Ya os he compartido mas arriba mi historia, una situación que comenzó con una profunda decepción hacia mi entorno, la sociedad y nuestro modo de vida actual. Este desencanto me llevó a replantear mi vida de una manera radical, y a medida que iba haciendo cambios, comprendí que tratar de vivir en completa soledad no era una solución, sino un suicidio silencioso. Creo que lo he ido explicanod en cuasi directo a lo lardo de estos dos años. Es en ese contexto que por casualidad he acabado en una pequeña comunidad.
Gracias al apoyo y subvenciones del Estado francés, he comenzado a vivir en un despoblado frances que quieren recuperar, un tipo de refugio comunitario que ofrece algo que vivir en aislamiento no permite: seguridad y apoyo mutuo. Aquí, aunque seguimos estando algo aislados de las grandes ciudades y del ritmo frenético de la sociedad, siempre hay alguien que puede echarte una mano frente a cualquier adversidad y supervisado en la distancia por las instituciones. Esa pequeña red de apoyo cambia completamente la experiencia de la vida en el campo.
Lo cierto es que todos los que nos hemos establecido aquí somos personas que no tenemos la necesidad de trabajar activamente: somos rentistas o pensionistas. Esta realidad nos limita en ciertos aspectos, especialmente en la posibilidad de ir en contra de algunas instituciones de las que dependemos para mantener esta vida tranquila. Sin embargo, la claridad mental que he ganado a lo largo de estos dos años me ha mostrado que, si hubiera tenido esta perspectiva en mi juventud, habría elegido un camino diferente. Quizás no uno enfocado en obtener grandes ingresos, sino en alcanzar una estabilidad económica que me permitiera vivir ocupado, en paz y en conexión con la naturaleza.
La vida en el campo y en las montañas ofrece múltiples oportunidades que antaño eran comunes y que hoy están prácticamente olvidadas. Por ejemplo, en esta comunidad tenemos gallinas en forma comunitaria, y con cuidados mínimos obtenemos suficientes bemoles durante todo el año, a tal punto que a veces se echan a perder por no llegar a consumirlos todos. Nuestro huerto, bien administrado, produce hortalizas desde mayo hasta noviembre en cantidades más que suficientes, con solo 300 o 400 metros de cultivo. Además, el bosque nos regala frutas silvestres en diferentes épocas del año, y si uno es ingenioso, los excedentes pueden aprovecharse para hacer conservas y venderlas.
En este estilo de vida, cuando dejas atrás la "rueda de la rata", comienzas a descubrir que no necesitas un móvil de última generación ni estar suscrito a plataformas como Netflix. Te adaptas a disfrutar de otras cosas, de un modo de vida que es menos dependiente y mucho más enriquecedor.
Gracias al apoyo y subvenciones del Estado francés, he comenzado a vivir en un despoblado frances que quieren recuperar, un tipo de refugio comunitario que ofrece algo que vivir en aislamiento no permite: seguridad y apoyo mutuo. Aquí, aunque seguimos estando algo aislados de las grandes ciudades y del ritmo frenético de la sociedad, siempre hay alguien que puede echarte una mano frente a cualquier adversidad y supervisado en la distancia por las instituciones. Esa pequeña red de apoyo cambia completamente la experiencia de la vida en el campo.
Lo cierto es que todos los que nos hemos establecido aquí somos personas que no tenemos la necesidad de trabajar activamente: somos rentistas o pensionistas. Esta realidad nos limita en ciertos aspectos, especialmente en la posibilidad de ir en contra de algunas instituciones de las que dependemos para mantener esta vida tranquila. Sin embargo, la claridad mental que he ganado a lo largo de estos dos años me ha mostrado que, si hubiera tenido esta perspectiva en mi juventud, habría elegido un camino diferente. Quizás no uno enfocado en obtener grandes ingresos, sino en alcanzar una estabilidad económica que me permitiera vivir ocupado, en paz y en conexión con la naturaleza.
La vida en el campo y en las montañas ofrece múltiples oportunidades que antaño eran comunes y que hoy están prácticamente olvidadas. Por ejemplo, en esta comunidad tenemos gallinas en forma comunitaria, y con cuidados mínimos obtenemos suficientes bemoles durante todo el año, a tal punto que a veces se echan a perder por no llegar a consumirlos todos. Nuestro huerto, bien administrado, produce hortalizas desde mayo hasta noviembre en cantidades más que suficientes, con solo 300 o 400 metros de cultivo. Además, el bosque nos regala frutas silvestres en diferentes épocas del año, y si uno es ingenioso, los excedentes pueden aprovecharse para hacer conservas y venderlas.
En este estilo de vida, cuando dejas atrás la "rueda de la rata", comienzas a descubrir que no necesitas un móvil de última generación ni estar suscrito a plataformas como Netflix. Te adaptas a disfrutar de otras cosas, de un modo de vida que es menos dependiente y mucho más enriquecedor.