Fogosas féminas en la Roma clásica.

Antonio Juarez

Madmaxista
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España.
Fogosas féminas en la Roma clásica Fogosas féminas en la Roma clásica.
Fueron muchas las patricias que hicieron de la lujuria una forma de vida, pero en hazañas eróticas ninguna superó a Valeria Mesalina.

M. Mañueco / S. M.
Así de “concurridas” debían ser las orgías en los palacios de Calígula o Nerón.
Llegada la brisa vitalista y liberadora de fines de la República, la mujer romana ya no tenía que esconderse en las sombras del hogar e incluso se le permitía jugar al deleite del sesso tanto como a los hombres. Fue la tercera esposa del emperador Claudio y célebre por su influencia política, su belleza y su ninfomanía, de la que fueron objeto hombres de todos los rangos hasta un número que la leyenda sitúa en ocho mil. Se cuenta que se prostituía en el popular barrio de Subura con el nombre de Lycisca y que en una ocasión retó a la meretriz más famosa de Roma, llamada Escila, a ver quién tenía más aguante fornicando. Mesalina se alzó victoriosa tras pasar 25 hombres por su lecho en 24 horas, aunque hay quien dice que en realidad fueron 70. Las cifras bailan extraordinariamente cuando se trata de estos asuntos: de Julia, hija del emperador Augusto, célebre también por su intensidad sensual, se cuenta que estuvo con 80.000 hombres. Exagerado suena el número, si bien tuvo que ser alto pues Julia salía con un grupo de amigas, casi a diario, literalmente a violar hombres por las calles. De casta le venía el fuego corporal, como a las tres hermanas de Calígula, Livila, Drusila y Livila, que, a la sombra del polémico Emperador, también dieron qué hablar. Las relaciones incestuosas con el hermano, los incesantes adulterios y las orgías marcaron parte de la vida de estas tres mujeres.

Desmadre en palacio
Si a los súbditos del imperio apenas nada les estaba vetado, qué no pasaría en la corte, habitada a veces por emperadores que llegaron a creerse dioses y, como tales, con derecho a todos los cuerpos. Suetonio, el cronista rosa de la Roma imperial, cuenta de Tiberio que, en su retiro de Capri, creó un escenario de constante actividad sensual, con los más bellos esclavos que satisfacían su incansable voyeurismo. A los más jóvenes los llamaba “mis pececitos” y los hacía retozar a su alrededor en la piscina del palacio, donde creó el puesto de “intendente de placeres”.


Poca cosa en comparación con lo que el escritor afirma sobre Calígula, a quien atribuye, aparte del incesto con sus tres hermanas, una obsesiva afición a la prespitación, que le hacía personarse en los lupanares romanos casi a diario y que le llevó a montar un prostíbulo en palacio, donde las chicas eran las patricias de más alto rango. El dinero que salió de esta iniciativa ayudaría a resolver la crisis de las arcas reales. Una idea tan pinturera como las tantas que se le ocurrieron a Nerón, de quien Suetonio y Tácito cuentan verdaderas barbaridades: adulterio con damas romanas, bacanales con jóvenes esclavos, violación de una virgen vestal, intentos de acostarse con su progenitora (Agripina) o una boda con un joven a quien hizo castrar (Esporo). Y Marco Aurelio, que tenía unos guardias especializados en captar en las termas a los jóvenes más dotados. Y Julio César, especialista en fornicar con damas importantes. Y Vitelio, que se crió entre los prostitutos de Tiberio…
 
Mujeres promiscuas, puñeterones, ninfómanas las ha habido siempre, yo creo que si Caligula, Tiberio o Heliogabalo levantasen la cabeza, no sentirían ningún pudor comparando su época y sus gentes respecto a los actuales. Ahora es peor, en la antigua Roma al menos había poetas que demuestran que la gente tenía sensibilidad, que el amor entre hombre y mujer no se reducía a un mero intercambio de cosas o fluidos corporales como ahora.

