Ángel de Luz
Lucifer
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Las nubes
comen piedras
Llevaba viajando ni se sabe. Ni las hojas de los árboles que dejaba atrás y me daban
sombra sabían. Claro, eran hojas caducas y no se contaban las unas a las otras de dónde
venía. Ni a dónde iba. Ni el viento pensaba en decirme nada para no desviar mi camino,
que era incierto para mi. Pero yo andaba. Andaba y andaba para poder seguir. No paraba.
Ni siquiera a comer. Hasta que una noche, la niebla apareció.
De forma súbita me adentré en ella. Fue al abrir y cerrar los ojos para pestañear.
Entonces me invadió la tristeza. Recordaba mi hogar, más allá de las montañas de
Donovan. Pero eso fue ya pasado. Ahora solo caminaba, huyendo de fantasmas que no
quería recordar, pero que aparecían sin quererlo. Mis pasos resonaban en el increíble
silencio. Era contradictorio, un surgir de blancura y abundancia con la ausencia de audio.
No estaba preparado para ello, así que me compungí aunque no tuviera culpa. Una
extraña sensación que me abrumaba y me incitaba a seguir andando, sin saber porqué.
Estaba hambriento, casi desfallecía, pero no iba a comer nada hasta que dejara esa
niebla que me impedía concentrarme. Las horas pasaban, los pasos seguían uno a uno
sin cesar, pero yo no había terminado aún mi camino sin ir a ninguna parte. El camino
finalizaría por sí solo. Él me indicaría.
- “Un final que desconoces es una sorpresa” - Me decía cada dos por tres.
No había solución a mis pensamientos. Me truncaban la existencia y me constreñían para
dejar de avanzar. Todo parecía ir mal hasta que una anomalía apareció. Una silueta entre
la densidad de las nubes bajas me distrajo. Se acercaba cada vez más y más. Más cerca.
Era una mujer. Su contorneo era inconfundible, femenino.
A tres metros logré apreciar un rostro espectacular y bello. Ojos azules. Cabello rubio
como el amarillo de las margaritas. Iba con paso calmado. Ella sí parecía saber a dónde
iba. Yo no. Ella me dijo:
”Forastero, te sumerges en la espesura de la niebla e invades el camino. Ahora estás
cerca de una aldea”.
-”¿Una aldea?- dije atónito. - No veo una aldea desde hace meses”.
La hermosa mujer, como si supiera que es lo que iba a decir me contó:
-“Estos parajes son inhóspitos y dulces llenos de encanto, pero la aldea a la que vas
posee una maldición. Solo te pido que seas reflexivo y te distancies de dicha población. Y
que te marches bien lejos olvidando a estas gentes encantadas. Te lo advierto”.
No sabía qué hacer. Si responderla bruscamente y seguir o asentir para marcharme. Así
que callé y me detuve.
-“Parece que he enturbiado tu alma y la incógnita te abruma. Te conozco Eryn. Eres un
descubridor de mundos y has llegado hasta aquí escapando de la monotonía que te
aprisiona. Te encarcela. No te deja pensar. Márchate forastero, te lo advierto” - Me dijo
ella.
Había clavado mis intuiciones sobre ella. No era una aldeana normal. Así que guardé
respeto y dije:
-”No sé que me deparan los metros hacia la aldea más próxima. Lo que sí sé es que estoy
exhausto y necesito reposar”.
-”No deberías quedarte en el poblado de Ataven, si es lo que insinúas. Por que entonces
no podrás salir de ahí” - dijo.
“Correré ese riesgo” - pensé, y proseguí mi camino dejando a esa belleza de la naturaleza
ir a donde fuera. Yo y mis piernas apenas podían seguir, pero justo cuando parecía que
iba a parar contemplé una señal informándome sobre el nombre de la aldea y al lado un
edificio hecho de madera vieja. Muy rústica. Muy simple, pero que resguardaba del viento
y la lluvia.
Puse mi mano en la pared y descansé como pude dirigiendo el peso hacia ella. Era de
una madera desconocida para mi, posiblemente de este lugar, pero no sabía qué nombre
tenía. Un buen trabajo de carpintería, profesión que me interesaba y me parecía preciosa,
pero que me daba miedo al usar esas herramientas que te podían cortar los dedos de las
manos sin más. Una pena.
