Hoy hace 193 años…
El 25 de marzo se podía esperar su fin durante la noche. Pero al amanecer le encontraron aún con vida. La tarde del lunes 26 de marzo mi padre, Schindler, su hermano Johan y yo rodeamos el lecho. Permaneció tumbado, sin conocimiento, desde las tres de la tarde hasta las cinco pasadas. Entre las cuatro y las cinco, espesas nubes se formaron por todas partes, oscureciendo el día cada vez más, hasta que estalló una formidable tempestad, acompañada de una tormenta de nieve y granizo.
De repente hubo un relámpago, acompañado de un violento trueno, y la habitación del moribundo quedó iluminada por una luz cegadora. Tras ese repentino fenómeno, Beethoven abrió los ojos, levantó la mano derecha, con el puño cerrado, y una expresión amenazadora, como si tratara de decir: «¡Potencias hostiles, os desafío!, ¡Marchaos! ¡Dios está conmigo!» Cuando dejó caer de nuevo la mano sobre la cama, los ojos estaban ya cerrados. Yo le sostenía la cabeza con mi mano derecha, mientras mi izquierda reposaba sobre su pecho. Ya no pude sentir el hálito de su respiración; el corazón había dejado de latir.
Tres días después de su fallecimiento, en la tarde del jueves 29 de marzo de 1827, entre 10.000 y 30.000 personas se juntaron para el funeral. Fue el más grande de la época. El cortejo partió de la casa de Beethoven en la Schwarzspanierstrasse, hasta la Iglesia de la Trinidad, en la Alserstrasse. Allí se llevó a cabo el servicio fúnebre. La Iglesia estaba completamente llena. La gente se agolpaba para entrar. Al terminarse el servicio religioso, la procesión se dirigió al Cementerio de Währing, (en nuestros días la Plaza Schubert).
Ocho Kappelmeister llevaban el féretro, entre los portadores de antorchas estaban tanto los más íntimos amigos de Beethoven, como los principales músicos de Viena, incluyendo al acongojado Franz Schubert. A las puertas del cementerio, el actor Heinrich Anschütz leyó la Oración Fúnebre escrita la noche anterior por el poeta Franz Grillparzer:
Nosotros, que estamos aquí, parados frente a la tumba del difunto, somos en algún sentido los representantes de una nación entera, de todo el pueblo alemán, y estamos aquí para lamentar la pérdida de la altísima aclamada mitad de lo que nos queda del brillo perdido de nuestro arte nativo, del esplendor del espíritu de nuestra tierra natal. El héroe de la poesía en lengua alemana todavía vive, - y que viva mucho todavía…
Pero el último maestro del sonido, la boca por la cual nos hablaba la música, el hombre que heredó e incrementó la inmortal fama de Händel y Bach, de Haydn y Mozart, ha cesado de vivir, y nosotros estamos aquí parados llorando, frente a las cuerdas rotas de un instrumento ahora silenciado.
Un instrumento ahora silenciado. ¡Dejadme llamarlo de ese modo! Porque él fue un artista, y lo que tuvo, lo tuvo solamente a través del Arte. Las espinas de la vida lo habían herido profundamente, y como el naúfrago que se aferra a la orilla que lo salva, él se aferró a tus brazos, ¡Oh, maravillosa hermana del Bien y la Verdad, Tú, consuelo del corazón lastimado, Tú, Arte, nacida en los Cielos…! A Ti se aferró fuertemente, y hasta cuando se cerró el portal por el cual te le habías acercado y le habías hablado, y cuando su sordo oído cegó su visión de tus facciones, aun entonces conservó Tu imagen dentro de su corazón, y cuando murió ella aun reposaba sobre su pecho.
Él fue un artista, ¿y quién será capaz de pararse a su lado?
Porque del mismo modo que un gigante avanza rechazando con desprecio las olas que se le oponen, el avanzó hasta los límites más extremos de su arte. Desde el arrullo de las palomas, hasta ronco trepidar del trueno; desde las más sutiles armonías, entretejidas con los más hábiles recursos del arte, hasta ese terrible punto en que ese mismo tejido se deshace en el estallido sin control de las fuerzas de la naturaleza… él atravesó todo, abarcó todo. Aquel que lo siga no puede simplemente continuar su camino, tendrá que comenzar de nuevo. Porque él llegó hasta el mismo lugar donde el arte termina.
Adelaide y Leonore! La celebración de los héroes de Vittoria, y los humildes sones de la Missa… Descendencia en tres y cuatro voces. Resonante Sinfonía, “Alegría, bella hija de los dioses”, la despedida del cisne. Musas de canción y cuerdas: júntense aquí en su tumba y rodéenla con laurel!
Él fue un artista, pero también fue un hombre. Un hombre en todo el sentido de la palabra, en el más alto. Porque se apartó del mundo, lo llamaron misántropo, y porque se mantuvo indiferente al sentimentalismo, lo llamaron insensible. Ah, el que se sabe duro de corazón, no tiene necesidad de apartarse! (Solo lo más tierno, es lo más fácilmente lastimado, herido, quebrado!) Un exceso de sensibilidad siempre evita el espectáculo de sus sentimientos! El huyó del mundo, porque en el repertorio completo de su amante naturaleza, no encontró armas con que defenderse. Se apartó de la compañía de los hombres después de haber dado todo y no haber recibido nada a cambio. Permaneció solo porque no encontró su otro yo. Pero hasta su fin preservó su corazón humano latiendo cálidamente por todos los hombres, su corazón de padre latiendo por su propio pueblo, por el mundo entero.
Así fue, así murió, ¡y así vivirá por siempre!
Y vosotros, que habéis seguido su cortejo fúnebre hasta este lugar, sostened vuestro dolor. No lo habéis perdido, lo habéis ganado. Ningún hombre entra vivo en los salones de la inmortalidad. El cuerpo debe morir antes que esos portales se abran. Aquel por quien os estáis lamentando, se encuentra ahora ya, entre los hombres más grandes de todos los tiempos, invulnerable para siempre. Volved a vuestros hogares entonces, acongojados pero serenos. Y cuando, a lo largo de vuestras vidas, el poder de su obra rompa sobre vosotros como una tormenta, cuando el gozo se os vuelque en el medio de una generación que aún no ha nacido; entonces recordad esta hora, y pensad: estuvimos allí cuando lo enterraron, y cuando el murió nosotros lloramos.
Así fue, así murió, y así vivirá por siempre, Ludwig van Beethoven, en palabras de los Massin: la fuente donde millones de seres vienen a beber el valor y la alegría.