Kissinger y la CIA utilizaron a ETA para asesinar al presidente Carrero en 1973 y entregar el poder a sus sicarios socialistas.

ATARAXIO

Madmaxista
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La CIA, detrás de la voladura del presidente del Gobierno de Franco



La CIA utilizó a ETA para asesinar en 1973 a Luis Carrero Blanco, el primer presidente del gobierno nombrado por el dictador Francisco Franco. La conexión de la CIA con ETA fue facilitada por el Partido Nacionalista Vasco. Un informe de los servicios secretos españoles asegura que el explosivo utilizado era C4, “fabricado en Estados Unidos para el uso exclusivo de sus Fuerzas Armadas”. Con el asesinato de Carrero, la Administración Nixon eliminaba la oposición del almirante a la renegociación sobre las bases militares y a la entrada de España en la OTAN. También cancelaba la amenaza de una colaboración del gobierno español con el francés para compartir la fabricación de armamento nuclear. Y además aumentaba la necesidad que el príncipe Juan Carlos tenía del apoyo de Washington. Estados Unidos establecía las condiciones de lo que iba a ser su intervención para conducirla tras*ición después de la fin de Franco. Todo esto y mucho más es lo que cuenta Pilar Urbano en su libro “El precio del trono”, recientemente publicado. Según Urbano, “Kissinger tenía que saberlo porque, como presidente ejecutivo del Consejo de Seguridad Nacional, no debía desconocer determinadas operaciones de alto calibre político si en ellas estaba incursa la CIA”. Y añade que el atentado era “la utilización o dirección a distancia de unos elementos subversivos terroristas para ejecutar un magnicidio que fulminaría no sólo a un jefe de gobierno, también al sistema autoritario que él encarnaba”. Su conclusión es que “la CIA había intervenido en distintas fases del proyecto: propuso el objetivo Carrero, reorientó a ETA para que su plan de secuestro fuese plan de eliminación, facilitó el hallazgo casual de un lugar desde donde cometer el atentado y puso el explosivo necesario”. Poco antes de la voladura de Carrero, Kissinger había recibido el Premio Nobel de la Paz por las tramposas negociaciones sobre la guerra de Vietnam.
El relato que resumo a continuación es el que construye Pilar Urbano en su libro. En lo fundamental, confirma las denuncias de las investigaciones antifranquistas que se han acumulado desde entonces: la CIA intervino en el asesinato de Carrero y Estados Unidos apadrinó al rey Juan Carlos para conducir la tras*ición imponiendo sus intereses. Pero la versión de Urbano añade la supuesta responsabilidad personal de Kissinger. Y nos hace plantearnos la pregunta imprescindible: ¿por qué una periodista del Opus, bien relacionada con la familia real y con la política estadounidense, denuncia de manera contundente la implicación de la CIA en el asesinato de Carrero y la intervención de Estados Unidos para diseñar y manejar la tras*ición con la complicidad de la monarquía?
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El libro de Pilar Urbano se presenta como una narración sobre lo que le costó a Juan Carlos el acceso al trono pero casi la mitad de sus 834 páginas están dedicadas a los motivos y a los procedimientos para el asesinato de Carrero. Coincide en su aparición con las memorias del general Manuel Fernández-Monzón Altolaguirre, que fue agente de los servicios secretos de Carrero y enlace con la CIA. El militar escribe lo siguiente: “No es verdad todo lo que se ha dicho de la tras*ición. Como eso de que el rey fue el motor del cambio. Ni Suárez ni él fueron motores de nada, sólo piezas importantes de un plan muy bien diseñado y concebido al otro lado del Atlántico. Todo estuvo diseñado por la Secretaría de Estado y la CIA. A los norteamericanos sólo les hemos interesado por nuestra posición estratégica. Estados Unidos quería tener la seguridad de que, con el final del franquismo, aquí no iba a pasar nada que estuviera fuera de su control. Los ejecutantes del atentado contra Carrero son etarras, eso está claro, pero ¿quién lo pone en marcha? Quizá alguien pensó en la CIA que Carrero podía ser un obstáculo y era mejor suprimirlo”.

