Interesante discusión. Pero como casi siempre, se mezclan conceptos.
Ni 0,20€ por 'pipí pollino' del Carrefour ni 6 € por pinta de 'beer for girls' en pub irlandés de barrio terminal de ciudad con ínfulas.
El tema de la cerveza en España es batalla perdida para los mequetrefes cata-caldos que intentan averiguar el porcentaje de malta chocolate que tiene la "nueva receta" de su amigo ‘el Ricar’, el de la microcervecería, o a qué minuto de la cocción le ha echado el lúpulo tal para que tenga ese punto de amargor que le recuerda a una pradera sueca que visitó en la infancia caminito de Jerez.
Por un lado está el consumidor de cerveza standard español, que es el que se deja la pasta en cerveza, y lo único que valora de dicha cerveza es que esté fresquita, le regalen una camiseta cuando se haya bebido diez, que en el bar haya “pivitas” e irse a dormir la mona sin que le despierten los niños. Esas personas no son nichos de mercado para los cata-caldos o los microbrewers de mirada de mil metros que aparecen hoy día por doquier.
Y los que gustan de beber cerveza con todo lo que ello implica en su “oscura realidad”, que saben distinguir entre una Porter y una Stout seca irlandesa, y que manejan conceptos como IPA, IBU o ‘sabor a ésteres’, que dejen los cantos de sirena y no quieran alardear con su receta artesana de cebada orgánica recogida por jubilados castrados malteada con agua de glaciar, secada al sol de Shipiona y pretender sajarte 5 EUR para así financiar su chorrimáquina recién comprada por internet e instalada en el garaje del abuelo, porque no es de recibo que quieran reírse en la cara de nadie, sobre todo porque la mayoría de las veces no pasan de fermentar un líquido que, al fin y al cabo es bebible pero cuya calidad no va asociada al precio.
Ahora vienen algunas cosas que contradicen un poco lo expuesto, a ver si sé explicarme bien: a favor de los segundos, he probado cervezas artesanales que no tienen nada que envidiar a comerciales extranjeras, y por las que no me importaría pagar algún euro de más, porque se lo merece, desde mi punto subjetivo de vista… Pero, casualmente, el tipo que me la ha dado a probar, me la ha regalado, motivado más por un hobby que por un negocio. Es como si tu progenitora te cobrara 85 EUR los domingos por la paella, cuando sabes que con ese dinero comes en un restaurante de meretriz con descendencia.
Debo decir, además, que yo hago cerveza en casa, que es mucho más cara que comprarme las latas de Mahou (y eso que no me he gastado un duro en chorrimáquinas), que unas me salen reguleras y otras un poco peor, y que si algún día le cobro a un colega por llevarse algunos tercios, tenéis permiso para pegarme un tiro. Y si me viene ‘el cuñao del Ricar’, le dices que haces tu propia cerveza, insiste en probarla porque a él le gusta mucho irse de cañas “con la Yeni” todos los viernes cuando salen del currele y le das una especie de brebaje turbio del que sólo te quedan 5 botellas porque las demás se las bebieron los gochines de tus colegas en el último 5-0 del Barça al Atleti, que te salió fina y estás orgulloso del invento y te dice que está fuerte y que prefiere una Amstel tamaño yonqui que te ha visto al abrir el frigo, pues se te queda cara de Gil y gallináceas.
Pero que algo de criterio cervecero digo yo que tengo que tener.
En el otro lado, están los colegas que cuando vas a su casa te sacan con las almendritas una lata de “Fertengeiner” comprada en el Sublidel que sabe a metal porque ni él mismo se las bebe y lleva 3 años en la despensa, que para eso, mejor sácame agua y di que le has puesto al grifo un filtro de iones y cuando la meas te llena el pito de electrolitos saludables y te empalmas todos los cuartos de hora.
Y volviendo al tema original de la discusión, cuando veo un bar que tiene los tercios a 1 EUR, o las jarras de medio a 2 EUR, que AHORA sí los veo, aunque muchos son días contados a la semana, no como precios generales de un sábado a la tarde, pienso que es el primer paso a una regularización importante en el gremio hostelero, y que los que no tiren por ahí se quedarán en el camino. Quizás quede poco para que el negocio del bar, como el de poner calefacciones o antenas, o de pintor de brocha subida de peso, quede SÓLO para los profesionales, y no para los inmis, cualquiera que haya heredado 36.000 de su tía soltera o el pijín de mielda que quiere sacar pa la coca de los domingos a costa de pringaos que piden un fino con salchicha pintada con kétchup. Pero sólo quizás.
Saludines,