Me reincorporé. Seguí andando unos metros hasta que vi una taberna. Descanso. Ya era
hora de descansar y sentarme, hacia horas que no lo hacía. Entré por la puerta y todo
estaba en calma. Dos o tres ancianos estaban sentados en varias mesas y en la barra el
camarero. Todos se giraron a verme para saber quién era el que entraba. Era yo, un alma
errante sin destino. Eryn.
- “¿Qué desea forastero? No debería estar aquí en este día de niebla y tristeza. Aunque
los días en los que no hay niebla tampoco podría venir, debido a la maldición. Un caos
este Ataven. Este pueblo muere como un gusano, sin que nadie lo sepa” - dijo el
camarero.
“Solo deseo un poco de agua y pan con lo que tengas. Con esas albóndigas por
ejemplo” - dije yo ya casi muerto.
“¡Marchando una de albóndigas para el señor!” ¿Tiene usted dónde hospedarse,
caballero? ¿O piensa vagar como los demás forasteros que han venido a esta aldea por
las plazas y callejones tirado en el suelo esperando a la fin llegar? Por que eso es lo
que le espera – dijo sonriente el muy cabrón.
- “Digo yo que habrá alguna posada o lugar donde reposar” - dije.
- “Jajajaja, seguro” - dijo el camarero acompañado de los demás hombres que también
reían. - “Está rico esto” - dije después de comer una de las albóndigas.
- “Invita la casa. Hace mucho que no tenemos viajeros como usted. En la calle Derri tiene
usted una posada bastante buena. La única, jajaja” - dijo el tabernero. -“Gracias por la
información” - dije tranquilo.
Estuve un rato más ahí. Sentado en la barra. Reposando y descansando. Algo que
necesitaba como agua para las plantas. Recordaba todos los parajes por donde había
pasado. Cruzado puentes increíbles sobre ríos enfurecidos. Embelesado por prados
verdes preciosos. Eran mis paisajes favoritos, los prados verdes. No sé por qué pero me
encantaban. Me tras*mitían paz.
La niebla seguía ahí cuando miraba por la ventana. No se marchaba. Uno de los aldeanos
dijo que dura tres días cuando viene, cada cierto tiempo. Es imprevisible. Me levanté. Le
di las gracias al camarero y me marché de aquella taberna para buscar la posada en la
calle Derri. Necesitaba tumbarme. Hasta ahora era el suelo lo que me brindaba la
posibilidad del sueño, o camas de trabajo manual de establos abandonados. Necesitaba algo más
moderno, algo más nuevo y bueno para descansar.
Caminaba por la calle en pleno día de niebla. Apenas podía ver hasta que me encuentro a
una anciana dirigiéndose hacia mi.
- "Señora, ¿sabe usted dónde está la calle Derri?" - dije.
- "Claro, está bajando por este camino de piedras, la primera a la derecha". - dijo ella.
- "¡Gracias, buena mujer!" - dije.
Hice lo que dijo la señora y más adelante encontré la posada para restaurar más mis
fuerzas. Entré en ella y lo primero que veo es una joven pelirroja de ojos verdes.
- "¿Qué desea el señor?, ¿quizá una habitación cómoda?" - dijo la chica.
- "Es justo lo que necesito, ¿cuánto cuesta una noche aquí?" - dije.
- "Treinta créditos, señor" - dijo ella.
Se los pagué, cogí las llaves y me fui a mi habitación a dormir aunque fuese de día.
Pasan las horas…
Ya es de noche. Estaba muy dormido, el sueño era inmejorable cuando me despierto de
forma violenta. Sobresaltado. Confuso. Algo estaba mal, algo, un peligro inminente estaba
al acecho.
Se oían pasos en el pasillo cercano a mi puerta. No sabía cómo reaccionar. De repente se
gira el pomo de mi puerta y se abre, apareciendo una mujer. Es la rubia. Entra y me dice:
- Eryn, te lo dije, no debiste haber entrado a este pueblo. Debiste haberte marchado muy
lejos, pero ya es tarde, ahora tu maldición se cumplirá. Debes ahorcarte. -
- Debo ahorcarme, no queda otra salida – dije con voz tenue casi imperceptible.
- Bien, Eryn, es tu hora. - dijo ella.
- Debo ahor… Pero, ¿qué estoy haciendo? ¿Por qué tengo esta soga al cuello? - Dije sin
pensar.
- Yo te la he dado. - dijo la mujer.
- No puedo hacerlo, ¡márchate bruja! - dije.
