EL CURIOSO IMPERTINENTE
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Quiero abrir un hilo para tratar de unos acontecimientos de enorme trascendencia histórica pero que hoy están bastante olvidados.
Al morir Jaime I el Conquistador se dividieron sus estados. El mayor, Pedro III, heredó los reinos de Aragón y de Valencia y el condado de Barcelona. El hijo menor, Jaime II, recibió en herencia el reino de Mallorca, que comprendía además de las Baleares (Menorca no fue reconquistada hasta 1287, pero se avino a pagar tributo al Conquistador) los territorios ultrapirenaicos de los condados del Rosellón y la lechonaña y el señorío de Montpellier.
Pedro III estaba casado desde 1262 con Constanza de Suabia, hija del rey Manfredo de Sicilia, y nieta del emperador Federico II. En virtud de dicho matrimonio, al ser Constanza la última representante de la dinastía Hohenstaufen, la casa de Aragón devino en heredera del trono del reino de Sicilia, que además de la isla comprendía lo que más adelante sería conocido como reino de Nápoles.
En 1263, después de excomulgar a Manfredo, el Papa Urbano IV hizo donación del reino de Sicilia a Carlos de Anjou, hermano de Luis IX el Santo. Carlos entró en Italia con un ejército de 30.000 hombres y derrotó y dio fin a Manfredo en la batalla de Benevento (26 de febrero de 1266). En 1268, el sobrino de Manfredo y heredero legítimo del Sacro Imperio Romano y de Sicilia, Conradino fue decapitado por orden de Carlos, con lo que se extinguió la línea masculina de la dinastía imperial.
El dominio francés pronto se hizo odioso para buena parte de la población de Sicilia y pronto comenzaron las conspiraciones para echar a los ocupantes. Algunos gibelinos, antiguos partidarios de los Hohenstaufen hallaron refugio en la corte del rey de Aragón, entre ellos Juan Prócida, antiguo canciller del reino y el noble Roger de Lauria (Ruggiero di Lauria). Se iniciaron negociaciones entre los representantes de la nobleza siciliana, el Imperio Romano de Oriente y Aragón para organizar un levantamiento contra el francés y ofrecer la corona de Sicilia a Pedro III.
Vísperas Sicilianas - Enciclopedia Católica
Empezaría una guerra de enormes proporciones, que se prolongaría por espacio de veinte años, hasta la paz de Caltabellotta (1302).
LAS VÍSPERAS SICILIANAS. UNA HISTORIA DEL MUNDO MEDITERRÁNEO A FINALES DEL SIGLO XIII – Sir Steven Runciman » Historias especializadas » Hislibris – Libros de Historia, libros con Historia
Al morir Jaime I el Conquistador se dividieron sus estados. El mayor, Pedro III, heredó los reinos de Aragón y de Valencia y el condado de Barcelona. El hijo menor, Jaime II, recibió en herencia el reino de Mallorca, que comprendía además de las Baleares (Menorca no fue reconquistada hasta 1287, pero se avino a pagar tributo al Conquistador) los territorios ultrapirenaicos de los condados del Rosellón y la lechonaña y el señorío de Montpellier.
Pedro III estaba casado desde 1262 con Constanza de Suabia, hija del rey Manfredo de Sicilia, y nieta del emperador Federico II. En virtud de dicho matrimonio, al ser Constanza la última representante de la dinastía Hohenstaufen, la casa de Aragón devino en heredera del trono del reino de Sicilia, que además de la isla comprendía lo que más adelante sería conocido como reino de Nápoles.
En 1263, después de excomulgar a Manfredo, el Papa Urbano IV hizo donación del reino de Sicilia a Carlos de Anjou, hermano de Luis IX el Santo. Carlos entró en Italia con un ejército de 30.000 hombres y derrotó y dio fin a Manfredo en la batalla de Benevento (26 de febrero de 1266). En 1268, el sobrino de Manfredo y heredero legítimo del Sacro Imperio Romano y de Sicilia, Conradino fue decapitado por orden de Carlos, con lo que se extinguió la línea masculina de la dinastía imperial.
El dominio francés pronto se hizo odioso para buena parte de la población de Sicilia y pronto comenzaron las conspiraciones para echar a los ocupantes. Algunos gibelinos, antiguos partidarios de los Hohenstaufen hallaron refugio en la corte del rey de Aragón, entre ellos Juan Prócida, antiguo canciller del reino y el noble Roger de Lauria (Ruggiero di Lauria). Se iniciaron negociaciones entre los representantes de la nobleza siciliana, el Imperio Romano de Oriente y Aragón para organizar un levantamiento contra el francés y ofrecer la corona de Sicilia a Pedro III.
