Etiqueta de color

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Ahora que lo pienso tuvo que ser por la caldera.


La había apagado antes de irme a acostar. Tenía sueño y me dormí pronto, poco después de las diez. La primera vez que desperté lo hice con la sensación de haber dormido varias horas, pero miré el teléfono y marcaba las 22:49. Esto me dejó algo extrañado aunque no por mucho tiempo: enseguida volví a coger el sueño. La segunda vez sucedió a eso de las una y media. Fue entonces cuando oí ruido de cañerías, como si la calefacción continuara encendida. Recordaba haberla apagado, sentí que no hacía calor y apenas tardé cero coma en dormirme otra vez. Igual pasó a eso de las tres y media. Y dos horas más tarde, con apenas una más ya de margen, entré en una especie de agradable desvelo en compañía del audio de Zaratustra. La gata llamó a la puerta y la dejé entrar. Así estuvimos como media hora, entre mantas, oyendo discursos desde las Islas Afortunadas y música de cañerías. Al final me levanté, hice correr el agua de la ducha, preparé la ropa y al poner el desnudo pie en el plato casi me dio un infarto: el agua estaba helada. Envuelto en toallas y mil maldiciones fui a la cocina y vi la luz roja de aviso de avería. Otra vez. Quizá llegue el día en el que por mi bien necesite duchas frías, pero hoy todavía no era ese día.

Estaba en la cocina del bar cuando Martín llegó por su desayuno-cena: cerveza y un par de tostadas con tomate.

- Ponme algo mientras salen, Kufisto -voceó- Tengo un hambre de color-

Siempre tiene hambre, él mismo lo dice. Recalenté una brocheta de salchichas del día anterior acompañada por un par de tapas de lomo de orza que devoró. Pagó con tarjeta y hoy sólo pidió que le añadiera cinco euros para tabaco. Ayer fueron 25 para el medio pollo colombiano mañanero. Llama y entre risas y cachondeo encarga media de patatas fritas. El otro le dice que se pase por ellas en cinco minutos. Luego lleva a sus hijos al colegio y después no sé qué hará, tal vez echarle un par de polvos a su mujer o coger la moto para ir de cross por los caminos, una de sus pasiones, yo qué sé; lo seguro es que no va a hacer nada de lo que no le ha hecho falta hacer en toda su vida, tipo running, o levantar pesas, o ir a la biblioteca para sacar un libro de Camilo José Cela. Él come, ama, conduce camiones, suelta alguna buena leche de vez en cuando y lee el As. Es increíble la natural fortaleza de este tío, un hombre de acción, uno al que no cuesta nada imaginar embarcado en una Santa Águeda del Espíritu Santo para conquistar América mientras los otros se quedaban aquí podando vides, hablando del tiempo con otros como ellos y soportando esposas y sacerdotes.

- A las once estaba durmiendo, Kufisto -dijo- ¡Desperté casi a las doce de la noche y a las doce y media tenía que coger el camión! -dijo riendo-
- ¿Doce horas durmiendo del tirón?
- Doce horas, jajaja

- Dos descafeinados de sobre -dijo la mujer- y cuatro churros. Ah, y si va a poner ese -dijo señalando la rosca- ponga uno menos, que el chico es muy maniático- Y triste sonrió al decir esto. Su marido se acercó después a pedir por su café solo-

Vienen al bar con cierta frecuencia, aunque no podría decir cual, algo que supongo dependerá de las revisiones del chico, un tío de unos cincuenta años de mirada perdida y gran parecido al padre, un hombre que apenas habla si no es para preguntar qué debe como si estuviera jugando a los chinos. Hay veces en las que él no viene. La que nunca falla es la progenitora. Apenas hablan. Desayunan en silencio y después se van dejándolo todo limpio en su humildad, no como otros. Mirar al padre es como mirar a uno que ha perdido toda esperanza, como mirar a uno que hubiera preferido no haber nacido. La progenitora, por contra, es una mujerona que todavía luce una mirada de fuego por su hijo.

No se habían ido cuando entró al bar uno de esos tíos que no por conocidos dejan de ser difíciles de mirar, uno de esos que enseguida te das cuenta que no están bien con ellos mismos, no hay más que ver su huidiza mirada, signo inequívoco. El otro día, de casualidad, la penúltima vez que vino, me enteré de que es el hermano de un repartidor de bebidas que murió hace algunos años. Dio la cosa que en ese momento estaba en el bar el Gran Jefe de la distribuidora, un señor al que conozco de toda la vida, jubilado ya hace algunos años, viudo, y que ahora se dedica a resolver Sudokus y a hacer como de puente entre él y sus hijos con los distintos comerciales que van ofreciendo sus productos.

