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La arquitecta que ha tenido que hacer una FP para poder trabajar
MARÍA VIDAL
GONZALO BARRAL
Empezar de cero con la misma ilusión. Podría negarse a estudiar tras haberse sacado una carrera en su país, pero a esta venezolana mudarse a España le ha traído, además de tranquilidad, unas cuantas asignaturas extras
26 mar 2023. Actualizado a las 05:00 h.
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Aveces, aunque lo tengas todo, la vida te obliga a empezar de cero. Y hacerlo con las mismas ganas de superación e ilusión que la primera vez es extraordinario. «Que me digan tú no puedes, para mí es un trampolín», señala Carina Lendoiro, una arquitecta venezolana hija de emigrantes gallegos, que hace cinco años decidió deshacer el camino que un día hicieron sus padres. Ella siempre quiso regresar a Galicia, aquí pasaba parte de sus vacaciones, y desde pequeña «se identificó con esta parte de la familia». Y de vez en cuando lo dejaba caer: «¿Qué te parece A Coruña?», le dijo a su marido, Doménico, un venezolano hijo de emigrantes italianos, durante unas vacaciones en el 2012. «Me dijo que bien, yo le dije que me alegraba porque algún día me iba a venir a vivir aquí», señala.
Un año antes, esa idea que siempre le había rondado en su cabeza, había empezado a coger más fuerza que nunca. A raíz del nacimiento de su hijo Fabrizio, Carina se convenció de que Venezuela no era el lugar en el que quería criarlo. «Cuando tienes un hijo, la mentalidad es completamente diferente, velas por la seguridad de otra persona que está bajo tu responsabilidad. Fue una tontería, pero una vez se cayó y tuvieron que suturarlo. Ya no íbamos a hospitales, sino a clínicas privadas, pero llegamos a visitar siete, y de estar en urgencias y decirme que no podía ser, que habían llamado a seis cirujanos, y no podían contactar con ninguno. Y era una cosa menor, imagínate algo grave», explica Carina. La asistencia sanitaria era un problema, pero, además, la situación de Venezuela se fue complicando, y la inseguridad se convirtió en otro, y grande. En una de esas visitas médicas, presenciaron un robo con pistola, y fue el detonante. «Me di la vuelta y le dije a mi marido: ‘No sé tú, pero mañana compramos los pasajes'». No eran de salir mucho, pero sus movimientos estaban muy medidos. Iban al club de la Hermandad Gallega, al de la italiana, o a la casa de la playa. «No podía ir a un parque con mi hijo, era una lotería, podía que no me pasara nada o sí. Vivir en esa zozobra era complicado, mucha presión, así que decidimos mudarnos». Allí dejaron todo: su piso, una nave y los coches, «el de mi marido aún lo vendimos el año pasado —dice—, él siempre tuvo la idea de volver», y sus trabajos.
Una vez que acabó Arquitectura, Carina se había volcado en el negocio familiar. Su marido tenía una carpintería, y ambos formaron un buen tándem profesional. «Íbamos al piso de un cliente que igual quería hacer la cocina o los armarios, y yo le daba una idea de reforma, le dábamos ese plus». Pero el negocio de la construcción fue mermando, y ella se vio obligada a reinventarse. «Hice cosas que no tenían nada que ver con lo que yo había estudiado, que es lo que me apasiona, me dediqué a la repostería, era el bum en ese momento, al final, tienes familia». Sin embargo, se vino a España con un propósito en la maleta: «Voy a hacer lo imposible por dedicarme a lo que me apasiona, porque cuando trabajas en lo que amas, no es un trabajo». Pero no iba a ser tan sencillo. Aunque ellos tenían la nacionalidad, y su hijo también, no pudieron validar toda la documentación que acreditaba sus estudios antes de salir y, una vez aquí, les dijeron que no eran válidos porque les faltaba un trámite. Ella nunca desistió, y todavía hace solo dos años que consiguió convalidar el título de bachillerato, previo pago de mil dólares, un documento imprescindible para apuntarse al curso de representación de proyectos de edificación de la oficina de empleo, que incluía prácticas en empresa. Las hizo en una constructora, que le abrió las puertas de par en par, a la que está «enormemente agradecida», y que la quiso contratar una vez finalizadas. «Les dije que quería seguir estudiando, quería hacer una FP superior (Proyectos de Edificación), y ninguna pega, todo lo contrario. Me adaptaron el horario a mis clases», cuenta Carina, que desde que llegó ha intentado hacer cursos que avalaran cualquier tipo de estudios aquí. «Hice un curso de AutoCAD, a pesar de que no lo necesitaba, lo que me interesaba era obtener un certificado... También otro de interpretación de planos».
