Manuhdzz
Himbersor
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¿Quién detiene al movimiento terrorista de hombres sexualmente frustrados?
Militan en una corriente de autodenominados “fracasados sensuales”. Hombres heteros a menudo presas del miedo y la soledad que retroalimentan su rabia y frustración culpando de todos los males de este mundo a las mujeres. Malévolas, desalmadas, codiciosas... pérfidas que solo desean a los hombres que les atraen, dejando al resto sin su ración de cuidados y relación carnal. Algo a lo que históricamente creen tener derecho. ¿O es que había incels en el imperio romano?
Hasta aquí podría parecer la descripción de una banda de bichos raros, casos aislados con alguna anomalía mental o sexoafectiva. Pero no es así. Los incels (acrónimo de “involuntarios célibes” que surgió en el mundo anglosajón y se ha expandido por toda América y Europa) forman un movimiento internauta mundial que incita no solo a reclamar la legalización de la violación –“cómo puede ser satisfactorio el sesso consentido”, se preguntan–, sino a llevar a la práctica masacres en nombre de la misoginia.
La periodista británica Laura Bates publica un escalofriante libro tras infiltrarse en la corriente internauta
Elliot Rodger, seis muertos en el campus de la Universidad de California (2014) y un manifiesto póstumo, Mi retorcido mundo , que levanta pasiones entre incels ; Alek Minassian, diez muertes en Toronto (2018); Jake Davidson, cinco –incluida su progenitora– en un tiroteo en Plymouth (2021), el peor en el Reino Unido en una década... Son masacres perpetradas por este grupo cada vez más numeroso de cerebros lavados. Las fuerzas de seguridad y las de la justicia se resisten a denominarlo terrorismo misógino. No importa que estén organizados y supongan una amenaza real para las mujeres. En Occidente, su piel blanca les exime del término terrorista, por lo que el acrónimo incel sigue sonando a chino para la mayoría de la población. A chino o a pila, según explica la periodista Laura Bates (Oxford, 1986).
La escritora británica se ha sumergido hasta el cuello en esta poza digital de repruebo a las mujeres hasta hacerse una idea de lo vasta que es la red mundial de extremistas y de lo abiertamente que opera. La autora de best sellers y fundadora del Proyecto Sexismo Cotidiano se infiltró bajo seudónimo y dice que no fue fácil: las amenazas personales no se hicieron esperar aunque la policía no ha logrado rastrear ni una de las miles. La periodista de The Guardian saca hoy en España Los hombres que odian a las mujeres (Capitán Swing), dos días antes del 8-M.
“El peor momento fue asistir a las conversaciones online durante una masacre. Se jactaban en directo, celebrando que una de las niñas de la escuela, que había rechazado al incel, hubiera sido amada sin consentimiento antes de ser asesinada. Así moría ‘sabiendo que habíamos estado dentro de ella’. Ese día apagué mi ordenador y lloré”.
Bates encierra en su mirada el horror y preocupación de la experiencia. “También fue un gran shock encontrarme con una web en la que solo había hombres fantaseando con violarme personalmente. Hablaban de usar las patas de las sillas o las mesas para causarme lesiones internas. Pero lo peor fue ver que estos foros eran cada vez más grandes. Estamos hablando de decenas de miles. Y sus vídeos tienen cientos de millones de visitas. Llamé a organizaciones antiterroristas, a departamentos gubernamentales... y al otro lado del teléfono me pedían que se lo deletreara, ‘¿ince qué?’ Nadie estaba haciendo nada al respecto. Aterrador”.
Aunque Latinoamérica ha sido también caldo de cultivo del movimiento ( La marcha de los machos en México fue un detonante en el 2005), los foros no están exentos de racismo. En su mayoría son hombres blancos, educados y de clase media que betifican a los no caucásicos y los reducen a aspirantes a machos alfa o de “alto valor”. ¿Qué hacen allí, entonces? Es el propio algoritmo el que conduce hasta esos sitios web a quienes buscan consejos para lograr relacionarse con mujeres.
