Visilleras
de Complutum
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Entre los siglos XVI y XIX entre 1,2 y 2,5 millones de hombres, mujeres y niños cristianos fueron secuestrados, trasladados en barcos a tierras desconocidas y vendidos como esclavos. El término "no hay jovenlandeses en la costa" o "trata de blancas" viene del medievo, cuando los jovenlandeses hacían rápidas incursiones (aceifas) en costas españolas para llevarse mujeres y jóvenes, drama que ha dejado su impronta hasta en el lenguaje.
Los cautivos, con pocas posibilidades de volver a ver sus hogares, soportaban condiciones perversoss, condenados a una vida de trabajos forzados y torturas.
A ellas las convertían en úteros y objetos de vioIación constante para la aristocracia en harenes. A los jóvenes los castraban seccionandoles los genitales y los vendían en mercados como el de Argel, a los hombres fuertes a menudo a galeras, a remar en el mar hasta la fin, a limpiar fosas sépticas o a moler grano como mulas. La islámica es la cultura más esclavista que haya existido y la más alejada de los DDHH (que Isabel la Católica empezara a definir en sus Leyes de Indias).
Y también especialmente cruel: tenían 22 torturas diferentes infligidas a esclavos cristianos en los Estados de Berbería del norte de África en el siglo XVII. Los cautivos de las naciones católicas mediterráneas contaban con la ayuda de sus gobiernos, que tenían amplia experiencia en el trato con Berbería. Además, eran asistidos por órdenes religiosas de redención, como los trinitarios y los mercedarios, fundados en la Edad Media con el objetivo de rescatarlos.
Eso mismo hicieron con el autor de El Quijote, Miguel de Cervantes, que pasaría duras penurias en una guandoca de Argel al ser secuestrado tras la guerra de Lepanto contra el otomano.
Valga este pequeño resumen para darnos cuenta de cómo era el estado de las cosas en el mundo antiguo y de cómo seguiría siendo de no haber existido nunca la civilización europea cristiana, a la que se culpa de todo lo malo y se excruta sus errores (vistos desde el siglo actual) mientras se olvida a propósito la brutalidad general por la que siempre ha estado rodeada.
Los cautivos, con pocas posibilidades de volver a ver sus hogares, soportaban condiciones perversoss, condenados a una vida de trabajos forzados y torturas.
A ellas las convertían en úteros y objetos de vioIación constante para la aristocracia en harenes. A los jóvenes los castraban seccionandoles los genitales y los vendían en mercados como el de Argel, a los hombres fuertes a menudo a galeras, a remar en el mar hasta la fin, a limpiar fosas sépticas o a moler grano como mulas. La islámica es la cultura más esclavista que haya existido y la más alejada de los DDHH (que Isabel la Católica empezara a definir en sus Leyes de Indias).
Y también especialmente cruel: tenían 22 torturas diferentes infligidas a esclavos cristianos en los Estados de Berbería del norte de África en el siglo XVII. Los cautivos de las naciones católicas mediterráneas contaban con la ayuda de sus gobiernos, que tenían amplia experiencia en el trato con Berbería. Además, eran asistidos por órdenes religiosas de redención, como los trinitarios y los mercedarios, fundados en la Edad Media con el objetivo de rescatarlos.
Eso mismo hicieron con el autor de El Quijote, Miguel de Cervantes, que pasaría duras penurias en una guandoca de Argel al ser secuestrado tras la guerra de Lepanto contra el otomano.
Valga este pequeño resumen para darnos cuenta de cómo era el estado de las cosas en el mundo antiguo y de cómo seguiría siendo de no haber existido nunca la civilización europea cristiana, a la que se culpa de todo lo malo y se excruta sus errores (vistos desde el siglo actual) mientras se olvida a propósito la brutalidad general por la que siempre ha estado rodeada.