LA ENFERMEDAD DE SU PADRE
Mientras ella se esforzaba para no desviarse de su objetivo, tuvo que acompañar a su padre, que por aquel entonces ya se había venido con ella, en su lucha contra el cáncer. «Fue un año muy complicado. Vino mi padre primero en el 2019, y después mi progenitora. No se quería ni empadronar, él mentalmente tenía su vida en Venezuela. Al principio, pensamos que era depresión por haberse venido, estaban viviendo conmigo, y él siempre ha sido muy independiente, creímos que era un proceso de negación. Pero las analíticas cada vez salían más descompensadas, hasta que en el 2020 le diagnosticaron cáncer. Y al hacerle más pruebas, le encontraron un segundo tumor, pero no era metástasis», apunta Carina, que confiesa que los estudios se convirtieron en una vía de escape. Lamentablemente, su padre falleció el año pasado, desde entonces su progenitora vive con ellos, y se ha vuelto un pilar fundamental para que ella siga adelante con sus objetivos. «Sin ella, hubiera sido muy complicado. Nada es imposible cuando tienes una meta clara».
Sale a las tres de clase, y una hora después ya está en la oficina. A las ocho, de vuelta en casa para atender a su hijo hasta que se acuesta, y cuando se va desocupando de las tareas del hogar, se pone con las suyas: trabajos, exámenes... ¿Pasa factura? «Sí, pero creo que todo sacrificio tendrá recompensa». «Los chicos que estudian conmigo no tienen las mismas responsabilidades que yo —continúa— tengo esa desventaja, me cuesta más conseguir mi objetivo. A veces, los fines de semana no me rinden como yo quisiera, porque tengo que ayudar al niño con trabajos, vemos una película, o hacemos una tarta, pero trato de compaginar y de regalarle momentos a él, porque el tiempo pasa y no perdona».
DE JEFA A EMPLEADA
Por lo que ha sabido por otras compañeras venezolanas, convalidar Arquitectura no es nada sencillo, porque los programas no son equivalentes. El arquitecto de aquí es un ingeniero de allí. Aunque tuviera los papeles en regla, tendría que volver a cursar gran parte de la carrera. «Mi sueño sería convalidar algo, y sacarme Arquitectura Técnica», dice quien ya cursó los estudios superiores en su país. Pero sabe que este es el mejor ejemplo que le puede dejar a su hijo. «Aprenden más por lo que ven que por lo que escuchen», añade Carina, que también ha animado a su marido a hincar los codos. «Es la única manera, tienes que ir haciendo raíz y formándote, toca adaptarnos al lugar donde estamos. Él tenía un carpintería, era el jefe, y no es lo mismo ser jefe que empleado. Es complicado, yo hacía muchos años que no era empleada, pero ahora estoy empezando de cero. No tienes la misma energía, tengo 40, no es lo mismo cuando eres jovencito, que tienes una vida por delante... Tengo otra realidad, pero yo creo que cuando quieres algo, lo consigues». Y precisamente esa motivación, señala, no la encuentra en los jóvenes de hoy en día. «Los veo desanimados, no veo una inquietud de qué quieren plasmar en su futuro, pero también creo que es complicado en cuanto al sistema. Mi hijo me dijo que le habían contado que a partir de los 16 ya no era obligatorio seguir estudiando, a mí eso me cayó como un jarro de agua fría. Y tampoco hay una cultura de apoyo a lo que yo estoy haciendo, de incentivar más a las personas para que sigan formándose. ¿Cuántas se pueden permitir estudiar y trabajar media jornada? No muchas, porque con media jornada no vives».
Su motivación se mantiene intacta, en parte, gracias al impulso de su padre, «que a pesar de lo fuerte que fue la batalla, jamás se rindió», y de su hijo, «al que quiere dejarle el mejor ejemplo». El próximo mes de junio terminará la FP, donde está sacando notazas, y tiene claro que seguirá estudiando. «En cualquier ámbito tienes que mantenerte al día, estancarte es alejarte de la realidad, es la manera de tener más para ofrecer a nivel laboral», dice Carina, que volverá a estudiar para ser arquitecta.
