, todo el mundo cree que eres rara. Te dicen 'con lo guapa que eres...'"

Vlad_Empalador

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La natalidad, en picado: "Si no quieres tener hijos, todo el mundo cree que eres rara. Te dicen 'con lo guapa que eres...'"
Las españolas retrasan la maternidad sin pausa. Se estrenan con el primer hijo a los 32,05 años y ellas, solas o en pareja, tienen una media de solo 1,16 niños. Analizamos las causas y dos mujeres nos cuentan su experiencia.
Actualizado Miércoles, 28 diciembre 2022 - 08:18
Fotograma de 'La gran familia'.

Fotograma de 'La gran familia'.Montaje Blanca Serrano
El mes pasado supimos que la población mundial alcanzaba los 8.000 millones de habitantes y, también, que en España la natalidad no cesa de bajar. En los últimos años el Instituto Nacional de Estadística (INE) ofrece datos que, décima arriba, décima abajo, señalan siempre lo mismo: cada vez nacen menos niños y las españolas cada vez los tienen más tarde.
Este organismo ha anunciado que 2021 es el año en el que se registró la cifra más baja de nacimientos desde 1941, tocando fondo por tercer año consecutivo. El número absoluto de bebés fue de 337.380 niños, un 1,15% menos que en el año de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo. Durante los años 60 y gran parte de los 70 estos datos se mantuvieron en un nivel casi constante entre los 650 y 700 mil nacidos, es decir, el doble.
Las mujeres españolas son madres de su primer hijo con 32,05 años y, de media, tienen 1,16 niños (1,19 si incluimos las demás nacionalidades). Estas cifras, tan adelgazadas, están muy lejos de aquellas fotos en sepia con familias numerosas pero, también distan de las de 1975, con casi tres hijos de promedio (2,77%).
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INE
"Nadie pregunta a una mujer por qué sí quiere tener hijos"
Una encuesta realizada este año por Sigma Dos para YO DONA explicó alguna de las causas de esta realidad. Un tercio de los encuestados con hijos hubiera querido tener más, pero su situación económica puso freno a ampliar la familia. Las condiciones familiares o de pareja, y la falta de estabilidad laboral completan el pírrico pastel de la natalidad. No obstante, son las mujeres las que más hincapié hacen en el trabajo, puesto que perciben la maternidad como un impedimento par su carrera profesional.
De los preguntados, un 27,4% afirma que no tiene hijos, sencillamente, porque no quiere. Ni más, ni menos. Los que no tienen hijos reconocen sentir presión social por ello, aunque ese dedo señalador hace más mella en ellas: siete puntos más que en los hombres.
P. R. (mujer de 45 años) nunca ha querido niños, ni ahora que no tiene pareja estable ni cuando la tuvo. "Siempre lo he tenido muy claro", dice. Y claro, la pregunta de siempre: ¿por qué? "No tengo exactamente un motivo concreto. Cuando una mujer decide tener hijos, nadie le pregunta sus motivos. Sencillamente no me he planteado por qué no quiero tenerlos, igual que tampoco me he planteado estudiar chino".
Como muchas, se ha sentido juzgada por ello: "La familia, los amigos, los compañeros de trabajo... Todo el mundo te pregunta y se creen que eres rara. Tanto, que hasta te lo llegas a cuestionar. Te dicen 'con lo guapa que eres...', como si fuese normal no tenerlos si eres antiestética. Muchos creen que eres lesbiana, que te rompieron el corazón, que tienes un trauma familiar... La gente piensa de todo, menos que no quieres tenerlos, con lo sencillo que es", resopla. Y confirma la brecha de género en este asunto: "A mis amigos varones de mi misma edad sin hijos, nadie les pregunta", concluye.
"La maternidad es una opción, y no es la mía"
Clara M. tiene 42 años y aunque auguraron que le llegaría eso del instinto, no fue así. "Cuando era más joven parecía una decisión rebelde, pero jamás he sentido esa llamada", reconoce. Sabe que en otras familias más tradicionales que la suya, otras mujeres han vivido la presión de los hijos, pero por suerte, no ha sido su caso: "Mi progenitora quería ser abuela, claro, pero siempre me ha dicho que es mejor no tenerlos antes que una maternidad no deseada".