EXPLOSIVO MILITAR ESTADOUNIDENSE
El 14 de setiembre de 1972, en un hotel de Madrid, un desconocido entregó al etarra Joseba Mikel Beñaran Ordeñana, Argala, un mensaje sin remitente. Le había dado la cita un amigo del ámbito nacionalista cuyo protagonismo permanece en la sombra. Era un sobre con una nota mecanografiada: El almirante Luis Carrero Blanco, vicepresidente del gobierno, acude todos los días laborables a la misa de las nueve de la mañana que se celebra en la iglesia de los jesuitas situada en la calle de Serrano, frente a la embajada de Estados Unidos. Lleva muy poca protección de escolta y recorre siempre el mismo trayecto.
ETA decidió secuestrar a Carrero y Joseba Iñaki Mujica Arregi, Ezkerra, se ofreció para dirigir la operación. Se había incorporado a ETA con quinientos compañeros de las juventudes del PNV. Según Urbano, la CIA orienta a ETA hacia Carrero a través de los servicios secretos del PNV que mantenían una comprobada relación con las agencias de seguridad de Estados Unidos desde las vísperas de la segunda guerra mundial. La conexión se establecía mediante “personas de arraigada confianza para la CIA que eran también de arraigada confianza para ETA”.
Ezkerra propone convertir el secuestro en asesinato pero se opone el jefe militar Eustakio Mendizábal Benito, Txikia. Un soplo a la policía permite el cerco a Txikia en la estación de Algorta y lo acribillan cuando intenta huir. Los etarras encuentran por casualidad el sótano que alquilan en la calle de Claudio Coello. El dueño lo tenía en abandono pero una misteriosa llamada, con una buena oferta que luego se desvanece, lo convence de ponerle el cartel de alquiler que los etarras descubren en la zona por donde buscaban. En la ruta de Carrero. Siempre la misma.
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Abren un túnel desde el sótano para colocar los explosivos debajo del asfalto. El 20 de diciembre de 1973 el coche de Carrero vuela como consecuencia del efecto chimenea: una tremenda explosión vertical sin dispersiones en ataque directo contra el objetivo.
El juez Luis de la Torre Arredondo, al que le arrebataron el sumario para pasárselo a la jurisdicción militar, comprobó con los expertos que la explosión no pudo ser provocada con la dinamita que ETA dijo que había utilizado. En una entrevista para Interviú, en 1984, el magistrado llegó a decir que “iba teniendo la convicción cada vez más sólida de que la CIA supo que iban a apiolar a Carrero, que la CIA estaba detrás”. Le ocultaron el informe con el resultado de la investigación que el Grupo Operativo de los Servicios Secretos de Información había realizado tomando muestras en el cráter provocado por la explosión. Urbano explica que, aunque ese informe sigue siendo materia reservada, veteranos agentes de los servicios secretos le han confirmado su existencia y contenido.
Lo que se había utilizado era C4, un potentísimo explosivo plástico que “sólo se fabricaba en Estados Unidos para el uso exclusivo de sus Fuerzas Armadas”. El relato de la periodista sugiere que la CIA cambió el explosivo del túnel cuando los etarras dejaron el sótano sin vigilancia al aplazar el atentado por la visita de Henry Kissinger. Camuflado en la delegación del Secretario de Estado, vino a Madrid el Jefe de Operaciones de la CIA, William Nelson. Con él se reunió Kissinger en su embajada después de una larga sesión con Carrero en la que le impuso el compromiso de mantener un secreto total sobre la conversación.
Urbano cuenta que en ese encuentro Carrero se mantuvo en su posición de no renegociar el acuerdo sobre la utilización de las bases militares en España si no se establecía un tratado bilateral de defensa mutua con Estados Unidos. Y le advirtió a Kissinger que, si la OTAN no quería a España por la dictadura de Franco, no le quedaría otra posibilidad que aceptar la propuesta de Francia para compartir la fabricación de armamento nuclear. Según Urbano, Carrero le entregó a Kissinger un informe de la Junta de Energía Nuclear explicándole que España tenía yacimientos de uranio y la tecnología francesa de la central de Vandellós para conseguir plutonio.

