Vlad_Empalador
Será en Octubre
Campoamor huyó de la España republicana
La escritora y política tenía miedo de que los hombres y mujeres del Frente Popular la asesinasen.
Feminismo Campoamor larazon
Creada: 22.08.2019 03:14
Última actualización: 22.08.2019 03:14
La escritora y política tenía miedo de que los hombres y mujeres del Frente Popular la asesinasen.
En esa construcción del relato sobre la historia inmediata de España a la que se están dedicando las izquierdas con gran empeño en la última década resalta el episodio de Clara Campoamor. Es fácil oír o leer a socialistas y populistas atribuirse tanto el voto femenino como a su artífice, Clara Campoamor, mientras mantienen en la penumbra a las mujeres que se opusieron, Victoria Kent y Margarita Nelken, socialista y comunista, respectivamente.
Lo que callan es que Clara Campoamor tuvo que huir de Madrid por temor a que las checas que habían formado los hombres y mujeres del Frente Popular acabaran asesinándola. No en vano, los supuestos defensores de la cultura popular ya habían fusilado, entre otros muchos, al genial dramaturgo Pedro Muñoz Seca. El motivo del repruebo a Campoamor era que encarnaba el voto femenino y que, al culpar a las mujeres de la victoria de la derecha en las elecciones de 1933, toda la responsabilidad como «traidora» de la izquierda recayó en Campoamor. El voto femenino era su «pecado mortal».
El Partido Radical de Lerroux, en el que militaba, la expulsó en septiembre de 1934 al censurar que Campoamor no hubiera colocado en cargos a republicanos radicales durante su mandato en la Dirección de Beneficencia. Era una concepción de la política, las instituciones y el servicio público ajenas al entender de Campoamor. Ella, según escribió después, había hecho más por la preparación y asistencia social de la mujer que «cualquiera de las Agrupaciones republicanas existentes –escribió–, consumidas en luchas intestinas, agotadas en Asambleas tumultuarias».
Dejó el partido de Lerroux y cometió el error de acercarse a Izquierda Republicana (IR). «Amo la política», dijo, porque creía en la necesidad de mejorar la vida de la gente. Tenía esperanza en la República como una forma de gobierno austera, liberal y racional que sacara a España del atraso, escribió Campoamor a Lerroux en febrero de 1935.
Quejas por su presencia
Campoamor se presentó en una asamblea de IR en julio de ese año. Casares Quiroga fue quien firmó su petición de ingreso. Los tres meses siguientes se fueron acumulando quejas particulares y colectivas por la presencia de Campoamor. La situación fue tan tensa que Francisco Barnés, un donnadie que presidía la Junta provincial de IR, la invitó a abandonar la agrupación. El asunto se decidió en un asamblea del partido reunida solo para la ocasión. Los insultos de hombres y mujeres a Campoamor comenzaron a resonar en la sala, no solo por su «traición», sino sobre su sexualidad. La votación fue pública: una bola de color para el no, y una blanca para el sí. Dos mujeres cruzaron la sala enseñando su bola de color, y un tipo jaleaba a la concurrencia gritando: «¡Machos, machos! Que no sabéis ser hombres, ¡solo sois machos!». El resultado fue la expulsión: 183 noes y 68 síes. La frustración de Campoamor fue enorme. Los hombres republicanos, escribió al respecto, toleraban a las mujeres sumisas, no a las que tenían criterios propios.
Intentó participar en el Frente Popular –otro error– a través de la Unión Republicana Femenina, pero los frentepopulistas se negaron. Un grupo de mujeres propuso a Campoamor formar un partido propio y sacar un escaño por Madrid, pero ella no quiso por no dividir más el voto. La victoria electoral de las izquierdas en febrero de 1936 –que hoy sabemos que sufrieron un fraude– alivió a Campoamor: por fin se demostraba que las mujeres votaban «como el hombre –escribió–, por reacciones y estímulos de orden general». No le valió de nada.
La escritora y política tenía miedo de que los hombres y mujeres del Frente Popular la asesinasen.
Creada: 22.08.2019 03:14
Última actualización: 22.08.2019 03:14
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La escritora y política tenía miedo de que los hombres y mujeres del Frente Popular la asesinasen.
En esa construcción del relato sobre la historia inmediata de España a la que se están dedicando las izquierdas con gran empeño en la última década resalta el episodio de Clara Campoamor. Es fácil oír o leer a socialistas y populistas atribuirse tanto el voto femenino como a su artífice, Clara Campoamor, mientras mantienen en la penumbra a las mujeres que se opusieron, Victoria Kent y Margarita Nelken, socialista y comunista, respectivamente.
Lo que callan es que Clara Campoamor tuvo que huir de Madrid por temor a que las checas que habían formado los hombres y mujeres del Frente Popular acabaran asesinándola. No en vano, los supuestos defensores de la cultura popular ya habían fusilado, entre otros muchos, al genial dramaturgo Pedro Muñoz Seca. El motivo del repruebo a Campoamor era que encarnaba el voto femenino y que, al culpar a las mujeres de la victoria de la derecha en las elecciones de 1933, toda la responsabilidad como «traidora» de la izquierda recayó en Campoamor. El voto femenino era su «pecado mortal».
El Partido Radical de Lerroux, en el que militaba, la expulsó en septiembre de 1934 al censurar que Campoamor no hubiera colocado en cargos a republicanos radicales durante su mandato en la Dirección de Beneficencia. Era una concepción de la política, las instituciones y el servicio público ajenas al entender de Campoamor. Ella, según escribió después, había hecho más por la preparación y asistencia social de la mujer que «cualquiera de las Agrupaciones republicanas existentes –escribió–, consumidas en luchas intestinas, agotadas en Asambleas tumultuarias».
Dejó el partido de Lerroux y cometió el error de acercarse a Izquierda Republicana (IR). «Amo la política», dijo, porque creía en la necesidad de mejorar la vida de la gente. Tenía esperanza en la República como una forma de gobierno austera, liberal y racional que sacara a España del atraso, escribió Campoamor a Lerroux en febrero de 1935.
Quejas por su presencia
Campoamor se presentó en una asamblea de IR en julio de ese año. Casares Quiroga fue quien firmó su petición de ingreso. Los tres meses siguientes se fueron acumulando quejas particulares y colectivas por la presencia de Campoamor. La situación fue tan tensa que Francisco Barnés, un donnadie que presidía la Junta provincial de IR, la invitó a abandonar la agrupación. El asunto se decidió en un asamblea del partido reunida solo para la ocasión. Los insultos de hombres y mujeres a Campoamor comenzaron a resonar en la sala, no solo por su «traición», sino sobre su sexualidad. La votación fue pública: una bola de color para el no, y una blanca para el sí. Dos mujeres cruzaron la sala enseñando su bola de color, y un tipo jaleaba a la concurrencia gritando: «¡Machos, machos! Que no sabéis ser hombres, ¡solo sois machos!». El resultado fue la expulsión: 183 noes y 68 síes. La frustración de Campoamor fue enorme. Los hombres republicanos, escribió al respecto, toleraban a las mujeres sumisas, no a las que tenían criterios propios.
Intentó participar en el Frente Popular –otro error– a través de la Unión Republicana Femenina, pero los frentepopulistas se negaron. Un grupo de mujeres propuso a Campoamor formar un partido propio y sacar un escaño por Madrid, pero ella no quiso por no dividir más el voto. La victoria electoral de las izquierdas en febrero de 1936 –que hoy sabemos que sufrieron un fraude– alivió a Campoamor: por fin se demostraba que las mujeres votaban «como el hombre –escribió–, por reacciones y estímulos de orden general». No le valió de nada.