GONZALO BARRAL
Empezar de cero con la misma ilusión. Podría negarse a estudiar tras haberse sacado una carrera en su país, pero a esta venezolana mudarse a España le ha traído, además de tranquilidad, unas cuantas asignaturas extras
26 mar 2023. Actualizado a las 05:00 h.
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Aveces, aunque lo tengas todo, la vida te obliga a empezar de cero. Y hacerlo con las mismas ganas de superación e ilusión que la primera vez es extraordinario. «Que me digan tú no puedes, para mí es un trampolín», señala Carina Lendoiro, una arquitecta venezolana hija de emigrantes gallegos, que hace cinco años decidió deshacer el camino que un día hicieron sus padres. Ella siempre quiso regresar a Galicia, aquí pasaba parte de sus vacaciones, y desde pequeña «se identificó con esta parte de la familia». Y de vez en cuando lo dejaba caer: «¿Qué te parece A Coruña?», le dijo a su marido, Doménico, un venezolano hijo de emigrantes italianos, durante unas vacaciones en el 2012. «Me dijo que bien, yo le dije que me alegraba porque algún día me iba a venir a vivir aquí», señala.
Un año antes, esa idea que siempre le había rondado en su cabeza, había empezado a coger más fuerza que nunca. A raíz del nacimiento de su hijo Fabrizio, Carina se convenció de que Venezuela no era el lugar en el que quería criarlo. «Cuando tienes un hijo, la mentalidad es completamente diferente, velas por la seguridad de otra persona que está bajo tu responsabilidad. Fue una tontería, pero una vez se cayó y tuvieron que suturarlo. Ya no íbamos a hospitales, sino a clínicas privadas, pero llegamos a visitar siete, y de estar en urgencias y decirme que no podía ser, que habían llamado a seis cirujanos, y no podían contactar con ninguno. Y era una cosa menor, imagínate algo grave», explica Carina. La asistencia sanitaria era un problema, pero, además, la situación de Venezuela se fue complicando, y la inseguridad se convirtió en otro, y grande. En una de esas visitas médicas, presenciaron un robo con pistola, y fue el detonante. «Me di la vuelta y le dije a mi marido: ‘No sé tú, pero mañana compramos los pasajes'». No eran de salir mucho, pero sus movimientos estaban muy medidos. Iban al club de la Hermandad Gallega, al de la italiana, o a la casa de la playa. «No podía ir a un parque con mi hijo, era una lotería, podía que no me pasara nada o sí. Vivir en esa zozobra era complicado, mucha presión, así que decidimos mudarnos». Allí dejaron todo: su piso, una nave y los coches, «el de mi marido aún lo vendimos el año pasado —dice—, él siempre tuvo la idea de volver», y sus trabajos.
Una vez que acabó Arquitectura, Carina se había volcado en el negocio familiar. Su marido tenía una carpintería, y ambos formaron un buen tándem profesional. «Íbamos al piso de un cliente que igual quería hacer la cocina o los armarios, y yo le daba una idea de reforma, le dábamos ese plus». Pero el negocio de la construcción fue mermando, y ella se vio obligada a reinventarse. «Hice cosas que no tenían nada que ver con lo que yo había estudiado, que es lo que me apasiona, me dediqué a la repostería, era el bum en ese momento, al final, tienes familia». Sin embargo, se vino a España con un propósito en la maleta: «Voy a hacer lo imposible por dedicarme a lo que me apasiona, porque cuando trabajas en lo que amas, no es un trabajo». Pero no iba a ser tan sencillo. Aunque ellos tenían la nacionalidad, y su hijo también, no pudieron validar toda la documentación que acreditaba sus estudios antes de salir y, una vez aquí, les dijeron que no eran válidos porque les faltaba un trámite. Ella nunca desistió, y todavía hace solo dos años que consiguió convalidar el título de bachillerato, previo pago de mil dólares, un documento imprescindible para apuntarse al curso de representación de proyectos de edificación de la oficina de empleo, que incluía prácticas en empresa. Las hizo en una constructora, que le abrió las puertas de par en par, a la que está «enormemente agradecida», y que la quiso contratar una vez finalizadas. «Les dije que quería seguir estudiando, quería hacer una FP superior (Proyectos de Edificación), y ninguna pega, todo lo contrario. Me adaptaron el horario a mis clases», cuenta Carina, que desde que llegó ha intentado hacer cursos que avalaran cualquier tipo de estudios aquí. «Hice un curso de AutoCAD, a pesar de que no lo necesitaba, lo que me interesaba era obtener un certificado... También otro de interpretación de planos».