A este contexto familiar, se une que Clara está alineada con su marido. Él quizá los habría tenido, pero en todo caso siendo más joven. De este modo, el paso de los años le ha hecho converger con ella y su proyecto de vida. "Para mía la maternidad es solo una opción, y no es la mía, pero no soy una radical antimaternidad ni nada de eso", dice con firmeza. Por eso, nunca se ha sentido ofendida ante preguntas indiscretas.
¿Y la vejez, la soledad? "Tener hijos para que te cuiden es muy egoísta. Tampoco hubiera buscado una pareja para sentirme acompañada. Me han enseñado a ser independiente", cuenta.
Precariedad en las cuentas y en el trabajo
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E.M.
Lo de los niños y el pan debajo del brazo es poco más que un refrán. Andar pegado a fin de mes y no tener estabilidad laboral funcionan como eficientes anticonceptivos. Diana Oliver es periodista y autora de 'Maternidades precarias' (Arpa Editores, 2022), un libro en el que aborda, entre otras cuestiones, qué necesitan las familias para criar y de lo que, en cambio, tienen. El subtítulo, 'Tener hijos en el mundo actual: entre el privilegio y la incertidumbre', explica ya muchas cosas.
Procrear ya no es un mandado social tan implacable como antes, pero además, se han incorporado otros factores: "No solo la precariedad laboral y económica retrasa la maternidad. También influye el alargamiento de la juventud. Recibimos constantes mensajes sobre que siempre nos queda tiempo para pensar en los hijos, animándonos al desarrollo profesional y a disfrutar de la vida. Pero no es verdad, porque nosotras tenemos un reloj biológico", sostiene. La evidencia científica señala que los 35 son una edad clave a partir de la cual desciende significativamente la fertilidad de una mujer.
Y aquí, dice Oliver, "la industria de la reproducción asistida ha encontrado un filón", un sector que en España recae mayoritariamente en clínicas privadas (el 80%). "Hemos naturalizado recurrir a ella, pero el foco no debe estar ahí sino en subsanar por qué no podemos tener hijos antes si queremos", afirma. Además pone el acento en cierta banalización de estos procesos médicos: "Esos tratamientos atraviesan los cuerpos de las mujeres y son duros, aunque todavía no haya estudios sobre si tienen efectos a largo plazo".
Según datos de la Sociedad Española de Fertilidad (SEF), en 2020, con la evidente muesca de la esa época en el 2020 de la que yo le hablo y el cierre de estos centros médicos, se realizaron 153.300 tratamientos entre inseminaciones artificiales y fecundaciones in vitro. De ellos nacieron 30.500 bebés, un 8,4% del total de criaturas que vinieron al mundo durante el último trimestre de 2020 y los tres primeros de 2021.
Más protección para las embarazadas
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Shutterstock
La Fundación Redmadre presentó el mes pasado la 6ª edición del 'Mapa de Maternidad', un informe que mide el cuidado que las administraciones públicas dispensan a las embarazadas en situación de vulnerabilidad en España. Según sus datos, invirtieron solamente 5,5 millones de euros, lo que supone 13 euros por mujer.
María Torrego, presidenta de esta ONG, considera que nuestro país "sigue siendo una sociedad en deuda con la maternidad en casi todos los territorios", puesto que solo seis (Castilla y León, Andalucía, Galicia, País Vasco, Madrid y La Rioja) superan los 500.000 euros al año en ayudas. El informe, insisten, no alude a las mujeres en riesgo de exclusión social, atendidas por los Servicios Sociales de la Administración, sino a aquellas con dificultades para proseguir con su gestación.
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Vistos los datos de la natalidad, la directora general, Amaya Azcona, señala un objetivo claro: considerar a las embarazadas en situación de vulnerabilidad y a las madres recientes con dificultades como un colectivo visible y beneficiario de políticas públicas.
"Valoramos iniciativas recientes como las de la Comunidad de Madrid [desde enero de 2022, las madres menores de 30 años con rentas inferiores a 30.000€ percibirán 500€ mensuales desde el quinto mes de embarazo hasta que el niño cumpla 2 años], pero el ideal es el modelo alemán. A través de una fundación federal, invierten 92 millones de euros al año para facilitar la continuación del embarazo y el cuidado de los niños pequeños", defiende Azcona.
 
