EL CURIOSO IMPERTINENTE
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Quiero hablaros del episodio que puso punto y final a la era de los conquistadores y abrió paso a la era de los colonizadores, los funcionarios reales, los licenciados y bachilleres, los virreyes, los oidores y los corregidores: las guerras civiles entre españoles que asolaron en recién conquistado reino del Perú entre 1537 y 1554.
Como sabemos la conquista de las Indias fue esencialmente una empresa básicamente privada, en la que un puñado de aventureros arrostraron enormes peligros en pos de fama, riqueza, honores y la difusión de la fe. En aquella empresa la Corona no arriesgaba nada, pero obtenía cuantiosos beneficios: una quinta parte del botín en metales preciosos y joyas se entregaba al estado, el "quinto real".
Pero no era sólo a los guerreros indios a quienes debieron enfrentarse, como suele suceder sus peores enemigos eran sus propios compatriotas.
Es interesante observar como mientras España disfrutó de un largo período de estabilidad desde la época de los Reyes Católicos hasta 1808, tan sólo interrumpida por revueltas esporádicas (guerra de las comunidades, germanías, rebelión de los moriscos, guerra de los Segadores, etc) que fueron invariablemente aplastadas (exceptuando la rebelión portuguesa de 1640) en las Indias las primeras décadas después de la conquista fueron notablemente convulsas, especialmente en el Perú hasta que la autoridad real consiguió afianzarse y las filas de los primeros conquistadores quedaron diezmadas.
Empezando por el propio Cristóbal Colón y sus hermanos, que tuvieron que enfrentarse a una revuelta de los colonos españoles en la isla de La Española y terminaron siendo apresados , y devueltos a España cargados de cadenas por el enviado real Francisco de Bobadilla.
O la enemistad entre Hernán Cortés y el gobernador de Cuba Diego Velázquez, que culminó en la expedición de castigo que éste envió, al mando de Pánfilo de Narváez, en plena conquista de Méjico. Como sabemos, Cortés tuvo que abandonar precipitadamente Tenochtitlán para salir al encuentro de Narváez y derrotarlo en Cempoala. En el interín, los nobles aztecas, secundados por su pueblo se levantaron en armas contra los españoles y contra Moctezuma y asediaron a la guarnición española mandada por Alvarado, pero esa es otra historia.
Años más tarde, dueño ya de la Nueva España, el mismo Cortés afrontó a la rebelión de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid y audazmente encabezó una expedición de castigo hasta Honduras, una expedición difícil y peligrosa y a la postre inútil. A su regreso a Méjico se encontró con que había sido destituido por un funcionario real (el cual misteriosamente cayó enfermo y murió a los pocos días).
Por no hablar del triste final del descubridor del Oceáno Pacífico, Vasco Núñez de Balboa, decapitado por orden del gobernador Pedrarias Dávila.
Pero el episodio más largo y sangriento ocurrió en el Perú. El enfrentamiento entre los dos antiguos compañeros de armas, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, fundamentalmente por la demarcación de la frontera entre los territorios bajo su respectivas jurisdicciones y en especial la ciudad de Cuzco, antigua capital del imperio incaico. El pleito condujo a un enfrentamiento armado entre los dos mandos. Almagro fue derrotado en la batalla de Las Salinas y decapitado por orden de Hernando Pizarro, hermano de Francisco.
Pero los almagristas estaban deseosos de venganza y encontraron un nuevo caudillo en Diego de Almagro el mozo, el cual, con un grupo de doce seguidores asaltó la mansión del gobernador Pizarro en Lima y le dio fin, así como a uno de los hermanastros de éste.
El Mozo se alzó con el gobierno del Perú. Los pizarristas y el visitador real Cristóbal Vaca de Castro lo declararon rebelde y traidor y se dispusieron a presentarse batalla.
Pronto surgieron disensiones internas en el bando almagrista. El Mozo quería aliarse con el inca Manco Cápac II, refugiado en el reducto selvático de Vilcabamba. Finalmente fue derrotado en la batalla de Chupas, la más sangrienta de las guerras civiles del Perú, fue apresado y enviado a Cuzco, condenado a fin y ejecutado en el mismo lugar donde le cortaron la cabeza a su padre. Tenía veinte años cuando murió.
La paz volvió al Perú, pero fue sólo una tregua porque aquel mismo año de 1542 el rey emperador Carlos promulgó las Leyes Nuevas que pretendían proteger a los indios de los abusos de los encomenderos. Con el fin de hacerlas cumplir llegó de España el primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela. El malestar entre los encomenderos era palpable y estalló una nueva rebelión, capitaneada por Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco y último de los Pizarro que aún quedaba en el Perú. Esta nueva revuelta tenía especial gravedad, pues era la primera vez que los colonizadores se rebelaban abiertamente contra la autoridad real.
