VIVANLASCAENAS
Madmaxista
Este articulo da mucho que pensar.
Después del 11-M, fueron innumerables las voces que se alzaron desde la izquierda y desde sectores nacionalistas - ¿lo recuerdan ustedes? - para decirnos que la matanza de los trenes no podía ser obra de ETA, porque ése no era su "modus operandi", porque "ETA siempre avisa".
El argumento era infame, pero una parte de la sociedad española (esa parte tan enferma, en términos democráticos, como para reprobar a Aznar mucho más que a Josu Ternera) se mostró dispuesta a comprar aquella falacia con auténtico entusiasmo. No en vano estaban en juego unas elecciones generales que habían de celebrarse tres días después.
Supongo que sería hora de recordarles a algunos sus palabras y preguntarles, siguiendo con su argumento, si el atentado contra la casa cuartel de Burgos es obra de Al Qaeda, dado que "ETA siempre avisa" y, en este caso, nadie ha avisado de la colocación de esos 200 kg de explosivos que han herido a 50 personas. Sería una forma de poner de manifiesto su brutal demagogia.
Lo que pasa es que, a estas alturas, ni siquiera esa pregunta resulta ya suficiente. Porque el 11-M no sólo puso de relieve que la casta dirigente de la izquierda española no ha asumido aún las formas democráticas de gobierno, sino que además rompió ese hilo invisible del que colgaba nuestra confianza en el sistema.
La utilización política del 11-M para forzar un cambio de gobierno; la utilización política del llamado "proceso de paz" para aislar a las víctimas de ETA y legitimar el derribo de la Constitución por la vía estatutaria de los hechos consumados; la utilización política del asesinato de Isaías Carrasco para forzar los últimos ajustes en intención de voto antes de las últimas elecciones generales... han hecho que poco a poco seamos cada vez más los que nos preguntemos cómo es posible que el terrorismo siga existiendo en España.
¿Cómo es posible que sobreviva 40 años una banda formada por unas decenas de pistoleros, frente a un estado que cuenta con centenares de miles de policías, de jueces, de guardias civiles, de militares y de miembros de los servicios de información? ¿Tan inútiles somos? Evidentemente, no. Y cuando uno contempla cómo desde instancias públicas se permite que los asesinos se presenten a las elecciones, que la educación siga controlada en buena parte del territorio por el entorno proetarra, que los ayuntamientos sean gobernados por lo que los propios jueces han calificado de banda terrorista, que los amigos de los asesinos sigan haciendo impunemente homenajes a pistoleros sanguinarios... uno comienza a sospechar que si ETA sobrevive es, ni más ni menos, porque alguien quiere que sobreviva. Porque cumple una función fundamental dentro del sistema: la función social del terror.
El problema no es ETA, sino aquéllos que necesitan que ETA exista. Que no son sólo el entorno batasuno y los partidos nacionalistas. El problema son todos aquellos que necesitan una sociedad española atemorizada y acobardada. Una sociedad española sumisa, dispuesta a aceptar sin el menor asomo de crítica lo que la casta gobernante tenga a bien concederle. Una sociedad española que admita que todas las leyes pueden violentarse, incluida la norma suprema, según lo que decida el gobierno de turno.
Y, para ello, nada mejor que mantener sobre los ciudadanos la sutil presión de la constante amenaza; nada mejor que hacerles interiorizar que todos ellos son víctimas en potencia. Porque quien se sabe posible víctima necesita protección. Y depende psicológicamente del que se la puede ofrecer. La sociedad española lleva 40 años comprando protección a la mafia que la gobierna, cediendo en prenda sus libertades y sus derechos civiles.
Desengáñense: el problema no son los asesinos, sino todos aquellos que requieren, para seguir pervirtiendo los mecanismos democráticos, mantener la presión del terror sobre los españoles. El problema son aquellos que dependen de ETA para seguir arrancando ladrillo tras ladrillo del edificio constitucional y del estado de derecho, para seguir arrebatándonos una libertad tras otra.
Antes del 11-M, yo contemplaba la lucha contra ETA como una pelea entre buenos y malos, donde estaba claro el papel de cada uno. Ahora, ya no sé, desgraciadamente, quiénes son "los buenos", porque lo único que alcanzo a ver es un juego infame de poder que se juega en los despachos y en el que los miembros de las fuerzas de seguridad y los ciudadanos de a pie sólo participamos poniendo los muertos.
Es por eso que, al ver un atentado como el de la casa cuartel de Burgos, ya no pienso "Hay que acabar con ETA". Lo que pienso, cada día más, es que tenemos que sacudirnos de encima a todos aquellos que permiten que ETA siga existiendo. Porque sólo cuando les quitemos el poder de hacernos sentir miedo podremos acabar con esa banda de asesinos que a tantos intereses sirve.