LA ENFERMEDAD DE SU PADRE
Mientras ella se esforzaba para no desviarse de su objetivo, tuvo que acompañar a su padre, que por aquel entonces ya se había venido con ella, en su lucha contra el cáncer. «Fue un año muy complicado. Vino mi padre primero en el 2019, y después mi progenitora. No se quería ni empadronar, él mentalmente tenía su vida en Venezuela. Al principio, pensamos que era depresión por haberse venido, estaban viviendo conmigo, y él siempre ha sido muy independiente, creímos que era un proceso de negación. Pero las analíticas cada vez salían más descompensadas, hasta que en el 2020 le diagnosticaron cáncer. Y al hacerle más pruebas, le encontraron un segundo tumor, pero no era metástasis», apunta Carina, que confiesa que los estudios se convirtieron en una vía de escape. Lamentablemente, su padre falleció el año pasado, desde entonces su progenitora vive con ellos, y se ha vuelto un pilar fundamental para que ella siga adelante con sus objetivos. «Sin ella, hubiera sido muy complicado. Nada es imposible cuando tienes una meta clara».
Sale a las tres de clase, y una hora después ya está en la oficina. A las ocho, de vuelta en casa para atender a su hijo hasta que se acuesta, y cuando se va desocupando de las tareas del hogar, se pone con las suyas: trabajos, exámenes... ¿Pasa factura? «Sí, pero creo que todo sacrificio tendrá recompensa». «Los chicos que estudian conmigo no tienen las mismas responsabilidades que yo —continúa— tengo esa desventaja, me cuesta más conseguir mi objetivo. A veces, los fines de semana no me rinden como yo quisiera, porque tengo que ayudar al niño con trabajos, vemos una película, o hacemos una tarta, pero trato de compaginar y de regalarle momentos a él, porque el tiempo pasa y no perdona».
DE JEFA A EMPLEADA
Por lo que ha sabido por otras compañeras venezolanas, convalidar Arquitectura no es nada sencillo, porque los programas no son equivalentes. El arquitecto de aquí es un ingeniero de allí. Aunque tuviera los papeles en regla, tendría que volver a cursar gran parte de la carrera. «Mi sueño sería convalidar algo, y sacarme Arquitectura Técnica», dice quien ya cursó los estudios superiores en su país. Pero sabe que este es el mejor ejemplo que le puede dejar a su hijo. «Aprenden más por lo que ven que por lo que escuchen», añade Carina, que también ha animado a su marido a hincar los codos. «Es la única manera, tienes que ir haciendo raíz y formándote, toca adaptarnos al lugar donde estamos. Él tenía un carpintería, era el jefe, y no es lo mismo ser jefe que empleado. Es complicado, yo hacía muchos años que no era empleada, pero ahora estoy empezando de cero. No tienes la misma energía, tengo 40, no es lo mismo cuando eres jovencito, que tienes una vida por delante... Tengo otra realidad, pero yo creo que cuando quieres algo, lo consigues». Y precisamente esa motivación, señala, no la encuentra en los jóvenes de hoy en día. «Los veo desanimados, no veo una inquietud de qué quieren plasmar en su futuro, pero también creo que es complicado en cuanto al sistema. Mi hijo me dijo que le habían contado que a partir de los 16 ya no era obligatorio seguir estudiando, a mí eso me cayó como un jarro de agua fría. Y tampoco hay una cultura de apoyo a lo que yo estoy haciendo, de incentivar más a las personas para que sigan formándose. ¿Cuántas se pueden permitir estudiar y trabajar media jornada? No muchas, porque con media jornada no vives».
Su motivación se mantiene intacta, en parte, gracias al impulso de su padre, «que a pesar de lo fuerte que fue la batalla, jamás se rindió», y de su hijo, «al que quiere dejarle el mejor ejemplo». El próximo mes de junio terminará la FP, donde está sacando notazas, y tiene claro que seguirá estudiando. «En cualquier ámbito tienes que mantenerte al día, estancarte es alejarte de la realidad, es la manera de tener más para ofrecer a nivel laboral», dice Carina, que volverá a estudiar para ser arquitecta.
La arquitecta que ha tenido que hacer una FP para poder trabajar
Empezar de cero con la misma ilusión. Podría negarse a estudiar tras haberse sacado una carrera en su país, pero a esta venezolana mudarse a España le ha traído, además de tranquilidad, unas cuantas asignaturas extras
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