Para añadir aún más confusión al drama, a causa de sus numerosas arbitrariedades, el virrey Blasco fue destituido por la Audiencia Real, lo detuvieron y decidieron enviarlo por mar a Panamá para ser juzgado. Pero en plena travesía, el encargado de custodiarle le puso en libertad y se ofreció a servirle. Blasco tomó el rumbo de la nave y ordenó el regreso a Tumbez y reunió un nuevo ejército en Quito con el que aplastar la revuelta pizarrista.
Gonzalo Pizarro marchó a su encuentro , la batalla se libró en Iñaquito, cerca de Quito y el virrey fue derrotado y muerto.
Los pizarristas habían dado fin a un funcionario nombrado por el rey, un delito de lesa majestad.
Se dice que había entre los partidarios de Gonzalo Pizarro quienes le aconsejaban que ya que se había convertido en un rebelde y un traidor a Su Majestad Católica, se proclamara rey del Perú.
Un nuevo funcionario real llegó con la misión de poner fin a las revueltas de una vez por todas. Se trataba del licenciado Pedro de la Gasca, sacerdote y diplomático sagaz. Llegó a Panamá donde se enteró de la fin del virrey Blasco. En poco tiempo consiguió ver reconocida su autoridad y los pizarristas empezaron a sufrir deserciones en sus filas. La Gasca ofrecía el perdón real a los rebeldes que se arrepintieran y se sometieran. Las filas realistas no paraban de crecer mientras las de los pizarristas menguaban. La batalla decisiva se libró en la pampa de Jaquijahuana. En realidad no hubo realmente una batalla pues los soldados rebeldes se rindieron en masa abandonando a sus jefes. Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal (apodado el malo de los Andes) y los demás revoltosos fueron apresados y ajusticiados.
Con la fin del último de los Pizarro parecía que había llegado al fin la paz al Perú y se consolidaba definitivamente la autoridad real.
En 1553 Francisco Hernández Girón, quien había combatido en las huestes del virrey Blasco y más tarde en las de Gonzalo Pizarro, se rebeló en Cuzcó. Con un ejército de 900 hombres se dirigió a Lima. La Real Audiencia envió contra él a Pedro de Meneses quien fue derrotado. Otro ejército al mando del mariscal Alonso de Alvarado corrió igual suerte. Finalmente fue vencido en diciembre de 1554 en Pucara y ajusticiado en Lima.
Terminaron así las guerras civiles del Perú, aunque aún faltaba un último episodio a modo de epílogo que tuvo lugar en 1561 , el de la rebelión de Lope de Aguirre y sus marañones.
La conclusión de esta historia es que de la estirpe de los conquistadores la mayoría tuvo un final perversos. Ganaron imperios pero quienes se beneficiaron fueron otros hombres que vinieron detrás de ellos.
Como sabemos la conquista de las Indias fue esencialmente una empresa básicamente privada, en la que un puñado de aventureros arrostraron enormes peligros en pos de fama, riqueza, honores y la difusión de la fe. En aquella empresa la Corona no arriesgaba nada, pero obtenía cuantiosos beneficios: una quinta parte del botín en metales preciosos y joyas se entregaba al estado, el "quinto real".
Pero no era sólo a los guerreros indios a quienes debieron enfrentarse, como suele suceder sus peores enemigos eran sus propios compatriotas.
Es interesante observar como mientras España disfrutó de un largo período de estabilidad desde la época de los Reyes Católicos hasta 1808, tan sólo interrumpida por revueltas esporádicas (guerra de las comunidades, germanías, rebelión de los moriscos, guerra de los Segadores, etc) que fueron invariablemente aplastadas (exceptuando la rebelión portuguesa de 1640) en las Indias las primeras décadas después de la conquista fueron notablemente convulsas, especialmente en el Perú hasta que la autoridad real consiguió afianzarse y las filas de los primeros conquistadores quedaron diezmadas.
Empezando por el propio Cristóbal Colón y sus hermanos, que tuvieron que enfrentarse a una revuelta de los colonos españoles en la isla de La Española y terminaron siendo apresados , y devueltos a España cargados de cadenas por el enviado real Francisco de Bobadilla.
O la enemistad entre Hernán Cortés y el gobernador de Cuba Diego Velázquez, que culminó en la expedición de castigo que éste envió, al mando de Pánfilo de Narváez, en plena conquista de Méjico. Como sabemos, Cortés tuvo que abandonar precipitadamente Tenochtitlán para salir al encuentro de Narváez y derrotarlo en Cempoala. En el interín, los nobles aztecas, secundados por su pueblo se levantaron en armas contra los españoles y contra Moctezuma y asediaron a la guarnición española mandada por Alvarado, pero esa es otra historia.
Años más tarde, dueño ya de la Nueva España, el mismo Cortés afrontó a la rebelión de uno de sus capitanes, Cristóbal de Olid y audazmente encabezó una expedición de castigo hasta Honduras, una expedición difícil y peligrosa y a la postre inútil. A su regreso a Méjico se encontró con que había sido destituido por un funcionario real (el cual misteriosamente cayó enfermo y murió a los pocos días).
Por no hablar del triste final del descubridor del Oceáno Pacífico, Vasco Núñez de Balboa, decapitado por orden del gobernador Pedrarias Dávila.
