La guerrilla española: La peor pesadilla de los invasores franceses y Napoleón

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La guerrilla española: La peor pesadilla de los invasores franceses y Napoleón

La historia de los patriotas que se dedicaron durante la Guerra de la Independencia a aniquilar al mejor ejército del momento

RODRIGO ALONSO - @abc_historia Madrid

Con motivo de la publicación de «Las campañas de Napoleón. La pintura militar de Keith Rocco» -publicada por la destacada editorial de corte histórico y militar «Desperta Ferro»- desde ABC Historia hemos decidido hacernos eco de la importancia que tuvo la guerrilla española durante la ocupación de la Francia Imperial (1808-1814) y que fue imprescindible a la hora de repeler a este poderoso invasor. La derrota gala en la Península supuso además (según sus propias palabras) el principio del fin del emperador corso y sus aspiraciones europeas.

«Las campañas de Napoleón» es un libro imprescindible para todo amante de la historia militar que se precie. En ella el lector puede encontrarse con unas representaciones de exquisita factura llevadas a cabo por el destacado pintor de batallas Keith Rocco, las cuales tienen la capacidad de sumergirte en una de las épocas más interesantes de la Historia Contemporánea, como es la propia del que fue uno de los mayores estrategas de todos los tiempos.

Esta obra cubre todas las etapas de la actividad de Napoleón y sus tropas dividida en cinco partes; las cuales llevan a aquel que las lee desde las campañas italianas a la batalla de Austerlitz, pasando por los fracasos en España y Austria, hasta el archiconocido final que supuso Waterloo para los planes del general.

El auge y la caída del que fue uno de los ejércitos terrestres más preparados y temibles de siempre viene acompañado por las colosales pinturas de un Rocco que lleva a cabo una pormenorizada representación de todos aquellos cuerpos que formaron parte de la «Grande Armée», así como de anécdotas sumamente interesantes acerca de las mismas.

La pesadilla del Emperador

Fue el mismo Napoléon, durante su exilio en la isla de Santa Helena, quien reconoció que la campaña en España supuso la destrucción de su reputación en Europa. La motivación de dicha afirmación no es otra que la brutal derrota de sus ejércitos, curtidos en mil batallas a lo largo y ancho del continente, ante unas tropas claramente inferiores en lo que respecta a los recursos y veteranía, y que además, tan solo seis años antes habían visto como su potencia naval se iba a pique (literalmente) tras la dramática derrota en Trafalgar (1802).

En cuanto a las explicaciones que ha recibido tal suceso, estas giran comúnmente en torno a la ayuda prestada por otras naciones contrarias al Imperio Napoleónico; así como al desarrollo de una forma de hacer la guerra con la que los franceses (a excepción de algunos episodios en Italia) no estaban familiarizados: la guerrilla o “les insurgés”. Uno de los tantos nombres empleados por los invasores, dirigidos por el genio corso y su títere (Pepe Botella), para hacer referencia a aquellos españoles que se movilizaron contra el invasor extranjero.

Un Imperio a merced de patriotas

La guerrilla patria usó a la perfección los conocimientos geográficos de un territorio proclive a la misma como es el caso de España. Fruto de dicha sabiduría, se dedicaron a hostigar sistemáticamente a unos cuerpos profesionales que no sabían bien como contrarrestar los ataques de un enemigo al que no podían ver ni reconocer y que, además, en muchos casos no contaba con una formación militar al uso.

De las acciones llevadas a a cabo por estos grupos armados surgió toda una romántica cultura popular. Gracias a esta, los nombres de los más destacados combatientes fueron elevados a los altares de la patria y rememorados por su actuación en la guerra de liberación nacional.