“No estamos hablando de gente con infancias desgraciadas –especifica Bates–. Han contactado conmigo muchas madres que quieren a sus hijos y les han criado de forma feliz y positiva. Han visto cómo eran absorbidos por eso y les aterra que no haya nadie para ayudar. Fueron a los servicios sociales, preocupadas por si las ideas extremas les llevarían a herir a alguien, y les dijeron que si se tratara del ISIS podrían ayudarlas, pero que para esto no hay nada”.
Donald Trump alardeando de agarrar a las mujeres por el pubis, Boris Johnson diciendo que hay que darles en el trastero y mandarlas a trabajar, o partidos como Vox en España, están capitalizando esas ideas para el poder político, concluye Bates. “La popularidad es alarmante y hay hombres dispuestos a sacar provecho”.
Cada 29 minutos
Así es la frecuencia con la que se habla de violaciones en estos foros
A mediados de los noventa, cuando aún no habían irrumpido ni las redes sociales ni las aplicaciones de ligues, Alana, una canadiense de 25 años, lanzó una web contra la etiqueta “virgen solitaria”, en referencia a quienes como ella no lograban encontrar pareja. Aquel Alana’s Involuntary Celibacy Project (Proyecto de Celibato Involuntario de Alana) se convirtió en una comunidad virtual acogedora en la que hombres y mujeres hablaban de sus miedos y frustraciones, pero dos décadas después se tras*formó en la comunidad más temible de misóginos: una red cada vez más amplia de webs, blogs, foros, podcasts, chats o YouTube. “Me siento como el científico que inventó la fisión nuclear”, lamentó Alana en su día. Su crecimiento exponencial ha corrido paralelo en la última década a la visibilidad del feminismo, sobre todo en Europa y Norteamérica. Y desde que salió el libro de la británica Laura Bates, en el 2020, las visitas en el Reino Unido a estos sitios web se han quintuplicado. “Las webs de este tipo de insultos reciben alrededor de 2,5 millones de visitas al mes –apunta Bates–. Según una reciente investigación del centro del Reino Unido para contrarrestar el repruebo digital, cada 29 minutos se habla de violaciones en uno de estos foros. Hay un repunte severo del tráfico y la membresía”.
‘Incels’, escuela de misoginia
Militan en una corriente de autodenominados “fracasados sensuales”. Hombres heteros a menudo presas del miedo y la soledad que retroalimentan su rabia y frustración culpando de todos los males de este mundo a las mujeres. Malévolas, desalmadas, codiciosas... pérfidas que solo desean a los hombres que les atraen, dejando al resto sin su ración de cuidados y relación carnal. Algo a lo que históricamente creen tener derecho. ¿O es que había incels en el imperio romano?
Hasta aquí podría parecer la descripción de una banda de bichos raros, casos aislados con alguna anomalía mental o sexoafectiva. Pero no es así. Los incels (acrónimo de “involuntarios célibes” que surgió en el mundo anglosajón y se ha expandido por toda América y Europa) forman un movimiento internauta mundial que incita no solo a reclamar la legalización de la violación –“cómo puede ser satisfactorio el sesso consentido”, se preguntan–, sino a llevar a la práctica masacres en nombre de la misoginia.
La periodista británica Laura Bates publica un escalofriante libro tras infiltrarse en la corriente internauta
Elliot Rodger, seis muertos en el campus de la Universidad de California (2014) y un manifiesto póstumo, Mi retorcido mundo , que levanta pasiones entre incels ; Alek Minassian, diez muertes en Toronto (2018); Jake Davidson, cinco –incluida su progenitora– en un tiroteo en Plymouth (2021), el peor en el Reino Unido en una década... Son masacres perpetradas por este grupo cada vez más numeroso de cerebros lavados. Las fuerzas de seguridad y las de la justicia se resisten a denominarlo terrorismo misógino. No importa que estén organizados y supongan una amenaza real para las mujeres. En Occidente, su piel blanca les exime del término terrorista, por lo que el acrónimo incel sigue sonando a chino para la mayoría de la población. A chino o a pila, según explica la periodista Laura Bates (Oxford, 1986).