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Al igual que confundimos comodidad con libertad, también estamos muy errados en el asunto de los “derechos” ...

Los humanos tenemos tres cerebros, el reptiliano (instinto), el sistema límbico (emociones) y el neocortex (intelecto); esto es muy resumido, pero para que nos entendamos, ¿de acuerdo?

Pues bien, los tres son esenciales, los tres nos identifican como humanos, no podemos descartar ninguno, ni dar a uno más importancia que a los otros dos. La vida humana es una mezcla de los tres. Sin más. No es elegible, es así.

Tener hijos es una decisión personal (neocortex), aun así, condicionada por los otros dos cerebros, pero no es un "derecho" (ni tenerlos ni no tenerlos), y cuando no hay adoctrinamiento por medio, lo normal es que una sociedad tenga hijos y se reproduzca (con personas que no tengan y otras que sí tengan).

Una de las supuestas "conquistas" de la modernidad es la de la “libre elección”, pero identificada ésta (de forma falsaria) como “derecho”; tenemos “derecho” a elegir todo en nuestra vida, todo es elegible, ¿todo? Incluso pareciera que los derechos son una IMPOSICIÓN, es decir, no podemos rechazarlos.

Un “derecho”, como tal, debe poder ser ejercido por todo el mundo de forma simultánea, ¿correcto?, correcto.

Veamos si toda libre elección es equiparable a “derecho” (sobre todo si los que afirman ese derecho, a su vez están a favor de conceptos tales como “solidaridad intergeneracional” y a favor del “sistema de pensiones”:

Todo el mundo puede elegir ser cocinero, todos están supuestamente en su “derecho” a serlo, pero la vida real hace ver al 99% de la gente que ellos no pueden ser cocineros, cosa que asumen con naturalidad. Es decir, ser cocinero es sólo una opción, no un derecho inalienable; y como tal opción, de ser elegida, tiene sus consecuencias, acarrea responsabilidad.

Mucha gente dice que es su “derecho” elegir si tener hijos o no. Pues bien, como tal “derecho” debería poder ejercerse por todas las mujeres y hombres de una misma sociedad al mismo tiempo (y para siempre), con el resultado de que esa sociedad se extinguiría en el caso de elegir no tener hijos.

A esto se suele responder que lo normal es que ese “derecho” a no tener hijos se compense con las personas que sí quieren tener y tienen muchos hijos; pero entonces ya no hablamos de un “derecho” que pueda ejercerse de forma simultánea por todo el mundo, sino que dejamos todo al azar de que la mitad de las personas (sobre todo mujeres, que son las que conciben) decidan no ejercer ese “derecho”... y no sólo eso, sino que éstas tengan el doble de hijos de media para compensar a las que ejercen su “derecho” a no tener hijos...

De esta primera contradicción-incoherencia del ideario derechohabiente, se intenta salir con un argumento en forma de huida hacia adelante: la inmi gración. Pero:

Todo el mundo se llena la boca con que emigrar es un drama, porque la gente en general no quiere abandonar su tierra, su familia, su cultura, y cuando lo hacen sólo es por imperiosa necesidad, ¿correcto? Correcto. Pues resulta que para que las personas puedan ejercer su “derecho” a no tener hijos, sin que su sociedad colapse, se necesita que haya gente pasando calamidades en sus países y que emigre a otros países (en este caso a los países cuyos habitantes han decidido no tener hijos).

