Ignacio Varela en El Confidencial: El gorila Maduro y su misalito azul

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El gorila Maduro y su misalito azul | Fundación para la Libertad

El gorila Maduro y su misalito azul

04/02/2019

Ignacio Varela-El Confidencial

Los momentos más ridículos de la entrevista en ‘Salvados’ al líder bolivariano fueron aquellos en los que exhibía un minúsculo librillo similar a los que repartían antiguamente en los colegios de curas

La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, un engendro jurídico que Hugo Chávez hizo aprobar en 1999 para suplantar a la Constitución democrática de 1961, consta de 350 artículos más un preámbulo, una Disposición Derogatoria, 18 tras*itorias y una Final. En total, 36.730 palabras de retórica vacua para revestir un régimen caciquil. En 2009, el gorila Chávez impuso una reforma para permitir su reelección indefinida y hacerse presidente hasta la fin.

Maduro, el gorila sucesor, ha hecho de Chávez un tipo refinado. La entrevista que ayer emitió la Sexta estuvo plagada de momentos grotescos. Pero quizá lo más ridículo fue ese minúsculo librillo de tonalidad azul que el espantapájaros se pasó toda la conversación exhibiendo y manoseando. Recordaba a aquellos pequeños misalitos que repartían antiguamente en los colegios de curas, que había que despistojarse para poder leer un par de líneas; o quizá a las ediciones del Libro Rojo de Mao que aquí pasaban de mano en mano en tiempos de la clandestinidad.
El líder bolivariano ha declarado en su entrevista que el ultimátum de la UE “es como si yo le dijera a la UE: ‘Le doy siete días para reconocer la República de Cataluña”

El caso es que el gorila no soltó el misalito ni un segundo. Cada vez que emitía una enormidad lo agitaba, mintiendo: esto es que lo dice aquí. Reconozco que pasé la hora larga de la entrevista siguiendo el misalito con la mirada, esperando que en cualquier momento lo arrojara a la papelera y pensando que su tamaño diminuto reflejaba el respeto que su dueño siente por su contenido.

Con el misalito siempre a la vista, Maduro nos informó de varias cosas, unas más sorprendentes que otras. Nos hizo saber que, además de un ejército regular de 300.000 militares, tiene a dos millones de civiles armados hasta los dientes, a modo de milicias populares, cada una de ellas al mando de un “sargento del pueblo” (estos tipos siempre se retratan con su vocabulario), dispuestos a todo. No precisó el coste de semejante fuerza intimidatoria en un país en el que nueve de cada diez personas viven ya por debajo del umbral de la subsistencia.

Tampoco sorprendió que aprovechara el trampolín mediático para advertir al mundo de que Juan Guaidó, presidente constitucional del país, tiene a los jueces y fiscales de Maduro esperando una señal para enchironarlo. Pese a la bravuconada, el hecho de que Guaidó siga en libertad tras protagonizar una presunta sublevación es el signo más claro de esta vez el gorila está poco seguro de la solidez del suelo que pisa. Por mucho menos que eso cientos de opositores llevan años encerrados en las cárceles de la revolución.

Maduro exhibió con orgullo la lista de sus prestigiosos aliados en el mundo: el ruso pilinguin, el turco Erdogan, el cubano Díaz-Canel, el boliviano jovenlandesales …y casi pare usted de contar. Se le olvidó expresar su gratitud a podemitas, lepenistas e independentistas catalanes que lo ampararon en el Parlamento Europeo (no es la primera vez ni será la última que se produzca esa confluencia).

Maduro proclamó varias veces ser una víctima de Occidente, como si Venezuela estuviera en el extremo oriental del planeta. “El mundo occidental”, dijo, “ha decidido destruirnos”. Evocó la guerra fría, quizá para advertir a “Occidente” de la iracunda reacción de sus amigos rusos y chinos si lo derriban. Equiparó reiteradamente la crisis venezolana con las de Vietnam, Libia o Irak. Y completó el delirio geoestratégico recordando que Venezuela dispone de “la mayor reserva petrolífera del mundo” –lo que no le sirve para sacar a su país de la miseria a la que su antecesor y él lo han conducido.

Maduro repite que lo único que hay que renovar es el parlamento, aunque sin precisar a cuál se refiere: al legítimo o al sumiso que él se inventó

Más sorprendente resultó saber que, según el prócer, en el paraíso venezolano se ejercen plenamente y sin restricción alguna todas las libertades democráticas; que funciona un sistema de protección social que ya lo quisieran para sí los escandinavos; y que el país no tiene ninguna dificultad para financiar su próspera economía, a pesar de la conspiración universal orquestada en su contra. Ese bienestar apacible y fértil es la única razón de que hayan ganado aplastantemente todas las elecciones durante los últimos veinte años… Salvo una, que es justamente la que él

Tampoco se privó de impartir lecciones de democracia en todas las direcciones: por supuesto a Trump (que, por una vez, cuenta para esto con el respaldo de los demócratas), pero también a Macron y a Macri, a Angela Merkel, a Pedro Sánchez y a Trudeau. Sin olvidar a todas las democracias de Latinoamérica que, con mucha más claridad y determinación que las europeas, han repudiado su tiranía corrupta y han reconocido a Guaidó como presidente constitucional.

El entrevistador se aferraba a la idea fantasiosa de que todo se arreglaría si el gorila convocara unas elecciones, y le preguntaba una y otra vez, casi le imploraba, si estaría dispuesto a hacerlo. En vano. Maduro repite que lo único que hay que renovar es el parlamento, aunque sin precisar a cuál se refiere: al legítimo o al sumiso que él se inventó. Cuesta hacer entender a algunos que el problema consiste precisamente en que cualquier elección convocada por Maduro será tan fraudulenta como la anterior. Pedir al dictador que convoque unas elecciones libres pasaría por ingenuo si no fuera, en realidad, tan cínico.

Es un hecho insólito que la comunidad internacional reconozca a un Jefe de Estado que no tiene el control de su territorio frente a quien sí lo tiene

Parece que el Gobierno español se sumará hoy, arrastrando los pies, a los que reconocen a Juan Guaidó como presidente legítimo. Ciertamente, es un hecho insólito que la comunidad internacional reconozca mayoritariamente a un Jefe de Estado que no tiene el control de su territorio frente a quien, de momento, sí lo tiene. Los amantes de la realpolitik sostienen que intentar hacer caer a un régimen desde fuera suele producir resultados desastrosos y que, en la actual situación, la única opción realista es: o pacto, o guerra. No son argumentos poco apreciables, pero quizá en este caso se esté incubando una sorpresa histórica. El siglo XXI ha salido rebelde hacia los estereotipos y las verdades consagradas.

Sostiene Sánchez que este es un asunto de Estado. Sin duda lo es: por eso habría estado bien consultar con las fuerzas políticas para buscar un consenso, plantear el tema en el Parlamento y no en un mitin partidario y no aprovechar los viajes al exterior para atacar a la oposición.

Termina la entrevista y pienso que el gran perjudicado de todo esto, además del pueblo venezolano, es el pobre Simón Bolívar. Si supiera cuántos desmanes se han hecho en su nombre…
 
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