La campaña contra un cura de Albacete por predicar sobre la gaysidad

Creo que algunos no están muy de acuerdo con el concepto "revolución cultural" pero lo es porque se trata de eso, de una revolución y por tanto no se asume ni se acepta un solo paso atrás. Si se tratase de un "evolución social" veríamos respeto por todas las opiniones y posturas en la confianza en que puestas todas las cartas sobre la mesa, la sociedad en su conjunto iría en un camino de convergencia, o como se dice ahora, de consenso. Un consenso es un acuerdo capaz de limar las asperezas de las primeras posiciones y permitirían en última instancia cierto equilibrio y como en toda negociación benigna, todos tendrían que ceder en los aspectos que son más antagónicos. Ceder no implica renunciar y en tal consenso se daría un debate permanente más calmado que demostraría dos cosas: el amor a los principios por los que cada cual está dispuesto a luchar y al mismo tiempo el respeto por quienes piensan diferente. Con calma y respeto es posible esa evolución en cuyos rasgos fundamentales participaríamos todos. No nos representaría a ninguno de manera pura pero estaría ocurriendo algo mejor: que en la calma y la paciencia es posible entender mejor a quienes piensan diferente y entonces no tendríamos delante tan solo una idea hostil sino a un individuo y sus motivos.

Los corsés ideológicos son cadenas y corazas mentales que ocultan lo más auténtico de nuestra humanidad en tanto que "animales sociales". La penetración en las razones últimas de las ideas no se hallará tanto en su lógica filosófica como en los motivos de adhesión o aversión que tengan quienes las defienden o rechazan. La comprensión del otro es el método más eficaz para abrirle paso a la justicia y eso deberíamos tenerlo claro todos los cristianos. Comprender no implica condescendencia ni tolerancia desentendida sino ponerse en la piel del otro por ver si la misericordia es más fuerte que la coerción o el desprecio... Un católico ideologizado tiene dentro el principio fatal de la ruptura con el otro y si no fuera en sí mismo un pecado, lo será en sus efectos inmediatos porque ya no verá al otro en toda su dimensión humana sino a un enemigo de su propia ideología.

Estar en la Verdad cristiana nos debe proporcionar la seguridad de que estamos ante un hecho trascendente que de suyo nos desborda también a nosotros. Esa comprensión nos capacita para reconocer que no se trata de "nuestra verdad", que paradójicamente tras*ladaríamos al terreno de la subjetividad -mi verdad, tu verdad, quién eres tu para imponerme tu verdad-, sino de una verdad muy por encima de cada uno de nosotros. Quien sienta que se encuentra en ese camino sabe que pocos serán sus propios méritos y en consecuencia su actitud hacia el otro será de humildad y tranquilidad. Estar en lo tras*cendente, aunque no podamos comprenderlo ni explicarlo, nos ubica en otra dimensión pero no tendría sentido cristiano si esa humanidad, digamos elevada, no demuestra en la vida real lo que creemos de ella.

Caer en la trampa de los agravios -cada vez más numerosos y airados- nos enajena de nuestra Fe para convertirnos en una suerte de secta en lucha contra las demás sectas. Internamente, como católicos, sabemos dónde están nuestros límites porque aceptamos y asumimos la Doctrina pero debemos ser conscientes de que por más que la entendamos perfecta no debemos imponérsela a nadie. Solo si la doctrina es "acto" en todos sus términos podemos romper el muro de sospecha que recae sobre nosotros, al menos hasta donde nos sea posible, porque más allá, no está en nuestras manos. tras*cender no es más ni menos que admitir una realidad sobrenatural que actúa en este mundo pero no es de este mundo. Empieza aquí pero no se agota aquí.

Hay un batalla cultural y no podemos inhibirnos pero antes de salir a pelear debemos conocer y comprender el espíritu esencial que debería movernos si nos asumimos católicos. El combate contra las ideas perversas no se puede traducir indiferentemente en otro igual contra quienes las defienden. Ahí no hay tras*cendencia sino significación puramente humana y sectaria.
 
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Y yo añadiré: No se trata de agradar al mundo:

El mundo nos odia, y nos odiará siempre por lo que somos, seguidores de Cristo. Como bien nos dijo el Señor, "el discípulo no puede ser más que el maestro". Si a Él lo crucificaron, pese a andar por este mundo con bondad infinita, extendiendo la paz, y realizando milagros, ¿Qué no nos harán a nosotros, que somos simples pecadores?
Muy mucho os lo creeis....
 
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