Estamos, por tanto, ante una doble aberración que debe ser escondida, para lo cual se recurre a un tercer argumento, una vez más hablando de “derechos”, en este caso del “derecho” a emigrar. Pero volvemos a lo mismo: ¿y si todo el mundo ejerciera su derecho a emigrar al mismo tiempo?

Para resolver esta ecuación (esta concatenación de errores) lo correcto es no desenvolverse por la vida en base a los “derechos”, sino en base a los deberes (mejor con mayúsculas: DEBERES).

Todo supuesto derecho se puede convertir en (es en realidad) un DEBER.

- ¿Derecho a la vida? NO; deber de defender la vida, tu vida (a no ser que te sea indiferente morir).
- ¿Derecho a una vivienda? NO; deber de procurarte techo, con tu esfuerzo (a no ser que quieras dormir a la intemperie).
- ¿Derecho a la libertad de expresión? NO; deber de expresarte libremente (a no ser que prefieras ser un objeto pasivo, en vez de un sujeto activo).
- ¿Derecho a desarrollar tu sexualidad como te parezca? NO; deber de desarrollar tu sexualidad como te parezca (a no ser que prefieras que tu sexualidad sea dirigida por el ESTADO y su "derecho positivo", por los medios de comunicación, o en general por los demás).

Los “derechos humanos” en realidad no existen; existen los deberes. De hecho, desde que nace, un bebé tiene deberes, y el primero de ellos es buscar a ciegas la berza de la progenitora, porque de lo contrario muere (dejemos por un momento a un lado la tecnología). Sí, el “deber” del bebé es un instinto de supervivencia, que no es lo mismo que un deber auto-adjudicado de un adulto. Pero se entiende el espíritu del mensaje que intento tras*mitir.

Además, mi supuesto “derecho” siempre depende de que el otro cumpla con su deber. De nada vale, por ejemplo, mi “derecho a la vida” si otro me la quita; es decir, si el otro no cumple anteriormente con su deber de no atentar contra ella.

Por tanto, aun admitiendo la existencia de los “derechos”, éstos no serían simultáneos a los deberes. El deber siempre es anterior y superior al derecho.

Por tanto, vemos claramente que, en todo caso, los “derechos” sólo aparecen en escena cuando los deberes son cumplidos o no, y sólo aparecen para confirmar (cual notario) ese cumplimiento o no cumplimiento, no para asumir una vida propia o prioridad o cualidad prístina que no tienen.

El deber, asimismo, de forma implícita invita a la acción, mientras que el derecho invita a la pasividad. Alguien que se desenvuelve en su vida en base a sus deberes no necesita que nadie le regale ni conceda ni otorgue nada, sino que todo se lo gana con su esfuerzo. Por el contrario, alguien que se desenvuelve en su vida en base a sus “derechos” se convierte a la larga en un ser dependiente y/o en un parásito.

Si dos personas cumplen con sus deberes, de facto ya se están respetando mutuamente, por tanto, no hay lugar para los derechos de uno o del otro, no son necesarios… mejor dicho, no existen.

Además,
Un “derecho”, tal y como es entendido en el siglo XXI, es otorgado por quien tiene la potestad para ello: el ESTADO y su “Estado de Derecho”. Claro, estamos hablando del llamado “derecho positivo”, el cual (según nos dicen) emana a su vez del “derecho natural”.

Un resumen escueto sobre el concepto “derecho” en sus diferentes versiones sería el siguiente:
  • Derecho divino”, que emana de dios (dioses), y del cual sólo disfrutan los elegidos (reyes, emperadores, etc.)