Fue el mismo Napoléon, durante su exilio en la isla de Santa Helena, quien reconoció que la campaña en España supuso la destrucción de su reputación en EuropaCon respecto a la procedencia social de estos guerrilleros, era bastante variada: clérigos, profesionales de diversas actividades, delincuentes o militares (como Díaz Porlier o Espoz y Mina); los cuales -tras la pérdida de pujanza de las tropas profesionales españolas- optaron por continuar luchando contra el invasor. La fidelidad a la nación, así como a la causa fernandina y a los ideales liberales, llevaron a no pocos de ellos a una prematura fin tras la Restauración. Especialmente recordado es el ajusticiamiento de Juan Martín Díaz «el Empecinado», el cual fue enviado al patíbulo por el rey al que había ayudado a recuperar el trono de España (25 de agosto de 1925).

Las actividades guerrilleras se llevaron a cabo especialmente en la zona central y oriental de la Península. En el norte se encontraban también partidas destacadas, como las lideradas por Díaz Porlier en Picos de Europa o Espoz y Mina, entre el País Vasco y el Ebro. El número de combatientes con los que contaba cada grupo era variable, pero en no pocas ocasiones llegó a ser muy superior al millar. En el caso del dirigido por «el Empecinado» se calcula que su número de integrantes llegó a estar por encima de las 15.000 unidades.

Crueles pero necesarios

Se antoja pues, que la actuación de estos «bandidos» patrios fue más que necesaria con el fin de liberar la nación del yugo francés. Toda vez que, como señala Jean René Aymes en su obra «La Guerra de la Independencia, 1808-1814: calas y ensayos», España carecía en aquellos fatídicos momentos de «líderes, plan de conjunto, dinero o armamento». Esta fue una de las razones por las que «echarse al monte» (especialmente desde 1810) se convirtió en una forma de hacer la guerra en la que cada uno aportaba lo que tenía (o lo que le arrebataba al francés muerto de turno) y que en muchos casos no era más que la vida misma.

La guerrilla se dedicó a hostigar sistemáticamente a unos cuerpos profesionales que no sabían bien como contrarrestar los ataquesCabe destacar también la enorme importancia de la conexión surgida entre población y guerrilla. En este sentido, la actividad bélica de los segundos era reconocida y apoyada por los primeros a la hora de proporcionarles víveres, información o cobijo en caso de necesidad. La ayuda prestada por los españoles leales a la causa nacional llevó a no pocos a encontrarse ante un pelotón de fusilamiento (o algo peor) durante el desarrollo de las hostilidades. Fue al mismo tiempo esta alianza de donde nació (en parte) la incapacidad francesa para acabar con el camaleónico enemigo, la cual durante el conflicto fue más que patente.

Sin embargo, no todo fueron halagos hacia las actividades de estos intrépidos patriotas. Como explica Juan Manuel Cuenca en su libro «La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo», las «tropelías» llevadas a cabo (en ocasiones) por estos forajidos causaron «la reprobación entre las gentes de los campos y vecindarios pequeños» debido al espíritu de «revanchismo» ante aquellos que habían abrazado la causa josefina o por simple «afán depredador», el cual sufrió parte de la población, especialmente a partir de 1812. Aun así, sin la colaboración de una parte importante de los habitantes de la España rural, resultaría difícilmente explicable el éxito de un grupo paramilitar ante un coloso europeo como fue la Francia Imperial.

La ayuda prestada por los españoles leales a la causa nacional llevó a no pocos a encontrarse ante un pelotón de fusilamiento Como hacen ver Gallego Fernández y Cayuela Palomares en su obra ,«La Guerra de la Independencia. Historia bélica, pueblo y nación en España (1808-1814)», para que Napoleón hubiese conseguido acabar definitivamente con la problemática guerrillera, hubiese sido necesario «introducir en la Península el doble de efectivos» de aquellos con los que contaba en 1810; año en que la capacidad ofensiva de las tropas del Ejército regular menguó sustancialmente.

