Fallece ana maría lajusticia

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Ver archivo adjunto 2123630

Ana María Lajusticia (Bilbao, 1924) tiene 94 años y un imperio. Ha convertido el magnesio en oro. La venta de suplementos alimenticios le reporta cada año más de diez millones de euros. Pero no todo son buenas noticias. Cuando ya parecía que había dejado muy atrás su dura infancia, la vida le ha arrebatado a dos de sus seis hijos. El primero murió en un accidente de tráfico. La segunda, Conxita Feliu Lajusticia, se suicidó hace unos días por la noche, solo unas horas antes de que la Policía acudiera a expulsarla de su hogar después de meses de áspero litigio con Manel, otro de sus hermanos.​
A las dos de la madrugada cogió el móvil y escribió un mensaje para el grupo de whatsapp en el que está gran parte del centenar de vecinos de Estanyol, una aldea en el municipio de Bescanó, en el interior de Girona. «Solo me queda despedirme y deciros que ha sido un placer convivir con todos vosotros. Mucha suerte y felicidades para todos». Era el penúltimo paso de su plan antes de su perder su casa, Can Cendra, la masía levantada en 1601, según consta en la piedra que hay en la entrada. Previamente había pintarrajeado las paredes de la casa para mandar varios mensajes que azuzaran la conciencia de Manel. «Felicidades campeones !!! Chapeau! Ya tienes una casa más y una hermana menos. Has ganado. ¡Bravo!», escribió en uno con pintura roja.​
Eran primos de la farmacéutica de Olot secuestrada durante 492 días​
Conxita, que no parecía gozar del aprecio materno, ni de la fortuna de la reina del magnesio, estaba arruinada desde que hace siete años fracasara el salón de banquetes que montó con un socio y que dejó en la estacada a trece parejas de novios. En 2012 se fue a vivir a Can Cendra para cuidar a su padre, Manel Feliu, que había sufrido un ictus y llevaba varios años separado de su progenitora.​
Cuando murió su progenitor, ella alegó que antes le había firmado un documento –parece ser que un simple papel redactado con máquina de escribir– y exigió seguir en aquella hermosa masía en medio de una zona boscosa con su perro. Pero le embargaron el inmueble por no pagar las deudas y el hombre que se hizo con él en la subasta se lo revendió a Manel, el hermano de Conxita, entre 2013 y 2014. La familia, según el diario 'Ara', le ofreció mudarse a un piso, pero ella lo rechazó.​

Ver archivo adjunto 2123631
Ver archivo adjunto 2123632 Ver archivo adjunto 2123633
Una de las pintadas que Conxita Feliu dejó en la masía antes de suicidarse. Abajo, a la izquierda Conxita Feliu y a la derecha, Ana María Lajusticia.

Los hermanos entraron en litigio y el año pasado el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña falló a favor de Manel. Este pidió ejecutar la sentencia. Ella, que sobrevivía con ayuda de los servicios sociales del Ayuntamiento de Estanyol, pidió una prórroga, que le fue concedida y que vencía el 19 de marzo. Conxita imploró una segunda demora, pero le fue denegada. La noche anterior, llenó su coche de bombonas de butano, cerró las puertas, liberó el gas y se acomodó en el asiento. Los encargados de ejecutar el desahucio se la encontraron muerta a la mañana siguiente.​
No ha sido el único drama en la familia de los Feliu Lajusticia. Conxita y sus hermanos eran primos de Maria Àngels Feliu, la farmacéutica de Olot que padeció un largo secuestro, durante 492 días, en 1992. Conxita siempre pensó que estaba viva y su colaboración fue crucial en la liberación de la farmacéutica, que estuvo cautiva en un zulo insalubre.​
Un libro providencial
Ana María Lajusticia perdió a su padre en 1937. Ella solo tenía 13 años y se obsesionó con sacar buenas notas para, algún día, poder mantener a la familia. Pero entonces las hermanas –tiene dos que también son nonagenarias y viven en Bilbao– fueron internadas en el Colegio de Huérfanos de Hacienda, en Madrid. Allí las alimentaban de cualquier manera, con nabos cocidos, como a los animales.​
Después, gracias a una beca y a los consejos de su abuela materna, estudio Bioquímica y se licenció en 1947. Un año después se marchó a la provincia de Girona para trabajar en las minas de Osor. Allí conoció a Manel Feliu, miembro de una conocida saga con numerosas propiedades rurales, y se casó con él. La familia prosperó pero la posguerra y aquella alimentación penosa dejó su huella en Ana María: artritis, diabetes y forúnculos por toda la cara. Tenía una vida con dolores, limitaciones y un corsé de varilla. Hasta que cayó en sus manos un libro escrito por el jesuita Ignacio Puig, 'Virtudes curativas del magnesio'. Aquello cambió su vida. Su salud mejoró radicalmente y, además, se convirtió en una gran empresaria comercializando el magnesio.​

a esta le faltaba fósforo
 
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