Boba Fet II
Madmaxista
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na amiga, muy progresista y del mundo de la cultura, donde parecer la leche de progresista es más importante que serlo, soltó una bomba. Hablábamos de volver a casa borrachos porque estábamos borrachos y era hora de volver a casa. Uno le preguntó si le daba miedo ir sola. Yo creo que intentaba acompañarla a casa, pero no se atrevía a plantearlo abiertamente. Pues bien: ella estaba lo bastante borracha para responder, cogiendo por sorpresa a todo Cristo, que lo que le da miedo es cruzarse por el Raval con la típica pandilla de "jovenlandeses jóvenes".
Las caras, ¡graba las caras! Contorsiones faciales, rictus estirado, miradas a la puerta: óleo sobre lienzo. Como en El ángel exterminador, ahora nadie sabía cómo salir de la situación. Ella se dio cuenta, titubeó y empezó a disculparse: "¡me siento fatal, la verdad!" Nos explicó que, en su opinión, quizás le han comido el coco los que manejan el miedo, los fascistas. "Igual la ultraderecha nos está metiendo miedos artificiales en la cabeza", dijo "pero el caso es que me acojono a veces". El resto se quedó entonces más tranquilo con eso. No sé si el tipo la acompañó a casa.
Semanas atrás, unos amigos (votantes arquetípicos de Sumar) habían confesado que matricularon a su hijo en un colegio y no otro porque en el primero había "demasiada inmi gración, y claro…" Y días después, en el Gabinete de Julia Otero, se me ocurrió decir que la inmi gración es un problema. Estábamos hablando como de costumbre del auge de la ultraderecha. Yo dije que cuanto antes aborden este problema todas las opciones políticas y presenten soluciones alternativas a las del nacionalismo, antes se frenará el crecimiento de ciertos partidos.
Arantxa Tirado, muy de izquierdas, protestó: "no se debe comprar la agenda a la ultraderecha". Le respondí que, si no quiere comprar esa agenda, puede utilizar otra. A los avestruces los termina atropellando el ferrocarril. O los puede castigar un pigmeo, quién sabe. El caso es que uno puede elegir en qué momento admite que la inmi gración es un problema rellenito y luego puede elegir cómo afronta ese problema, pero fingir que aquí no pasa nada y acusar de fascista a la gente que habla de que su barrio está hecho cosa empieza a ser insostenible.
Considero la inmi gración enriquecedora, pero no voy a fingir que en España no hay guetos dominados por el integrismo islámico
Hay racismo, hay nacionalismo, hay gente preocupada por la identidad. No es mi caso: considero la inmi gración enriquecedora y el provincianismo empobrecedor. Pero no voy a fingir que en España no hay guetos dominados por el integrismo islámico, ni mujeres sin derechos, ni casamientos forzosos, ni una manga demasiado ancha por el buenismo con el reparto de ayudas sociales que no se devuelven en forma de lealtad al sistema benefactor. Es decir: no prefiero una Europa blanca y cristiana como los nacionalistas de moda, pero sí una Europa civilizada.
Ver toda la inmi gración como un bloque es absurdo. Tampoco son bloques todos los procedentes de un determinado país, o todos los fieles de una religión. Pero perder todo sentido crítico hacia las personas de un determinado país o de una determinada religión también es verlos como bloques. Y eso es lo que ha estado haciendo Europa demasiado tiempo. Viví en jovenlandia 4 años y puedo asegurar que le haríamos un favor a cada joven que asimiláramos a la cultura española. Y desde luego, a sus hijas. Adaptarse es crecer.
Durante muchos años, la tendencia dominante en los medios de comunicación ha sido hacer el avestruz con este tema, pero la cosa parece que está cambiando. La semana pasada dieron un reportaje sobre el Raval en La Sexta (¡en La Sexta!) en el que básicamente se explica por qué mi amiga tiene ese miedo particular a la hora de volver a casa y por qué Arantxa Tirado se equivoca. Se vio el Raval como lo que realmente es: un barrio con rincones muy dolidos donde los vecinos de toda la vida ya no pueden más, por la droja y por la inmi gración, que a veces van de la mano.
Pudiendo seguir la conducta habitual en las televisiones generalistas (cortar, seleccionar, maquillar), en La Sexta esta vez fueron con todo. Durante la entrevista a una señora mayor, un joven borracho empezó a increpar a los periodistas y luego se le vio persiguiendo a una chica que huía en bicicleta. También grabaron una pelea entre personas de etnia no confesable. Eran las típicas escenas que siempre se quedan en el tintero, succionadas en el proceso de edición. ¡Pero ahora estaban ahí, en su televisión progresista favorita!
Opciones políticas poco sospechosas de ultraderechistas llevan tiempo hablando de inmi gración. Incluso Arnaldo Otegi
También se oculta por sistema la procedencia étnica de los delincuentes que no se apellidan Pérez Martínez, a los que se pasa a mencionar como "jóvenes", lo que podría hacer pensar que los menores de 25 años son el colectivo más peligroso sobre la faz de la tierra. Esto ha provocado que en las redes corra un meme con el mapa en el que se ve un país, al sur del Estrecho de Gibraltar, que se llama "Jovenlandia".