Los crímenes del invasor

Las tropas del emperador no daban crédito ante el «violento» y «fanático» comportamiento de aquellos a quienes, consideraban, estaban librando de la tiranía de una monarquía caduca y opresora. Con respecto a la acción guerrillera, el combatiente francés Henri Jomini afirmaba que hasta «los curas, las mujeres y los niños organizaban sobre el suelo de toda España el asesinato de soldados aislados».

Mientras la guerra se alargaba -y las bajas causadas por la guerrilla aumentaban- las tropas del emperador encontraron la perfecta justificación para todas las tropelías y canalladas que, todo sea dicho, ya estaban cometiendo. Durante el desarrollo de la contienda, y ya en los prolegómenos de la misma, lo habitual era que el victorioso ejército napoleónico respondiese -tanto al levantamiento popular espontáneo como a la actividad paramilitar- con una represión extremadamente violenta y cruel. Ejemplo perfecto fue la carnicería orquestada por Murat durante y tras los sucesos del 2 de Mayo de 1808 en la ciudad de Madrid.

Debido a su incapacidad para defenderse de este escurridizo enemigo, los invasores acabaron cayendo en la más absoluta paranoia. Como señala Lawrence Tone en «La Guerra de la Independencia en la cultura española», los soldados franceses interpretaron que toda la población era el enemigo. Esto llevó a que las tropas del Emperador se sintieran libres «de toda responsabilidad jovenlandesal por su brutal trato a los civiles». Como consecuencia de esto, nos encontramos ante una guerra abierta en la que la espada de Damocles pendía sobre la cabeza de todo aquel que pisaba suelo peninsular, con independencia de su estatus u ocupación.

España, tumba de Francia

Fue así como, fruto de la acción guerrillera y de la dura respuesta francesa, los caminos de la España de la época se vieron regados por los cuerpos mutilados de unos y otros. Algunos simplemente tirados en el suelo, otros colgados de árboles con las tripas por fuera. Las maldades del género humano salían a plaza de la forma más grotesca. Los franceses, fruto de la paranoia anteriormente mencionada, se dedicaron a ajusticiar a todo aquel que fuera sospechoso de usar las armas contra las tropas del corso, o bien de apoyar la causa de estos.

Dicho espectáculo causo un grandísimo impacto en la sociedad del momento. La colección de Francisco de Goya «Los desastres de la guerra», llamativa por la cruda violencia que refleja, ha dejado para la posteridad los atropellos, asesinatos y sufrimientos de una campaña que le salió más cara a Napoleón de lo que éste se podía esperar. Para los anales de la Historia, y como fiel reflejo de lo que implicó la ocupación francesa para la «Grande Armée», quedan grabadas a fuego las palabras de las que se hizo eco Francoise Malye en «Napoleón y la locura española»: «España, fortuna de los generales, tumba de los soldados».

COMENTARIO: Ahora saldrán los hispanofobos rabiosos a decir que qué pena que no ganasen los franceses, los llamados a civilizar a este hatajo de chupanabos de frailes.
 
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A los franceses los echó de la Península el Ejército Británico.

Que los patriotas merecen todo el respeto del mundo y que se jugaron el pellejo contra el invasor, pues sí, es cierto, nadie puede decir que no, pero dejémonos de historias de Curro Jiménez, no empecemos ahora como los franceses con su "heroica resistencia" contra los nazis.

Cómo que iban a venir aquí los anglos si el pueblo español no se hubiese levantado y resistido. Vinieron tarde y mal para machacar a los españoles e ir preparando la independencia de la España americana, además de ayudar un poquito a echar al francés. Durante todo el XIX España tuvo un prestigio en toda Europa por haber sido los únicos y primeros que se enfrentaron a Napoleón y sirvieron de precedente a Rusia. No inglaterra.

Pero claro, España es incapaz de nada, por no ser masónica, alubia*, islámica, calvinista, anglicana ni luterana. Somos una fruta cosa ontológicamente hablando, sin remisión. Solo la extinción nos curaría.

Qué se vayan a la cosa los citados.
 
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