La escritora británica se ha sumergido hasta el cuello en esta poza digital de repruebo a las mujeres hasta hacerse una idea de lo vasta que es la red mundial de extremistas y de lo abiertamente que opera. La autora de best sellers y fundadora del Proyecto Sexismo Cotidiano se infiltró bajo seudónimo y dice que no fue fácil: las amenazas personales no se hicieron esperar aunque la policía no ha logrado rastrear ni una de las miles. La periodista de The Guardian saca hoy en España Los hombres que odian a las mujeres (Capitán Swing), dos días antes del 8-M.
“El peor momento fue asistir a las conversaciones online durante una masacre. Se jactaban en directo, celebrando que una de las niñas de la escuela, que había rechazado al incel, hubiera sido amada sin consentimiento antes de ser asesinada. Así moría ‘sabiendo que habíamos estado dentro de ella’. Ese día apagué mi ordenador y lloré”.
Bates encierra en su mirada el horror y preocupación de la experiencia. “También fue un gran shock encontrarme con una web en la que solo había hombres fantaseando con violarme personalmente. Hablaban de usar las patas de las sillas o las mesas para causarme lesiones internas. Pero lo peor fue ver que estos foros eran cada vez más grandes. Estamos hablando de decenas de miles. Y sus vídeos tienen cientos de millones de visitas. Llamé a organizaciones antiterroristas, a departamentos gubernamentales... y al otro lado del teléfono me pedían que se lo deletreara, ‘¿ince qué?’ Nadie estaba haciendo nada al respecto. Aterrador”.
Aunque Latinoamérica ha sido también caldo de cultivo del movimiento ( La marcha de los machos en México fue un detonante en el 2005), los foros no están exentos de racismo. En su mayoría son hombres blancos, educados y de clase media que betifican a los no caucásicos y los reducen a aspirantes a machos alfa o de “alto valor”. ¿Qué hacen allí, entonces? Es el propio algoritmo el que conduce hasta esos sitios web a quienes buscan consejos para lograr relacionarse con mujeres.
“No estamos hablando de gente con infancias desgraciadas –especifica Bates–. Han contactado conmigo muchas madres que quieren a sus hijos y les han criado de forma feliz y positiva. Han visto cómo eran absorbidos por eso y les aterra que no haya nadie para ayudar. Fueron a los servicios sociales, preocupadas por si las ideas extremas les llevarían a herir a alguien, y les dijeron que si se tratara del ISIS podrían ayudarlas, pero que para esto no hay nada”.
Donald Trump alardeando de agarrar a las mujeres por el pubis, Boris Johnson diciendo que hay que darles en el trastero y mandarlas a trabajar, o partidos como Vox en España, están capitalizando esas ideas para el poder político, concluye Bates. “La popularidad es alarmante y hay hombres dispuestos a sacar provecho”.
Cada 29 minutos
Así es la frecuencia con la que se habla de violaciones en estos foros
A mediados de los noventa, cuando aún no habían irrumpido ni las redes sociales ni las aplicaciones de ligues, Alana, una canadiense de 25 años, lanzó una web contra la etiqueta “virgen solitaria”, en referencia a quienes como ella no lograban encontrar pareja. Aquel Alana’s Involuntary Celibacy Project (Proyecto de Celibato Involuntario de Alana) se convirtió en una comunidad virtual acogedora en la que hombres y mujeres hablaban de sus miedos y frustraciones, pero dos décadas después se tras*formó en la comunidad más temible de misóginos: una red cada vez más amplia de webs, blogs, foros, podcasts, chats o YouTube. “Me siento como el científico que inventó la fisión nuclear”, lamentó Alana en su día. Su crecimiento exponencial ha corrido paralelo en la última década a la visibilidad del feminismo, sobre todo en Europa y Norteamérica. Y desde que salió el libro de la británica Laura Bates, en el 2020, las visitas en el Reino Unido a estos sitios web se han quintuplicado. “Las webs de este tipo de insultos reciben alrededor de 2,5 millones de visitas al mes –apunta Bates–. Según una reciente investigación del centro del Reino Unido para contrarrestar el repruebo digital, cada 29 minutos se habla de violaciones en uno de estos foros. Hay un repunte severo del tráfico y la membresía”.
‘Incels’, escuela de misoginia