Vísperas Sicilianas - Enciclopedia Católica
Vísperas Sicilianas
Nombre que tradicionalmente se da a la insurrección que estalló en Palermo, el 31 de marzo de 1282, martes de Pascua. Fue solamente en el siglo XV (nov. de 1494) cuando parece que se acuñó la expresión “Vísperas Sicilianas” y la leyenda de las campanas de Pascua convocando a los insurgentes a las armas. Carlos de Anjou, Conde de Provenza y hermano de San Luis, rey de Francia, había recibido de Urbano IV la corona de las dos Sicilias que había sido arrebatada a los Hohenstauffens. Tras haber derrotado a Manfredo en 1256, estableció su autoridad por la fuerza y reprimió cruelmente la revuelta gibelina capitaneada por Conrandino en 1268, de resultas de la cual fueron condenados a fin 130 barones. Como dueño indiscutible de las Dos Sicilias, heredó los ambiciosos proyectos de sus predecesores, los normandos y los reyes Hohenstauffens, y trató de establecer la hegemonía en el Mediterráneo. En 1281 se encontraba a punto de alcanzar su objetivo: en 1277 había comprado los derechos de María de Antioquia al Reino de Jerusalén, era protector del reino de Armenia, el Emir de Túnez le pagaba tributo, y sus soldados ocupaban parte de Morea. Por último, y a instancias suyas, el papa Martín IV había excomulgado al Emperador Paleologo. Luego, tras establecer un tratado que le aseguraba la asistencia de la flota veneciana (3 de julio de 1281), Carlos estaba preparando una formidable cruzada con el objetivo de conquistar Constantinopla cuando la revuelta del 31 de marzo de 1282 le obligó dirigir sus ejércitos contra Sicilia, salvándose así el Imperio bizantino.
Apoyándose en la autoridad de Giovanni Villani (m.1348) se mantuvo durante mucho tiempo la idea de que esta revuelta fue el resultado de un complot entre Miguel Palaeologo, Pedro III, rey de Aragón, y los barones sicilianos y cuyo principal agente fue Juan de Prócida, caballero de Salerno. El patriota siciliano Amari en un célebre libro “La Guerra del Vespero Siciliano”, cuya primera edición apareció en Palermo en 1842, trató de demostrar que la insurrección de 1282 fue un movimiento popular completamente espontáneo provocado por la administración opresiva y por la tiranía fiscal de Carlos de Anjou. La leyenda de Juan de Prócida no surgió hasta el siglo XIX, en obras tales como “Ribellamentu di Sicilia” (Biblioth. Script. Aragón., I, 241-74), o en una carta del rey Roberto de Nápoles (1314). Autores contemporáneo [Saba Malaspina, Dean de Malta (“Rerum sicularum historia”, ed. Muratori, “SS. Rer. Ital.”, VIII, 785-874) que escribió hacia 1285; Bartolommeo de Neocastro, autor de de una “Historia Sicula” (ed. Muratori, “SS. Rel. Ital.”, XIII, 1013-1196)] hablan solamente de un estallido popular de rabia como consecuencia de los perjuicios y enojos de toda clase infligidos al pueblo por los barones franceses y por los funcionarios de Carlos de Anjou. La investigación en los Archivos Estatales de Nápoles y de Barcelona (n.del t., Archivo de la Corona de Aragón) han llevado a la misma conclusión.
Lo realmente cierto es que el 31 de marzo estalló la sublevación, entre gritos de “fin a los Franceses” después de que se hubiera llevado a cabo una investigación vejatoria por orden del Gobernador de Palermo que deseaba privar a la población del derecho de portar armas. En pocas semanas la revuelta se extendió por toda la isla y más de 8.000 franceses fueron asesinados. Las ciudades sicilianas constituyeron un tipo de republica federal y se colocaron ellos mismos bajo la protección de la Santa Sede. Fue solamente cuando Carlos de Anjou se presentó delante de Mesina con todas sus tropas que los nobles sicilianos llamaron en su ayuda a Pedro III de Aragón, y las restantes ciudades solamente aprobaron esta decisión cuando les pareció imposible resistir a Carlos de Anjou.
