Hacia la España desvertebrada

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Hacia la España desvertebrada


Lorenzo Contreras

Zapatero no tiene otra opción política personal en la crisis que le asedia, y nos asedia, por todas partes, que abandonar su invisibilidad física, la que ha venido manteniendo, y en sentido literal dar directamente la cara para hacer frente a las consecuencias de sus lamentables determinaciones. Hasta ahora ha buscado la cobertura de la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, a la hora de las explicaciones urgentes o de las excusas perentorias, y desplazar su desgaste político y socioeconómico hacia Pedro Solbes, que ya se encarga él mismo de garantizarse su propio deterioro. Pero esa actitud evasiva toca a su fin o, sencillamente, ha conocido su hora final.

El único factor favorable que le asiste es la temprana emergencia de la crisis, en el primer año de su renovado mandato presidencial, porque si la situación coincidiera con una etapa más avanzada podría aventurarse que le habría llegado el momento de hacer el equipaje para abandonar la Moncloa. Aún así, las elecciones intermedias que van a tener lugar – algunas autonomías antes del año 2012, pueden ir marcando el ritmo de su caída libre. En este momento, desde luego, tal vez no podría resistir la prueba de las urnas en unas elecciones generales. Su conocida “baraka” puede ser ya irrecuperable.

El escenario no admite disimulos. Un país como el nuestro, con su identidad nacional lastimada; con la Constitución fuera de contexto por su tras*gresión permanente; con el imperativo gubernamental de tener que enfrentarse al Estatuto de Cataluña, negociado a contrapelo de los intereses de España, recurrido ante el TC y, por tanto, vigente bajo el signo de su provisionalidad o precariedad; sometido como tal país ( llamado casi siempre Estado) a un sistema de autonomías que mas bien parece una fábrica de desafíos y desobediencias fundamentales; crecientemente confederalizado en la práctica; bilateralizado en ciertos pactos de Gobiernos con las comunidades originariamente concebidas sólo como autónomas; gravemente herido en el principio fundante de la solidaridad interterritorial, y, en resumen, desvertebrado, puede decirse que está conociendo, justo a los dos siglos de su gran reafirmación nacional en la Guerra de la Independiencia contra la Francia invasora, su peor revés como Nación soberana desde la Reconquista, la unificación y la expulsión de los árabes. Porque quien no reconozca que España, en cuanto Nación, e incluso como Estado, se ha asomado al siglo XXI con signos de moribundia política, es probablemente alguien perteneciente a esa casta de españoles afectados por la mayor de las dolencias que puede experimentar un pueblo: la indiferencia de fondo ante su destino.

La enfermedad seguramente comenzó con el malhadado Estado de las Autonomías y la creación fáctica de un férreo sistema de intereses particularistas, quizá lo único férreo que nos ha ido quedando. No deja de ser un síntoma relativamente alentador que el zapaterismo haya a empezado a encontrar en el PSOE sus primeras cargas de profundidad crítica. Cuando Joaquín Leguina ha lanzado públicamente el mensaje de que ya en su primer mandato de legislatura Zapatero cometió “abundantes descisiones estratégicas erróneas y peligrosas”, formulaba la premisa indispensable para denunciar que la mayor de ellas fue “abrir el melón territorial, que no se sabe adónde nos puede llevar”. No se sabe todavía, pero se intuye que con el desconcertado zapaterismo que nos gobierna vamos a pasarlo en los tiempos venideros no demasiado bien, y ello en el orden colectivo.

Es difícil aceptar que, aparte de la situación económica, el verdadero problema nacional es una simple guerra de modelos, y que poco a poco se llegará a una recomposición del modelo nacional llamado España en un sentido pristino. Ojalá.
 
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