  • Derecho natural” (iusnaturalismo teológico) también de origen divino, pero en este caso, teóricamente, todos los humanos disfrutan de él por ser todos hijos de dios. Este derecho, en la práctica, no funciona igual para todos, como bien sabemos, ya que el poder constituido siempre disfrutó de derechos diferentes y superiores a los del pueblo llano. Este es, por ejemplo, el derecho de las monarquías "españolas".

  • Derecho natural” pero ya despojado de carácter y/o emanación divinos, es decir, de origen puramente racional (iusnaturalismo racionalista), es decir, "la razón" (que vista así sería también superior a lo humano e invariable) nos dice que todos los humanos somos iguales y que, por tanto, tenemos todos los mismos derechos. Este "derecho" es el de la ilustración (y luego de las revoluciones liberales, ya con el derecho positivo empezando a funcionar).

  • Derecho positivo”, que es, por ahora, último paso que se ha dado en la evolución del concepto “derecho”. Este es el derecho escrito, y hecho LEY; es el derecho del ESTADO, y éste puede suspender o eliminar esos “derechos” según “Razón de Estado”.
En realidad, el “derecho natural" y la "ley natural"[1] no son lo mismo, porque la segunda tiene más que ver precisamente con el deber que con el “derecho”; tiene que ver con la causa y la consecuencia, con lo correcto y lo incorrecto (debo hacer X si no quiero -o quiero- que suceda Y). No existen los “derechos” en ese escenario de “ley natural”.

[1] Sólo admito el concepto “Ley Natural” en tanto relación genérica causa-efecto, no como lo interpreta la supuesta disidencia actual (OPPT, REML, etc.) que se basa en una “Ley Natural” que también sería de emanación divina, que deviene derecho (igual que el iusnaturalismo teológico).

Los 4 “derechos” expuestos comparten formas tautológicas, es decir, los derechos existen porque existen, y casualmente siempre son una imposición que le llega desde arriba al pueblo llano, siendo ese “arriba” dios, "la razón” o el ESTADO. Siempre hay entes suprahumanos y/o humanos expertos que dicen a todos los humanos lo que son y lo que no son. Es más, los "derechos" son impuestos a la fuerza al PUEBLO, aunque éste no los quiera.

Pero, en el caso de pretender seguir aceptando la existencia del concepto “derecho”, el más lógico, desde cualquier punto de vista, creyente o ateo, debería ser, como digo, el derecho consuetudinario (asambleario) que todos olvidan; y lo olvidan porque es el único que no proviene de ningún poder sobrehumano o por encima de los humanos; este “derecho” no le es dado o impuesto al pueblo, sino que es de creación popular, por tanto, horizontal. Además, este derecho consuetudinario es cohonestable con los creyentes porque respeta el “libre albedrío” que dios otorgó al ser humano; y es compatible con la “razón”, porque sería la razón colectiva emanada de la asamblea.

Volvamos al ejemplo del bebé: si éste no busca la berza y no hubiera tecnología, moriría. Y si ni siquiera dejamos que el bebé busque la berza, y directamente le damos leche artificial, estamos creando desde el primer día de su vida a un humano laxo, derechohabientista, flojo.

Ya en adultos, el derechohabientismo genera seres pérfidos, envilecidos, arrogantes, soberbios, engreídos… y cuando son hiperprotegidos y empoderados por el ESTADO, se convierten en tiranos (feminismo, inmigracionismo, gaysismo... todos ellos nuevas herramientas de dominación, de totalitarismo).

Si el pueblo llano se diera cuenta de la farsa de los “derechos”:

Serían las mujeres las primeras que deberían salir a la calle a luchar contra el (dirigido e impulsado desde el Estado y el Gran Capital) feminismo de Estado y feminista radicalsmo.

Serían los propios gayses, lesbianas y tras*exuales los primeros que deberían salir a la calle a luchar contra el (dirigido e impulsado desde el Estado y el Gran Capital) movimiento LGTBI.