La teoría de Amari, a pesar de ser básicamente correcta, es demasiado general. La naturaleza espontánea y popular del levantamiento de 1282 es un hecho indiscutible pero, por otra parte, las negociaciones entre Miguel Paleologo y Pedro de Aragón tuvieron lugar indiscutiblemente. En estas, Juan de Prócida jugó un papel que es imposible de definir con precisión, y posiblemente algunos nobles sicilianos estaban al tanto de sus intrigas. Hubo por los menos, una coincidencia entre la coalición contra Carlos de Anjou y la insurrección popular de las Vísperas Sicilianas. Los resultados de esta sublevación fueron considerables, como se demostró con el derrumbamiento de todos los proyectos de dominación oriental concebidos por Carlos de Anjou. La cruzada contra Constantinopla no tuvo lugar, y Carlos de Anjou inició una larga y estéril guerra contra la Casa de Aragón que agotó sus recursos sin conseguir Sicilia. El compromiso entre las dos dinastías rivales solamente se produjo en 1302.
Empezaría una guerra de enormes proporciones, que se prolongaría por espacio de veinte años, hasta la paz de Caltabellotta (1302).
LAS VÍSPERAS SICILIANAS. UNA HISTORIA DEL MUNDO MEDITERRÁNEO A FINALES DEL SIGLO XIII – Sir Steven Runciman » Historias especializadas » Hislibris – Libros de Historia, libros con Historia
No es fácil encontrar libros de historia donde el fondo y la forma, el qué se cuenta y el cómo se cuenta, estén perfectamente entrelazados, de modo que uno llega a preguntarse si estamos ante un excelente ensayo o ante una deliciosa obra literaria. No es común hoy en día una historia netamente narrativa y de hechos estrictamente políticos (pongamos también religiosos, si acaso) que deje al lector tan satisfecho y con ganas de más, de mucho más. Y no es sencillo relatar en apenas 400 páginas unos hechos que sucedieron durante medio siglo, que dejaron huella y que acontecen en un ámbito a caballo entre Occidente y Oriente. Pero, sin duda alguna, sir Steven Runciman (1903-200) lo consiguió con Las Vísperas Sicilianas. Una historia del mundo mediterráneo a finales del siglo XIII (Reino de Redonda, 2009).
Hablar de Steven Runciman es hablar del hombre que, según se comentó cuando murió en el cambio de milenio, nos devolvió Bizancio. Su biografía nos remite al segundón de una familia nobiliaria británica, inmensamente curioso, con una capacidad innata para los idiomas («al parecer dominaba el latín a los seis años y el griego a los siete, a los que fue añadiendo el árabe, el turco, el persa, el hebreo, el siriaco, el armenio, el georgiano, el ruso yel búlgaro»). Profesor en Cambridge, heredó la fortuna de un abuelo acaudalado, lo cual, para envidia de muchos que le leemos hoy, le sirvió para retirarse a los 35 años y dedicarse a investigar y a viajar por todo el mundo. Todo un bon vivant, de buen gusto en la mesa, delicioso conversador, de esas personas que uno siempre quiere tener a su lado a la hora del café, capaz de contar chismes graciosos sobre la alta sociedad. En pocas palabras, un hombre de su tiempo que hoy en día se diría que está chapado a la antigua. Pero es el hombre que publicó una de esas obras imprescindibles, la Historia de las Cruzadas en tres volúmenes (1951-1954), editada en castellano por primera vez en 1973 y que, recientemente, Alianza ha reeditado en un único volumen. No diré nada descabellado si afirmo categóricamente que estamos ante la monografía de lectura obligada sobre las Cruzadas. Runciman escribió sobre muchos otros temas, pero siempre hay una constante en su obra: Bizancio. No obstante, uno de sus libros más celebrados es, justamente, una obra que se aparta de la temática bizantina, aunque no del todo. Pues en Las Vísperas Sicilianas (1958) Runciman no se olvida de su tema fetiche.
Leí este libro por primera vez hará una década en una edición gastada de Alianza Editorial hoy en día inencontrable. La sensación de haber leído una obra maestra me invadió al leer la última página. Porque eso hallamos en este libro que Javier Marías ha recuperado recientemente, tras regalarnos también hace pocos años otro de esos libros fascinantes de Runciman, La caída de Constantinopla (Reino de Redonda, 2006). Y ante ello estamos, ante una obra maestra sin ínfulas ni pretensiones, que se lee sin apenas levantar la vista de sus páginas, absorbido por un estilo sobrio, contenido y al mismo tiempo exquisito. Una historia del mundo mediterráneo –con Sicilia como eje central– que comienza con la fin del emperador Federico II, el Anticristo para el Papado de su época, en 1250 y que nos lleva a las luchas por el trono de Sicilia (y el predominio de Europa) durante el siguiente medio siglo. Unas disputas que encontraron en Carlos de Anjou, hermano del rey San Luis de Francia, a un peculiar antihéroe. Pues consiguiéndolo todo, Carlos lo acabó perdiendo por culpa de su arrogancia.