- Usted es...-dijo el hombre difícil de mirar-
- Sí -respondió el Gran Jefe, tan tranquilo como siempre-

Y ahí fue que supe lo de su hermano. Y cosa rara y a pesar del buen recuerdo que tengo de él, no por ello dejó de parecerme un tío difícil de mirar. Quizá fuera por ciertos tics de mal bebedor, del típico media leche que se bebe dos y ya está metiendo la pata, eso se lleva en los ojos...Es como uno que de buena mañana ya va por ahí con una pegatina en la frente que dice "perdón, perdón, por lo que hice anoche"

Hoy vino quizá pensando que yo seguiría el mío otra vez, es decir, mostrando un cierto interés por su parentesco y todo eso. Un poco de charla, un poco de autocompasión, de ensalzamiento por el hermano pequeño perdido...pero yo no tenía ganas y sí excusas en forma de otros clientes. Así que bebió su licor de hierbas y se fue sin hace ruido, como siempre, como antes.

- No te retrases esta tarde -le dije a mi hermano pequeño cuando trajo las tapas al mediodía. Es muy bueno pero lo de los horarios no lo lleva del todo bien. Aparte de eso no lo cambio por nadie-

El lunes llamé para pedir cita con la doctora. Para mi sorpresa me la dieron para hoy a las cuatro y media. Claro que llamé a eso de las ocho y media, justo en su apertura. Estaba en el bar en mi día de descanso con la mujer de la limpieza, esperando al de la recaudación de la tragaperras que fue cero por tercera semana consecutiva, "esta máquina hay que cambiarla ya" gruñí, "sí, no sé..." dijo un tanto asustado el pobre recaudador, un chico joven que ha adelgazado veinte kilos tras ser padre.

La lengua. La notaba como rugosa desde hacía unos días, como de resaca y ya hacía cuatro días desde la última vez. El cáncer está en todas partes, todo el mundo está muriendo de cáncer. Mi padre murió de cáncer. La lengua. Rugosa sin beber, como de resaca que no quiere irse, un tanto seca, un poco como la batería de Lars Ulrich en "And justice for all"

Mi hermano no llegó a su hora pero sí antes que de costumbre. Tenía tiempo de sobra y tampoco lo perdí.

Aquello estaba lleno de tías que esperaban. Di las buenas tardes, alguna respondió y me senté en un rincón. Eran las cuatro y cuarto.

Poco a poco iban pasando los previamente señalados por la doctora. Ella sale, dice nombres y trases, como Metallica en sus buenos tiempos: "tras este tú, tras este tú, tras este tú..." Esa me la perdí, estaba claro, pues nadie protestaba y después de todo yo había llegado con adelanto sobre el horario previsto. No pasaba nada. Miraba el teléfono y a veces la ventana agujereada por esas cortinas hospitalarias. Los trenes se deslizaban rápidos por la vía dejando atrás los inservibles molinos de enfrente, meras caricaturas bien atadas de lo que alguna vez fueron.

Las tías fueron pasando y una muchacha llegó, una chica de esas que a primera vista, tan sólo viendo como saludan, te das cuenta de que es diferente. Se sentó casi a mi lado, en la fila cercana y ya una vez colocada preguntó ingenuamente por una cosa absurda, algo así como quien da la vez. Yo levanté la vista, la miré, sonreí y no dije nada. Una de las pútridas marujas que estaba un par de asientos más allá de mi le respondió que eso lo decía la doctora cuando salía a decir los nombres.

La doctora salió, dijo unos nombres y el mío era el tercero:

- Tras esta señora, Kufisto
- Como el "Motorbreath"
- ¿Qué?
- No, nada.

Pasé y mal que peor le comenté las sensaciones de mi lengua.

- Siéntate aquí. Abre la boca -y me metió un palo de madera- Pues está bien. Había pensado otra cosa después de oírte-

La verdad es que no sé ni lo que digo.

- Ve a la farmacia y enjuágate con esto tras las comidas.

Fui a la farmacia y después a por una botella de Johnnie Walker etiqueta de color: cuando la dejé en la caja miré dentro y vi que había dos botes de Pepsi Cola light

- ¿Qué shishi es esto? ¿vienen con la botella?
- No -dijo el rellenito- Esto es para que no se deforme la caja. El Johnny neցro lo tengo ahí detrás-
- Detrás, claro-


jorobar.





Este texto tiene múltiples lecturas. Las influencias del costumbrismo literario de las últimas décadas son evidentes y, desde un punto fulminantemente objetivo, puedo afirmar que
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