Entonces se escuchó un gran estruendo en el cielo, como si algo estuviera tragando, un
animal gigantesco.
El hechizo se detuvo. Y me quedé tirado en el suelo en shock. Me levanto al rato y miro
por la ventana: la niebla se había ido. No sé cuanto tiempo estuve dormido.
Bajé las escaleras curioso por que oía murmullo en la calle. Salí de la posada y vi que
había gente. Estuve caminando un rato cuando al girar la cabeza porque algo me llamó la
atención vi a las nubes con rostros. Y no solo eso, las nubes comían las piedras de las
montañas, los bosques y bebían de los ríos.
Veo un rostro en una nube encima mío pero me dijo un aldeano que no atacaban al
pueblo, solo tiraban piedras a aquél que buscaba salir de la aldea. Estaba encerrado,
rodeado de nubes.
- Esto no puede estar ocurriendo – dije atónito. - ¡Esto es una pesadilla! – pensaba.
Eran nubes coloreadas por el amanecer, de un rojo con violeta intenso. Nunca había visto
un cielo así. No podía quedarme allí, así que decido escapar hacia el bosque más
cercano, quizá con las copas de los árboles no me vean.
Fue una reacción incoherente, lo sabía. Debía de haber esperado y haber recopilado más
información. Pero tenía miedo. No podía ver esas nubes acechando alrededor de
nosotros. Entonces empecé a correr.
Corría como podía, todo lo rápido que podía y más. No paraba. Entonces es cuando me di
cuenta de que me observaban las nubes y al salir de la aldea comenzaron a lanzarme
piedras del tamaño de caballos. Y más grandes.
Sorteo árboles, pero me siguen viendo. Atravieso riachuelos. Por poco me cae esa piedra.
Me hablan las nubes.
No puedes escapar – decía una.
Me cobijo debajo de un puente de piedra. Piedra con piedra me resguardo. Espero un
momento y miro al cielo, ahí están. Vuelvo a correr, las piedras pasan justo por mi lado.
Me adentro en el bosque y las nubes parecen no verme. Empiezan a hablar entre ellas.
Me buscan.
Que quedo quieto. Pasan las horas. Se hace la noche, se oyen lejanas las nubes.
Empiezo a andar lentamente sin hacer ruido…
... y me difumino con el horizonte.
comen piedras
Llevaba viajando ni se sabe. Ni las hojas de los árboles que dejaba atrás y me daban
sombra sabían. Claro, eran hojas caducas y no se contaban las unas a las otras de dónde
venía. Ni a dónde iba. Ni el viento pensaba en decirme nada para no desviar mi camino,
que era incierto para mi. Pero yo andaba. Andaba y andaba para poder seguir. No paraba.
Ni siquiera a comer. Hasta que una noche, la niebla apareció.
De forma súbita me adentré en ella. Fue al abrir y cerrar los ojos para pestañear.
Entonces me invadió la tristeza. Recordaba mi hogar, más allá de las montañas de
Donovan. Pero eso fue ya pasado. Ahora solo caminaba, huyendo de fantasmas que no
quería recordar, pero que aparecían sin quererlo. Mis pasos resonaban en el increíble
silencio. Era contradictorio, un surgir de blancura y abundancia con la ausencia de audio.
No estaba preparado para ello, así que me compungí aunque no tuviera culpa. Una
extraña sensación que me abrumaba y me incitaba a seguir andando, sin saber porqué.
Estaba hambriento, casi desfallecía, pero no iba a comer nada hasta que dejara esa
niebla que me impedía concentrarme. Las horas pasaban, los pasos seguían uno a uno
sin cesar, pero yo no había terminado aún mi camino sin ir a ninguna parte. El camino
finalizaría por sí solo. Él me indicaría.
- “Un final que desconoces es una sorpresa” - Me decía cada dos por tres.
No había solución a mis pensamientos. Me truncaban la existencia y me constreñían para
dejar de avanzar. Todo parecía ir mal hasta que una anomalía apareció. Una silueta entre
la densidad de las nubes bajas me distrajo. Se acercaba cada vez más y más. Más cerca.
Era una mujer. Su contorneo era inconfundible, femenino.
A tres metros logré apreciar un rostro espectacular y bello. Ojos azules. Cabello rubio
como el amarillo de las margaritas. Iba con paso calmado. Ella sí parecía saber a dónde
iba. Yo no. Ella me dijo:
”Forastero, te sumerges en la espesura de la niebla e invades el camino. Ahora estás
cerca de una aldea”.