Uno se preguntará qué tienen de especial las Vísperas Sicilianas. Runciman nos da la clave:
«La historia de la matanza de los franceses el 30 de marzo de 1282 […] es importante no por tratarse de un drama aislado de conspiradores y asesinos, ni por ser precisamente un episodio de la épica tragedia de Sicilia y sus opresores. La matanza fue uno de esos acontecimientos de la historia que alteran el destino de naciones e instituciones mundiales. Para comprender su importancia es necesario que la veamos dentro de su marco internacional. He tratado, por tanto, de narrar en este libro toda la historia del mundo mediterráneo en la segunda mitad del siglo XIII, con las Vísperas como núcleo central. El escenario es vasto: tiene que extenderse desde Inglaterra hasta Palestina, desde Constantinopla hasta Túnez. Está también poblado por muchos personajes; pero un escenario histórico es, inevitablemente, populoso, y los lectores que tengan miedo de las multitudes deberán limitarse a los terrenos mejor ordenados de la ficción. El relato consta de varios temas que confluyen sobre este mismo punto. Es la historia de un príncipe brillante, destruido por su propia arrogancia. Es la historia de una amplia conspiración tramada en Barcelona y en Bizancio. Es la historia del valiente y hermético pueblo de Sicilia, levantándose contra la dominación extranjera. Es la historia del suicidio gradual de la idea más grandiosa de la Edad Media: la monarquía universal del Papado» (pp. 32-33).
Y no sólo ello: es también la historia del intento de unir las Iglesias católica y ortodoxa, separadas desde el cisma del siglo XI. Es la historia de personajes como Manfredo, el hijo poco agraciado de Federico II, que trató de crear un imperio mediterráneo con Sicilia como mascarón de proa. Es la historia del emperador Miguel Paleólogo, que reconquistó Constantinopla y restauró el imperio bizantino en 1261, y que se salvó por poco de una oleada turística en la que parecía tener todas las de perder. Es la historia de la ambición del rey Pedro III de Aragón, casado con la hija de Manfredo y decidido a vengar la fin de éste por Carlos de Anjou, así como a construir un imperio más allá de sus reinos peninsulares. Es la historia de un Sacro Imperio Romano Germánico huérfano, sin emperador durante una generación, desde la fin de Federico II y hasta la elección de Rodolfo de Habsburgo en 1273, y cuyo dominio desató las ansias de personajes como Ricardo de Cornualles o Alfonso X el Sabio. Es la historia de un infausto muchacho, Conradino, el último de los aguiluchos del nido Hohenstaufen, decidido a asumir el destino al que el legado familiar le obligaba, pero cuyo vuelo quedó truncado en el campo de batalla de Tagliacozzo. Y es, sobre todo, la historia de Carlos, «rey de Sicilia, Jerusalén y Albania, conde de Provenza, Forcalquier, Anjou y Maine, regente de Acaya, señor supremo de Túnez y senador de Roma, […] sin duda alguna, el más poderoso de Europa» (p. 313). Un monarca más que capaz, con buen tino para la administración, justo y honrado, pero que no supo resistirse al peso de sus ambiciones, ciego a y sordo a sus propios defectos, obsesionado por tener un imperio propio, aunque al final no pisara nunca la joya de su corona, Sicilia.
Runciman nos lleva de la mano de todos estos personajes en un viaje a un período convulso y al mismo tiempo épico. Nos muestra un vívido fresco de ambiciones y miserias, de triunfos inmortales y de caídas casi divinas. Nos seduce con un estilo sin concesiones a la anécdota frívola (y podría contar muchas anécdotas de este tipo), con un dominio magistral de la narración, con un relato a caballo entre lo que huele a novela histórica y lo que se paladea como ensayo de altura. Porque es ese estilo lo mejor que se destila de la obra de Runciman. Una prosa subyugadora, sencilla y sin estridencias, que acompaña al lector durante todo el viaje y que le mantiene en vilo. Conocemos los hechos, pero no los llegamos a sentir con tanta viveza como resultado de la pluma de Runciman.
Estoy permanentemente enamorado de este libro; releerlo cada cierto tiempo (y ahora en una excelente y cuidada edición) es un placer al que nunca me resisto y sobre cuyos pasos siempre vuelvo. Os animo, os exhorto, os suplico que lo disfrutéis tanto como yo lo he hecho en varias ocasiones. No os decepcionará; bien al contrario, os preguntaréis cómo pudisteis no haberlo leído antes. Y seguramente sonreiréis cuando, en una posterior relectura, leáis las palabras de sir Steven Runciman: «rara vez se recuerdan hoy en día las Vísperas Sicilianas…».