Pero el episodio más largo y sangriento ocurrió en el Perú. El enfrentamiento entre los dos antiguos compañeros de armas, Francisco Pizarro y Diego de Almagro, fundamentalmente por la demarcación de la frontera entre los territorios bajo su respectivas jurisdicciones y en especial la ciudad de Cuzco, antigua capital del imperio incaico. El pleito condujo a un enfrentamiento armado entre los dos mandos. Almagro fue derrotado en la batalla de Las Salinas y decapitado por orden de Hernando Pizarro, hermano de Francisco.
Pero los almagristas estaban deseosos de venganza y encontraron un nuevo caudillo en Diego de Almagro el mozo, el cual, con un grupo de doce seguidores asaltó la mansión del gobernador Pizarro en Lima y le dio fin, así como a uno de los hermanastros de éste.
El Mozo se alzó con el gobierno del Perú. Los pizarristas y el visitador real Cristóbal Vaca de Castro lo declararon rebelde y traidor y se dispusieron a presentarse batalla.
Pronto surgieron disensiones internas en el bando almagrista. El Mozo quería aliarse con el inca Manco Cápac II, refugiado en el reducto selvático de Vilcabamba. Finalmente fue derrotado en la batalla de Chupas, la más sangrienta de las guerras civiles del Perú, fue apresado y enviado a Cuzco, condenado a fin y ejecutado en el mismo lugar donde le cortaron la cabeza a su padre. Tenía veinte años cuando murió.
La paz volvió al Perú, pero fue sólo una tregua porque aquel mismo año de 1542 el rey emperador Carlos promulgó las Leyes Nuevas que pretendían proteger a los indios de los abusos de los encomenderos. Con el fin de hacerlas cumplir llegó de España el primer virrey del Perú, Blasco Núñez de Vela. El malestar entre los encomenderos era palpable y estalló una nueva rebelión, capitaneada por Gonzalo Pizarro, hermano menor de Francisco y último de los Pizarro que aún quedaba en el Perú. Esta nueva revuelta tenía especial gravedad, pues era la primera vez que los colonizadores se rebelaban abiertamente contra la autoridad real.
Para añadir aún más confusión al drama, a causa de sus numerosas arbitrariedades, el virrey Blasco fue destituido por la Audiencia Real, lo detuvieron y decidieron enviarlo por mar a Panamá para ser juzgado. Pero en plena travesía, el encargado de custodiarle le puso en libertad y se ofreció a servirle. Blasco tomó el rumbo de la nave y ordenó el regreso a Tumbez y reunió un nuevo ejército en Quito con el que aplastar la revuelta pizarrista.
Gonzalo Pizarro marchó a su encuentro , la batalla se libró en Iñaquito, cerca de Quito y el virrey fue derrotado y muerto.
Los pizarristas habían dado fin a un funcionario nombrado por el rey, un delito de lesa majestad.
Se dice que había entre los partidarios de Gonzalo Pizarro quienes le aconsejaban que ya que se había convertido en un rebelde y un traidor a Su Majestad Católica, se proclamara rey del Perú.
Un nuevo funcionario real llegó con la misión de poner fin a las revueltas de una vez por todas. Se trataba del licenciado Pedro de la Gasca, sacerdote y diplomático sagaz. Llegó a Panamá donde se enteró de la fin del virrey Blasco. En poco tiempo consiguió ver reconocida su autoridad y los pizarristas empezaron a sufrir deserciones en sus filas. La Gasca ofrecía el perdón real a los rebeldes que se arrepintieran y se sometieran. Las filas realistas no paraban de crecer mientras las de los pizarristas menguaban. La batalla decisiva se libró en la pampa de Jaquijahuana. En realidad no hubo realmente una batalla pues los soldados rebeldes se rindieron en masa abandonando a sus jefes. Gonzalo Pizarro, Francisco de Carvajal (apodado el malo de los Andes) y los demás revoltosos fueron apresados y ajusticiados.
Con la fin del último de los Pizarro parecía que había llegado al fin la paz al Perú y se consolidaba definitivamente la autoridad real.
En 1553 Francisco Hernández Girón, quien había combatido en las huestes del virrey Blasco y más tarde en las de Gonzalo Pizarro, se rebeló en Cuzcó. Con un ejército de 900 hombres se dirigió a Lima. La Real Audiencia envió contra él a Pedro de Meneses quien fue derrotado. Otro ejército al mando del mariscal Alonso de Alvarado corrió igual suerte. Finalmente fue vencido en diciembre de 1554 en Pucara y ajusticiado en Lima.
Terminaron así las guerras civiles del Perú, aunque aún faltaba un último episodio a modo de epílogo que tuvo lugar en 1561 , el de la rebelión de Lope de Aguirre y sus marañones.
La conclusión de esta historia es que de la estirpe de los conquistadores la mayoría tuvo un final perversos. Ganaron imperios pero quienes se beneficiaron fueron otros hombres que vinieron detrás de ellos.