LOS SEÑORES DE LOS HILOS

Durante la preparación de la Operación Ogro (el asesinato de Carrero), desde el 14 de septiembre de 1972 hasta el 20 de diciembre de 1973, hubo tres cambios de director en la CIA pero se mantuvo como subdirector el general Vernon Walters. Había sido el intérprete en las visitas a Madrid de los presidentes Eisenhower (1959) y Nixon (1970). En 1971, Nixon envió a Walters con un mensaje personal para Franco. Nixon le dijo a Walters: “Sin democracia no pueden estar en la OTAN y con democracia pueden no querer estar en la OTAN. Hay que reforzar el estatuto de nuestra presencia en sus bases”. Nixon le planteaba a Franco dos posibilidades: entronizar a Juan Carlos y quedarse al mando de las Fuerzas Armadas o nombrar a un presidente del gobierno que sintonice con el príncipe. Franco nombró presidente del gobierno al almirante Luis Carrero Blanco.
Para Estados Unidos, era un obstáculo en la dominación militar y un cerrojo para la democratización. Sin Carrero, bases sí y OTAN
también. Sin Carrero, una democracia contenida y diseñada por Washington. Sin Carrero, un Juan Carlos entregado a Estados Unidos como precio del trono. Cuando Ford visitó Madrid, el príncipe Juan Carlos le anticipó al embajador Wells Stabler lo que le iba a decir al presidente, “que él estaba al margen de la interminable negociación de las bases y que, cuando reinara, estrecharía mucho más los vínculos con Estados Unidos porque consideraba crucial esa relación para la política exterior española”.
Pilar Urbano señala al general Walters junto a Kissinger en la Operación Ogro. En 1973, con los sucesivos cambios en la CIA, Walters ocupó durante dos meses el puesto de mando en la agencia. En ese periodo de dirección interina, Ezkerra ascendió a la jefatura en todas las instancias de decisión militar en ETA y la operación se reorientó de secuestro a asesinato. A Ezkerra, que nunca fue acusado por el asesinato de Carrero, lo detuvieron en 1975. Dos años después lo sacaron de la guandoca para enviarlo temporalmente a Oslo por presiones del PNV y finalmente lo acogió la amnistía general.
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En octubre de 1947, el general Marshall, Secretario de Estado, le llevó al presidente Truman un informe de su gabinete de planificación política sobre las relaciones con España. Una nueva orientación se desarrolló desde entonces: Dejemos de manifestarnos abiertamente hostiles con el régimen de Franco y trabajemos de ahora en adelante para normalizar con sutileza las relaciones políticas y económicas. En 1968, los que Urbano denomina los señores de los hilos, el Club Bilderberg y el Consejo de Relaciones Internacionales, a los que se añadiría en 1975 la Comisión Trilateral, decidieron que Juan Carlos debería ser designado sucesor. Así lo hizo Franco en 1969. Los señores acordaron también hacerle al príncipe un seguimiento durante cinco años.
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En 1973 anunciaron que “está perfectamente preparado para reinar”. Durante la agonía de Franco, el embajador Wells Stabler le presentó a Juan Carlos un guión para el cambio, aprobado por Kissinger. “Los señores de los hilos -asegura Urbano- le marcaban los límites en el escenario, en los actores, en el ritmo de la acción y en el libreto que debía interpretar”. Estados Unidos -añade- “decidió que en España apoyaría un cambio de régimen hacia la democracia sin prisa, gradual y parsimonioso”.
Asesinado Carrero, el embajador en Madrid le escribía a Kissinger que “no tenía carisma ni afecto popular y nadie se ha sentido afectado por su fin”. Y el comentario de un importante portavoz de esa representación diplomática, también vinculado personalmente con Kissinger, estremecía a un destacado representante del ministerio español de Asuntos Exteriores: “No quiero que suene brutal pero... un estorbo menos para la apertura de España y, por deplorable que sea un asesinato, lo cierto es que ETA nos ha hecho un gran favor”.
 
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