El meme representa con elocuencia la distancia entre lo que ve la gente que vive en barrios con fuerte presencia de inmi gración y lo que el mundo mediático les enseña de sus propias vidas. Cuanto mayor es esa distancia, menor es la confianza que los ciudadanos depositan en las instituciones. ¿Por qué no hablan de lo que yo veo? ¿Por qué me llaman fascista si me quejo? La corrección política agranda esta distancia, y por el flanco desierto entran los listos y los populistas. Si no lo aprendisteis con la primera victoria de Trump, volved a poner la peli.
El caso: el reportaje de La Sexta me hace pensar que esa distancia quiere achicarse. Quizás se debe a los resultados de las Europeas. Opciones políticas poco sospechosas de ultraderechistas llevan cierto tiempo empezando a problematizar la inmi gración tímidamente. Incluso se lo he oído decir a Arnaldo Otegi, aunque este está más cerca de la ultraderecha de lo que él cree. Sea como sea, todo el que no haya aceptado que existe un problema va a tener que empezar a decir que siempre lo había sabido.
Opinión
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Juan Soto Ivars
Cuando los españoles iban a Alemania, lo primero que tenían que hacer era presentar un contrato de trabajo y lo segundo adaptarse a la sociedad que les pagaba el sueldo. Estaría bien que Europa empezara a comportarse como alguien que paga un sueldo: "¿quieres trabajar aquí? Pues cumple las normas". Pero en Europa (incluida España) hemos sido demasiado canelos. No nos respetamos a nosotros mismos, estamos tiznados de viejos traumas y sentimiento de culpa, y en algún momento nos colaron que la multiculturalidad no era jerárquica, es decir, que la civilización occidental no necesariamente tenía que imponerse respetando creencias y folclores.
Así hemos perdido años de oro con mucho cortoplacismo. Años de oro en los que el problema ha dejado de ser "la inmi gración" y se ha cronificado en forma de personas con DNI nacional, nacidas en el país, que ni por asomo desean formar parte del mundo que les rodea. Para colmo, hemos perdido unos cuantos más fingiendo que no pasaba y que el respeto al diferente pasaba por respetar modelos de violencia de países subdesarrollados o religiones incompatibles con la igualdad.
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Pues bien: hay que hacer algo, y eso implica que todos busquen soluciones. La inmi gración es un hecho consustancial a las sociedades, y con nuestra tasa de natalidad y nuestra alergia a ciertos trabajos, es un hecho útil y necesario. Eso está claro. El derecho a migrar para buscar una vida mejor me parece inalterable, siempre que no quede por encima del derecho de una persona a vivir en su barrio con normalidad.
Algo hay que hacer, vaya, y cuanta más gente busque soluciones menos apestarán a nacionalismo y xenofobia. Aquí hay quien dice que el problema es de clase social, de pobreza. Esto me recuerda que demonizar a los pobres es hoy una opción válida si eres de Sumar. Pero con los pobres pasa como con los pagapensiones: no son bloques. Y la cultura de procedencia algo influye en los comportamientos. ¡La cultura no influye solo cuando interesa hablar del machismo en las películas de Disney, amigos!
Se empieza a solucionar problemas mirando problemas. Y una sociedad que tiene miedo a mirar la verdad de frente termina arrollada por ella.
inmi gración Trinchera Cultural
Las caras, ¡graba las caras! Contorsiones faciales, rictus estirado, miradas a la puerta: óleo sobre lienzo. Como en El ángel exterminador, ahora nadie sabía cómo salir de la situación. Ella se dio cuenta, titubeó y empezó a disculparse: "¡me siento fatal, la verdad!" Nos explicó que, en su opinión, quizás le han comido el coco los que manejan el miedo, los fascistas. "Igual la ultraderecha nos está metiendo miedos artificiales en la cabeza", dijo "pero el caso es que me acojono a veces". El resto se quedó entonces más tranquilo con eso. No sé si el tipo la acompañó a casa.
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Así hemos perdido años de oro con mucho cortoplacismo. Años de oro en los que el problema ha dejado de ser "la inmi gración" y se ha cronificado en forma de personas con DNI nacional, nacidas en el país, que ni por asomo desean formar parte del mundo que les rodea. Para colmo, hemos perdido unos cuantos más fingiendo que no pasaba y que el respeto al diferente pasaba por respetar modelos de violencia de países subdesarrollados o religiones incompatibles con la igualdad.
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Pues bien: hay que hacer algo, y eso implica que todos busquen soluciones. La inmi gración es un hecho consustancial a las sociedades, y con nuestra tasa de natalidad y nuestra alergia a ciertos trabajos, es un hecho útil y necesario. Eso está claro. El derecho a migrar para buscar una vida mejor me parece inalterable, siempre que no quede por encima del derecho de una persona a vivir en su barrio con normalidad.
Algo hay que hacer, vaya, y cuanta más gente busque soluciones menos apestarán a nacionalismo y xenofobia. Aquí hay quien dice que el problema es de clase social, de pobreza. Esto me recuerda que demonizar a los pobres es hoy una opción válida si eres de Sumar. Pero con los pobres pasa como con los pagapensiones: no son bloques. Y la cultura de procedencia algo influye en los comportamientos. ¡La cultura no influye solo cuando interesa hablar del machismo en las películas de Disney, amigos!
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