Serían los propios pagapensiones los que deberían salir a la calle a luchar contra el (dirigido e impulsado desde el Estado y el Gran Capital) inmigracionismo.

Serían los propios fiel a la religión del amores los que deberían salir a la calle a luchar contra el islam político y la teocracia (impulsados desde el Estado y el Gran Capital).

¿Por qué no lo hacen? Porque todos se han creído el papel que les ha sido asignado, el papel de víctimas que, como tales, han de ser protegidas.

Y no lo hacen porque, tanto ellos como el resto de la población, se han creído el embeleco infrahumanizante de los “derechos”, cuando lo que realmente construye un humano de calidad son los deberes (con mayúsculas: DEBERES).

Por tanto, todos ellos, tanto unos como otros, y también los de fuera de esos colectivos, todos, no miran por la sociedad en su conjunto, sino por sus “intereses corporativos”.

Todos divididos y enfrentados, todos derechohabientes, ninguno responsable de nada, todos víctimas. Todos cumpliendo a la perfección el papel que les ha sido asignado desde el poder constituido, desde el dúo Estado-Capital.

Y es que el victimismo es una herramienta muy útil para el sistema de dominación. Todo el mundo se siente víctima de algo, nadie se siente responsable de nada. Incluso el propio Estado (las minorías poderhabientes que lo componen) expande la idea de que él está en manos del malvado capitalismo, con éste, por supuesto, desempeñando gustosamente el papel de malo de la película, a sabiendas de que el Estado realmente vela, ha velado y velará por él. Y una vez que que el embuste del enfrentamiento ESTADO-CAPITAL va quedando en evidencia, se lanza al estrellato al siguiente embuste: el ESTADO está siendo atacado por el globalismo, por élites ocultas. CONSPIRACIONISMO.

El Poder (en todas sus formas ilegítimas, como son el Estado y el Gran Capital) no sabe de razas ni de culturas ni de nada, sino de “poder”; las razas, las religiones, los feminismos, los machismos... y el dinero son cebos para el pueblo, para que éste crea que lo importante son dichas cuestiones, y no la libertad con responsabilidad, no los deberes. Son cebos para que todo el mundo se sienta víctima de algo, y en tanto que víctima, por tanto, necesitado de tutela desde arriba; tutela de los ricos, los poderosos y los expertos, que piensan y deciden por todos y que disfrutan en su papel de tuteladores.

Por contra, un pueblo que asume su responsabilidad y no quiere ser tutelado, es un rival difícil para el poder constituido.
Sí, el victimismo-derechohabientismo es ya la mejor herramienta de dominación.

¿Vamos a seguir divididos y enfrentados en las mil y una ideologías diseñadas a tal efecto, o vamos a unirnos, el pueblo llano, para combatir al poder constituido?

Volviendo al hilo conductor de este texto, ¿vamos a seguir permitiendo que el tipo de vida impuesto por el dúo Estado-Capital nos impida tener hijos y además nos auto-justifiquemos por ello o creamos que lo hacemos por que es "nuestro derecho"?

Los que “ejerciendo su derecho” han decidido de forma voluntaria no tener hijos, aun pudiendo permitírselo ¿son conscientes de las consecuencias de tal decisión? ¿Saben que dicha decisión implica la necesidad de que haya gente en el mundo pasándolo mal que decida emigrar, y que así, con su llegada, hagan posible la viabilidad de esa sociedad antinatalista?

Debemos reflexionar sobre todas estas cuestiones, y obrar en consecuencia.

Reflexionar y obrar no son “derechos” (porque los “derechos”, como hemos comprobado, no existen), sino deberes. Si todos reflexionáramos no necesitaríamos a ninguna casta de expertos que lo hiciera por nosotros, empezando por la casta de expertos en “derecho”, y terminando por la casta de los expertos en demografía.
 
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