-”¿Una aldea?- dije atónito. - No veo una aldea desde hace meses”.
La hermosa mujer, como si supiera que es lo que iba a decir me contó:
-“Estos parajes son inhóspitos y dulces llenos de encanto, pero la aldea a la que vas
posee una maldición. Solo te pido que seas reflexivo y te distancies de dicha población. Y
que te marches bien lejos olvidando a estas gentes encantadas. Te lo advierto”.
No sabía qué hacer. Si responderla bruscamente y seguir o asentir para marcharme. Así
que callé y me detuve.
-“Parece que he enturbiado tu alma y la incógnita te abruma. Te conozco Eryn. Eres un
descubridor de mundos y has llegado hasta aquí escapando de la monotonía que te
aprisiona. Te encarcela. No te deja pensar. Márchate forastero, te lo advierto” - Me dijo
ella.
Había clavado mis intuiciones sobre ella. No era una aldeana normal. Así que guardé
respeto y dije:
-”No sé que me deparan los metros hacia la aldea más próxima. Lo que sí sé es que estoy
exhausto y necesito reposar”.
-”No deberías quedarte en el poblado de Ataven, si es lo que insinúas. Por que entonces
no podrás salir de ahí” - dijo.
“Correré ese riesgo” - pensé, y proseguí mi camino dejando a esa belleza de la naturaleza
ir a donde fuera. Yo y mis piernas apenas podían seguir, pero justo cuando parecía que
iba a parar contemplé una señal informándome sobre el nombre de la aldea y al lado un
edificio hecho de madera vieja. Muy rústica. Muy simple, pero que resguardaba del viento
y la lluvia.
Puse mi mano en la pared y descansé como pude dirigiendo el peso hacia ella. Era de
una madera desconocida para mi, posiblemente de este lugar, pero no sabía qué nombre
tenía. Un buen trabajo de carpintería, profesión que me interesaba y me parecía preciosa,
pero que me daba miedo al usar esas herramientas que te podían cortar los dedos de las
manos sin más. Una pena.
Me reincorporé. Seguí andando unos metros hasta que vi una taberna. Descanso. Ya era
hora de descansar y sentarme, hacia horas que no lo hacía. Entré por la puerta y todo
estaba en calma. Dos o tres ancianos estaban sentados en varias mesas y en la barra el
camarero. Todos se giraron a verme para saber quién era el que entraba. Era yo, un alma
errante sin destino. Eryn.
- “¿Qué desea forastero? No debería estar aquí en este día de niebla y tristeza. Aunque
los días en los que no hay niebla tampoco podría venir, debido a la maldición. Un caos
este Ataven. Este pueblo muere como un gusano, sin que nadie lo sepa” - dijo el
camarero.
“Solo deseo un poco de agua y pan con lo que tengas. Con esas albóndigas por
ejemplo” - dije yo ya casi muerto.
“¡Marchando una de albóndigas para el señor!” ¿Tiene usted dónde hospedarse,
caballero? ¿O piensa vagar como los demás forasteros que han venido a esta aldea por
las plazas y callejones tirado en el suelo esperando a la fin llegar? Por que eso es lo
que le espera – dijo sonriente el muy cabrón.
- “Digo yo que habrá alguna posada o lugar donde reposar” - dije.
- “Jajajaja, seguro” - dijo el camarero acompañado de los demás hombres que también
reían. - “Está rico esto” - dije después de comer una de las albóndigas.
- “Invita la casa. Hace mucho que no tenemos viajeros como usted. En la calle Derri tiene
usted una posada bastante buena. La única, jajaja” - dijo el tabernero. -“Gracias por la
información” - dije tranquilo.
Estuve un rato más ahí. Sentado en la barra. Reposando y descansando. Algo que
necesitaba como agua para las plantas. Recordaba todos los parajes por donde había
pasado. Cruzado puentes increíbles sobre ríos enfurecidos. Embelesado por prados
verdes preciosos. Eran mis paisajes favoritos, los prados verdes. No sé por qué pero me
encantaban. Me tras*mitían paz.
La niebla seguía ahí cuando miraba por la ventana. No se marchaba. Uno de los aldeanos
dijo que dura tres días cuando viene, cada cierto tiempo. Es imprevisible. Me levanté. Le
di las gracias al camarero y me marché de aquella taberna para buscar la posada en la
calle Derri. Necesitaba tumbarme. Hasta ahora era el suelo lo que me brindaba la
posibilidad del sueño, o camas de trabajo manual de establos abandonados. Necesitaba algo más
moderno, algo más nuevo y bueno para descansar.