Hay un poema de Catulo del siglo I AC dedicado a una juca patricia de esas llamada Lesbia en el poema (Clodia realmente), una especie de Isabel Preysler amadora de la época, que además tenía todas las maneras de cualquier lorealista actual. Casada con un viejo la tipa amaba con todo lo que se movía, tal que ahora hacen esta clase de señoras, pilinguis de altos vuelos, siempre las hubo.
 
Recomiendo la serie de televisión "Yo, Claudio", desde mi punto de vista, una de las mejores de la historia, tan buena como las mejores de la actualidad.
 
Fogosas féminas en la Roma clásica Fogosas féminas en la Roma clásica.
Fueron muchas las patricias que hicieron de la lujuria una forma de vida, pero en hazañas eróticas ninguna superó a Valeria Mesalina.

M. Mañueco / S. M.
Así de “concurridas” debían ser las orgías en los palacios de Calígula o Nerón.
Llegada la brisa vitalista y liberadora de fines de la República, la mujer romana ya no tenía que esconderse en las sombras del hogar e incluso se le permitía jugar al deleite del sesso tanto como a los hombres. Fue la tercera esposa del emperador Claudio y célebre por su influencia política, su belleza y su ninfomanía, de la que fueron objeto hombres de todos los rangos hasta un número que la leyenda sitúa en ocho mil. Se cuenta que se prostituía en el popular barrio de Subura con el nombre de Lycisca y que en una ocasión retó a la meretriz más famosa de Roma, llamada Escila, a ver quién tenía más aguante fornicando. Mesalina se alzó victoriosa tras pasar 25 hombres por su lecho en 24 horas, aunque hay quien dice que en realidad fueron 70. Las cifras bailan extraordinariamente cuando se trata de estos asuntos: de Julia, hija del emperador Augusto, célebre también por su intensidad sensual, se cuenta que estuvo con 80.000 hombres. Exagerado suena el número, si bien tuvo que ser alto pues Julia salía con un grupo de amigas, casi a diario, literalmente a violar hombres por las calles. De casta le venía el fuego corporal, como a las tres hermanas de Calígula, Livila, Drusila y Livila, que, a la sombra del polémico Emperador, también dieron qué hablar. Las relaciones incestuosas con el hermano, los incesantes adulterios y las orgías marcaron parte de la vida de estas tres mujeres.

Desmadre en palacio
Si a los súbditos del imperio apenas nada les estaba vetado, qué no pasaría en la corte, habitada a veces por emperadores que llegaron a creerse dioses y, como tales, con derecho a todos los cuerpos. Suetonio, el cronista rosa de la Roma imperial, cuenta de Tiberio que, en su retiro de Capri, creó un escenario de constante actividad sensual, con los más bellos esclavos que satisfacían su incansable voyeurismo. A los más jóvenes los llamaba “mis pececitos” y los hacía retozar a su alrededor en la piscina del palacio, donde creó el puesto de “intendente de placeres”.


Poca cosa en comparación con lo que el escritor afirma sobre Calígula, a quien atribuye, aparte del incesto con sus tres hermanas, una obsesiva afición a la prespitación, que le hacía personarse en los lupanares romanos casi a diario y que le llevó a montar un prostíbulo en palacio, donde las chicas eran las patricias de más alto rango. El dinero que salió de esta iniciativa ayudaría a resolver la crisis de las arcas reales. Una idea tan pinturera como las tantas que se le ocurrieron a Nerón, de quien Suetonio y Tácito cuentan verdaderas barbaridades: adulterio con damas romanas, bacanales con jóvenes esclavos, violación de una virgen vestal, intentos de acostarse con su progenitora (Agripina) o una boda con un joven a quien hizo castrar (Esporo). Y Marco Aurelio, que tenía unos guardias especializados en captar en las termas a los jóvenes más dotados. Y Julio César, especialista en fornicar con damas importantes. Y Vitelio, que se crió entre los prostitutos de Tiberio…



Lo de Tiberio esta claro que son exageraciones de sus enemigos, su muy avanzada edad en Capri no estaba para esas alegrias no se habia inventado el viagra.

Las fuentes hay que tomarlas con precaucion y a Suetonio mas, es como si dentro de 2000 años se toma al Jueves como fuente para escribir sobre la monarquia actual
 
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