La función social del terror - Los enigmas del 11M - Luis del Pino
Después del 11-M, fueron innumerables las voces que se alzaron desde la izquierda y desde sectores nacionalistas - ¿lo recuerdan ustedes? - para decirnos que la matanza de los trenes no podía ser obra de ETA, porque ése no era su "modus operandi", porque "ETA siempre avisa".
El argumento era infame, pero una parte de la sociedad española (esa parte tan enferma, en términos democráticos, como para reprobar a Aznar mucho más que a Josu Ternera) se mostró dispuesta a comprar aquella falacia con auténtico entusiasmo. No en vano estaban en juego unas elecciones generales que habían de celebrarse tres días después.
Supongo que sería hora de recordarles a algunos sus palabras y preguntarles, siguiendo con su argumento, si el atentado contra la casa cuartel de Burgos es obra de Al Qaeda, dado que "ETA siempre avisa" y, en este caso, nadie ha avisado de la colocación de esos 200 kg de explosivos que han herido a 50 personas. Sería una forma de poner de manifiesto su brutal demagogia.
Lo que pasa es que, a estas alturas, ni siquiera esa pregunta resulta ya suficiente. Porque el 11-M no sólo puso de relieve que la casta dirigente de la izquierda española no ha asumido aún las formas democráticas de gobierno, sino que además rompió ese hilo invisible del que colgaba nuestra confianza en el sistema.
La utilización política del 11-M para forzar un cambio de gobierno; la utilización política del llamado "proceso de paz" para aislar a las víctimas de ETA y legitimar el derribo de la Constitución por la vía estatutaria de los hechos consumados; la utilización política del asesinato de Isaías Carrasco para forzar los últimos ajustes en intención de voto antes de las últimas elecciones generales... han hecho que poco a poco seamos cada vez más los que nos preguntemos cómo es posible que el terrorismo siga existiendo en España.
¿Cómo es posible que sobreviva 40 años una banda formada por unas decenas de pistoleros, frente a un estado que cuenta con centenares de miles de policías, de jueces, de guardias civiles, de militares y de miembros de los servicios de información? ¿Tan inútiles somos? Evidentemente, no. Y cuando uno contempla cómo desde instancias públicas se permite que los asesinos se presenten a las elecciones, que la educación siga controlada en buena parte del territorio por el entorno proetarra, que los ayuntamientos sean gobernados por lo que los propios jueces han calificado de banda terrorista, que los amigos de los asesinos sigan haciendo impunemente homenajes a pistoleros sanguinarios... uno comienza a sospechar que si ETA sobrevive es, ni más ni menos, porque alguien quiere que sobreviva. Porque cumple una función fundamental dentro del sistema: la función social del terror.
El problema no es ETA, sino aquéllos que necesitan que ETA exista. Que no son sólo el entorno batasuno y los partidos nacionalistas. El problema son todos aquellos que necesitan una sociedad española atemorizada y acobardada. Una sociedad española sumisa, dispuesta a aceptar sin el menor asomo de crítica lo que la casta gobernante tenga a bien concederle. Una sociedad española que admita que todas las leyes pueden violentarse, incluida la norma suprema, según lo que decida el gobierno de turno.
Y, para ello, nada mejor que mantener sobre los ciudadanos la sutil presión de la constante amenaza; nada mejor que hacerles interiorizar que todos ellos son víctimas en potencia. Porque quien se sabe posible víctima necesita protección. Y depende psicológicamente del que se la puede ofrecer. La sociedad española lleva 40 años comprando protección a la mafia que la gobierna, cediendo en prenda sus libertades y sus derechos civiles.
Desengáñense: el problema no son los asesinos, sino todos aquellos que requieren, para seguir pervirtiendo los mecanismos democráticos, mantener la presión del terror sobre los españoles. El problema son aquellos que dependen de ETA para seguir arrancando ladrillo tras ladrillo del edificio constitucional y del estado de derecho, para seguir arrebatándonos una libertad tras otra.
Antes del 11-M, yo contemplaba la lucha contra ETA como una pelea entre buenos y malos, donde estaba claro el papel de cada uno. Ahora, ya no sé, desgraciadamente, quiénes son "los buenos", porque lo único que alcanzo a ver es un juego infame de poder que se juega en los despachos y en el que los miembros de las fuerzas de seguridad y los ciudadanos de a pie sólo participamos poniendo los muertos.
Es por eso que, al ver un atentado como el de la casa cuartel de Burgos, ya no pienso "Hay que acabar con ETA". Lo que pienso, cada día más, es que tenemos que sacudirnos de encima a todos aquellos que permiten que ETA siga existiendo. Porque sólo cuando les quitemos el poder de hacernos sentir miedo podremos acabar con esa banda de asesinos que a tantos intereses sirve.
La función social del terror - Los enigmas del 11M - Luis del Pino