Caminaba por la calle en pleno día de niebla. Apenas podía ver hasta que me encuentro a
una anciana dirigiéndose hacia mi.
- "Señora, ¿sabe usted dónde está la calle Derri?" - dije.
- "Claro, está bajando por este camino de piedras, la primera a la derecha". - dijo ella.
- "¡Gracias, buena mujer!" - dije.
Hice lo que dijo la señora y más adelante encontré la posada para restaurar más mis
fuerzas. Entré en ella y lo primero que veo es una joven pelirroja de ojos verdes.
- "¿Qué desea el señor?, ¿quizá una habitación cómoda?" - dijo la chica.
- "Es justo lo que necesito, ¿cuánto cuesta una noche aquí?" - dije.
- "Treinta créditos, señor" - dijo ella.
Se los pagué, cogí las llaves y me fui a mi habitación a dormir aunque fuese de día.
Pasan las horas…
Ya es de noche. Estaba muy dormido, el sueño era inmejorable cuando me despierto de
forma violenta. Sobresaltado. Confuso. Algo estaba mal, algo, un peligro inminente estaba
al acecho.
Se oían pasos en el pasillo cercano a mi puerta. No sabía cómo reaccionar. De repente se
gira el pomo de mi puerta y se abre, apareciendo una mujer. Es la rubia. Entra y me dice:
- Eryn, te lo dije, no debiste haber entrado a este pueblo. Debiste haberte marchado muy
lejos, pero ya es tarde, ahora tu maldición se cumplirá. Debes ahorcarte. -
- Debo ahorcarme, no queda otra salida – dije con voz tenue casi imperceptible.
- Bien, Eryn, es tu hora. - dijo ella.
- Debo ahor… Pero, ¿qué estoy haciendo? ¿Por qué tengo esta soga al cuello? - Dije sin
pensar.
- Yo te la he dado. - dijo la mujer.
- No puedo hacerlo, ¡márchate bruja! - dije.
Entonces se escuchó un gran estruendo en el cielo, como si algo estuviera tragando, un
animal gigantesco.
El hechizo se detuvo. Y me quedé tirado en el suelo en shock. Me levanto al rato y miro
por la ventana: la niebla se había ido. No sé cuanto tiempo estuve dormido.
Bajé las escaleras curioso por que oía murmullo en la calle. Salí de la posada y vi que
había gente. Estuve caminando un rato cuando al girar la cabeza porque algo me llamó la
atención vi a las nubes con rostros. Y no solo eso, las nubes comían las piedras de las
montañas, los bosques y bebían de los ríos.
Veo un rostro en una nube encima mío pero me dijo un aldeano que no atacaban al
pueblo, solo tiraban piedras a aquél que buscaba salir de la aldea. Estaba encerrado,
rodeado de nubes.
- Esto no puede estar ocurriendo – dije atónito. - ¡Esto es una pesadilla! – pensaba.
Eran nubes coloreadas por el amanecer, de un rojo con violeta intenso. Nunca había visto
un cielo así. No podía quedarme allí, así que decido escapar hacia el bosque más
cercano, quizá con las copas de los árboles no me vean.
Fue una reacción incoherente, lo sabía. Debía de haber esperado y haber recopilado más
información. Pero tenía miedo. No podía ver esas nubes acechando alrededor de
nosotros. Entonces empecé a correr.
Corría como podía, todo lo rápido que podía y más. No paraba. Entonces es cuando me di
cuenta de que me observaban las nubes y al salir de la aldea comenzaron a lanzarme
piedras del tamaño de caballos. Y más grandes.
Sorteo árboles, pero me siguen viendo. Atravieso riachuelos. Por poco me cae esa piedra.
Me hablan las nubes.
No puedes escapar – decía una.
Me cobijo debajo de un puente de piedra. Piedra con piedra me resguardo. Espero un
momento y miro al cielo, ahí están. Vuelvo a correr, las piedras pasan justo por mi lado.
Me adentro en el bosque y las nubes parecen no verme. Empiezan a hablar entre ellas.
Me buscan.
Que quedo quieto. Pasan las horas. Se hace la noche, se oyen lejanas las nubes.
Empiezo a andar lentamente sin hacer ruido…
... y me difumino con el horizonte.